Autor Derek Prince

«Vosotros sois la sal de la tierra . . .» (Mateo 5: 13).  La presencia del Cristiano hace la diferencia. 

Jesús habla a sus discípulos y a todos nosotros si reconocemos la autoridad de Su enseñanza. Compara nuestra función sobre la tierra con la sal. El significado se aclara cuando consideramos dos de los usos más comunes de la sal en relación con los alimentos.

La sal da sabor   

En primer lugar, la sal da sabor. El alimento que por sí mismo no es apetitoso se vuelve sabroso y aceptable cuando se sasona con sal. Job 6:6 lo dice en forma de pregunta retórica: «¿Se comerá lo desabrido sin sal? Es la presencia de la sal la que hace la diferencia, permitiéndonos disfrutar del alimento que de otra manera hubiéramos rehusado comer.

Nuestra función como cristianos es dar sabor a la tierra. El que disfruta de este sabor es Dios. Nuestra presencia hace que la tierra sea aceptable para Dios. Sin nosotros, la tierra no tendría nada aceptable para Dios. Pero porque estamos aquí, Dios continúa tratando con la tierra con gracia y misericordia en vez de con ira y juicio. Nuestra presencia hace la diferencia.

Este principio se ilustra vívidamente en el relato de la intercesión de Abraham a favor de Sodoma (Génesis 18:16-33). El Señor le dice a Abraham que va camino a Sodoma para ver si la maldad de esa ciudad ha llegado hasta el punto donde el juicio ya no se puede detener. Abraham camina con el Señor en dirección a Sodoma y razona con El en cuanto a los principios de Su juicio.

Primero Abraham establece un principio que es la base de toda la conversación que sigue: Jamás ha sido la voluntad de Dios que el juicio debido a los impíos caiga sobre los justos. «¿Destruirás también al justo con el impío?» (V.23) pregunta Abraham. «Lejos de tí el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?» (v. 25).

Queda bien claro por la conversación que sigue que el Señor acepta el principio declarado por Abraham. ¡Qué importante es que todos los cristianos comprendan esto! Si hemos sido justificados por la fe en Jesucristo y si estamos viviendo de tal manera que nuestras vidas expresen nuestra fe, entonces jamás será la voluntad de Dios incluirnos en el juicio que El trae sobre los impíos.

Desafortunadamente, los cristianos muchas veces no entienden esto porque no logran distinguir entre dos situaciones que externamente pudieran parecer similares, pero que en verdad son completamente diferentes en naturaleza y causa. Por una parte existe la persecución por causa de la justicia. Por otra parte está el juicio de Dios sobre los impíos. La diferencia entre estas dos situaciones está establecida en el contraste de las dos declaraciones que siguen: La persecución viene de los impíos sobre los justos: el juicio viene de Dios, quien es justo, sobre los impíos. De modo que la persecución por causa de la justicia y el juicio por la maldad son totalmente opuestos entre sí en su origen, propósito y resultado.

La Biblia advierte claramente que los cristianos sufrirán persecución. En el Sermón del Monte Jesús dice a Sus discípulos: «Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os ultrajen y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí» (Mateo 5: 10-11). Pablo escribe de la misma manera a Timoteo: «Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos» (2 Tim. 3: 12). Por lo tanto, los cristianos tienen que estar preparados para sufrir persecución por su fe y por su manera de vivir contando esto como un privilegio.

Por la misma razón los cristianos jamás deberán ser incluidos en el juicio de Dios sobre los malos. La Biblia declara repetidamente este principio. En 1 Corintios 11 :32 Pablo escribe a los creyentes diciendo: «Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo.» Esto demuestra que existe una diferencia entre el trato de Dios con los creyentes y Su trato con el mundo. Como cristianos podemos esperar la corrección de Dios. Si nos sometemos a su castigo y ordenamos nuestras vidas, entonces no estaremos expuestos al juicio que viene sobre los incrédulos o sobre el mundo en general. El propósito mismo del castigo de Dios sobre nosotros como creyentes es para evitarnos tener que sufrir Su Juicio sobre los incrédulos.

En el Salmo 91:7-8 esta promesa es dada a todo creyente: «Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará. Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos.» Aquí se ve de nuevo el principio. Cualquiera sea el juicio que venga como «recompensa de los impíos» (lo que el impío se merece con justicia) no debería caer sobre los justos. No importa si Dios hiriese al impío por todos lados, el justo en medio de todo no será tocado.

En los capítulos 7 hasta el 12 de Éxodo leemos que Dios trajo diez juicios cada uno más severo que el anterior sobre los egipcios porque no es­cucharon la palabra de Moisés y Aarón Sus profetas. En medio de todo esto, el pueblo de Dios, Israel, habitó sin ser tocado por ninguno de los diez juicios. Éxodo 11:7 nos dice gráficamente la razón: «Pero contra todos los hijos de Israel, desde el hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas.» El juicio no cayó sobre Israel porque el Señor «hizo diferencia» entre Su propio pueblo y Egipto. ¡Hasta los perros de Egipto tuvieron que reconocer esta diferencia! ‘La diferencia es válida hasta el día de hoy.

Continuando su conversación con el Señor concerniente a Sodoma, Abraham hace el intento de fijar el número más bajo de personas justas necesarias para detener el juicio sobre toda la ciudad. Comienza con cincuenta. Entonces con una admirable combinación de reverencia y perseverancia, reduce el número hasta diez. Finalmente, el Señor asegura a Abraham que si encuentra sólo diez personas justas en Sodoma, perdonará a toda la ciudad por amor a ellos.

¿Cuántos habitantes tenía Sodoma? Sería difícil llegar a un número exacto. Sin embargo, existen datos de ciertas otras ciudades antiguas de Palestina que proveen un criterio comparativo. En el tiempo de Abraham, los muros de Jericó encerraban una área de aproximadamente 3 y 1/4 Hectáreas. Es­ to proveería un espacio habitable para un mínimo de cinco mil personas y un máximo de diez mil. Pero Jericó no era una ciudad grande ni aún en ese entonces. La ciudad más grande en esos días era Hazor con un espacio de 71 Hectáreas y su población es estimada entre cuarenta y cincuenta mil personas. Más adelante en el período de Josué, leemos que Ahí tenía doce mil personas (Josué 8 :25). La Biblia parece indicar que So doma era en su tiempo una ciudad de mayor importancia que Ahí.

Tomando en cuenta estas otras ciudades podemos decir que la población de Sodoma en los días de Abraham no era menos de diez mil. Dios le aseguró a Abraham que diez personas justas con su sola presencia podían preservar a una ciudad de por lo menos diez mil habitantes. El promedio es de uno por mil. La proporción es la misma de «uno entre mil» que leemos en Eclesiastés 7 :28. El pasaje sugiere que el «uno» es una persona de justicia ejemplar mientras que el resto está muy por debajo de la medida de Dios.

Es muy sencillo extender indefinidamente esta proporción. La presencia de diez personas justas puede preservar a una comunidad de diez mil. La presencia de cien personas justas puede preservar a una comunidad de cien mil. La presencia de mil personas justas puede preservar a una comunidad de un millón. ¿Cuántas personas justas se necesitan para preservar a una nación tan grande como los Estados Unidos con una población estimada en 210.000,000? Como 210,000 personas.

Estos datos son evocativos. ¿Nos estará dando las Escrituras algún fundamento para creer que, por ejemplo, un cuarto de millón de personas realmente justas, diseminadas como granos de sal a través de los Estados Unidos, serían suficientes para detener el juicio de Dios sobre la nación entera y asegurar la continuación de Su gracia y misericordia? Sería absurdo pensar que este cálculo es exacto. Sin embargo, la Biblia establece definitivamente el principio general que la presencia de creyentes justos es un factor decisivo en el trato de Dios con una comunidad.

Para ilustrar este principio Jesús usa la metáfora de la «sal». En 2 Corintios 5 :20 Pablo usa una metáfora diferente para demostrar la misma verdad. El dice: «Somos embajadores de parte de Cristo.» ¿Qué significa ser embajador? Un embajador es una persona que es enviada en capacidad oficial por el gobierno de una nación para que la represente en el territorio de otra nación. Su autoridad no se mide por su propia habilidad personal, sino en proporción directa a la autoridad del gobierno que representa.

Pablo especifica en Filipenses 3 :20 el gobierno que como cristianos representamos: «Nuestra ciudadanía está en los cielos.» De manera que nuestra posición sobre la tierra es la de embajadores representando el gobierno del cielo. No tenemos ninguna autoridad de actuar por cuenta nuestra, pero mientras tengamos el cuidado de obedecer la dirección de nuestro gobierno, la totalidad del poder y de la autoridad del cielo respaldan cada palabra que hablamos y cada movimiento que hacemos.

Antes que un gobierno declare la guerra a otro, su acción usual de advertencia final es la de retirar a sus embajadores. Mientras permanecemos en la tierra como embajadores del cielo, nuestra presencia garantiza la continuidad de la clemencia y misericordia de Dios con la tierra. Pero cuando los embajadores del cielo son retirados, no habrá nada entonces que detenga el derramamiento total de la ira divina y del juicio sobre la tierra.

Esto nos lleva a un segundo efecto de la presencia de los cristianos como «la sal de la tierra.»

La sal refrena la corrupción  

Una segunda función de la sal en relación con los alimentos es que refrena el proceso de corrupción. Antes de los días de la refrigeración artificial, los marineros que llevaban carne en sus viajes largos, usaban la sal como preservante. El proceso de corrupción ya estaba operando aún antes de que la carne fuese salada. La sal no eliminaba la corrupción, pero la contenía mientras duraba el viaje, permitiendo que los marineros continuaran comiéndola mucho después de que se hubiera vuelto inservible sin sal.

Nuestra presencia sobre la tierra como discípulos de Cristo opera como la sal en la carne. El proceso de corrupción del pecado ya está operando. Lo vemos manifestado en todas las áreas de actividad humana – moral, religiosa, social, política. No podemos eliminar la corrupción que existe ya, pero la podemos detener lo suficientemente para que Sus propósitos de gracia y misericordia sean completamente realizados. Entonces, cuando nuestra influencia ya no se haga sentir, la corrupción llegará a su clímax y el resultado será la degradación total.

Esta ilustración del poder de la sal de refrenar la corrupción explica la enseñanza de Pablo en 2 Tesalonicenses 2:3-12. Pablo advierte que la maldad humana llegará a su clímax en la persona de un gobernador mundial con poder sobrenatural y dirigido por el mismo Satanás. Pablo lo llama «el hombre de pecado» (más literalmente «el hombre sin ley») y «el hijo de perdición» (vs. 3). En 1 Juan 2:18 se le llama el «anticristo» y en Apocalipsis 13:4 «la bestia.» Este gobernador se proclamará ser Dios y demandará la adoración universal.

La aparición de este gobernante satánico es inevitable. Pablo dice con certeza: «Entonces ese inicuo (pecador o sin ley) será revelado … » (2 Tes. 2:8). Pablo también dice en el mismo versículo que el verdadero Cristo será quien administre el juicio final sobre este falso Cristo – «a quien el Señor matará con el espíritu (soplo) de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida.»

Desafortunadamente algunos predicadores han usado esta enseñanza sobre el anticristo para infundir en los cristianos una actitud de pasividad y fatalismo. «El anticristo viene», dicen ellos. «Las cosas se ponen peor cada día. No hay nada que podamos hacer.» El resultado ha sido demasiado a menudo que los cristianos se han sentado a mirar con brazos cruzados y desaliento religioso la desolación desenfrenada causada por Satanás alrededor suyo.

Esta actitud de pasividad y fatalismo es tanto trágica como anti bíblica. Es cierto que el anticristo aparecerá eventualmente. Pero está muy lejos de la verdad que no haya nada que se pueda hacer con respecto a él entretanto. En este mismo momento hay una fuerza en operación en el mundo que reta, resiste y restringe al espíritu del anticristo. La obra de esta fuerza está descrita por Pablo en 2 Tesalonicenses 2:6-7. Una traducción libre podría leer de la siguiente manera: «Y ahora sabéis lo que lo detiene hasta que sea revelado en su tiempo. Porque el poder secreto de lo que no tiene ley ya está en acción: sólo que aquel que por ahora  lo detiene, lo seguirá haciendo hasta que él mismo sea quitado de en medio.»

Este poder que ahora detiene la manifestación final y total del anticristo, es la presencia personal del Espíritu Santo dentro de la Iglesia. Esto se hace evidente cuando seguimos la re­velación que presentan las Escrituras con respecto a la Persona y obra del Espíritu Santo. En el mismo comienzo de la Biblia, en Génesis 1:2 se nos dice que «el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.» Desde entonces a través del Antiguo Testamento hay frecuentes referencias de la actividad del Espíritu Santo en la tierra. Sin embargo, al finalizar Su ministerio terrenal, Jesús prometió a Sus discípulos que el Espíritu Santo vendría pronto sobre ellos en una manera nueva, diferente de lo que había ocurrido en la tierra hasta entonces.

En Juan 14:16-17 Jesús da la siguiente promesa: «Y yo rogaré al Padre, y El os dará otro Ayudador para que esté con vosotros para siempre; es decir, el Espíritu de verdad (un título del Espíritu Santo), a quien el mundo no puede recibir, porque ni le ve ni le conoce, pero vosotros sí le conocéis porque vive con vosotros y estará en vosotros. Podernos hacer una paráfrasis de esta promesa de Jesús de la siguiente manera: «He estado con vosotros con mi presencia personal por tres años y medio y ahora voy a deja­ ros. Después que me vaya, otra Persona vendrá a tomar mi lugar. Esta Persona es el Espíritu Santo. Cuando El venga se quedará con vosotros para siempre.»

En Juan 16: 6- 7 Jesús repite Su promesa: » … vuestro corazón se ha llenado de tristeza porque os he dicho estas cosas. Pero os digo la verdad: os conviene que me vaya; porque si no me voy, el Ayudador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré.» La idea es muy clara. Se trata de un intercambio de Personas. Jesús se irá. Pero en Su lugar vendrá otra Persona. Esta otra Persona es el Confortador, el Espíritu Santo.

En Juan 16:12-13 Jesús regresa al mismo tema por tercera vez: «Tengo muchas cosas más que deciros, pero ahora no podéis soportarlas. Pero cuando El, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda verdad . . .»

En el texto original griego, el pronombre «El» es del género masculino, pero el sustantivo «Espíritu» es neutro. Este conflicto gramatical de géneros revela la naturaleza doble del Espíritu Santo tanto personal como impersonal. Esto concuerda con el lenguaje usado por Pablo en 2 Tesalonicenses capítulo 2 concerniente al poder que detiene la aparición del anticristo. En el versículo 6 Pablo dice: » … lo que lo detiene … » y en el versículo 7 dice: » … aquel que por ahora lo detiene … » Esta semejanza de expresión confirma la identificación de este poder que detiene corno el Espíritu Santo.

El intercambio de personas que prometió Jesús, se llevó a cabo en dos etapas: primero, la ascensión de Jesús al cielo; después, diez días más tarde, el descenso del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. En este período de la historia el Espíritu Santo descendió corno una Persona desde el cielo y tornó residencia en la tierra. El es ahora el Representante personal de la Trinidad que reside en la tierra. Su morada es el Cuerpo de creyentes verdaderos que se llama colectivamente «la Iglesia.» A este Cuerpo de creyentes, Pablo dice en 1 Corintios 3: 16: «¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?»

El ministerio primordial del Espíritu Santo dentro de la Iglesia es preparar un Cuerpo completo para Cristo. Después de su terminación, este cuerpo será presentado a Cristo corno una novia es presentada a un novio. Tan pronto se termine este ministerio del Espíritu Santo dentro de la Iglesia, El será retirado de nuevo de la tierra, llevándose consigo al Cuerpo completo de Cristo. De modo que podernos llenar los vacíos en la declaración de Pablo en 2 Tesalonicenses 2:7 de la siguiente manera: «Aquel (el Espíritu Santo) que por ahora lo detiene (al anticristo), lo seguirá haciendo hasta que él mismo sea quitado de en medio.

La pugna entre el Espíritu Santo y el espíritu del anticristo está descrita también en 1 Juan 4:3-4: «Y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, del cual habéis oído que viene, y ahora ya está en el mundo. Hijos míos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido porque mayor es Aquel que está en vosotros, que el que está en el mundo.»

El espíritu del anticristo está en el mundo actuando para que el anticristo mismo aparezca. El Espíritu Santo está en los discípulos de Cristo, deteniendo la aparición del anticristo. Por lo tanto, los discípulos que están llenos del Espíritu Santo actúan corno una barrera deteniendo el clímax de la iniquidad y la aparición final del anticristo. Sólo cuando el Espíritu Santo, juntamente con el Cuerpo completo de los discípulos de Cristo sea retirado de la tierra, serán capaces las fuerzas de iniquidad de proceder sin restricción hacia la culminación de sus propósitos en el anticristo. Hasta entonces, es tanto el privilegio corno la responsabilidad de los discípulos de Cristo, por el poder del Espíritu Santo, de «vencer» las fuerzas del anticristo y detenerlas.

Las consecuencias del fracaso   

Entonces, corno la sal de la tierra, nosotros que somos discípulos de Cristo tenernos dos responsabilidades primordiales. Primero, con nuestra presencia encomendamos a la tierra a la continua gracia y misericordia de Dios. Segundo, por el poder del Espíritu Santo dentro de nosotros arrestamos las fuerzas de corrupción y de iniquidad hasta el tiempo apuntado por Dios.

Cuando se cumple con estas responsabilidades, la Iglesia se afirma como una barrera para detener el cumplimiento de la ambición suprema de Satanás, que es ganar dominio sobre toda la tierra. Esto explica por qué Pablo dice en 2 Tesalonicenses 2:3 que es necesario «que primero venga la apostasía, y sea revelado el hombre de pecado (el anticristo) …. » Apostasía significa apartarse de la fe. Mientras que la iglesia se mantenga firme y sin transigir su fe, tiene el poder de detener la manifestación final del anticristo. Satanás mismo entiende bien esto y por 10 tanto, su objetivo primordial es el de minar la fe y la justicia de la Iglesia. Cuando lo logre hacer, la barrera que le impide realizar su propósito será quitada y el camino quedará libre para que él gane el control político y espiritual sobre toda la tierra.

Supongamos que Satanás tenga éxito, porque nosotros, como cristianos, fallemos en cumplir con nuestras responsabilidades. ¿Qué sucederá entonces? Jesús mismo nos da la respuesta.

Nos convertimos en sal que «se ha vuelto insípida.» El nos advierte del destino que espera a la sal sin sabor:

«Ya no sirve para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres» (Mateo 5 : 13).

«¡No sirve para nada!» Es una condenación severa, por supuesto. ¿Qué sigue después? Es «echada fuera» – rechazada por Dios. Y luego «pisoteada por los hombres.» Los hombres se convierten en instrumentos del juicio de Dios sobre una Iglesia apóstata, sin sal. Si nosotros en la Iglesia fallamos en detener las fuerzas del mal, nuestro juicio es ser entregados en manos de esas mismas fuerzas.

Las alternativas que nos confrontan son claramente presentadas por Pablo en Romanos 12:21: «No seáis vencidos por el mal, sino venced con el bien el mal.» Sólo hay dos alternativas: vencer o ser vencidos. No hay un término medio o un tercer recurso que se nos abra. Podernos usar el bien que Dios ha puesto a nuestra disposición para vencer el mal que nos confronta. Pero si no lo hacernos, entonces ese mismo mal nos vencerá.

Este mensaje se aplica con urgencia especial a aquellos de nosotros que todavía vivimos en países donde aún se disfruta de libertad para proclamar y practicar nuestra fe cristiana. En muchos países los cristianos ya han perdido esta libertad. Al mismo tiempo millones de personas en esas tierras, que se multiplican continuamente, han sido adoctrinados sistemáticamente para odiar y despreciar al cristianismo y todo lo que representa. Para ellas no habría satisfacción mayor que la de pisotear a los cristianos que todavía no están bajo su yugo.

Si escuchamos las advertencias de Jesús y cumplirnos con nuestra función corno la sal de la tierra, tendremos el poder para evitar que esto suceda. Pero si dejamos de cumplir con nuestra responsabilidad y sufrimos la consecuencia del juicio que sigue, la reflexión más amarga de todo esto será: No era necesario que sucediera jamás.

Reproducido con permiso del libro Shaping History Through Prayer and Fasting, por Derek Prince, copyright 1973. Publicado por Fleming H. Revell.  Vino Nievo Vol 2 #3