Autor Watchman Nee

 

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A donde Dios nos llevaría con su trato en nosotros.

«Y estando Él en Betania sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume costoso de nardo puro, y rompió el vaso y lo derramó sobre la cabeza de ÉL .. Jesús dijo … en verdad os digo: Dondequiera que el evangelio se predique, en todo el mundo, se dirá también en memoria de esta mujer lo que ha hecho.» (Marcos 14:3,6,9).

En esta forma dispuso el Señor, que la historia de la manera en que fue ungido por María con ese ungüento costoso acompañara siempre la historia del Evangelio; que lo que María había hecho estuviera siempre unido con lo que el Señor había hecho. Esa es Su propia declaración. ¿,Qué pretende el Señor que entendamos con esto?

Creo que todos conocemos bien el relato de lo que María hizo. Por los detalles dados en el capítulo 12 de Juan, donde aparece este hecho casi inmediatamente después de la restauración de la vida de su hermano, nos podemos dar cuenta que la familia no era especialmente adinerada. Las hermanas hacían el trabajo de casa ellas mismas, porque se nos dice que en esta fiesta «Marta servía» (Juan 12:2 y Lucas 10:40). Sin duda cada centavo contaba. Sin embargo, una de las hermanas, María, teniendo entre sus tesoros un vaso de alabastro con ungüento de un valor equivalente a once meses de sueldo, lo gastó todo en el Señor. Los razonamientos humanos dijeron que esto era demasiado: que se estaba dando al Señor más de lo debido. Por eso Judas tomó la iniciativa y el resto de los discípulos le apoyaron, para declarar una queja general de que la acción de María era un desperdicio.

«Pero algunos se decían indignados entre sí: ¿,Con qué propósito se ha desperdiciado este perfume? Porque este perfume podía haberse vendido por más de trescientos denarios, * y el dinero haberse dado a los pobres. y la reprendían» (Marcos 14:4,5).

* El denario valía 18 centavos de plata; equivalente al salario de un día.

Estas palabras nos traen a lo que yo creo que el Señor quiere que consideremos, es decir, lo que está indicado en la palabrita «desperdicio».

¿,Qué es desperdicio? Desperdicio significa, entre otras cosas, dar más de lo necesario. Si unos centavos bastan y se da un peso, eso es desperdicio. Si bastan dos gramos y se da un kilogramo, eso es desperdicio. Si tres días son suficiente para terminar bien una tarea y se dedican cinco días o una semana para hacerla, eso es desperdicio. Desperdicio significa que se da demasiado por algo muy poco. Si alguien está recibiendo más de lo que se considera que vale, eso es desperdicio.

Pero recordemos que estamos tratando aquí de algo que el Señor dijo tendría que acompañar al Evangelio dondequiera que fuese llevado. ¿,Por qué? Porque Él dispone que la predicación del Evangelio dé los mismos resultados manifestados en la acción de María, es decir, que la gente venga a Él y se derroche sobre Él. Este es el resultado que busca.

Es necesario que veamos este asunto de derrocharse sobre el Señor, desde dos puntos de vista: el de Judas (Juan 12:4-6) y el de los otros discípulos (Mateo 26:8,9); para nuestro propósito los consideraremos paralelamente.

Todos los doce creyeron que era un desperdicio. Para Judas, por su puesto, que nunca había llamado a Jesús ‘Señor’, todo lo que se derramare sobre Él era un desperdicio. No sólo el ungüento le era desperdicio; aún si hubiese sido agua le hubiese parecido lo mismo. Aquí Judas representa al mundo. Según la estimación del mundo, el servicio del Señor y nuestra entrega a Él para tal servicio es un completo desperdicio. Él nunca ha sido amado, nunca ha tenido un lugar en los corazones del mundo, de manera que todo lo que se le da al Señor es un desperdicio. Muchos dicen: «[Tal y tal hombre podría ser de gran valor en el mundo si tan sólo no fuese cristiano!» Si un hombre tiene algún talento natural, o algún otro valor en los ojos del mundo, consideran que es una vergüenza que esté sirviendo al Señor. «¡Qué desperdicio de una vida útil!» dicen ellos.

Permítanme darles un ejemplo personal. En 1929 regresé de Shangai a mi pueblo natal de Fucheu.

Un día caminaba por la calle con un bastón, muy débil y quebrantado de salud, y me encontré con uno de mis antiguos profesores. Me llevó a un salón de té y allí nos sentamos. Me miró de la cabeza a los pies y de los pies a la cabeza y luego me dijo:

«Durante tus días de Universidad te teníamos en gran estima y pensábamos que llegarías a hacer algo grande. ¿,Pero quieres decirme que esto es todo lo que eres?» Me preguntó mirándome con ojos penetrantes. Debo confesar que al oírla mi primer deseo fue de estallar en llanto. Mi carrera, mi salud, todo se había esfumado y aquí estaba mi antiguo profesor de derecho preguntándome: «¿Estás todavía en esta condición, sin éxito, sin progresar, sin nada que mostrar?»

Pero en el próximo instante -y debo confesar que en toda mi vida era la primera vez- supe: en realidad lo que era tener el «Espíritu de gloria» descansando sobre mi. El pensamiento de poder derramar mi vida por mi Señor inundó mi alma de gloria. No era nada menos que el Espíritu de Gloria que estaba sobre mi. Pude levantar mis ojos y decir sin reservas: «Señor, ¡te alabo! ¡Esto es lo mejor que jamás pudiera haber hecho; es el camino correcto el que he escogido!» A mi profesor le parecía un desperdicio total servir al Señor; pero para eso es el Evangelio -para llevarnos a cada uno de nosotros a un verdadero aprecio de Su valor.

Judas sintió que era un desperdicio. «Podríamos hacer más con el dinero usándolo en otra forma. Hay mucha gente pobre. ¿Por qué no darlo a la caridad, hacer algún servicio social para su bien y ayudar de una manera práctica? “¿Por qué derramarlo a los pies de Jesús?» (Vea Juan 12:4-6) Esa es siempre la manera de razonar del mundo. «¡¿No puedes acaso encontrar mejor empleo para tu vida? !¿No puedes hacer algo mejor? ¡ Es llevar las cosas demasiado lejos entregarte totalmente al Señor!»

Pero si el Señor es digno, entonces ¿cómo puede ser un desperdicio? El es digno de ser servido. Es digno que sea Su cautivo. El es digno de que yo viva sólo para El. ¡El es digno! Lo que el mundo diga no tiene ninguna importancia. El Señor dice: «Dejadla». De modo que no tenemos por qué preocuparnos. Que digan los hombres lo que quieran, nosotros permaneceremos firmes en lo que dijo el Señor: «Buena obra ha hecho conmigo. Toda obra verdadera no se hace para los pobres; toda obra verdadera se hace para Mi.» Una vez que nuestros ojos se abren al valor verdadero de nuestro Señor Jesús, nada es demasiado bueno para El.

Pero no quiero permanecer mucho tiempo con Judas. Veamos cuál era la actitud de los otros discípulos, por cuanto la reacción de ellos nos afecta aún más que la de Judas. No nos importa tanto lo que el mundo diga: podemos soportarlo, pero si nos concierne lo que dicen los otros cristianos que deberían de tener mejor entendimiento. Sin embargo, nos encontramos que ellos dijeron lo mismo que Judas; y no sólo lo dijeron sino que estaban muy perturbados e indignados. «Pero al ver esto, los discípulos se indignaron y dijeron: ¡¿Para qué este derroche? Este perfume pudo haberse vendido a un precio elevado, y el dinero dado a los pobres» (Mateo 26:8,9).

Por supuesto, que sabemos que la mentalidad es muy común entre los cristianos que dicen: «Consigue todo lo que puedas al menor precio posible.» Pero aquí no se trata de eso, sino de algo más profundo. Permítanme una ilustración. ¡¿Te ha dicho alguien que estás desperdiciando tu vida sentándote en quietud sin hacer mucho? Dicen: «El debería estar ocupado en este o en aquel trabajo. Podría ser usado para servir a este o aquél grupo de personas. ¡¿Por qué no es más activo?» -y al hablar así piensan únicamente en la utilidad. Todo debe usarse según su entendimiento.

Hay algunos que se han preocupado por algunos siervos preciosos del Señor, porque aparentemente no están haciendo lo suficiente. Podrían hacer mucho más, piensan ellos, si lograran entrar en ciertos círculos y gozar de mayor aceptación y prominencia. Entonces podrían ser usados mayormente. Ya he hablado de una hermana a quien conocí por mucho tiempo y quien, yo pienso, es la persona que más me ha ayudado. El Señor la usó de una manera muy definida durante los años en que estuvimos asociados con ella, aunque para algunos de nosotros en ese tiempo no era tan aparente. Mi preocupación constante era que «¡ella no estaba siendo usada!» Constantemente me estaba diciendo a mi mismo: «¿Por qué no sale a algún lado, a tomar reuniones, a hacer algo?¡Es un desperdicio que viva en esa aldea tan pequeña sin que nada suceda!» Algunas veces cuando la visitaba casi le gritaba. Le decía: «Nadie conoce al Señor como tú. Conoces el Libro en una forma viva. ¡¿Es que no ves las necesidades que hay? ¿Por qué no haces algo? ¡Es un desperdicio de tiempo, dinero, energías de todo, el sentarte aquí sin hacer nada!»

Pero, hermanos, eso no es lo principal para el Señor. En verdad, Él quiere usarnos. Dios no permita que yo predique la inactividad, o busque justificar una actitud complaciente frente a la necesidad del mundo. Como Jesús Mismo dice, «el evangelio será predicado en todo el mundo.» Pero esto es un asunto de énfasis. Recordándolo hoy, me doy cuenta de qué manera tan grande el Señor estaba usando a aquella preciosa hermana al hablarnos a varios de nosotros jóvenes que estábamos en ese tiempo en Su escuela de entrenamiento para este mismo trabajo del Evangelio. No puedo dar gracias a Dios lo suficiente por ella y por la influencia de su vida sobre mi.

¡¿Cuál es, pues, el secreto? Claramente es esto, que al aprobar la acción de María en Betania, el Señor Jesús estaba estableciendo una cosa como base de todo nuestro servicio: que tenemos que derramar todo lo que tenemos, nuestro mismo ser, para El; y si eso fuese todo lo que El permite que hagamos, eso será suficiente. No se trata, en primer lugar, de que se ayude a los pobres. Eso viene después. La primera pregunta es: ¡¿Ha sido satisfecho el Señor?

Hay muchas reuniones que podríamos aceptar, muchas convenciones en las que podríamos ministrar, muchas campañas evangelísticas en las que podríamos ayudar. No es que no seamos capaces de hacerlo. Podríamos trabajar y ser muy usados; pero al Señor no le concierne tanto nuestra constante actividad en Su obra. Ese no es Su primer objetivo.

El servicio al Señor no se mide por los resultados tangibles. No, amigo mío, el interés primordial del Señor tiene que ver con nuestra posición a Sus pies y nuestra unción de Su cabeza. Cualquier cosa que sea que tengamos como «vaso de alabastro»: la cosa más preciosa en el mundo para nosotros, lo más querido -el fluir nuestro de una ‘vida que es producida por la Cruz misma- rendimos todo eso al Señor. Para algunos, aún para aquellos que deberían comprender, parece un derroche, pero es lo que el Señor está buscando sobre todas las cosas. A menudo este darse a El se manifestará en servicio incansable, pero El se reserva el derecho de suspender el servicio por un tiempo, a fin de mostrarnos si es eso o El Mismo lo que nos sostiene.

SIRVIENDO PARA SU SATISFACCION

«Dondequiera que el evangelio se predique, se dirá también en memoria de esta mujer lo que ha hecho» (Marcos 14:9).

¡¿Por qué dijo el Señor esto? Porque el Evangelio presupone producir esto. Esto es su meta. El evangelio no es sólo para satisfacción a los pecadores. A Dios gracias los pecadores [serán satisfechos! pero podríamos decir que su satisfacción es un bendito atributo del Evangelio pero en modo alguno su meta principal. En primer lugar. el Evangelio se predica para que El Señor sea satisfecho.

Observo que ponemos demasiado énfasis sobre los beneficios de los pecadores y que no hemos apreciado en su verdadero valor lo que el Señor tiene por meta. Hemos pensado cómo estaría el pecador si no hubiera Evangelio, pero ésta no es la consideración principal ¡Bendito sea Dios! el pecador recibe su parte, sí. Dios suple su necesidad y le colma de bendiciones; pero eso no es lo más importante. La prioridad es: todo debe redundar en la satisfacción del Hijo de Dios. Sólo cuando El sea satisfecho seremos satisfechos nosotros y otros pecadores. Todavía no he conocido a alguna persona que habiéndose propuesto satisfacer al Señor no haya quedado satisfecha. Es imposible. Nuestra satisfacción viene en forma infalible cuando le satisfacemos a El primero.

Sin embargo, tenemos que recordar que El jamás será satisfecho hasta que nos «desperdiciemos» para El. ¡¿Alguna vez has dado demasiado al Señor? Déjame decirte algo. Algunos hemos aprendido la siguiente lección: que en el servicio del Señor, el principio del derroche es el principio del poder. El principio que determina utilidad es el mismo principio de desparramar. En las manos de Dios, la verdadera utilidad se mide en términos del desperdicio. Cuanto más piensas en lo que haces y, cuanto más empleas tus dones para lograrlo, en grado superlativo (y algunos superan ese grado), tanto más descubres que están aplicando el principio del mundo y no el del Señor. Los principios de Dios con nosotros están proyectados para establecer en nosotros este otro principio, es decir, que nuestro trabajo para El nace de nuestro servicio a El. No estoy tratando de decir que debamos ser ociosos; pero lo primordial para nosotros debe ser el Señor mismo, no su obra.

Debemos pensar en cosas prácticas. Seguramente vas a decir: «He renunciado a una posición; he abandonado un ministerio; he despreciado ciertas posibilidades prometedoras para el futuro a fin de poder seguir con el Señor en esta forma. Ahora procuro servirle a El. A veces parece que el Señor responde y otras me hace esperar la respuesta. En ciertas oportunidades me utiliza y a veces parece que me deja a un lado. Cuando esto ocurre, me comparo con otro que está en una empresa grande. El también tuvo un brillante porvenir pero no renunció a él. Sigue adelante y sirve al Señor también. Logra ver almas convertidas y el Señor bendice su ministerio. Tiene éxito –no quiero decir material, sino espiritual– y a veces pienso que parece más cristiano que yo, ¡tan feliz, tan satisfecho! Después de todo, ¡¿qué gano con esto? El lo pasa bien: a mí me va mal. El nunca ha tomado este camino y, sin embargo, tiene eso que los cristianos llamamos abundancia espiritual; mientras que yo participo de toda suerte de complicaciones. ¡¿Qué significa todo esto?! ¡¿Estaré malgastando mi vida? ¡¿De veras, habré dado demasiado?

De manera que aquí está tu problema. Sientes que si imitaras los pasos de tu hermano –si lograras consagrar lo necesario para la bendición, pero no tanto como para la tribulación; suficiente para que el Señor te usara, pero no tanto como para que te confinara– que entonces todo estaría bien. Pero, ¡¿realmente estaría bien? Tú bien sabes que no.

¡Deja de mirar al otro! Mira a tu Señor y pregúntate de nuevo qué es lo que El valora más. El desea que seamos gobernados por el principio del desperdicio. «Ella ha hecho esto para Mí –el Hijo de Dios siente verdadera satisfacción cuando estamos, como diría la gente, «desperdiciándonos» para El. Parecería que estamos prodigando sin recibir nada en cambio –y allí está el secreto de complacer a Dios.

Amigos, ¡¿qué estamos buscando? ¡¿Buscamos utilidad como aquellos discípulos? Deseaban valorar al máximo cada uno de los trescientos denarios. Ellos calcularon su evidente «utilidad» a Dios en términos que podían medirse y registrarse. El Señor quiere oírnos decir: «Señor, eso no tiene importancia para mí; con tal que Te complazca, es suficiente.»

UNGIENDOLE  DE  ANTEMANO

«Dejadla;  ¿por qué la molestáis?

Buena obra ha hecho conmigo. Porque a los pobres siempre los tenéis con vosotros; y les podéis hacer bien cuando queréis; pero a mi no siempre me tenéis. Ella ha hecho lo que podía; con anticipación ha ungido mi cuerpo para la sepultura.» (Marcos 14:6-8).

En estos versículos, el Señor introduce el factor tiempo con la palabra «anticipado» y esto es algo que se puede aplicar hoy día pues es ahora tan importante para nosotros como lo fue para ella. Sabemos que en el futuro seremos llamados a una obra más grande, no a la inactividad. «Bien hecho, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:21 y compare Mateo 24:47 y Lucas 19: 17). Sí, habrá mayor trabajo; porque el trabajo de la casa de Dios continuará, como en aquellos días, el cuidado de los pobres seguía. Los pobres siempre estarían con ellos, pero ellos no tendrían siempre al Señor. Había algo, que el derramamiento del ungüento representaba, de modo que María tenía que hacer por anticipado o nunca más tendría otra oportunidad. Creo que en aquel día, amaremos al Señor como nunca antes lo hayamos hecho, pero será más bendito para los que hayan derramado todo su ser al Señor hoy. Al verle cara a cara, confío en que todos quebraremos el vaso para derramar todo para El. Pero hoy, ¡¿qué estamos haciendo hoy?

Días después de que María quebrara el vaso de alabastro y vertiera el ungüento sobre la cabeza de Jesús, varias mujeres fueron muy de mañana para ungir el cuerpo del Señor. ¡¿Lo hicieron? ¡¿Lograron su propósito en aquel primer día de la semana? No, solo una persona logró ungir al Señor y esa fue María, la que le había ungido de antemano. Las otras nunca pudieron hacerlo porque El ya había resucitado. Subrayo el hecho de que en forma parecida, el «cuando» tiene gran importancia para nosotros y la mayor pregunta para nosotros es: ¿qué estoy haciendo hoy para el Señor?

¡¿Están abiertos nuestros ojos para ver cuán precioso es el Señor a quien servimos? ¡¿Hemos llegado a comprender que sólo lo más preciado, lo más costoso, lo más precioso le corresponde a El? ¡¿Hemos comprendido que el trabajo para los pobres, para beneficio del mundo, para las almas de los hombres y para el bien eterno del pecador –todas estas cosas tan valiosas y necesarias-­ son correctas sólo cuando están en su debido lugar? En sí mismas, como cosas independientes, no son comparables con el trabajo hecho al Señor.

El Señor tiene que abrir nuestros ojos para apreciar todo Su valor. Si hay una obra de arte valiosísima en el mundo y yo pago el precio elevado que se pide por ella, sea cien mil, un millón o diez millones de pesos, ¿puede alguien decir que es un desperdicio? La idea del desperdicio sólo toma cuerpo en nuestra vida cristiana cuando subestimamos al Señor. Todo el problema puede reducirse a esto: ¡¿Hallamos que El es precioso aquí y ahora? Si no le estimamos mucho, entonces cualquier cosa que le diéramos, aún la más insignificante, nos parecería un derroche. Pero cuando El realmente nos es precioso, nada será demasiado bueno, nada demasiado costoso para El: todo lo que tengamos, el más amado y más preciado tesoro, lo derramaremos sobre El, sin avergonzarnos jamás de haberlo hecho.

El Señor dijo de María: «Ella ha hecho lo que podía». ¡¿Qué significa esto? Quiere decir que había dado su todo. No había guardado nada para el futuro. Había vertido todo lo que tenía sobre El y, sin embargo, en la mañana de la resurrección no tenía por qué lamentar su extravagancia. Y el Señor no quedará satisfecho hasta que nosotros no hayamos hecho «lo que podíamos». Con esto no quiero aludir el gasto de nuestros esfuerzos y energías para hacer algo por El, eso no viene al caso. Lo que el Señor Jesús busca en nosotros es una vida puesta a sus pies y esto en vista de Su muerte, sepultura y del día futuro. Su sepultura se vislumbraba ese día en el hogar en Betania. Hoy día es su coronación lo que se tiene en vista, el día cuando El será aclamado en gloria como el Ungido, el Cristo de Dios. Sí, entonces le daremos nuestro todo. Pero el Señor apreciaría, todavía más, que le ungiéramos ahora, no con algún aceite material sino con algo costoso, dado de todo corazón.

No tiene cabida aquí lo que es simplemente externo y superficial. Ya ha sido tratado por la Cruz y hemos aprobado el juicio de Dios sobre ello, hemos aprendido en la experiencia el ser podados. Lo que Dios demanda de nosotros ahora se representa con ese vaso de alabastro: algo sacado de lo profundo, algo trabajado y pulido, algo que, por ser tan verdaderamente del Señor lo apreciamos como María apreciaba aquel vaso; no querríamos y no nos atreveríamos a quebrar. Surge ahora del corazón, de lo más profundo de nuestro ser; venimos al Señor con ello y, al quebrarlo y derramarlo, decimos: «Señor, aquí está. ¡Es todo tuyo porque Tú eres digno!» –y el Señor ha obtenido lo que deseaba. ¡Ojalá que El reciba este unguento de nosotros hoy!

La Vida Cristiana Normal de Watchman Nee. Copyright Angus 1. Kinnear. Victory Press, Bourne­ mouth, and Christian Literature Crusade, Fort Washington, Pa. 1961. Usado con permiso. Reproducido de la revista V.N. Vol 1. 1975