Autor Ern Baxter

¿De quien es la responsabilidad para mantenerse libre de engaño?

El engaño fue el vehículo que la serpiente usó para llevar el pecado a la raza humana, porque Eva, «siendo engañada completamente, cayó en transgresión» (1 Timoteo 2: 14). El engaño continúa siendo el mecanismo más efectivo de Satanás para impedir que los hombres conozcan y hagan la voluntad de Dios.

Engañar es «afirmar como cierto lo que se sabe que es falso» para inducir a la víctima a adoptar lo falso. Dicho simplemente en el Nuevo Testamento confirmará esta definición.

Nuestro Señor establece que Satanás es la fuente de la mentira y del engaño. En su diálogo con los judíos que se oponían a Su enseñanza, Jesús les dijo: «Sois de vuestro padre el diablo y queréis ejecutar los deseos de vuestro padre. El fue un asesino desde el principio, y no se basa en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla de lo que es natural en él, porque es un mentiroso y el padre de las mentiras» (Juan 8:44). El mo­tivo de Satanás en el principio fue el asesinato y el arma que usó fue la mentira y el engaño. Su motivo y su método siguen sin cambiar.

De acuerdo a Pablo, los agentes de Satanás también usan el método del engaño. Cuando algunos hombres hicieron el intento de dividir y destruir la Iglesia de Corinto, Pablo los describe como «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz. Por tanto, no es de sorprender que sus siervos también se disfracen como siervos de justicia; pero su fin será conforme a sus obras» (2 Corintios 11: 13-15).

Las Escrituras no sólo advierten contra el engaño de ministros falsos, sino también contra el engaño y la seducción demoníaca.

“Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios, mediante la hipocresía de mentirosos que tienen cauterizada la conciencia. (1 Timoteo 4:1,2).

Estos «espíritus engañadores,» dedicados a promulgar el error satánico, necesitan encontrar humanos dispuestos a través de los cuales puedan comunicar sus mentiras. A estos humanos se les describen en términos de hipócritas «mentirosos … que tienen cauterizada la conciencia.» Esto corresponde con las descripciones de apóstoles, profetas y maestros falsos que se dan en otras partes, especialmente en 2 Pedro 2 y Judas 4-16.

El considerable número y las características distintivas de estos propagadores del error diabólico era un asunto grave de incumbencia pastoral para nuestro Señor y Sus apóstoles, como lo envidencian las numerosas advertencias que hacían a su pueblo. En Mateo 24: 4-24, Jesús dice que se levantarán profetas falsos que mostrarán grandes señales y prodigios para engañar aún a los creyentes, Romanos 16: 17-18 describe a los causantes de disenciones y de tropiezos contra la enseñanza legítima, quienes engañan por medio de sus palabras suaves y lisonjeras, Efesios 4: 14 dice que no debemos ser como niños sacudidos de aquí para allá por todo viento de doctrina y artimañas engañosas, Tito 1:1 0-11 describe a estos hombres como rebeldes, habladores vanos y engañadores que trastornan a la gente con sus enseñanzas y lo hacen por sórdidas ganancias, 1 Juan 4: 1 nos llama a probar los espíritus y 2 Juan 7, nos dice por qué: «Pues muchos engañadores han salido al mundo, que no reconocen que Jesucristo ha venido en  carne.

De manera que la Biblia habla bien claro que una de las batallas principales para todo cristiano es contra los agentes que Satanás usa en sus intentos para engañarnos.

El engaño en la humanidad  

Antes de que profundicemos en este tema del engaño en el ámbito del cristianismo profesado, sería bueno observar que todos los que no han participado de la gracia de Dios están viviendo en el engaño. La persona que no ha «obedecido el Evangelio» ni se ha sometido al señorío de Cristo, lo sepa o no, está viviendo en el engaño espiritual y moral. Cuando nuestro Señor reprendió a los fariseos y a los escribas por su externalismo, apuntó que el engaño es una parte inherente en todo hombre: «Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos y las fornicaciones, los hurtos, los asesinatos, los adulterios, las avaricias y maldades, y los engaños, la sensualidad, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades de adentro salen y contaminan al hombre» (Marcos 21-23). En caso de que alguno quisiera argumentar con el veredicto de nuestro Señor, diciendo que no se aplica a él, Jeremías llegó a la misma conclusión – «Engañoso es el corazón más que todos las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá (entenderá)?» (Jeremías 17:9).

La naturaleza misma del engaño ciega a los engañados para que no reconozcan su verdadera condición. Pablo dice que los que rechazan a Dios están «llenos de engaño» (Romanos 1 :29). Cuando le escribe a Tito y describe cómo eran los cristianos antes de experimentar «la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor», dice además: «nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados (el orden es significativo), esclavos de deleites y placeres, viviendo en malicia y envidia, odiosos y odiándonos unos a otros» (Tito 3:3,4). El engaño es un elemento universal en la humanidad no regenerada.

El engaño de Adán y Eva  

La raza humana está relacionada con dos hombres, Adán y Cristo. Todos los hombres están «en Adán» o «en Cristo» (1 Corintios 15: 22). «El pecado entró en el mundo por medio de un hombre (Adán), y la muerte por el pecado, así la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron» (Romanos 5: 12).

La historia de la caída, aunque bien conocida de todos, es esencial para nuestro tópico. Satanás había precipitado la desobediencia de Adán engañando a Eva. Adán creyó la mentira de Satanás. Dios había dicho claramente: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás: porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2: 17). Contra esta declaración explícita de la verdad divina, Satanás presentó su mentira descaradamente: «No moriréis» (Gen. 3:4). Luego procedió a adornar su mentira asesina diciendo que el acto de desobediencia los haría «como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:5). La implicación era obvia. Asumirían una postura de autoridad, poder y majestad independientes de su Creador.

Lo que ellos no sabían era que la razón por la que Dios les había prohibido comer del fruto de este árbol en particular, era para protegerlos del conocimiento del bien y el mal. Adán no tuvo problemas con el mal mientras se mantuvo en obediencia a Dios. Vivía bajo la protección perpetua de Dios. El mal no lo podía atacar mientras se abstuviera de violar el único mandamiento que Dios le había impuesto. La prohibición de Dios había sido diseñada para su propio bienestar, pero Satanás logró convencer a Adán de que era un acto deliberado de Dios para impedirle que lograra alcanzar su verdadero destino.

El señuelo que Satanás usó en su engaño fue la implicación de que si se llega a tener «el conocimiento del bien y el mal» se adquiere la llave para ser «como Dios». Como todo engaño, contenía un elemento de verdad. (Después de la caída Dios dijo: «He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3: 22). Para Adán y para Eva, la seducción de la promesa de ser independientes y «como Dios» era demasiado atractiva para rehusarla. Se convirtieron en los primeros en descubrir las terribles consecuencias de creerle al «padre de la mentira».

Cuando hubieron comido de la fruta se encontraron que eran de todo menos «como Dios»; más bien, temblando bajo el dominio de una sensación nueva, extraña y terrible llamada «miedo», se encontraron «desnudos». «Entonces se cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales» (Génesis 3 :7). Este fue el primero de los intentos lastimosos del hombre para salvarse a sí mismo; manufacturaron su propia cobertura para reemplazar la que habían perdido y que Dios les había provisto durante su tiempo de obediencia a El. Ahora, escondidos «entre los árboles del huerto», esperaban la inevitable confrontación con Dios. Cuando Dios vino a buscar a estas Sus criaturas llenas de miedo y escondidas entre los árboles, se dirigió directamente a quien había delegado autoridad y dirección, y «Dios llamó al hombre.» La conversación que sigue revela que el veneno de la mentira y del engaño había contaminado ya la naturaleza Adámica, y Adán convertido en un cobarde y en un embustero como consecuencia de su desobediencia, mintió con respecto a su propia acción deliberada, tratando de echarle la culpa a Eva y hasta a Dios mismo. «La mujer que (Tú) me diste por compañera (ella) me dio del árbol, y yo comí» (Génesis 3:12). Cuando Dios se vuelve a la mujer la halla igualmente infectada con la espantosa enfermedad, pues trató de engañar a Dios echándole la culpa a la serpiente: » … la serpiente me engañó, y comí» (Gen. 3: 13).

Si es cierto que la infelicidad busca compañero, Satanás había aumentado por dos la hueste de su miserable compañía. Adán y Eva se convirtieron en víctimas de la misma ambición perversa y del orgullo que habían hecho caer previamente a Satanás de su posición de «querubín protector» delante del trono de Dios, recibiendo el juicio de Dios y la expulsión del cielo. Todo comenzó cuando dio a conocer su aspiración de ser como Dios: «Seré semejante al Altísimo» (Ezequiel 28: 1 1-19); Isaías 14:12-14). El mismo había hecho el intento y fracasado y persuadió a Adán y Eva para que los intentaran ellos, sabiendo que correrían su misma suerte y allí residía el gran engaño. No llegaron a ser «como Dios» igualmente que él jamás llegó a ser «semejante al Altísimo». Adán fue destronado de su señorío delegado so bre la tierra de la misma manera que Satanás había sido depuesto de su delegación como «querubín protector.»

La responsabilidad del hombre   

La Escritura revela claramente que desde su caída, la salvación del hombre de las terribles consecuencias del engaño, descansa en su renuncia a las mentiras de Satanás. Tiene que haber un regreso a la obediencia sumisa a «la verdad» según la revela la Palabra de Dios. Esta «verdad nos hace libres» para experimentar el perdón divino de nuestros pecados y revela la manera en la cual nuestras vidas se pueden estructurar para conquistar el pecado, resistir a Satanás, llegar a realizarse, servir a a sociedad, y sobre todo, glorificar a Dios.

La necesidad salvadora de rechazar la mentira de Satanás y de abrazar la verdad de Dios, la expresa Pablo clara y gráficamente en su descripción del juicio de Dios en los postreros días. Dice lo que ha de sucederle al más sobresaliente líder satánico de la rebelión diabólica en la tierra ya todos aquellos que han escogido seguirle. El lenguaje es significativo a la luz de todo lo que hemos dicho hasta ahora.

“Y entonces ese inicuo será revelado, a quién el Señor matará con el espíritu de su boca. Y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuya venida es de acuerdo a la actividad de Satanás, con todo poder, y señales, y prodigios mentirosos, (falsos), y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, porque no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios enviará sobre ellos una obra de error (influencia, actividad engañosa), para que crean la mentira (lo falso), a fin de que todos ellos sean juzgados, los que no creyeron la verdad sino que se complacieron en la maldad” (2 Tesalonicenses 2:8-12).

Los hombres serán juzgados por creer «la mentira» y no «la verdad.» Pablo hace directamente responsables por su condición a los mismos hombres que son engañados y perversos. «No recibieron el amor de la verdad para ser salvos.» Jesús dijo: «No queréis venir a mí para que podáis tener vida» (Juan 5 :40).

Cuando Dios confrontó a Adán y Eva con su pecado, El ignoró el intento de ambos de trasladar su culpa. El trató con cada uno según su acción individual, sin tomar en cuenta las influencias que pudieron precipitar sus decisiones personales. Cada cual fue juzgado por su propia conducta. Este es un principio de la justicia divina que enuncian las Escrituras.

“Yo os juzgaré, oh casa de Israel, a cada uno conforme a sus caminos” (Ezequiel 33:20).

Este mismo precepto se encuentra también en Mateo 12:36; Romanos 14: 12; 1 Pedro 1: 17; y Apocalipsis 20: 13. Todas estas referencias verifican que para Dios, el hombre es personalmente responsable de su propio engaño y de esa manera será juzgado.

¿Somos nosotros responsables?   

Aunque todos podríamos estar de acuerdo de un modo general en la justicia de este principio bíblico, la palabra es, sin embargo penetrante e inquietante. Básicamente, la pregunta que nos confronta es la siguiente: » ¿Vamos a ser hechos responsables cuando se nos engaña?» Todos podemos recordar ocasiones cuando sucumbimos al engaño de alguna forma u otra y lo tratamos como algo de lo que no éramos personalmente responsables. Lo atribuimos a la «actividad acelerada de los demonios en nuestros días» sacándolo de la categoría de pecado para así excusarnos. Sin embargo, eso nos habrá dejado en una condición de vulnerabilidad perpetua al engaño.

¿Será posible que el Espíritu Santo nos está llamando específicamente la atención a este asunto del engaño porque no hemos tomado una postura decidida al respecto, hasta descuidando tal vez la provisión que se nos ha dado para contrarrestarlo? No hacemos la pregunta para condenar, sino para señalar que hemos tenido y quizá todavía tengamos áreas de ignorancia e irresponsabilidad que sirvan como puertas abiertas para el engaño.

Todas las advertencias de la Biblia contra el engaño, presuponen que el hombre que camina en obediencia, está equipado y es responsable de reconocerlo y rechazarlo. Es un hecho que Dios no nos advertiría con relación al engaño si no fuésemos capaces de obedecer Su advertencia. Sugerimos que el engaño entra únicamente donde hay una apertura.

Cuando la hora de Su confrontación final con Satanás se acercaba, Jesús, conociendo lo que estaba delante de El, dijo las siguientes palabras significativas a Sus discípulos: «No hablaré mucho más con vosotros, porque viene el gobernante de este mundo, y él no tiene nada en mi; pero para que el mundo sepa que yo amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí» (Juan 14:30- 31). Satanás no tenía nada en nuestro Señor porque su relación era contínua a través de Su obediencia al Padre. Alguien ha sugerido el equivalente moderno de «no tiene nada en mí» en la expresión «no encuentra pista de aterrizaje en mí.» Jesús no había provisto lugar en Su vida donde Satanás pudiera descender para establecer una base de operaciones.

La Palabra de Dios revela claramente que nosotros somos responsables de igual manera para defendemos del engaño. Jesús advierte en Mateo 24:4: «Mirad que nadie os engañe.» 1 Juan 3:7 dice: «Hijitos míos, que nadie os engañe … » «No os dejéis engañar: ‘las malas compañías corrompen las buenas costumbres’ (1 Corintios 15:33); «Que nadie os engañe con palabras vanas … » (Efesios 5:6); «Que nadie os engañe en ninguna manera … » (2 Tesalonicenses 2:3); «Amados, hermanos míos; no os engañéis» (Santiago 1: 16).

Una prueba más de que los hombres son responsables por dejarse engañar es el hecho de que Dios los juzga por ello. Si el engaño no fuera reprensible, no estarían sujetos al castigo divino.

Como hemos visto en las Escrituras, todo hombre es responsable de sus propias acciones y el Señor hace a los hom bres responsables de defenderse del engaño. Es un principio del juicio divino. En el juicio final no se le permitirá al hombre que se excuse diciendo que «Satanás lo obligó a hacerlo,» o que «fue víctima del engaño.» El Edén proporciona un avance del principio inmutable de Dios. Aunque Adán hizo el intento de culpar a Eva por su acción y Eva a la serpiente, Dios juzgó a cada uno de ellos por su pecado individual.

La voluntad 

En vista de que somos responsables, la voluntad es el elemento más importante en nuestra lucha contra el engaño. Sin ser demasiado técnicos, digamos sencillamente que la voluntad humana es la habilidad de hacer las decisiones y las elecciones que determinan la conducta. Desde que el «pecado entró» en el mundo a través de Satanás, el hombre ha sido rodeado de fuerzas poderosas que lo retan con opciones. Dios con Sus demandas legítimas se enfrenta contra las fuerzas de Satanás y el pecado que presentan una contrademanda para destruir el alma.

Es en este punto cuando el hombre ejerce su voluntad para hacer la decisión más grande de su vida. «Oiré las buenas nuevas del amor de Dios y de Su deseo de perdonar mis pecados. Me volveré de la oscuridad del pecado y entraré en la luz de la justicia. Renunciaré a Satanás y a todas sus obras y me entregaré tan de lleno a Dios y a la justicia como lo hice con Satanás y el pecado. Recibiré con agradecimiento el perdón de Dios y formaré parte del pueblo de Dios, un miembro de la comunidad redimida.»

Pablo nos dice que todo el proceso de la salvación comienza creyendo la Palabra de Dios y declarando nuestra intención de someter toda nuestra vida sin reservas a la suprema autoridad de Jesucristo. «Si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). Con este acto de la voluntad, uno libera la voluntad y el poder de Dios como si estuvieran atados para operar en su vida, para ser soltado del dominio de Satanás y del pecado y para entrar en una nueva vida de justicia en Cristo. Este es el fundamento para la reestructuración de la vida en todas las áreas de su ser y expresión y el fundamento para resistir el engaño.

La voluntad de hacer su voluntad    

Después de que nos hacemos cristianos mediante la obediencia inicial a la Palabra de Dios por el «Sí de nuestra voluntad» en la experiencia de la conversión, debemos entender que desde este punto en adelante debemos seguir diciendo «Sí,» a todos los mandamientos de nuestro Señor. Pablo lo establece claramente: «De la manera que recibisteis a Cristo Jesús el Señor, así andad en El» (Colosenses 2:6).

A veces se hace tanto énfasis en «venir al Señor» que se descuida el «continuar en El». Los primeros discípulos tuvieron en verdad un «venir» dinámico, pero también se dice de ellos que «se dedicaban continuamente a las enseñanzas de los apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la oración» (Hechos 2:42). Esto concuerda con el patrón para el discipulado que enseñó nuestro Señor. «Si permanecéis (continuáis) en mi palabra, en verdad sois discípulos míos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31, 32).

El fracaso en la obediencia del mandamiento de «continuar» ha traído mucho dolor y engaño en las vidas cristianas. El «Sí» de nuestra conversión es solamente el principio de una vida de seguir diciendo «Sí» a todos los mandamientos de nuestro Señor Jesucristo. El requisito de Dios para continuar en su luz y dirección es la determinación de hacer Su voluntad. Hubo una gran controversia en los días del ministerio terrenal de nuestro Señor entre Sus oidores con respecto a Su autoridad y a la fuente de Su enseñanza, especialmente entre los judíos religiosos. Cuando oyó sus comentarios, «Jesús entonces respondió, y les dijo:

“Mi enseñanza no es mía, sino del que me envió.” Lo que dijo después necesita ser oído claramente por todos nosotros. «Si alguien quiere (decide) hacer la voluntad de Dios, sabrá si mi enseñanza es de Dios o si hablo de mí mismo» (Juan 7: 16, 17). No hay necesidad de incertidumbre o de ser engañados. Si nuestra voluntad está dispuesta para hacer Su voluntad, El revelará Su verdad y nos protegerá del engaño. La única salvaguardia contra la incursión del engaño y del pecado en la vida cristiana es una constante e ineqívoca «voluntad para hacer Su voluntad.»

Si no lo hacemos nos abrimos nosotros mismos al engaño. Los argumentos especiosos que desarrollamos para excusar nuestra conducta son un intento de tranquilizar las voces inquietantes del Espíritu y de la conciencia. «Demostrad ser hacedores de la palabra, y no solamente oidores que se engañan a si mismos» (Santiago 1 :22).

Una negativa en nuestra voluntad nos expone al pecado del engaño. Israel en el desierto «endureció su corazón» y no quiso «Oír su voz,» con la consecuencia trágica que el pueblo cayó en la idolatría y en la inmoralidad.

Finalmente, donde la voluntad no está entregada «para hacer la voluntad de Dios,» allí está el engaño de Satanás. Las epístolas de Pablo a los corintios fueron escritas para urgir a la iglesia en esa ciudad que renunciaran a su desobediencia y restablecieran la voluntad de practicar la justicia. Su defección había abierto la puerta a ministros falsos, porque no eran capaces de detectar el engaño. «Tengo temor,» escribió Pablo, no sea que así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestras mentes sean desviadas de la sencillez y pureza de la devoción a Cristo» (2 Corintios 11 :3).

Determinemos «hacer la voluntad de Dios.» Jesús, el «autor y consumador de nuestra fe» nos provee con el patrón de obediencia. «Por lo cual, cuando El entra al mundo dice: … He aquí, yo he venido para hacer tu voluntad» (Hebreos 10: 5,9). Aquí y sólo aquí se encuentra la protección contra el engaño y todas sus temibles consecuencias. Aquí es donde se encuentra la divina intención para nuestras vidas y el gozo exquisito que es nuestra Porción.

Revista Vino Nuevo Vol 1-Nº 11