Autor Charles Simpson

Cámbiame, Señor … hazme conforme a Tu imagen quiero ser como eres Tú. » Así oramos a menudo sin pensar lo que eso implica.

Es necesario que seamos flexibles en Sus manos para que Él nos pueda cambiar. Talvez esta es la razón por la que Jesús dijo: «Dejad a los niños, y no les impidáis venir a mí; porque el reino de los cielos es de los que son como estos» (Mateo 19: 14). Los niños son dóciles y fáciles de enseñar y así debemos ser nosotros también para vivir bajo el gobierno de Dios. Necesitamos de nuestra flexibilidad juvenil y actitud de aventura en nuestro crecimiento.

Dios ha prometido una «tierra» para la iglesia, como lo hizo con Israel. Un lugar de justicia, paz y gozo. La tierra que Dios promete es la victoria en esta vida. Su deseo es que los cristianos reinen sobre las circunstancias bajo el señorío de Jesús y manifiesten así a Cristo en este mundo. El escritor de Hebreos lo dice de esta manera:

“¿…y con quiénes se disgustó por cuarenta años? ¿No fue con aquellos que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? Y ¿a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a los que fueron desobedientes? Y así vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad. Por tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque, en verdad, a nosotros se nos han predicado las buenas nuevas, como también a ellos; pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada de fe en los que oyeron… Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios. Pues el que ha entrado en el reposo de El, el mismo ha reposado de sus obras, como Dios reposó de las suyas” (Hebreos 3:17-19; 4:1-2,9-10).

Si los cristianos caminaran en fe y obediencia a la dirección de Dios y su autoridad delegada (como era Moisés), serían llevados a un lugar de descanso de sus propias obras, preocupaciones y enemigos. El descanso viene cuando uno está bajo autoridad. Aquél (o aquellos) a quien usted se sujeta asume la responsabilidad de su protección y provisión delante de Dios (como lo hizo Moisés). Aunque todo el que está sujeto a la autoridad cumple con las obras de la obediencia, estas no son una carga pesada para él. Jesús invitó a la gente para que aceptaran Su gobierno con estas palabras: «Mi yugo es fácil. .. » El compromiso era fuerte, pero Él llevó la responsabilidad por aquellos que estaban bajo su gobierno.

Hace algunos años que un joven me pidió que lo recibiera como discípulo. Aunque sentí allí mismo que el Señor lo había enviado, no lo acepté inmediatamente, pues deseaba probar su compromiso. Más tarde, viajó cientos de millas para verme de nuevo. Quería estar bajo mi supervisión y así me lo hizo saber.

«Bien», dijo bastante aliviado, «ya se lo he dicho. De ahora en adelante soy su responsabilidad». El joven respiró aliviado, pero yo sentí delante de Dios el peso cuando cayó sobre mis hombros para enseñarle hasta donde yo había ido, y sería llevado en los caminos del Señor. Hay un descanso para todos nosotros cuando encontramos la voluntad de Dios bajo el señorío de Jesús. Después de un tiempo, mi joven amigo salió para trabajar en un campo fértil.

El pueblo de Israel clamó con motivo de su aflicción. Habían trabajado sin ganancia, ni paz, ni gozo, bajo la esclavitud egipcia, experimentando las privaciones de un gobierno malo. Dios escogió a Moisés para que los condujera a una tierra de abundancia y de descanso. Dios les había preparado esa tierra. Sin embargo, entre Egipto y Canaán había muchos obstáculos y peligros. Para que se convirtiera en un líder competente, Dios tuvo que adiestrar a Moisés en el desierto por donde iría Israel. Su preparación que duró cuarenta años, le enseñó una forma nueva de vivir. Moisés, que también había sido entrenado en Egipto – en el palacio, nada menos – había sido fiel en su preparación natural. Ahora Dios le enseñaría la sabiduría espiritual. Dios no permitiría que Canaán se convirtiera en un «nuevo Egipto» con su modalidad egipcia. Para prevenirlo, Dios tendría que cambiar lo  egipcio en Moisés y enseñarle a confiar en El mediante una estricta disciplina.

En el desierto aprendió a superar la amargura de su rechazo y a sobrevivir en la aridez de la tierra. Tuvo que confiar en el Señor para su provisión y se tuvo que ajustar a un estilo de vida radicalmente diferente. Sin duda que Moisés ignoraba todo ese tiempo que estaba siendo discipulado para conducir a millones de sus compatriotas a través de los mismos senderos. «El fue el primogénito entre muchos hermanos».

Uno de los cambios más significativos en la vida de Moisés, fue su conversión en «pastor» de un rebaño de ovejas. El jamás había hecho una cosa semejante. En Egipto, Moisés había aprendido a ser un «supremo señor». Ahora, sería un caudillo por el ejemplo que daría. Moisés no estaba muy familiarizado con el cuidado de las ovejas, aunque sus antepasados, Abraham, Isaac y Jacob, habían sido pastores. Por cuarenta años aprendió la manera de comportarse de los pastores y de las ovejas.

MOISES RECIBE EL EVANGELIO DEL REINO

Hebreos 4:2 nos dice que a ellos (Israel) se les predicó las buenas nuevas. Moisés lo hizo. ¿De dónde las recibiría él?

Más y más alto subía Moisés con su rebaño por la ladera del monte. El aire fresco bañaba su cuerpo y lo llenaba de una extraña excitación con cada aliento que tomaba. Su apariencia y su sentir, al mirar las profundidades rocosas y las extensas planicies, eran las de un hombre mucho más joven que sus ochenta años. Los palacios de Egipto habían sido su hogar durante sus primeros cuarenta años. Ahora había cumplido otros cuarenta viviendo en el desierto como un nómada en su tienda. El Moisés orgulloso, fuerte y brillante, se había convertido en el Moisés manso, disciplinado bajo la poderosa mano de Dios. Para Moisés este era un día más. El celo y el entusiasmo juvenil eran sólo memorias del pasado. Pero en el calendario de Dios, este era un día especial. Moisés había sido preparado, reeducado, madurado y disciplinado.

De repente, un arbusto comenzó a arder profusamente. Moisés, a quien ya nada excitaba, siguió de lejos sin volver casi su cabeza. Después de caminar un poco, se volvió para mirar, esperando ver una rama quemada, pero no, el arbusto seguía ardiendo.

«Hurnm … voy a regresar para mirar más de cerca esta grande visión y ver por qué no se consume la zarza».

De en medio del fuego se oyó una voz: «Moisés, Moisés». Moisés tembló con asombro y santo temor.

«Heme aquí…»

«¡Quítate tus zapatos porque estás en tierra santa!» Moisés cayó sobre su rostro y Dios comenzó a declararle las buenas nuevas.

El mensaje de Dios contenía cuatro puntos esenciales. Primero, El era el Dios, el mismo de siempre, que había hecho y guardado el pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Segundo, conocía la aflicción de Su pueblo en Egipto. Tercero, había descendido para traerles la libertad. Su liberación no sólo los sacaría de Egipto, sino que también los metería en una tierra buena y ancha que fluía leche y miel. La tierra, le advirtió, estaba ocupada ahora por gigantes. El cuarto énfasis en este encuentro era que Dios usaría a Moisés para traerles la liberación. Este último punto fue acompañado con cierta persuasión por parte de Dios.

Finalmente, Moisés salió para Egipto con la confianza que «YO SOY» estaba con él, el Dios que no dio ningún nombre, pero que era el Dios eterno. Moisés regresó a Egipto representando el Reino de Dios. Aunque era excedido en número por el enemigo, Moisés estaba en la mayoría. Traía «buenas nuevas» para Israel y malas noticias para Egipto.

En Éxodo 3:16 Dios le dijo a Moisés que reuniera a los ancianos y les diera el evangelio a ellos. Es muy significativo que en sus instrucciones Dios honró a los líderes de Israel. Moisés no fue al pueblo directamente. Si lo hubiera hecho, habría sobre­ pasado a los ancianos y debilitado su posición. Indudablemente, que después de haber estado esclavizados por tantos años, los ancianos dejaban mucho que desear. Sin embargo, Dios los honró y comenzó su obra mientras estaban aún en Egipto para dar reconocimiento al nuevo gobierno que emergía.

UNA CONTIENDA ENTRE DOS REINOS

Habría sido muy fácil si Moisés se hubiera presentado delante de Faraón y le hubiera dicho: «¡Deja ir a mi pueblo!» y éste le hubiera dicho: «Sí, por supuesto, lo entiendo. Se pueden ir inmediatamente».

Los esclavos «‘no son liberados tan fácilmente. Habría una lucha que decidiría quién gobernaría al pueblo de Dios. Después de que convenció a los israelitas, Moisés tuvo que convencer a Faraón.

Primero, Dios instruyó a Moisés para que hiciera tres milagros como señal. No tenían ningún otro propósito, sino mostrar que la presencia de Dios estaba con Moisés. Pero los magos y los hechiceros de Egipto también hicieron sus señales. Faraón endureció su corazón y atirantó más su dominio sobre Israel, aumentando sus cargas. Muchos de los israelitas se enojaron con Moisés por la reacción de Faraón. Es una regla general que las cosas siempre empeoran antes de mejorar. El evangelio del Reino es un reto directo a los poderes de las tinieblas que da como resultado una declaración de guerra.

Cuando Jesús vino predicando el evangelio del Reino, también hizo señales y todo el infierno se desató en contra suya. El dijo:

Pero si yo por el dedo de Dios echo fuera los demonios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte, bien armado, custodia su palacio, sus bienes están seguros. Pero cuando alguno más fuerte que él le ataca y le domina, le quita toda su armadura en la cual habla confiado, y distribuye su botín (Luces 11:20- 22).

Jesús ató a Satanás, le quitó su armadura, saqueó su casa y libertó a los cautivos. Moisés tendría que hacer la misma cosa. Estaban en guerra – una guerra sobrenatural hasta la muerte. Una plaga tras otra fue soltada en esta batalla. Evangelizar no es sólo relatar las buenas nuevas, sino también hacer uso de la artillería espiritual para traer la liberación de la esclavitud de Satanás. En las Escrituras, los milagros y el evangelismo van mano a mano. Los milagros no son circunstanciales en la liberación, sino armas esenciales en una situación de vida o muerte.

SALVACION PARA TODA LA CASA

La última plaga fue la muerte de todos los primogénitos que había en Egipto que no observaron las instrucciones de Dios. Dios hablaba en serio cuando envió a Su primogénito para que cumpliese con Sus propósitos.

“Hablad a toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia” (Éxodo 12:3).

Moisés tuvo que hacer algo más que conquistar a Egipto para liberar a Israel de su dominio; tuvo que consolidar a Israel. Dios había prometido pasar los hogares de los israelitas en la noche del juicio y perdonar la vida de sus primogénitos si observaban el sacrificio. Esa noche Israel aprendió algo de la gracia de Dios y de la expiación substitutiva, al mismo tiempo que Egipto conoció Su severidad. Los corderos habían muerto en el lugar de sus hijos. Israel aprendió muchas lecciones y simbolismos durante este tiempo crucial. Estas lecciones fueron aprendidas en el hogar. Dios, en Su divina sabiduría utilizó la ocasión de Su juicio para sacar a la familia de la esclavitud y juntarla de nuevo en torno al cordero, consolidándola en Su relación con Dios y uno con el otro. La sangre del cordero fue aplicada en los postes de las puertas. Dejaba de ser un testimonio individual simplemente y se convertía en el testimonio de toda la familia. Cristo en el hogar – Cristo cubriendo la familia. El pan sin levadura representaba la integridad de Cristo – una relación familiar sin engaño. Las hierbas amargas el arrepentimiento familiar. La familia se levantó a la medianoche y se vistió para partir. Esto era representativo de Su preparación espiritual.

Esa noche, cuando Israel comenzó su largo peregrinaje hacia una tierra nueva, no fue solamente un gran número de individuos los que salieron, sino más bien un gran grupo de familias. Desde el mismo comienzo de la redención y de la salvación, Dios estaba preparándolos en los caminos de Su gobierno. Las Escrituras enseñan la salvación de la familia. Uno de sus miembros que sea creyente puede ser usado para santificar a toda la familia en los propósitos de Dios (1 Corintios 7:12-14).

LAS LEYES DEL REINO

“Digo, pues; Mientras el heredero es menor de edad en nada es diferente del siervo, aunque sea el dueño de todo, sino que está bajo guardianes y tutores hasta la edad señalada por el padre” (Gálatas 4: 1, 2).

Israel había permanecido mucho tiempo en la esclavitud. El hecho de que ahora eran esclavos liberados no significaba que tenían madurez. Dios les dio un gobernador que conocía los caminos del desierto para que los condujera a la madurez. Después, Dios les dio ciertas reglas. A los niños se les instruye con mandatos de «hacer» y de «no hacer». Todos los gobiernos tienen sus leyes. Poco después de que Dios sacó a Israel de Egipto les enseñó la constitución. Los diez mandamientos que les dio tienen que ver con las relaciones entre las personas. El problema más grande que encaraban como ex-esclavos, imperfectos y acostumbrados a la forma egipcio, era cómo ejercer su libertad recién encontrada dentro de la estructura de las relaciones interpersonales. Eran libres, pero su libertad les había traído responsabilidades. «No tendrás … No te harás … No tomarás .,;.» escribió el dedo de Dios. «Acuérdate … Honra … » continuó. No eran simples sugerencias.

Los primeros cuatro mandamientos tenían que ver con la relación entre ellos y Dios. Esta es la piedra del ángulo para establecer las otras. El quinto tocaba la relación entre los miembros de la familia. La honra que se le brinda al Padre Celestial se reflejará directamente en el honor que se da a los padres. El sexto hasta el décimo tienen que ver con los tratos en la comunidad que es una extensión de la vida familiar. Sin la familia, la comunidad no tiene origen ni normas para regirse con santidad. Las comunidades reflejan la condición de las familias.

El pacto que Dios estableció con Moisés en el Sinaí no fue, de ninguna manera, el primero que hiciera con el hombre. Dios había hecho pactos con Noé, Abraham, Isaac y Jacob. Por siglos, Dios ha tenido tratos con el hombre con base en la fe. Algunos de esos hombres alcanzaron gran madurez y comunión íntima con El. Enoc caminó tan cerca de Dios que fue trasladado por fe y no vio la muerte. Pero a Israel se le había privado de alimento espiritual por mucho tiempo y se habían vuelto «carnales», inmaduros y rebeldes. Por lo tanto, la leyera necesaria. Cuando una persona alcanza madurez en su vida espiritual, muy pronto saldrá del legalismo para caminar según la ley del Espíritu de Cristo. Entonces será la convicción del Espíritu Santo la que producirá una actitud amable, de servicio, de amor mutuo y de honor a la autoridad. Sin esta madurez, los herederos del Reino no pueden recibir sus responsabilidades.

LOS PROBLEMAS DEL DESIERTO

Israel se regocijó grandemente cuando vio que los ejércitos de Faraón se habían ahogado en el mar. Para muchos, la batalla ya había terminado en victoria. Habían sido redimidos por la sangre, bautizados en agua yen el Espíritu y estaban «fuera de Egipto». Muchos cristianos pasan por experiencias similares creyendo que ya llegaron a Canaán. De hecho, Israel apenas había llegado hasta el desierto. Ahora tendrían que cruzarlo.

La parte fácil fue sacar a Israel de Egipto. Sacar a «Egipto» de Israel era otra cosa. Dios tenía que cambiarlos antes de meterlos a la tierra nueva. El desierto los refinaría. Sólo los que pudieran ajustarse a los caminos del Señor llegarían a su destino.

La multitud que salió con Moisés era una mezcla de gente. Muchos de ellos que no eran israelitas puros, no tenían deseo alguno de servir a Dios, sino sólo salir de Egipto. Pero todos se regocijaron cuando el ejército de Egipto pereció ahogado. Todos cantaron cántico nuevo. María tomó el pandero y encabezó una danza con las damas. Parecían estar tan unidos en un sólo espíritu. Únicamente las pruebas que se avecinaban revelarían sus verdaderos motivos y compromisos. En menos de tres días ya se estaban quejando por la falta de agua y murmurando en contra de Moisés y deseando regresar a Egipto. Este era el pueblo que había sido redimido, bautizado, liberado y que recibía un milagro todas las mañanas para el desayuno. Conocían las obras de Dios, pero constantemente se rebelaban en contra de Sus caminos (Salmos 103:7). Sólo los que aprendieron y caminaron en ellos entraron en la tierra.

Hay varios problemas que confrontó Israel en el desierto y que también confrontan inevitablemente aquellos que reciben el bautismo en el Espíritu Santo. Uno es el asunto de la unidad. Parecían tan unidos cuando salieron del agua. El Espíritu de unidad había descendido sobre ellos, pero una cosa es tener el Espíritu Santo de unidad y otra estar unidos en el Espíritu Santo. Todo ser espiritual desea la unidad. Es también el deseo del Espíritu. Pero para que llegue a ser una realidad es necesario la purificación. Hay una gran diferencia entre la unidad que se logra en los problemas que quedan atrás y la unidad de propósito con el que nos comprometemos.

«Yo fui liberado de las drogas,» dice uno.

«¡Gloria a Dios, hermano! Yo fui liberado del alcohol».

«Te amo», dice otro.

«Mi iglesia estaba muerta, ahora he sido bautizado en el Espíritu Santo, ¡Gloria a Dios!»

«Yo también, hermano. Te comprendo. ¡Qué precioso es ser uno en el Espíritu!»

Pasan unos cuantos meses. Los testimonios se han repetido muchas veces. La unidad en los problemas que se han dejado debe permitir ahora el paso a la dirección del Señor en un caminar diario y en metas comunes.

«Mira, hermano, he estado orando y el Señor parece indicarme que debiéramos de … «

«Pues no, hermano, yo no siento que sea el Señor. Lo que debemos de hacer es … «

«¡Te reprendo demonio!»

¿Qué pasó con la unidad? Si la unidad ha de lograrse, deberá estar basada en una visión común – el Reino de Dios, primero.

Relacionado con el problema de la unidad está el asunto del liderazgo. La unidad es el resultado de reconocer y aceptar el mando y la visión. Desde que Moisés hizo el intento de ayudar a sus compatriotas, la pregunta que surgía siempre era: «¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?» (Éxodo 2: 14). Una y otra vez la crisis venía con respecto a su mando. Moisés había sido entrenado por ochenta años, aprobado sobrenaturalmente por Dios y tenía la visión del líder. Sin embargo, una y otra vez Dios tuvo que confirmar su liderazgo con lecciones muy amargas. El reino de Dios funciona por medio de la autoridad delegada. Aun cuando Moisés abusó de su autoridad (cuando pegó dos veces a la roca) Dios le honró delante del pueblo. Privadamente, Dios trató con Moisés en una disciplina personal. La primera generación murió en el desierto sin entrar a la tierra prometida mayormente porque desobedeció a los líderes. (Vea Hebreos 3 y 4). El Reino de Dios no es una democracia. (Vea Números 14:4).

Otro de los problemas son los peligros del desierto. El desierto no es algo que se doma fácilmente. Cuando se entra en el mundo espiritual, se entra en una región donde operan otros espíritus además del Espíritu Santo. En el desierto habían culebras, escorpiones, lugares secos y extremos de temperatura. El desierto no es un lugar para jugar su deporte favorito o para emprender una expedición privada. Ud. necesita a los líderes y la comunión.

Después de entrar en la dimensión carismática, descubrí muy pronto que Satanás era también un ser espiritual. Todo lo que se cataloga como del Espíritu Santo no es de El necesariamente. El discernimiento de espíritus no es un lujo; es una necesidad.

En un período de 24 horas, la temperatura en el desierto oscila entre muy caliente y muy frío.

«¡Gloria a Dios, aleluya!» ¡Jesús es maravilloso! ¡Jamás regresaré de donde salí! ¡Toma todo lo que tengo, Señor! ¡Qué bien me siento, aleluya!»

» ¿ … Dios, adónde estás? ¡No me dejes … ! ¡Qué frío que hace! Señor, a nadie le importo … ¿Será de Dios todo esto?»

Por un tiempo pensé que Israel era muy espiritual. Se levantaban todas las mañanas y miraban a la nube … sonaban las trompetas y todos se inclinaban piadosamente.

«La nube se está moviendo, hermanos. Sigámosla.”

Pero no era así en realidad. La temperatura en el desierto alcanza hasta los 53 grados centígrados. Si uno se encontrara una nube baja moviéndose lentamente la seguiría también. Uno podría freírse de día y congelarse de noche – a menos que siguiera al Espíritu.

Otro de los problemas del desierto es llegar a conocerse mutuamente. Una cosa es ser bautizado con la gente y otra caminar cristianamente con ellos. Pronto se llega a descubrir cómo son ellos y cómo es uno también. Estas cosas no preocupaban a nadie cuando estuvieron en Egipto porque estaban demasiado ocupados construyendo pirámides. Ahora eran nenes en el departamento de cuna de Dios juntamente con muchos otros nenes.

«Yo no sabía que él era de esa manera. Parecía tan maduro. El me quitó mi juguete».

Casi puedo oír a Pablo decir: «De aquí en adelante no conoceré a nadie según la carne, sino según el Espíritu» (2 Corintios 5:16). El día vendrá cuando nos conoceremos de verdad, más allá de nuestra terminología religiosa, y creceremos juntos. Nos conoceremos mutuamente y sin embargo nos amaremos con el amor de Cristo.

APRENDIENDO A CONFIAR EN DIOS

La dificultad mayor de Israel fue aprender a confiar en Dios en todas las cosas. Todas las cosas que temían que sucederían si confiaban en Dios, por el contrario, les sucedió porque no lo hicieron. Se opusieron al cambio, a la autoridad y al propósito de Dios en cada uno de ellos. Por lo tanto, cayeron en el desierto. A veces, fueron miles los que perecieron en un día por preferir sus propios caminos. Dios tenía un camino mejor. En Éxodo 15:26 Dios les había prometido una vida libre de enfermedades si obedecían. Los caminos de Dios no nos destruyen; son los nuestros que lo hacen. (Vean Isaías 55). Esencialmente, el arrepentimiento es asunto de dejar de confiar en nosotros mismos y comenzar a confiar en Dios. Esto significa confiar en los líderes que Dios ha establecido y en los hermanos también. Sólo en una atmósfera de confianza puede haber progreso.

Sí, hay muchos peligros en el desierto y en la sujeción a la autoridad. Pero toda obediencia se hace como para el Señor de donde procede toda autoridad. Nuestra obediencia tiene su comienzo y su final en la convicción del Espíritu Santo que nos ha colocado en el lugar en el que estamos. La obediencia y la sujeción no son forzadas. Uno llegaría a apreciar el gobierno y la comunión si considerase cuáles son las alternativas. El descanso viene con la confianza.

Israel vagó por cuarenta años en el desierto. En cuarenta días Jesús había salido del suyo. La duración de su jornada depende de cómo reacciona en la prueba y en la tentación. Todos nosotros tenemos que cruzar tierras áridas, lugares secos y obstáculos desagradables para llegar al lugar que nos corresponde en el Reino de Dios. Pablo dijo a los cristianos primitivos que al Reino se entra a través de muchas tribulaciones (Hechos 14:22). Las cosas que ayudan a vencer los obstáculos del desierto son la confianza en Jesús, la sujeción a los líderes probados, dar gracias a Dios en todas las cosas, caminar con el rebaño y la disposición de cambiar. Recuerde que Dios no sólo está preparándonos lugar, sino que también nos está preparando a nosotros para ese lugar. No sólo nos está dando una tierra nueva para vivir, sino que también nos está enseñando una forma nueva de vivir.

Revista Vino Nuevo Vol 1 Nº 7 Junio 1976