Autor Charles Simpson

“Y Jesús llegó y les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en los cielos y sobre la tierra. Id por tanto, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20).

El significado  

«Id Y haced discípulos!» Este último mandamiento escrito de nuestro Señor, que ha venido a través de los siglos, sigue sonando aún en nuestros oídos. Los cristianos han respondido con una variedad de interpretaciones. El discipulado está recibiendo un nuevo enfoque en nuestra generación, y va tomando una forma más definida. Mi propia definición del discipulado ha sido refinada constantemente y estoy seguro que lo seguirá siendo. De manera, que este artículo no pretende cubrir el tema, sino explorarlo. Tampoco intenta promover el punto de vista de un hombre sobre el discipulado. Debido al compromiso total que involucra, el engaño o las tentativas sintéticas pueden ser desastrosas. Cualquier aplicación de los siguientes principios deberá hacerse únicamente después de un período serio de oración y de estudio de la Biblia. El discipulado cristiano sólo puede funcionar bajo el señorío de Jesucristo y por el Espíritu Santo.

Desarrollaremos el tema dentro de la siguiente definición: un discípulo es aquél que está bajo la disciplina de otro para recibir instrucción que produzca madurez. En términos generales, cualquier seguidor o adherente podría ser llamado un discípulo.

«Discípulo» no es un término moderno, ni occidental. Se usaba muchos siglos atrás para describir a los seguidores de los maestros y, literalmente le seguían. Se adherían a un maestro porque ellos creían que él les podía enseñar mejor los caminos de la vida. Muchos, antes y después de Jesús, tuvieron discípulos (vea Hechos 5:36-37). Cuando Jesús vino, El reveló el verdadero camino de la vida (Juan 14:6). Si hemos de obedecer el mandamiento de Jesús, debemos de discipular a otros en Sus caminos. Esto significa que debemos conocerlos, por supuesto, y la manera Suya de hacer discípulos.

Un discípulo es semejante a un «aprendiz.» Pero el discipulado no se trata de aprender ciertas actividades o habilidades, sino cómo vivir. De manera que alguien que está viviendo en el camino del Señor, le muestra a otro hombre la manera de vivir en ese camino (Hechos 9:2; 18:25,26; 19:9,23). Ya se ha dicho muchas veces que el discipulado es formación de vida, más que información sobre la vida. Dicho de otra manera: «Es más fácil captarlo que enseñarlo».

Es posible tener muchos convertidos y no hacer ni un discípulo. El discipulado es mucho más que tener convertidos. En realidad, podemos hacer muchas cosas religiosas y aún no cumplir con su mandamiento de hacer discípulos. Esté seguro que aunque el discipulado es el método propio de Jesús para reproducir y madurar, este ha sido y seguirá siendo abusado por causas menos nobles como el comunismo y numerosas religiones falsas. Pero el método les ha traído el éxito, tan equivocados como hayan estado. El discipulado funciona. Cuanto más disciplinado sea el acercamiento, tanto mejor trabaja. Sin embargo, como método es como un tubo: lo que entra eso es lo que saldrá.

El discipulado no es pasar información de una mente a la otra -eso se llama educación y la diferencia es muy grande. Un «cristiano educado» podría nunca haber sido disciplinado por el señorío de Cristo. Había dos árboles en el jardín del Edén: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal. Satanás prometió madurez a través del conocimiento del bien y del mal. Resultó ser falso. El conocimiento por sí solo no produce madurez, sino «hincha», «infla» o «produce arrogancia» (1 Corintios 8: 1). Se necesita una relación verdadera de amor para llevar a un niño a la madurez. El amor y la relación requieren disciplina. Este olvidado concepto debe encontrar su camino de regreso a nuestro vocabulario para cumplirse en un ambiente de amor (vea Hebreos 12: 1-11; Proverbios 13: 24).

Requisitos para hacer discípulos  

Es necesario ser un ejemplo de madurez y de estabilidad cristianas para producir discípulos que anden en los caminos de Jesús. Él no sólo nos da el patrón para hacer discípulos, Él es el modelo. Isaías se refiere a Jesús como el discípulo y el siervo del Padre (Isaías 50:4-11 Nacar Colunga), y Pablo nos recuerda que Jesús se despojó a sí mismo y tomó la forma de un siervo humilde. La primera cualidad necesaria para hacer discípulos es una vida ejemplar de los caminos de Jesús. Es el fundamento de nuestra autoridad (1 Pedro 5:3). Cuando se deja de ser ejemplo, se pierde el derecho de instruir. Ya que es vida lo que se imparte y no información, un hombre producirá únicamente la medida de vida que posee. Las palabras son los conductores que transfieren nuestro espíritu a la gente. Un hombre nervioso puede enseñar sobre la paz, pero sus mismas palabras harán que los que lo oigan se pongan nerviosos. La debilidad o la fuerza se imparte con el ejemplo.

Una segunda cualidad necesaria es estar bajo autoridad. Aquí es donde el señorío se convierte en una verdad práctica. Necesitaríamos un artículo completo para discutir ampliamente esta necesidad. Un rebelde engendra rebeldes. Nadie puede transmitir más autoridad de aquella a la que está sujeto (Mateo 8:5-13). Nada personifica más a Jesús que el espíritu de sumisión (Filipenses 2:5-15). La sumisión nunca es forzada. Se hace por la misma razón que la vivió Jesús: como al Padre … nos sometemos como a Jesús. Lo hacemos en el hogar, en el trabajo, en la iglesia, en el gobierno; nos viene «naturalmente» porque hemos aprendido «Sus caminos» -y confiamos en El. Aquellos que han aprendido Sus caminos vendrán bajo autoridad aunque los mate (Mateo 27: 43). La actitud de Jesús hacia la autoridad de Su Padre se revela en Juan 5:19, 30; 8:28, 29. Jamás debemos de forzar a nadie para que se someta a nosotros, sino más bien debemos someternos a la autoridad donde Dios nos guía- entonces podremos recibir como un legado a aquellos a quienes El nos dé para discipular.

Esto nos conduce a la tercera necesidad para hacer discípulos: Dependencia del Espíritu Santo. Trece veces habló Jesús en Juan 17 de los discípulos y la autoridad que el Padre le dio. La autoridad espiritual se recibe, nadie se apodera de ella. Cual­ quiera que tenga ansias de dominar a otros jamás debiera de tener la oportunidad de hacerlo. Juan el Bautista reconoció que ningún hombre puede recibir nada si no es dado del Padre (Juan 3:26, 27).

El Espíritu Santo es quien tiene que hacer que otros reconozcan nuestra madurez. Nuestra labor es para el Señor y no para ser reconocidos. Todos los discípulos de Jesús le pertenecen a Jesús. Son suyos, no nuestros (1 Pedro 5:3, 4; Hechos 20:28), pero Él «reparte» o los asigna a hermanos maduros para la supervisión y madurez. Estos hermanos darán cuenta a Jesús, el Príncipe de los Pastores, por cada discípulo. Jesús, en su oración, en el capítulo 17 de Juan, está rindiendo cuentas al Padre por los que El le había dado. En la vida de Jesús se manifiesta Su dependencia en el Espíritu Santo en el llamamiento y en el entrenamiento de Sus discípulos. Nunca fue agresivo ni dominante. La autoridad que ejerció fue en cooperación con la voluntad de ellos. Ellos estaban en libertad de irse en cualquier momento. Si el Señor no «da» el discípulo, éste jamás podrá ser enseñado.

Para poder hacer discípulos uno tiene que tener un amor como el de Jesús por Su rebaño. La verdad y la disciplina deben operar por amor. Esta clase de amor da la vida por las ovejas (Juan 10:11; 12:25; 15:13). Para hacer discípulos es necesario abandonar otras actividades, ambiciones, etc. El tiempo y los recursos que se requieren para hacer discípulos deben ser tan absolutos como el compromiso requerido para ser un discípulo. !No tome demasiados!

El que se propone obedecer el mandamiento del Señor se está ofreciendo a ser un siervo. Jesús sirvió literalmente a los discípulos de muchas maneras. Así fue como ellos aprendieron a ser siervos. El hacer discípulos no es una manera para convertirse en un gran personaje. Sólo el amor de Dios puede motivar a un cristiano maduro a humillarse ante el inmaduro y servir al siervo. La vida y las lecciones que ellos reciben serán pagadas por usted. Después de todo, alguien tuvo que pagar por cualquier cosa que usted haya recibido.

Trate a estos recién nacidos como a hermanitos y hermanitas de Jesús, entregados a su cuidado para que los alimente. Cuando El regrese, traerá Su recompensa, pero !ay del siervo que abuse de ellos cuando el Señor de la casa regrese! (Mateo 24: 45- 51 ).

Sin duda hay otros requisitos y estos que hemos dado no están necesariamente en orden de importancia, pero sí creemos que son esenciales.

Requisitos para ser un discípulo  

Hablando en términos generales, todos los verdaderos cristianos son discípulos del Señor. Sin embargo, el proceso práctico de haber sido discipulado por alguien no ha llegado a ser parte de la experiencia, aún cuando muchos de nosotros reclamemos haber sido «discipulados» por una variedad de cristianos maduros en el curso de nuestro desarrollo espiritual. En caso de que alguno se turbe con el pensamiento de ser discipulado «por un hombre», recomendamos leer 1 Corintios 4:14-17. En Hechos 19:9-10, Pablo se aparta de la sinagoga y se lleva los discípulos para enseñarles todos los días. Repetimos, los discípulos son del Señor, pero estos son formados por administradores de Su ministerio.

El discipulado práctico comienza con un compromiso. Debemos reconocer el hecho que no todos quieren ser discipulados. Algunos sí lo desean pero no están dispuestos a pagar el alto precio que se requiere. Dios no excluye a nadie del Reino. La gente misma se excluye cuando gastan sus vidas en lo que ellos creen es más importante.

Otros se echarán atrás porque estarán dispuestos a «someterse a Dios,» pero no «a los hombres». La Escritura nos enseña que el hombre es un rebelde. Cuando el Señorío de Cristo conquista la administración egoísta del hombre, el resultado manifiesto es un espíritu sumiso y manso (1 Corintios 11: 1-3; Efesios 5:22-32; 6 : 1-3; Filipenses 2:5-15; Colosenses 3:18-25; 1 Tesalonicenses 5:12-14; 1 Timoteo 3:4-5,12; Hebreos 13:7, 17). Una persona sumisa o mansa no es débil sino refrenada. Es interesante notar que en 1Pedro 5:5-6 la sujeción a los ancianos es igualada con la humillación bajo la poderosa mano de Dios.

La pregunta no es tanto si hemos de someternos sino dónde hacerlo. La decisión debe hacerse con mucha oración y ayuno. Posiblemente la respuesta venga con el reconocimiento de aquellos a quienes Dios ya ha usado para hacernos nacer de nuevo o para traernos a un mayor conocimiento espiritual. Su líder no será una persona perfecta. Los apóstoles nunca llegaron, ni dijeron haber llegado, a la perfección. Debe haber una convicción cuando y donde se haga, que Dios es quien lo ha guiado hasta ese punto y, por lo tanto, su relación con su líder es como con al Señor. La decisión debe estar marcada por la paz y la alegría. La relación de discípulo no es tirante ni se procura con maña. Su yugo es fácil y Su carga ligera – pero Su yugo es un yugo.

Debemos darnos cuenta que el que discipula debe estar tan convencido que esa es la voluntad de Dios, como quién sea discipulado. Quien se someta a un líder para entrenamiento no le está haciendo a él ningún favor, ni tampoco el líder a Dios. Un discípulo se convierte en el recipiente del favor y del amor que se le brinda, por lo tanto, debe estar deseoso de ser un siervo digno de ese favor. Ambos deben involucrarse con un mutuo entendimiento y como al Señor. El discipulado en la experiencia de Jesús no era nada vago.

Suponga que yo le pregunte: «¿Es usted casado?»

Y su respuesta fuese: «Creo que sí.»

Si usted está casado, usted ha hecho un pacto y por lo tanto es responsable delante de Dios por la otra persona. De igual manera si se es un discípulo (Hebreos 13:17). Debe ser una relación definida.

Los miembros de mi cuerpo físico no están unidos de un modo general, sino en particular. Así también el cuerpo de Cristo. Sabemos que estamos unidos a la Cabeza porque estamos unidos a un miembro. La vida fluye a través de las relaciones (1 Juan 1 :1-7). El espíritu independiente no es el Espíritu de Cristo. Mi consejo no es que se una a un rebaño. Muchos se unen a un grupo y no están dispuestos a sujetarse al pastor. El pastor es la puerta para el rebaño (Juan 10:7). El que desea la comunión de un rebaño sin comprometerse con su pastor, comete hurto espiritual… es tomar «algo por nada» (Juan 10: 1).

De nuevo permítaseme sugerirle que esté bien seguro de lo que hace antes de hacer un voto o comprometerse. «Unirse» y «ser unido» por el Señor son dos cosas distintas. Asegúrese que su relación ha sido ordenada por Dios.

El discipulado comienza con el compromiso y funciona negándose a sí mismo. En Mateo 16:24-25, Jesús fija el precio del discipulado -negarse a sí mismo. En Lucas 14:27-35 Jesús confronta a las multitudes con el costo y les advierte que hagan sus cálculos correctamente. No obstante, la historia ha probado que el costo no es más alto de lo que podamos pagar.

Negarse a sí mismo va más allá de la renuncia de posesiones. Las posesiones son sólo una extensión de sí mismo. Negarse significa la muerte virtual del ego, de estar seguro de sí mismo y muchas otras cosas que pensábamos que ya sabíamos. No existe una expresión moderna que pueda comunicar la idea de lo que significa tomar la cruz. La cruz no sólo era muerte – era una maldición. Los historiadores judíos no mencionan las crucifixiones. Jamás se hablaba de sus víctimas. Se les borraba de la mente pública con un desprecio impronunciable.

Si el discipulado ha de ser una cruz, entonces no es un medio para el engrandecimiento. Es un medio de morir. Allí fue Jesús por la voluntad de Dios y allí irán también Sus discípulos (Juan 12:23-27). La promoción es la prerrogativa del Padre (Salmo 75: 4-7). Nuestra entrega a Dios no es el medio de conseguir que se cumpla nuestra voluntad … significa la muerte a nuestra voluntad, para que la Suya y Su vida resuciten en nosotros. Jamás debemos de pensar en el discipulado, con su compromiso y la negación del yo, como un medio para recibir un «gran ministerio.» Estas cosas son el altar donde entregamos «nuestro» ministerio. Si verdaderamente confiamos en Dios, entonces podemos confiarle a aquellos a quienes El nos ha dado.

Cuando uno se niega a sí mismo en verdad, su confesión ha de ser: “no puedo manejar mi propia vida … ayúdame a ponerla bajo el gobierno de Jesucristo el Señor. Quiero ser un criado.”

El que no esté dispuesto a servir que no se le permita gobernar.

La negación del yo nos hará enseñables. Esta es una cualidad esencial para la madurez, Jesús mismo fue enseñable. El Padre le enseñó. En Juan 8: 28 Jesús dijo que él hablaba según el Padre le enseñó. (Vea Isaías 50:4). También dijo que si los que habían creído en El permanecieran en Su palabra (enseñanza), en verdad serían sus discípulos. Note que el discipulado es un compromiso más allá del simple hecho de creer en El. Significa entrar bajo Su disciplina para ser instruido. El conocimiento mayor de la verdad dependería del discipulado. Desarrollándose en la verdad los haría libres. No debemos de sacar a Juan 8:32 fuera de su contexto. El creer conduce al discipulado. Este conduce a la madurez y esta a la libertad. Si se le da libertad al inmaduro se le destruye. Nuestro niñito no está libre para jugar en la calle. Si él continúa bajo nuestra disciplina, madurará y conocerá la verdad acerca de la calle y estará libre para usarla.

Cuanto más enseñable se sea, más posible se hace el discipulado y más productivo.

Esta actitud nos llevará a la obediencia. El propósito de Dios no es teórico, sino práctico. «¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?» (Lucas 6:46).

Jesús probó a Sus discípulos con la obediencia práctica. Retó su confianza en El: «Pedro, ve al mar, echa el anzuelo, y toma el primer pez que salga; y cuando le abras la boca hallarás un estatero; tómalo y dáselo por ti y por mí» (Mateo 17:27).

¿Se imagina usted si Pedro tendría sus problemas? ¿Cuántas veces cree usted que él había encontrado dinero en la boca de un pez?

«¿Qué dijiste, Señor?» debió haber pensado.

De camino al mar, reflexionando como «pescador profesional», tal vez algún amigo se le acercara y le preguntara: «¿Para adónde vas, Pedro?»

«Pues … a caminar … » «¿Te acompaño?»

«No, me gustaría estar solo si no te importa … «

Y aunque Pedro no hubiera tenido problemas en buscar el dinero de los impuestos en la boca de un pescado … ¿qué de usted y de mí?

¿Se acuerda cuando Jesús le dijo a los discípulos que le trajeran el asno sin que ellos supieran de quién era, o cuando les mandó a que alimentaran a los cinco mil, o cuando les mandó a que siguieran al hombre que llevaba el cántaro de agua y que le pidieron prestada su casa? Jesús lo pudo haber hecho El mismo o de alguna manera más sencilla, pero él quiso involucrarlos en actos de obediencia.

A menudo se le dice a un discípulo que haga algo que no tiene ningún valor aparente, mas que la contribución que hace en su entrenamiento a obedecer.

Usted toma un palo y mira a su perro juguetón. Le enseña el palo y lo tira.

«¡Tráelo acá, Tigre!»

Pobre Tigre, seguramente piensa: «Si quería el palo, ¿porqué lo tiró?» ¿Por qué lo tiró? Lo hizo para enseñarle a obedecer. Algún día la obediencia le puede salvar la vida.

El propósito de un discípulo verdadero es hacer la voluntad de Cristo. Para eso es necesario que su propia voluntad sea quebrantada. Yo creo que acertamos en decir que nuestra «cruz» es donde Su voluntad y la nuestra se cruzan. La obediencia da muerte a nuestra voluntad y revela la voluntad de Dios.

El discípulo que ha hecho su compromiso, se ha negado a sí mismo, ha recibido enseñanza y obedecido bien, oirá decir un día: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre» (Juan 15: 15). Hay un tiempo cuando debemos obedecer como un siervo sin saber el «por qué». Entonces vendrá el día de reconocimiento cuando su líder dirá: «¡ahora estás listo!». Un discípulo verdadero no puede ministrar, o ser promovido, más allá del reconocimiento de su líder.

No hay satisfacción más plena que la de tener comunión con Jesús como amigos. Solamente El nos puede atraer a esa relación, y lo hace por medio de la disciplina.

En ocasiones hemos obedecido y hemos tenido éxito, como los discípulos en Mateo 10, entonces nos sentimos que hemos madurado y estamos listos para entrar en nuestro propio ministerio. Sólo el maestro sabe cuando un estudiante está listo. Es muy probable que el estudiante se sienta listo antes de tiempo. Espere el reconocimiento de su líder. Deje que él lo promueva. Cuando él sienta que usted está listo, como Jesús, empezará a darle su confianza.

Poco después de que Jesús llamara a los discípulos Sus amigos, se aprestó para soltar la responsabilidad sobre sus hombros.

«Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya; porque si no me voy, el Ayudador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré … Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá sólo lo que oye; y os revelará lo que habrá de venir» (Juan 16:7,13).

Jesús también los estaba soltando en manos del Padre y del ministerio subsecuente del Espíritu. Ellos se sintieron normalmente inseguros y temerosos durante esta transición. Pero el tiempo de su preparación se había cumplido. De pronto la responsabilidad comenzó a tomar un aspecto diferente. Cuando uno comienza a prepararse, el ministerio le parece muy atractivo. A la sombra de la cruz el presentimiento era otro. Este era un ejercicio de graduación de un nuevo tipo de discipulado. «¡Si el grano de trigo no cae en tierra y muere!» Extrañas palabras de alguien cuyo corto ministerio terrenal estaba llegando a la cumbre. Estaban a punto de cruzar las fronteras. Los griegos preguntaban por Jesús. Sin duda que alguien hubiera hecho una «cruzada» allí.

Pero en unos pocos días el cielo se había oscurecido y Jesús entregaba Su cuerpo, con las palmas abiertas – sin ofrecer resistencia. A Su Padre le dice: «No fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me besaban la barba; puse mi rostro como pedernal» (Isaías 50:5-7). Jesús entregó voluntariamente Su ministerio terrenal y Su vida para poderlos soltar sobre Sus discípulos. Esa es la verdadera libertad de ministerio. Pero si no se hubiera establecido previamente una disciplina firme ante la voluntad de Dios, todo hubiera sido en vano hasta este punto.

Puedo oír a Pablo despidiéndose de los discípulos que había hecho en Éfeso: «Ya no me volverán a ver… Les he enseñado todo lo que sé… Cuídense y cuiden el rebaño… el cual El compró con su propia sangre. !Ojo con los lobos. . . estén alertas! Recuerden que por tres años, de noche -y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas … Y ahora los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia … «

Entonces se arrodillaron y oraron todos juntos y empezaron a llorar desconsoladamente, abrazando y besando a Pablo.

Todo el proceso del discipulado está diseñado para el día de la liberación del ministerio. Un día la responsabilidad vendrá sobre el discípulo. Cualquiera puede dormirse en la iglesia o escuchar descuidadamente al maestro, si nunca espera lo que le están describiendo. Pero el que tiene por motivación hacer la voluntad de Dios, apreciará más tarde cada momento.

Resultados del discipulado  

La cruz de Jesús fue la prueba suprema para Sus discípulos. Primeramente, los resultados no eran aparentes. Sin embargo, todos menos uno, el traidor, se estabilizaron. Más tarde fueron investidos con el poder del Espíritu Santo y cambiaron el curso de la historia del mundo.

El discipulado no sólo introduce a los hombres en «algo», sino que pone «algo» dentro de ellos. La disciplina afirma y establece la vida y sus principios dentro de la misma naturaleza de la persona. De manera que ya no se puede escapar de las cosas sin escapar de uno mismo. Uno no puede negar en lo que se ha convertido. Aunque la crisis lo presione y quiera desviarse, estará entrenado para funcionar correctamente en esa hora.

El discipulado había madurado a esos once hombres. Eran mayores que los tres años y medio que habían estado con Jesús. Pescadores desconocidos e ineptos habían sido transformados en pilares de la verdad, rodeados por la controversia y el caos internacional. Las presiones indescriptibles del judaísmo y el gobierno romano, el fuego violento de la persecusión sólo sirvieron para pulir el oro, la plata y las piedras preciosas.

El discipulado no sólo había reproducido el ministerio de Jesús, sino que lo había multiplicado. Ahora en vez de uno había ciento veinte. . . y quién sabe cuántos más? De repente eran miles.

Jesús había distribuido su ministerio y su éxito. En vez de dejarse el ministerio para sí mismo, enseñó a hombres ordinarios a entrar en el extraordinario propósito y poder de Dios. En Juan 17 Jesús declara haberles dado la gloria que el Padre le había dado a El. El discipulado es un ministerio de dar. Nada testifica mejor de los motivos de un ministerio que su deseo de ser compartido bajo el nombre de otro.

El discipulado había dejado a los discípulos en una comunidad o confraternidad. La piedra del ángulo de la comunidad era el Señorío de Cristo. No podemos conocer el verdadero discipulado, la comunión ni la comunidad sin la voluntad para ser gobernados. En esa comunidad encontraron la protección y el sostenimiento. A la comunidad se llamaba «El Camino» (Hechos 9:12). Eran diferentes de aquellos que andaban por «su propio camino.» Este era un pueblo distinto, escogido de Dios para manifestar y caminar en Sus caminos. Eran la embajada del cielo en la tierra.

Yo creo que el cristianismo debe regresar a estos principios y creo que lo hará descubriendo de nuevo y practicando el discipulado del Nuevo Testamento. Entonces podremos cumplir con nuestra comisión: Id y haced discípulos.

Revista Vino Nuevo Vol 1-Nº 9