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LOS DOS REINOS

Autor Jorge Himitian

“Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual NOS HA LIBRADO DE LA POTESTAD DE LAS TINIEBLAS, Y TRASLADADO AL REINO DE SU AMADO HIJO” (Colosenses 1:12,13).

El Reino de las Tinieblas y el Reino de la Luz

Según esta afirmación, hay dos reinos en este mundo: el de las tinieblas y el de la luz. Ahora bien, ¿qué es un reino? Una comunidad compuesta por dos clases de personas. El rey, quien gobierna y los súbditos que obedecen y se sujetan a la autoridad del rey. Es decir, que para que haya un reino son necesarios el rey y sus súbditos.

El reino de las tinieblas tiene su rey: Satanás. El reino de la luz también lo tiene: Jesucristo. Todos nosotros hemos nacido en el reino de las tinieblas. Adán en su desobediencia, al no reconocer la autoridad de Dios como Señor y Rey de su vida. dejó de pertenecer al reino de la luz y pasó al de las tinieblas. Desde entonces, todo hombre que nace de la descendencia de Adán, nace en el reino de las tinieblas. Pablo, hablando de los que viven en las tinieblas, dice: » …. entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo……. (Efesios 2:3).

Según Colosenses 1:13, la verdadera conversión tiene dos aspectos. El primero es ser librado de la potestad de las tinieblas. Hay un segundo aspecto muy importante de la conversión: somos librados de un reino para ser trasladados a otro. Pablo dice: nos trasladó. Por mucho tiempo pensé que iba a ser trasladado al reino de Dios el día en que muriera. Que recién entonces entraría a él. O bien, que cuando Cristo viniera, él traería su reino. Pero Pablo no había muerto, ni Cristo había vuelto todavía cuando él dijo, usando el verbo en pasado, como para indicar algo ya consumado: «Nos libró del reino de las tinieblas y NOS HA TRASLADADO al reino de su amado Hijo.”

El tener la idea de que algún día vaya a entrar en el reino,-o que algún día vendrá el reino, nos ha creado una concepción errónea de Cristo. Mientras esperamos aquel día le tenemos sólo como nuestro Salvador, nuestro Sanador, nuestro Ayudador; y recién cuando llegue, será nuestro Rey. Por esta razón tomamos con tan poca seriedad su autoridad, lo que ha ocasionado debilidad y desorientación en nuestras vidas. Cristo debe reinar ya. Necesariamente debemos ser trasladados a su reino. Porque la verdadera conversión consiste en ser librados de un reino para ser trasladados a otro.

La Inglaterra Espiritual

Suelo describir a la iglesia de hoy en día como «la Inglaterra espiritual». Voy a explicar por qué. Quedan ya pocos países gobernados por un régimen monárquico. Gran Bretaña es uno de ellos. Por perpetuar su tradición histórica, sigue conservando esta estructura. Es el Reino Unido de Gran Bretaña. Pero ¿sabes cuál es su característica? Tiene un rey -en este caso reina- con su trono, su pompa, su palacio, su corte, su séquito; recibe el aplauso, la gloria y el homenaje del pueblo. Pero, según ellos mismos lo dicen, «El rey reina, pero no gobierna».

El reyes un personaje tradicional, una figura decorativa. Todos aclaman: «¡Viva el rey!» Todos honran su figura. Sin embargo, no gobierna. No es la autoridad suprema. Hay un primer ministro, existe la Cámara de los Lores y la Cámara de los Comunes y son ellos quienes gobiernan al país como creen mejor. Con esto no quiero dar a entender que esté mal lo que hace Inglaterra, sino sólo señalar por qué llamo a la iglesia «la Inglaterra espiritual» .

En cuanto a la iglesia. ¿quién no reconoce que Cristo es el Rey? Cualquier denominación protestante, ortodoxa o católica, declara: «Cristo es el Rey». Todos decimos «aleluya» y le cantamos loores. Pero la triste realidad que vivimos hasta hoy en nuestras iglesias es que Cristo reina, pero no gobierna. El es el Rey, pero yo soy el Primer Ministro y manejo las cosas como mejor me parece. Dios quiere traer su reino primeramente a la iglesia. Quiere establecerlo primero en nosotros y luego extenderlo a todos los demás.

La Ley del Reino de las Tinieblas

Cada país tiene una ley, una constitución, que rige a sus ciudadanos. También ocurre esto en la esfera espiritual. Sé a qué reino o a qué nación pertenezco por la ley que rige mi vida. El reino de las tinieblas tiene una ley y el reino de la luz otra. Efesios 2:3. Pablo señala aquí el sistema que rige para aquellos que viven lejos de Dios: «…. entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás …

En otro tiempo todos nosotros vivimos en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos. Muchas veces tomamos la palabra carne como referida a lo sensual, a lo perverso. Pero, según el lenguaje de la Biblia, la carne es nuestra naturaleza humana no regenerada. La naturaleza que hemos heredado de Adán: nuestros impulsos, deseos, pensamientos y voluntad propia. Los cuales, después de la caída, están en enemistad con la voluntad de Dios. El deseo de mi carne es mi propio deseo, por más sano e inocente que me parezca. Hacer los deseos de la carne es hacer lo que yo quiero; la voluntad de mi carne es «hacer lo que se me da la gana»; y los pensamientos de la carne, llevar a la acción lo que se me ocurre, lo que me parece. En conclusión. la ley que rige en el reino de las tinieblas es ésta: VIVE COMO QUIERAS, haz lo que te parezca, lo que te guste, lo que te convenga.

La Ley del Reino de la Luz

El reino de Dios tiene una ley muy diferente: VIVE COMO EL QUIERE. Vive, sí pero como el Señor manda, como El ordena, y no como a ti te parece. ¡Qué sencillo, pero que enorme diferencia señala!

No basta hacer su voluntad en algunos aspectos de la vida; hay que hacerla en todos. No es cuestión de obedecerle cuando yo quiero, sino de que mi voluntad esté definitivamente rendida a la de El. Ya no puedo regir mi conducta. Ya no puedo trazar mis propias normas en medio de la sociedad en la cual vivo, ni tampoco en mi propio mundo interior. Hay una sola ley que debe regir, la cual acepto sobre toda mi vida: Vivir como El quiere. Si en algún momento me encuentro obrando en contra de su ley, inmediatamente enderezo mi senda, diciéndole: «Señor, perdóname, es tu ley la que debe cumplirse siempre en mi vida». Pero si yo, atrevida o indiferentemente, hago lo que a mí me parece ¿a quién pretendo engañar? “No os engañéis; Dios no puede ser burlado” Gálatas 6:7.

La vida cristiana es para ser vivida de frente al Señor y a la luz, con toda transparencia.

El idioma de las Tinieblas

Cada país o nación tiene su idioma característico. Si hablas en un buen criollo, nos daremos cuenta que eres argentino; si hablas el francés o el japonés, inmediatamente evidenciarás tu procedencia. El idioma que hablo evidenciará a qué reino pertenezco, pues tanto el reino de las tinieblas como el de la luz, tiene cada uno su propio lenguaje.

La queja es el idioma del reino de las tinieblas. ¿Qué lenguaje se habla en el infierno? Pues, ¡la queja! Todos se quejan, no hay ninguno que deje de hacerlo. Hay queja y queja y más queja. ¡Es su idioma!

Todos estamos en la tierra como peregrinos. O nuestra patria eterna es el cielo, o el infierno. Al pasar por este mundo. la gente observa el idioma que hablamos y descubre de qué lugar somos y hacia dónde vamos. En nuestra casa, en nuestro taller, en nuestra oficina, en nuestra escuela, en todas partes, ¿qué idioma hablamos? Nuestra manera de hablar delata quien está reinando en nuestro corazón. La queja es el idioma del pueblo derrotado. fracasado, del pueblo que vive en las tinieblas, en la confusión, en la desorientación, en la perdición.

La queja es el lenguaje del infierno. Si tú pudieras hacerte un viajecito al infierno y volver, nos dirías: «Allí se quejan todos. Continuamente. Son quejas interminables … «

¿Qué idioma hablan los que, estando en este mundo, viven en el reino de las tinieblas? Si pones atención, al menos por un día, para oír el lenguaje de la gente, quedarás sorprendido.

Una mañana salgo de casa. Me encuentro en el pasillo con una vecina. – Buenos días, señora.

– Buenos días, Jorge -me responde

– ¿Cómo está usted?

– Bien gracias … pero esta chica, ¡mire qué manera de limpiar! Dejó sucio todo el piso. No sé para qué le pagamos. ¡Estas chicas de hoy ni siquiera saben limpiar! Es que no tienen vergüenza …

¿Qué idioma habla? La queja. Camino dos o tres cuadras y saludo a otro vecino.

– Buenos días, don José. ¿Qué tal?

– Bien, bien … ¡Pero este basurero! Mire dónde me tiró el tacho de la basura. ¡Mire! ¡Pero será posible, todos los días lo mismo! ¿Para qué trabaja esta gente? Bla, bla, bla …

Llego a la parada del ómnibus. Hay otra persona esperando. Se mueve nerviosamente, manifestando impaciencia.

– ¡Este colectivo no viene nunca!

Y la hora que es … – Habla solo, caminando de un lado a otro.- No sé para qué ponen una línea si no tienen coches.

Queja y más queja …

Finalmente llega el colectivo. Sube él y luego yo. El colectivo arranca y justo se enciende la luz roja del semáforo. El chofer del colectivo se ve obligado a frenar. Esta vez comienza el chofer a hablar:

– ¡Pero estas luces … ! ¡En vez de ayudar al tránsito, están estorbando! ¡A esta hora deberían poner paso libre! ¡Cuándo aprenderán a hacer las cosas bien! – ¿Usted escuchó alguna vez a un chofer de colectivo quejarse?

Luz verde. Reanudamos el viaje.

Una mujer grita desde atrás:

– ¡Esquina, chofer!- Y el chofer se pasa de la esquina.

– ¡Chofer, le dije esquina!- dice la mujer disgustada.

– En esa esquina no hay parada, señora.

– ¿Cómo que no hay parada; si siempre me paran?

Que no hay parada.

– Que sí hay parada.

– Que no.

– Que sí.. ..

Al final se baja y desde la vereda le grita:

– ¡Ustedes los colectiveros son todos iguales!

– ¡Qué cosa! Te ríes porque es lo que estás viendo todos los días.

Muchas veces es el tiempo el blanco de nuestras quejas. «¡Qué tiempo! ¿no?» «¡Uffa! ¡Qué calor!» «¡Qué frío hace!» «¡Ya se nubló otra vez!» «¡Empieza a llover! ¡Cuándo no, otra vez lloviendo!» ¿Y qué quieres? ¿ Que nunca haga calor, que nunca haga frío, que nunca llueva? El problema no es por lo que pasa afuera, sino por lo que reina adentro.

Abre la puerta y métete en una casa. Si pudieras convertirte en un personaje invisible, mejor. Porque cuando un extraño entra a una casa, todos se vuelven muy amables. «Oh, buenas tardes … ¡pase! ¿Cómo le va? … ¿Y su familia? … Mamita, ¿por qué no preparas algo para tomar? … » Por eso digo, si pudieras meterte sin que nadie lo advirtiera, para que todo siguiera desarrollándose normalmente, ¿qué es lo que verías? ¿Qué idioma se habla en la casa?

El hijo se queja contra la madre. La madre se queja contra el hijo. La esposa se queja contra su marido. El marido contra la mujer. Es que el len­ guaje del reino de las tinieblas es la queja. Hay tinieblas adentro, de la abundancia del corazón se queja la boca.

El Idioma del Reino de la Luz.

¿ Cuál es el idioma del reino de Dios? La alabanza. ¿Qué idioma se habla en el cielo? Pues la alabanza. Si pudieras hacerte un viajecito al cielo, y volver, nos dirías: – Todos allí hablan el idioma de la alabanza. ¡Ninguno se queja!­ Mientras en el infierno no hay ninguno que alaba, en el cielo no hay ninguno que se queja. Abajo, todo es queja; arriba, todo es alabanza.

Tu lenguaje delata quién está reinando en tu corazón. La alabanza es el idioma del pueblo triunfante, victorioso. El ejército vencedor vuelve de la batalla cantando, aclamando, marchando. Hay tono de victoria, hay alabanza. ¿Cuál es el lenguaje que domina tus labios?

Durante el culto todos cantamos: «El es digno de loor. … Oh. Señor. Tú eres bueno …. Te adoro …. Creador del cielo y de la tierra … El es soberano, domina sobre todas las cosas … » Salimos fuera y empiezan a salir quejas de nuestro corazón.

Estamos en una reunión, alabando al Creador del cielo y de la tierra y al salir nos quejamos del tiempo, del calor, del frío. Naturalmente, yo puedo hacer comentarios sobre el tiempo. También es necesario que discipline y corrija a mis hijos. Pero en otro tono. Sin quejarme. La queja es un espíritu del reino de las tinieblas que va tiñendo de su mismo color mi conversación, todo lo que digo. La gente nos escucha y no nos entiende. A veces decimos «¡Aleluya, gloria a Dios!» y a veces nos quejamos igual que ellos.

La Quejabanza

Me parece que nos ocurre como a aquellos que viven en Misiones (Argentina), cerca del límite con Brasil. Hablan un español, o castellano, mezclado con el portugués o brasilero. A este idioma le llaman el «portuñol», mitad portugués y mitad español. Hablan así porque son habitantes de la frontera; viven prácticamente en los dos países a la vez.

¿Cuál es el idioma que nosotros hablamos? ¡La quejabanza! Queja y alabanza. Un poco de cada una. Pareciera que vivimos en los dos reinos a la vez, con un pie en cada lado. Por eso muchas veces cuesta descubrir quién es del mundo y quién de la iglesia. Dios está separando una cosa de la otra. Está definiendo a su pueblo, para que cada uno, como parte de este pueblo, viva como debe vivir y hable como debe hablar. Pablo señala cuál ha de ser nuestro lenguaje:

“Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre” (Efesios 4:20).

«Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses S: 18).

Debemos aprender a dar gracias siempre y por todo, de otro modo seguiremos con la «quejabanza», Aún el ateo da gracias y está contento cuando las cosas le van bien. La característica de un súbdito del reino de Dios es que da gracias por todo.

– Hermano, me echaron del trabajo. ¡Gloria a Dios! ¡Dios me dará un trabajo mejor!

Eso es fe, eso es alabanza. Supongamos que una señora está .. en su cocina lavando los platos. Toma

un lindo y valioso jarrón para lavarlo, el que se patina, cae al piso y se hace añicos. Ahora. ¿,qué hacer’?

-Pero. ¡qué tonta, qué estúpida!

Estas manos de trapo, pero … – Comienza a quejarse. ¿Cómo? ¿No había que dar gracias siempre y por todo?

-Pero, se rompió mi jarrón … ¿tengo que dar gracias?

Exacto. Tiene que dar gracias. Así dice la palabra. Se rompió; gloria al Señor. ¡Aleluya! Perdió el jarrón; ¡por lo menos no pierda el gozo! Ahora, si quejándose, se arregla el jarrón, ¡nos podemos juntar unos cuantos y comenzar a quejarnos!… Pero la queja no soluciona nada. Pierde usted el gozo, pierde la presencia de Dios, pierde la fe y todo va mal.

El mundo quedará maravillado, sorprendido, si nos ve dar gracias a Dios siempre y por todo. En la adversidad o en la prosperidad, en el éxito o en el fracaso, en la cumbre o en el valle, no podemos dejar de hablar el idioma del reino de los cielos, nuestro idioma. Esta alabanza, esta expresión de gratitud está inspirada en el reconocimiento íntimo de que Cristo reina sobre toda situación.

Después de leer estas cosas, notarás más que nunca la cantidad de veces que te quejas en el día. No te será fácil librarte de la queja si estás muy acostumbrado a ella. Pero si te lo propones, con la ayuda del Espíritu de Dios y con disciplina, podrás corregirte de este mal y aprender a dar gracias siempre y por todo.

Debo decir, además, que hay un espíritu detrás de las palabras que pronunciamos. No es meramente cuestión del idioma, sino también del tono o acento con que voy dando significados diferentes a mi expresión. Generalmente, mi tono al hablar deja traslucir el espíritu que reina en mi corazón. A veces se escucha orar a alguien en el culto con palabras de alabanzas y gratitud pero en un tono de tristeza y de amargura. Aunque da gracias, hay un tinte de queja, de lamento en su corazón. Cuando conversa, aunque directamente no se está quejando, tiene un espíritu de queja. ¡Que Dios nos limpie desde adentro, desde lo más íntimo de nuestro espíritu, quitando todo rezongo, toda queja, toda amargura que pueda haber allí oprimiéndonos, para que libremente, con transparencia, podamos hablar el lenguaje del reino de los cielos! ¡Gloria a su nombre!

La Bandera de cada Reino

Cada país tiene una bandera que lo distingue. También la tienen el reino de las tinieblas y el reino de Dios. ¿Cuál es la bandera del reino de Dios? ¿Qué podrán ver otros en nosotros que sin decirles nada se den cuenta de que somos discipulos de Jesús?

Cristo, después de haber lavado los pies a sus discípulos, en una atmósfera de intimidad y amor, les dijo: «Un mandamiento .nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros … EN ESTO CONOCERAN TODOS que sois mis discípulos, si tuviereis AMOR los unos con los otros.»

En esto conocerán, no algunos, sino todos. El mundo nos identificará por esta señal: si tuviéramos amor los unos por los otros. El mundo nos mira, nos observa, y aún sin hablar debe notar que pertenecemos al reino de Dios. La bandera que caracteriza a los súbditos del reino de Dios es el amor.

Cantar de los Cantares, capítulo 2, verso 4: La esposa, figura de la iglesia, habla del amado, figura de Cristo, y dice:

«Me llevó a la casa del banquete, y SU BANDERA SOBRE MI FUE AMOR».

¿Qué bandera ha puesto Cristo sobre la iglesia? Amor. Esto debe caracterizarnos.

Por otro lado está la bandera del reino de las tinieblas. ¿Cuál es? El egoísmo. Egoísmo es amor hacia mí mismo. En lugar de amar a los demás, me amo sólo a mí. Primero yo y después yo y siempre yo. Vivo para mí, me esfuerzo para mí, me preocu­ po por mí. Todo converge en mí. Cuando quieras saber si alguien pertenece al reino de las tinieblas, mira la bandera que flamea sobre la vida. Si ves los colores del egoísmo, seguramente pertenece al reino de las tinieblas.

El que no Ama a su Hermano

El amar a mi hermano no es una exhortación o un consejo de Dios; es un mandamiento. Hay varios textos de la Primera Epístola de Juan que vienen muy al caso por su incuestionabilidad. Si te pregunto: -¿En qué reino estás, en el de las tinieblas o en el de la luz?- Me responderás: – Yo estoy en el reino de la luz. ¡Gloria a Dios!

Pero pasemos esta declaración por el examen de la palabra de Dios. Capítulo 2 verso 9:

«El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.»

– Oh, no hermano- me dirás.

-Yo no aborrezco a nadie. Yo no odio a nadie …

¡Un momento! Aborrecer no es odiar. Es un término más suave. Es tener en menos, no apreciar, poner en segundo plano a alguien. ¿Hay alguno a quien menosprecias? ¿Hay alguno de quien dices: – «A ése, la verdad es que no lo paso?»- Pues eso es aborrecer. Si «no lo puedes pasar», lo aborreces. Y si tú aborreces a un hermano, dice Dios (no yo) que estás todavía en las tinieblas.

Capítulo 2, verso 10, 11: «El que ama a su hermano, permanece en luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos …

Si tú no amas, estás en tinieblas. ¿ Tropiezas con tus hermanos? El que ama – dice la Biblia- en él no hay tropiezo. Aunque el de enfrente venga como un toro enfurecido, si tú tienes amor, como buen torero, lo esquivarás. Dos no tropiezan. si uno no quiere.

Capítulo 3. verso 10: «En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia. y que no ama a su hermano, no es de Dios … « (y si no es de Dios ¿de quién es?)

Muchos dicen: -Hermano, yo no aborrezco a nadie.

-¿ … Y a Fulano de Tal?

-No, no. Yo con él no tengo nada.

Yo no tengo nada con nadie …

¡Justamente ese es el problema! ¡No tienes nada! ¡Tendrías que tener algo! Aquí ya no se nos dice el que aborrece., sino el que no ama. Si tú no, tienes nada, no tienes amor y San Juan señala claramente que el que no ama no es de Dios.

Capítulo 3, verso 14: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte.» ¿Has pasado de muerte a vida? ¿Cómo lo sabes?

«Y, porque allá por el año 38, un día, en la iglesia, pasé adelante llorando y entregué mi vida a Cristo. A los seis meses me bauticé en agua, y ahora soy miembro en plena comunión de la iglesia tal, de la calle cual;»

No es el testimonio de lo que un día pasó lo que cuenta. Es el testimonio de lo que ahora tengo. Nuestro testimonio debería ser: «Yo sé que pertenezco al reino de Dios porque amo a mis hermanos.» Juan dice: «El que no ama a su hermano, permanece. en muerte. .. Si tú no amas a tu hermano permaneces en muerte.

-Mire usted, yo sé que tengo que amar a mis hermanos, pero hay uno a quien no puedo amar. ¿Sabe por qué? ¡Porque ese ni debe ser mi hermano!

¿Cómo te atreves a decir que no es hermano? ¿Te constituyes en juez? Y si no es tu hermano, entonces, ¿qué es? ¡Tu prójimo! Pues, Cristo dijo:

«Amarás a tu prójimo como a tí mismo.» Así que, si no es tu hermano, es tu prójimo. De manera que ¡ámale como a tí mismo y es bastante!

-No, no, no: Me parece que ese no es ¡ni mi prójimo!

¿Y qué es entonces? ¿Tu enemigo?

Bueno, Cristo dijo: «Amarás a tus enemigos.» No tienes escapatoria. Si es tu hermano. tienes que amarle, si es tu prójimo. tienes que amarle y si es tu enemig, también tienes que amarle.

Capítulo 3, verso 15: «Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida, (Me da miedo leer este texto) … y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él», yo me pregunto qué hemos hecho el día de hoy con todos estos textos. Dios está abriendo hoy las páginas de su libro ante los ojos del pueblo. Y si yo no amo a mi hermano, Dios dice que soy asesino y como asesino, no puedo tener vida permanente en mi.

El amor hacia los hermanos no es un mero afecto emocional, un amor teórico o un amor «espiritual». No. Es un amor práctico, real y tangible. No basta con abrazar a mi hermano. Cristo quiere echar fundamentos concretos y firmes para su reino. Dice el verso 16:

«En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.»

La clase de amor que tuvo Cristo que le llevó a dar su vida, es la que debemos tener. Debo amar hasta dar mi vida por mis hermanos. Es fácil decir: «Hermano querido, te amo con todo mi corazón». Pero un día este hermano querido golpea a la puerta de tu casa. Viene temeroso. No sabe cómo empezar la conversación. De pronto te dice: – Hermano: esta quincena el patrón no me pagó. ¿Por favor, podria prestarme tres mil pesos para mi familia, para poder comer … ?

-Mire, hermano, en cuestiones de dinero yo tengo una norma: No presto plata a nadie, ni pido nada prestado. Así pues, ¡que Dios le bendiga … !

¿De dónde salió esa norma? Capitulo 3, verso 17, 18: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.» Esta es la clase de amor que Cristo nos demanda.

Y este Es Su Mandamiento

Quiero señalar un último texto que va a ayudar muchísimo en relación a esto. Capítulo 3, verso 23:

«Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. «

Este es el mandamiento de Dios. ¿Qué se hace con un mandamiento? Sencillamente se obedece. Si El manda en mi vida, sólo me resta obedecer y El ordena que crea en su nombre y que ame a mis hermanos.

Hace unos años, había un hermano a quien no podía amar. Había dicho tantas cosas de mí, que mi carne estaba molesta y no había forma de amarlo. Yo iba a mi cuarto y oraba: «Señor, te ruego que me cambies. Lléname de amor hacia ese hermano. Señor, bendíceme. Dame amor, Señor ..;» Una y otra vez lo hacía. Pero, ¡el amor no venía! Porque el amor no viene por orar, sino por obedecer. Podría haber pasado diez años pidiendo que Dios me llenara de amor, sin llegar a experimentarlo. Pero, si Cristo me dio el mandamiento de amar, no tengo que pedir «Oh, Señor, dame ….» , sino actuar con fe, obedeciendo su palabra. En la obediencia se desata la bendición de Dios.

Supongamos que hay un hermano a quien yo no puedo tratar con amor. ¿Qué hago? Dios me dice que debo amarle ¡Pues lo voy a amar, aunque no sienta nada! Qué importa lo que yo sienta. Apenas lo vea, lo voy a tratar como si lo amara. Voy a actuar en obediencia al mandamiento …

Allí llega mi hermano. Me acerco a él para saludarlo. En otras ocasiones lo saludé fría y secamente. Pero ahora, en obediencia, voy a saludarlo como si lo amara. Hay un mandamiento y sobre él actúo. En el interin, Satanás me dice: «¡Hipócrita, hipócrita …. !»

Yo me doy vuelta y le contesto:

«Mentiroso, mentiroso! No soy hipócrita sino obediente.» Me encuentro ya con mi hermano. (Sigo sin sentir nada). Lo saludo como si lo amara y aún no termino de abrazarlo cuando algo sucede en mi interior y … ¡le amo! ¿Qué pasó? Ya no siento ese resentimiento ….

¡Hermano, en la obediencia se desata el poder de Dios!

Un ejemplo sencillo: Tú tienes un calefón a gas en tu casa. Llega un huésped que nunca a visto un calefón así y te dice:

-Necesito agua caliente.

– Bueno, pues abra esa canilla y tendrá agua caliente.

El mira el calefón y ve una pequeña llamita y dice: – Ah, pero yo necesito mucha agua. ¡Esa llamita no puede calentar toda la que necesito!

-¡Abra la canilla!- le insistes tú. La llama es pequeña, pero cuando obedece y abrela canilla, en el mismo instante el calefón hace «FFRUMM…» y se enciende por completo y calienta el agua.

-¡Oh, está muy caliente! ¡Por favor,» bájelo un poquito!

Así sucede con el amor. Tengo una llama chiquita hacia un hermano, pero en el momento que actúo en fe y obediencia, cuando lo trato como si le amara, ¿sabes qué ocurre? ¡Se enciende el calefón! Y empieza a correr un afecto caluroso hacia él. «Oh, Señor, hasta me quema! ¡Bájalo un poquito!»

El amar a mis hermanos es un mandamiento y se acabó. Ya no hay más problemas porque no queda otra alternativa. Le amo obedeciendo al Señor, o hago lo que a mí me parece y quedo fuera de su reino.

Yo espero el tiempo no muy lejano en que el mundo diga: «¡Cómo se aman los del reino de Dios! ¡Cómo se aman!»

Hoy el mundo no tiene de nosotros la imagen de una comunidad dinámica, positiva, que se ama, que se brinda de tal manera que digan: «Yo también quiero pertenecer a esa comunidad». Pero Dios está restaurando su iglesia y las palabras de Cristo serán una realidad: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuvieres amor los unos con los otros.»

Jorge Himitian es pastor de una congregación en la Capital Federal de Buenos Aires, Argentina, desde donde viaja con frecuencia al interior del país y a otros países de América Latina, proclamando y enseñando el mensaje del Reino de Dios. Su ministerio se destaca por su dinamismo y espontaneidad. El presente artículo es la reproducción parcial de un capítulo de su libro «Jesucristo el Señor», publicado por Editorial Logos, Casilla Correo 2625, Buenos Aires, Argentina.

Reproducido con permiso de Editorial Logos, Copyright 1974.

Tomado de la revista Vino Nuevo Volumen 1 #5.