Autor Kenneth Strachan

En estos días, en todas partes de este continente, los siervos del Señor Jesucristo enfocan una tarea evangelística cada día más grande. Es imposible viajar por los diferentes países latinoamericanos, transitar por las calles de las grandes ciudades, correr por las vías rurales, y no darse cuenta del asombroso aumento de población. Una población que crece tan rápidamente que, de acuerdo con las estadísticas de las Naciones Unidas, alcanzará en el año 1970, 270 millones de habitantes, y para fines de este siglo, cerca de 600 millones de habitantes.

Todo esto, que para unos representa un problema sociológico, y para otros un problema político, y todavía para otros un problema económico, para nosotros no puede significar otra cosa que un tremendo reto para llevar a cabo, al pie de la letra, la misión que nos encargó el Señor Jesucristo de predicar el evangelio a cada criatura. Al contemplar la escena latinoamericana, nos damos cuenta de todos los problemas que encierra este aumento asombroso de población. No podemos pasar por las grandes ciudades y cerrar los ojos a las barriadas de millares de personas que viven en una situación desesperada y triste, y no podemos menos que sentirnos embargados de corazón por la triste situación en que se encuentran millones de nuestros compatriotas.

Pero por encima de toda compasión humanitaria, pesa sobre nosotros una responsabilidad moral y espiritual ante el Señor, y el problema más grande para la iglesia cristiana en la América Latina en el día de hoy, es cómo llevar a cabo su tarea evangelística para alcanzar las almas que se pierden sin Cristo y sin esperanza en el mundo. Esto es lo que hemos estado enfocando en estos días. Frente a un problema tan grande y a una necesidad tan vasta, hemos concentrado nuestra atención en la Palabra de Dios, buscando algún mensaje de Dios para nosotros en nuestra situación concreta y para nuestras vidas.

Creo que una de las cosas que Dios nos ha estado diciendo en diversas formas, en distintos lugares y por diferentes individuos en estos días, es que El tiene para nosotros la promesa de una cosecha de almas, de una pesca milagrosa, para poder realizar la misión que ha confiado en nuestras manos. Cuando leemos la palabra profética, no podemos menos que sentir en nuestro corazón una gran expectativa de que en estos días Dios ha de derramar en una manera especial su Espíritu Santo para que su pueblo, esparcido por todo el continente, cumpla esa sagrada misión que Dios le ha confiado.

Esta mañana seguimos nuestra búsqueda acerca de cómo podemos nosotros, instrumentos en las manos del Espíritu Santo, llevar a cabo nuestra consigna. Yo hubiera querido tomar el libro de Los Hechos como base para nuestro estudio, para notar cómo el Espíritu Santo, actuando a través de su pueblo, cumple ese testimonio; pero no hay tiempo para eso. Me voy a limitar a dos porciones breves, que son típicas en cuanto a la instumentalidad humana en las manos del Espíritu Santo, y las usaré como base para señalar cuatro factores que me parecen importantes para lograr el desplazamiento de la iglesia por el Espíritu Santo en el día de hoy, a fin de que pueda cumplir su misión.

Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos. Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús. Llegó la noticia de estas cosas a o (dos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a todos a que, con propósito de corazón, permaneciesen fieles al Señor. Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe. Y una gran multitud fue agregada al Señor.

Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquía. Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó cristianos por primera vez en Antioquía (Hechos 11.: 19:26).

Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Níger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo. Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo:

Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre. (Hechos 13: 1·4).

Hay cuatro elementos en la estrategia del Espíritu Santo para la realización de la voluntad redentora de Dios, que se destacan en estos dos pasajes, y que me llaman la atención.

En primer lugar está el papel que le corresponde al creyente individual. Segundo, la acción que le toca a la comunidad cristiana en una ciudad. En tercer término está la relación necesaria entre una congregación local y otra congregación local. Y cuarto, está la visión misionera indispensable para la realización de la gran comisión. Podemos ver estos cuatro elementos en esa situación concreta en aquel tiempo en la ciudad de Antioquía, con todas sus implicaciones para nuestro tiempo y para nuestra situación.

Una investigación personal 

Hace algunos años, como misioneros cualquiera, pero sintiendo una responsabilidad en cuanto al evangelismo, ya que el llamado de Dios para mi propia vida me había señalado esa responsabilidad particular, comencé a analizar el relativo estancamiento de nuestras iglesias en muchas partes de América Latina. Pensé llevar a cabo un estudio; me formulé dos preguntas: ¿A qué se debe el estancamiento de algunas iglesias? y ¿A qué se debe la expansión rápida de otras?

Para campo de estudio escogí tres diferentes movimientos que en el día de hoy crecen rápidamente. Por una parte el comunismo, que en un período de poco más de cien años ha logrado a conquistar un billón de almas, y a extenderse por todas partes del mundo.

Por otra parte escogí estudiar el movimiento de los Testigos de Jehová. Me llamaba la atención el hecho de que el aumento de esta comunidad o secta, iba en un 400 % de aumento cada diez años; que en la América del Norte doblaban su número cada diez años, pero que en Asia, 5 veces cada diez años; en África 7 veces, en el Caribe 12 veces y en América del Sur 15 veces. Me preocupaba averiguar la causa de ese crecimiento fenomenal.

También opté por estudiar las causas que influían en el desarrollo rápido del movimiento pentecostal, que en cosa de más o menos cincuenta años se ha esparcido por todas partes del mundo, y ha logrado a más de 15 millones de adherentes en todas partes del mundo.

Mi interrogante era, precisamente, ¿cuál es la razón del éxito de una expansión tan rápida de estos movimientos?

Una de las cosas interesantes de ese estudio fue el hecho de que uno de esos movimientos estaba tratando con una filosofía, una política y un programa netamente anticristiano. Con otro, a un movimiento seudocristiano. Y en tercer lugar estaba estudiando otro movimiento cristiano, que, para muchos, con perdón de los que representan ese movimiento en esta mañana, es subcristiano.

Lo interesante para mí era que estos movimientos estaban creciendo rápidamente, y la iglesia cristiana tradicional, con toda su formalidad, con toda su vida correcta, con toda su doctrina ortodoxa, con toda su organización, se mantenía más o menos estancada o, más bien estaba perdiendo terreno.

Un descubrimiento sorprendente 

Después de leer los libros que podía, hacer algunas visitas, observar, consultar, y preguntar, llegué a una conclusión que para mí fue sorprendente. Descubrí que la doctrina en sí nada tenía que ver con la expansión de un movimiento, que la forma del culto en sí, tampoco; que la forma de gobierno tampoco; que la preparación ministerial, con perdón de los profesores de institutos y seminarios, tampoco. Había solamente una causa, sólo una que explicaba esa expansión rápida. No era la doctrina, no era la forma del gobierno, no eran los métodos en sí, no era el personal dirigente, no era el dinero que tuviera la organización y que gastara en, propaganda, no era su énfasis particular: una sola cosa explicaba el crecimiento de cualquier movimiento.

Luego traté de reducir eso a una frase, y llegué a esta conclusión: que la expansión de cualquier movimiento está en proporción directa al éxito obtenido en movilizar y desplegar a su total membresía en propaganda continua de su fe.

Cuando había llegado a esa conclusión tan radical para mí, y revolucionaria para mi propio ministerio, volví a las páginas del Nuevo Testamento, y vi con ojos abiertos cuál había sido la estrategia del Espíritu Santo obrando a través de instrumentos humanos de su iglesia para llevar a cabo el propósito eterno de Dios: que cada criatura en todas partes del mundo tuviera la oportunidad de conocer el evangelio del Señor Jesucristo y, creyendo, ser salvo.

Ahora bien, me parece que hay cuatro aspectos para la aplicación de este principio, y que se encuentran en este pasaje que he leído. Vamos a considerarlos primeramente. Tal vez andando el tiempo podremos amplificarlos un poquito.

Papel del creyente individual  

Veamos, en primer lugar, una de las cosas que se destaca en el libro de Los Hechos en esa iglesia apostólica: el lugar del individuo como el instrumento en las manos del Señor.

Hablamos de que la gran comisión del Señor Jesucristo es para la totalidad de los creyentes. Esto se ve en el hecho de que el Espíritu Santo, cuando vino, no vino sólo sobre los apóstoles, sobre un grupo selecto de ministros, sino que vino sobre la totalidad de los discípulos. ¿Por qué? Porque el Señor Jesucristo les había dicho: «Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu San to, y -cada uno de vosotros- me seréis -cada uno de vosotros- testigos. . .» Una responsabilidad total. Y en provisión del cumplimiento de eso, una dotación para cada uno.

Luego, cuando vemos al pueblo creyente del libro de Los Hechos obedecer ese mandato, el relato nos indica que no fue Pedro el que sólo hablaba, o los apóstoles, sino que cada uno -de acuerdo con sus dones- cumplía fielmente su misión de ser testigo de la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Dondequiera que iban, esparcidos por la persecución o por otras razones, predicaban y anunciaban las buenas nuevas del Señor Jesucristo, cumpliendo con la totalidad de la consigna para la iglesia de Cristo.

Pero la iglesia se forma de individuos; y el Espíritu Santo bautiza no a la colectividad, sino a individuos. El Espíritu de Dios habita en la iglesia solamente en el sentido de que habita en cada piedra viviente de ese templo espiritual.

Es interesante notar el lugar de los individuos aquí. No hay tiempo para entrar en esto corno quisiera. En el curso del estudio que estaba haciendo oí de una iglesia en una ciudad latinoamericana, que había tenido un crecimiento formidable. Entonces, hace unos tres años, fui a visitarla para ver porqué estaba creciendo.

Me encontré con que esa iglesia en el año 1956 tenía 65 miembros bautizados, y una Escuela Dominical de aproximadamente 125 personas. Yo llegué en el año 1959, y el día en que yo llegué, estaban celebrando un servicio bautismal en el que se bautizaron casi dos veces el número de la membresía original de la congregación; y era el tercer bautismo que celebraban en ese año. Para ese entonces ya tenían más de mil miembros; y esa iglesia se había convertido en 17, organizadas en el perímetro de la ciudad. Cada cual sostenía a su propio pastor; y aquellas 17 iglesias tenían 84 centros de predicación dentro de la ciudad.

Yo, con la boca abierta, iba como en un sueño mirando todo eso, haciendo preguntas y tratando de indagar el por qué de ese éxito. Hice muchas preguntas, pero lo que más me impresionó fue una tarde en esos dos o tres días que estuve allí, cuando uno de los pastores, llevándome a ver los diferentes centros de la ciudad, me condujo a un barrio muy pobre. Entramos por un pasaje angosto y llegamos a la casa más humilde, muy atrás, casi metida en un barranco. Y allí nos encontramos en la choza de una mujer lavandera de ropa. Con un orgullo que no podía ella esconder, me mostró la cocina, las tres banquitas que tenía en la cocina, y me dijo: «Yo soy la maestra de una Escuela Dominical, y estoy organizando una iglesia».

Fue entonces que comprendí el éxito de esa iglesia, porque cada miembro de esa congregación se consideraba como un apóstol; y cada uno estaba trabajando en el lugar en que estaba. Si la iglesia se debía organizar en una cocina, eso nada importaba; lo importante era organizarla.

Yo creo, hermanos, que ese es el secreto que nosotros hemos olvidado: que Dios llama a cada individuo, de acuerdo con sus dones, en la situación en que El le ha puesto, para ser su testigo. El año pasado en Guatemala llegó a las reuniones un doctor, hijo de un pastor presbiteriano, completamente ajeno a las cosas de Dios. Estaba adelantándose en su carrera profesional, pero no tenía orientación en la vida.

En una de las primeras noches de la campaña, el Señor habló a su corazón a través del siervo que predicaba la Palabra de Dios, y este doctor, hijo de un pastor protestante, se rindió al Señor, y comenzó a hacer lo que hasta entonces no había permitido a su señora madre hacer: transformó su despacho médico en una sala de predicación, de testimonio, convirtiéndose en un misionero entre profesionales. Todavía sigue trabajando. Fue el descubrimiento de su vocación verdadera en la situación en que Dios le había puesto.

Esta es una de las cosas hermosas del Nuevo Testamento: un Priscilla y Aquila haciendo tiendas, trabajando, pero formando parte del cuerpo de los siervos del Señor Jesucristo. Y me interesa que aquí figuran nombres de algunos y no figuran nombres de otros; pero figura el individuo, el creyente individual, según su experiencia de gracia, sus dones y su situación, formando parte del cuerpo de los obreros del Señor. Esa es la iglesia laica que necesita la América Latina. Ese es el primer punto, esa es la primera fase de la estrategia del Espíritu Santo.

Testimonio de la comunidad 

En segundo lugar, ese individuo realiza su vocación y su misión en el seno de la comunidad cristiana. Esto también se divisa aquí en las páginas del libro de Los Hechos; no obraban separadamente, sino como miembros de la familia. Porque no solamente es necesario un testimonio individual, sino también un testimonio colectivo. El pueblo no necesita ver solamente la transformación de una vida, sino que necesita ver la transformación, la armonía, el amor, la comunión, las virtudes de Cristo manifestadas en una congregación; y el testimonio del individuo se realiza en el seno de la iglesia local.

Esto es determinante para el éxito en la expansión de cualquier movimiento. Pero falta el tiempo para entrar en esto.

Voy al tercer punto. Es algo interesante notar aquí la relación entre la iglesia de Antioquía y la iglesia de Jerusalén.

El evangelio sin aditivos

Algo ha tomado lugar aquí en Antioquía que seguramente debe haber preocupado un poco a los hermanos en Jerusalén. Algunos hermanos entusiastas, sin tener el permiso eclesiástico, se han aventurado y han comenzado a predicar el evangelio a griegos. Otros, conformándose a las normas hasta entonces practicadas, se han limitado a predicar a los judíos. Ahora, ¿qué quiere decir eso? ¿No había lugar para prosélitos en el judaísmo? ¡Claro que sí! y mucho más. ¿No había lugar para prosélitos en la nueva comunidad cristiana? ¡Claro que sí! Pero ¿qué han hecho estos hermanos desconocidos? ¿Qué han hecho que sea diferente?

Lo que han hecho es que han predicado a los griegos sin prescribir las condiciones judaicas para aceptar el evangelio. Lo que han hecho es, sencillamente, predicar el evangelio desnudo, sin ningún pero, sin ninguna condición, salvo las que el Señor Jesucristo puso, del arrepentimiento y la fe. Y el resultado: inmediatamente se forma un nuevo centro que representa el punto de partida para un nuevo avance evangelístico a todo el mundo.

Y no fue San Pedro, ni otro apóstol, ni la iglesia autorizada, sino algunos creyentes entusiastas que se adelantaron, impelidos por el Espíritu Santo, y comenzaron a predicar el evangelio así. Esto debe enseñarnos algo para nuestro día. ¿Quién sabe si no vamos a vivir en situaciones políticas completamente distintas a las que conocemos en el día de hoy? El Espíritu Santo, que es soberano, tendrá que dirigirnos en nuevos métodos de testimonio, y en nuevas salidas para que la iglesia avance; y lo hará.

Pero aquí lo que me interesa es la relación entre la iglesia de Jerusalén y la de Antioquía; y ustedes han estudiado este pasaje. Pero aquí vemos dos cosas: 1) la autonomía de la iglesia local; y 2) la esencial unidad de la iglesia universal. No podemos faltar en reconocer que el testimonio del individuo, que debe realizarse en el seno de la iglesia local, implica además que el testimonio de la iglesia local tiene necesariamente que relacionarse al testimonio de la iglesia universal.

Yo sé que muchos de nosotros, los que hemos sido criados en un ambiente independiente -yo he pertenecido por mucho tiempo a los «independientes independientes» – yo sé que los que hemos sido criados en este ambiente no vemos la razón ni la necesidad de eso, y decimos: «Al fin y al cabo, estando cada uno en su patio, ¿qué necesidad tiene de molestarse con otro? Al final y al cabo las relaciones siempre son espinosas y hay dificultades de una clase y de otra; y uno no quiere perder tiempo en estas cosas; mejor es que cada uno se cuide a sí mismo y haga su propio trabajo.»

Es verdad que los que trabajamos mucho, pues, algo ganamos, y vemos aumentar nuestras congregaciones. Y tal vez, el aumento limitado, el éxito relativo que tenemos, no nos permita ver lo que estamos perdiendo. Porque si ganamos unas pocas personas por nuestra propaganda más o menos sectaria, sólo podemos ver las personas que ganamos, pero no podemos ver las personas que hemos perdido como consecuencia de esto.

Cuando yo salí de Costa Rica el viernes pasado, dejé unos libros con un alto funcionario del gobierno de ese país. Es un hombre muy inteligente y trabamos amistad hace varios años. Hace poco tiempo me llamó por teléfono y dijo que quería hablar conmigo. Vino a mi oficina y estuvo por dos horas. Casi con furia me dijo: -Yo soy ateo, no creo en nada. Pero tengo siete hijos, y no sé qué enseñarles a mis hijos. Yo quisiera pedirle un consejo.

Entonces me contó su historia: cómo se desilusionó con la iglesia en la cual había nacido; y en ese estado llegaron a él algunos Testigos de Jehová, y por la necesidad que sentía en su vida y corazón, siguió tras ellos y se demoró varios años, buscando. Al fin se desilusionó con ellos, y volvió en otra dirección.

En eso llegaron algunos misioneros mormones, y lo convencieron. Allí se desterró por otros años más; y al fin se desilusionó otra vez. Después llegó a un grupo evangélico -no voy a mencionar el nombre- donde insistieron en ciertas cosas secundarias con un dogmatismo tan cerrado que se desilusionó por completo, y me dijo: -» ¡Ahora yo no creo .en nada! Pero ¿qué hago con mis hijos?»

¿Ustedes creen, hermanos, que vamos a poder predicar que hay, un solo Salvador, que es Cristo Jesús; un solo medio de salvación, que es la fe en Jesucristo; un solo Cuerpo del Señor Jesucristo; una sola palabra autoritaria, que es la Biblia; que vamos a poder convencer al mundo de la realidad de eso si cada uno está tomando por su lado y añadiéndole «peros» a su predicación del evangelio? ¡No!

No vamos a alcanzar a América Latina sin avenencias y renunciamientos; sin alguna forma concreta de obediencia y demostración del amor de Dios que nos relacione a unos con otros para dar testimonio tangible de nuestra esencial unidad en Cristo Jesús. Esto es algo que se destaca en el testimonio apostólico. No quiero decir que no hubo diferencias de criterio, pero hubo esencial unidad en el espíritu.

Visión misionera

Y hay otra cosa más: la visión misionera. Yo no sé por qué aquellos discípulos no quisieron quedarse en Jerusalén hasta que terminaran de evangelizarla, a no ser que fuera porque el Espíritu no se los permitió, y envió la persecusión para esparcirlos por Samaria y Judea. Luego, cuando están en el peligro de radicarse y establecerse en esos lugares, otra vez mueve el Espíritu de Dios: mientras están en oración, en Antioquía, el Espíritu les señala los campos blancos en la distancia, listos para la siega.

El resultado es el primer esfuerzo misionero. La visión misionera es esencial. Esto es muy trillado, ¿verdad? Lo predicamos, lo enseñamos a los niños en la Escuela Dominical, y predicamos nuestros sermoncitos al respecto, y después llevamos a cabo nuestra tarea en nuestras iglesias como si esto no existiera o no fuera necesario.

Para mí, una de las grandes sorpresas ha sido el descubrir que en casi cualquier país adonde uno va, el pueblo evangélico está más o menos sentado a sus anchas creyendo que ya hizo la labor que le correspondía y que el país está evangelizado. Cuando nosotros llegamos a Guatemala, los guatemaltecos, que son bastante valientes y el señor les ha bendecido grandemente, nos decían: «Queremos un movimiento evangelístico, pero por eso no quiera usted creer que aquí no hemos evangelizado: Toda Guatemala está evangelizada. Pero igual queremos un movimiento evangelístico.»

Comenzamos a estudiar la cosa, descubrimos que en Guatemala había 1.075 iglesias evangélicas; 100 de esas iglesias estaban radicadas en la capital. Y descubrimos que había más de 8.000 ciudades y pueblos y aldeas en la república de Guatemala. Mil iglesias, ocho mil pueblos: quiere decir que al menos unos 7.000 pueblos no tienen testimonio establecido. Entonces tal vez la labor no se haya terminado, tal vez el país no esté evangelizado. Por dondequiera que íbamos, por la carretera, divisábamos las chozas de los indígenas por millares en las montañas. Y estábamos predicando que el deber de la iglesia guatemalteca era alcanzar a cada criatura en todo el territorio nacional con el evangelio.

Pero, viendo la inmensidad de esa labor, pensaba para mí mismo: «Bien, estamos predicando esto, pero no vamos a poder cumplir». Yo seguía con mi interrogante: ¿cómo se podrá cumplir esta misión en Guatemala? Hasta que un día, viajando por la carretera, levanté a un indígena desconocido para llevarlo un trecho; y entablamos conversación:

¿De dónde viene Ud.?

Del pueblo -me contestó él.

¿Hay alguna iglesia evangélica en ese pueblo?

– Sí, hay dos iglesias. ¿Ud. es evangélico?

– Sí, lo soy.

– Yo también soy evangélico. ¡Gloria a Dios! ¡Somos hermanos! … ¿No sabe usted lo que ha llegado a Guatemala?

– ¡No! -le dije yo-. ¿Qué?

– Evangelismo a Fondo. –y yo le dije:

– ¿Qué es eso?

Entonces comenzó a explicarme lo que era, y mientras viajábamos por las montañas me señalaba por aquí una casita de evangélicos; más allá otra. Por allí una capilla …

– Yo he estado evangelizando, estamos todos visitando de pueblo en pueblo, vamos a celebrar una campaña. Y me habló de todos los planes y de todas las actividades.

En ese momento yo sentí un gran gozo en mi corazón -nunca le dije que sabía nada de Evangelismo a Fondo- pero sentí un gran gozo en mi corazón porque el Señor me había dado claramente la respuesta. ¿Será posible evangelizar, ganar, todo un país para Cristo? ¡Sí, es posible! ¿Cómo? ¡Con las fuerzas evangélicas residentes en el país!

Si cada creyente se moviliza, si cumple su misión personal trabajando en el seno de su iglesia local, cada iglesia local relacionándose debidamente a las otras iglesias locales y todas las iglesias, todo el pueblo de Dios con una visión misionera y con verdadera pasión para las almas, haciendo el trabajo que está a la mano, así sí, se podrá evangelizar a toda criatura en todo un país y en todo un continente y en todo el mundo. Esa es la estrategia del Espíritu Santo. [Qué el Señor nos bendiga! ~

Tomado del Capítulo III, del Libro Desafío A La Evangelización, de Kenneth Strachan. Reproducido con el permiso de Editorial Lagos, Casilla de Correos 2625, Buenos Aires, Argentina. Copyright 1970. 

Vino Nuevo Volumen 1- Nº 12