¿Qué valor tiene una piedra para Dios?

Autor Orville Swindoll

…Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán.

Y llegó a un cierto lugar, y durmió allí, porque ya el sol se había puesto; y tomó de las piedras de aquel paraje y puso a su cabecera y se acostó en aquel lugar. Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella. Y he aquí, Jehová estaba en lo alto de ella, el cual dijo: «Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente. He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho.»

Y despertó Jacob de su sueño, y dijo: «Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía.» Y tuvo miedo, y dijo: «Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo.»

Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella. Y llamó el nombre de aquel lugar Bethel, aunque Luz era el nombre de la ciudad primero.

E hizo Jacob voto, diciendo: «Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios. Y esta piedra que he puesto por señal, será casa de Dios … «  Génesis 28:10-22

Triste y larga fue la noche que pasó Jacob en aquel lugar desconocido y desierto. Sólo había una piedra en la cual apoyar la cabeza. . . El corazón lleno de angustia, de temores que le acosaban como perros de presa. Y ¿qué esperar del día cuya llegada parecía demorar tanto? ¿Podría seguir él especulando para siempre? ¿Acaso la vida no tendría algún sentido que aún desconocía? ¿No sería posible afirmarse de una vez en algo sólido, firme … como la roca?

¡Cuántos hay que se hacen las mismas preguntas que Jacob se hizo en aquella noche memorable! Enigmas que requieren para su solución una revelación de la gracia de Dios.

Jacob acababa de tomar parte en un terrible y trágico engaño; un engaño concebido por su madre contra el padre con el fin de robar a su hermano. Lo más triste de todo aquello era que justificaban su proceder como necesario para cumplir con el propósito divino. Tal vez parezca raro, porque es demasiado común entre los creyentes el justificarse diciendo: «Es la voluntad de Dios que así sea.» Cuando uno llega a ver, en términos de fracaso y derrota, lo que esto significa para la vida espiritual, entonces bien puede ser que se pregunte: ¿A dónde iremos a parar? Si es cierto que los propósitos de Dios se cumplen a través de nuestros esfuerzos, de nuestros engaños y de nuestras determinaciones, ¿dónde está el elemento divino, la intervención de Dios en nuestras vidas? ¿Cuándo permitiremos que Dios nos arrincone, que nos lleve y nos encierre en algún lugar donde nos hallemos sin esperanza alguna a menos que El obre? ¿Cuándo dejaremos las cosas definitivamente en sus manos para que El actúe según su parecer?

Si comenzamos a examinarnos, tal vez no hallaremos ningún engaño tal o crimen, pero sí veremos, en muchos casos, que hemos llegado a depender excesivamente de nuestros propios recursos, de lo que nosotros podemos obrar y hacer ostensiblemente para cumplir la voluntad de Dios. Yo he llegado muchas veces a este punto. Y para entender la revelación de Dios es menester que uno se dé cuenta de su propia debilidad y de su propia necesidad.

Cuando Dios quiere hacer algo en uno, cuando quiere darle una revelación mayor de su gracia, de su bondad, primero prepara el terreno de su corazón para que reconozca que le necesita, y luego revela su gracia para esa necesidad. Si nosotros no tuviéramos caídas, si no tuviéramos altas, si no experimentáramos fracaso, tampoco conoceríamos la gracia de Dios. No quiero decir con esto que Dios nos introduce en fracasos, porque los fracasos vienen como resultados de nuestra flaqueza humana, pero Dios usa las distintas circunstancias para revelarnos esa naturaleza débil. Dios obra de esa manera en nuestras vidas para que lleguemos a ser conscientes de nuestra gran necesidad, y así estemos en condiciones de experimentar su gracia. Un hombre orgulloso jamás llegará a ser recipiente de la gracia divina. Y Jacob era un hombre orgulloso; un hombre que recién comenzaba a reconocer que sus propios recursos no eran suficientes; que con sus propios esfuerzos no podría realizar lo que anhelaba. Como resultado de este terrible engaño tuvo que huir de su casa para salvar su vida.

Es posible que a algunos no les resulte difícil identificarse con Jacob en esa situación en que corría para escapar de las consecuencias de su propia maldad. Esto es tan humano, tan propio de nosotros, tan personal, que no es necesario culparse de algún crimen para verse a uno mismo en ese lugar. Jacob no era un criminal. Era el hijo predilecto de su madre. Un hijo cumplidor. Un hijo obediente. Pero llegó al fin de su astucia, de sus propias fuerzas, y en ese punto, inevitablemente fracasó … Nosotros también tenemos que llegar al mismo lugar. Si aún no hemos llegado, tarde o temprano llegaremos. Porque sólo allí podremos oír la voz de Dios.

Dios no nos habla cuando estamos cómodos, sino cuando estamos conscientes de nuestra necesidad. El problema es que no siempre uno se da cuenta de ello. Si no somos conscientes de la gracia de Dios es porque no somos conscientes de nuestro rotundo fracaso, y de que todavía tenemos cierta confianza en nuestras propias fuerzas. Sin embargo, Dios nos lleva paso a paso, punto por punto, hasta que nos damos cuenta que desde el principio al fin no valemos nada.

Bien, Jacob está corriendo, huyendo. Llega la noche, la oscuridad; no conoce la senda, el lugar es desierto. Todo lo conocido, todo lo querido, ha quedado atrás. Por delante está lo desconocido, lo temido, y su corazón se siente abatido. En tal estado de agitación, nervioso y agobiado, se acuesta. No tiene sueño, pero igual se acuesta y espera que llegue la mañana. Finalmente, se duerme. Y sueña … Es interesante pensar que si bien Dios no ha podido ganarle el oído durante el día, lo gana de noche, y mientras Jacob duerme recibe en el subconsciente una sencilla pero tremenda revelación de Dios.

Una revelación doble   

Jacob está acostado, la cabeza reclinada en una piedra, y en el sueño ve bajar una escalera del cielo. Dicha escalera une la piedra donde está apoyada su cabeza con el trono de Dios. Jehová está arriba, Jacob abajo. Y no solamente ve una escalera; ve también una actividad intensa: ángeles que suben y bajan por la escalera, mostrando el favor divino para con él. .. En el mismo lugar donde pensó haberse alejado irremediablemente del Dios de su padre, Dios se comunica con él personalmente y le habla en palabras terminantes. No entraremos a considerar todo lo que el Señor quiso decirle; más bien nos limitaremos aquí al simbolismo y a señalar a grandes rasgos lo que Dios quiso que Jaco b entendiera.

Seguramente que en aquel momento ni el propio Jacob en tendió toda la profundidad de esa revelación. A veces sucede así. Dios nos habla y recibimos su mensaje, aún podemos recordarlo, repetirlo cuando queremos pero no llegamos a comprenderlo. Los años pasan, y un día pensando en lo que el Señor nos dijo tanto tiempo atrás, se hace la luz y exclamamos:

«Recién ahora me doy cuenta, veo lo que Dios me quiso decir. Yo entendía las palabras, sí, pero hasta ahora nunca había comprendido su mensaje.» Sin duda ocurrió así en el caso de Jacob. El recibió el mensaje, pero, debido a su ignorancia de los caminos de Dios y a su falta de experiencia, no captó todo su contenido en aquel momento.

Sin embargo, hubo algo que entendió de la visión. Cuando despertó sintió temor por la presencia divina y exclamó: «¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo.» Evidentemente había comprendido dos cosas fundamentales, interpretó la visión por lo menos bajo dos aspectos. En primer término vio que Dios quería comunicarle algo en cuanto al lugar de su morada, su casa; y, en segundo lugar, que deseaba revelarle algo con respecto a la entrada al cielo.

La casa de Dios   

¿Qué quiere decir la palabra «casa»? Cuando hablo de mi casa, me refiero al lugar donde vivo, allí donde habitualmente paro, donde están mi esposa y mi familia; es un lugar de reposo, el lugar al que, por más lejos que vaya, siempre vuelvo. Podría ser una choza, o un palacio, pero no por lo que es intrínsecamente, sino por lo que representa para mi, es mi casa. Es mi hogar, es el lugar donde puedo quitarme la carga, los problemas del día, y descansar tranquilamente, y decir que todo allí es mío. Cuando hablamos de la casa de Dios, debemos entender algo análogo. Creo que éste fue el primer punto, la primera revelación, que Dios quiso comunicar a Jacob.

Note que cuando amaneció, Jacob se levantó y derramó aceite en ese lugar. No lo volcó hacia arriba, hacia el lugar donde había visto a Jehová. Lo echó encima de la piedra. Fue este un acto muy interesante, muy simbólico. No dijo Jacob: «Allí está la casa de Dios», sino «Aquí está la casa de Dios». En efecto: «Nunca había comprendido esto. Yo pensaba que Jehová estaba allí, que desde allí El se comunicaba con mi padre Isaac y con mi abuelo Abraham. Pero ahora entiendo -veo de una manera distinta- porque Dios me ha hablado a mí. ¡Esta es la casa de Dios!»

Todo esto es simbólico, porque ahora Jacob está entendiendo que esa piedra es él mismo; esa piedra representa el hombre y el aceite habla de la operación del Espíritu de Dios, de su presencia, de su vida, de su poder, de su bendición. «Antes, yo -la piedra- estaba solo, ahora El se ha unido a la piedra. Y he derramado el aceite porque ahora comprendo que Dios anoche me dijo: ‘Jacob tú estás lleno de tus propios diseños, pero yo quiero morar en ti. Tú eres un vaso mío, tú eres una piedra -nada más- pero de ahora en adelante, al poner mi aceite sobre ti, tú eres mi propiedad, yo viviré en ti. No eres tu propio dueño, todas estas grandes promesas que te doy acerca de tu familia y de la tierra, de las cosas que aún están por delante, ten por cierto que YO las cumpliré; tú no harás nada con tus propios esfuerzos. Ya ves hasta dónde has llegado por tus medios. ¡Tú sólo no llegarás nunca a ningún lado! Pero YO te prometo, me comprometo, te juro que lo haré. YO JEHOVA. Tú no vales, nada, tú eres una piedra. El aceite es mi unción.»

Aún en el día de hoy, a pesar de que muchos de nosotros conocemos el evangelio desde hace años -habiendo sido criados en hogares cristianos, y escuchando una fiel predicación bíblica desde la cuna- todavía no entendemos que no valemos nada. Nos comparamos con los demás y nos felicitamos por ser mejores. En cierto modo la bendición de Dios está sobre nosotros, pero no precisamente porque Dios nos ha hablado, sino porque venimos de hogares cristianos. Hemos sido criados en una iglesia evangélica, pero no siempre hemos comprendido que la bendición de Dios viene sobre el alma que espera en El y la recibe como la recibió Jacob: cuando estaba agotado, agobiado. . . desesperado. Cuando se han acabado sus fuerzas, cuando se han terminado sus diseños, sus propios propósitos, Dios habla, diciendo al corazón: «Ya tú no tienes más fuerzas. Ahora descansa, pues de aquí en adelante YO me encargaré de tu vida.»

¿Sabe cómo puede uno darse cuenta si ha llegado ya este momento en su vida? Cuando realmente su corazón entra en un gran descanso y dice: «Gracias, Dios; ya veo que no lograré nada por mi propio esfuerzo; ahora descanso en tus manos. Así las cosas me vayan bien o mal, me resultará igual. Me doy cuenta de que por mi esfuerzo nunca lograré nada; Señor, todo está en tus manos y en ellas descanso.» Mientras seguimos preocupados por nuestro futuro, por nuestra influencia, por nuestras cosas, no podemos descansar. Pero cuando llegamos al fin de nuestras fuerzas, recién entonces estamos en el lugar donde Dios puede hablarnos, y en condiciones de entender su revelación.

Comprender la revelación acerca de la casa de Dios no es cuestión de que lea la Biblia y extraiga de ella verdades técnicas relacionadas con el tema. No se trata de que entienda la verdad con la mente. En cuestión de experimentar en su vida el fin de sus propias fuerzas, de recibir una revelación de la gracia de Dios en su corazón. Esto es lo que trae descanso. Sólo cuando dejamos de lado nuestras ambiciones, planes y actividades, podemos ofrecer a Dios un lugar para su morada. Debemos entender claramente que su meta, su blanco es éste: hacer de nuestras vidas su casa, su templo. El desea vivir en nosotros y expresar su gloria celestial a través de vidas rendidas a su control.

La puerta del cielo   

El segundo aspecto de la visión -la puerta del cielo- es el que nos interesa en el sentido evangelístico. Sin embargo, muchas veces cambiamos el orden y ponemos primero la puerta del cielo para entrar luego en la casa de Dios. Porque nos hemos acostumbrado a la idea de que Dios mora únicamente en el cielo. Creo que el poner las cosas en este orden ha hecho más daño de lo que nos imaginamos. Hemos presentado el evangelio como si la primera cosa que representara fuera una puerta al cielo; y que, luego, cuando lleguemos al cielo Dios manifestará su gloria y su presencia y viviremos eternamente en su casa. Pero este no es el orden bíblico, y erramos cuando contemplamos las cosas de esta manera.

Primero, Dios está buscando algo para sí. Está procurando conseguir una habitación para sí en el hombre. El hombre tiene que relacionarse correctamente con Dios, tiene que disponer su corazón, para que sea un lugar donde El pueda venir a morar; ¡que  Dios haga primero un cielo aquí en el corazón! Esa escalera representa, en primera instancia, no un medio por el cual Jacob puede subir, sino el medio por el cual Dios pueda bajar hasta Jacob, y sólo en segundo término llega a ser el camino por el cual Jacob podrá ascender. La escalera, que sirve para bajar y para subir, representa el evangelio de Jesucristo que nos demuestra cómo Dios ha bajado a nosotros. No habría manera de subir al cielo, si Dios primero no hubiese bajado a nuestra historia, a nuestro fracaso, a nuestra debilidad, a nuestra muerte … a nuestro encuentro. Esta escalera simboliza el lugar en que Dios puede bajar hasta nosotros, pero más tarde significará también el lugar por donde el hombre puede subir al cielo.

No entenderemos lo que significa el cielo si no entendemos el significado de la casa de Dios. Todos sabemos que el edificio donde nos reunimos para dar culto a Dios no es la casa de Dios; en­ tendemos que nosotros somos el tem­plo de Dios. Pero me pregunto, ¿Ha llegado a ser en nosotros algo más que una doctrina? Hablamos ahora de ex­periencias personales; no se trata aquí de aprender una verdad nueva, sino de experimentar una verdad antigua. No basta con tener la mente llena de doc­ trina y el corazón vacío; lo que nos interesa es caminar en la verdad, vivir lo que predicamos y pregonamos. Y la verdad que proclamamos y que debe­mos conocer experimentalmente es és­ ta: El evangelio revela el lugar por donde el hombre luego pueda subir al trono de Dios.

El valor de un hombre   

Recalquemos, pues, los puntos principales. Primero: El hombre no es más que una piedra. Aparte de la bendición de Dios sobre su vida, sin la intervención divina, usted, yo, todos, individualmente o en conjunto, no va­lemos nada. El hombre fue hecho de barro, y llegó a tener vida sólo en el momento en que Dios sopló en él. El hombre solo es débil, inútil; pero cuan­ do Dios manifiesta su vida a través de un ser humano rendido a El, el hombre adquiere un valor positivo. Es por eso que el hombre solo, por bueno que pa­rezca a los demás, es menos que un hombre a los ojos de Dios; su valor es negativo, es un «cero a la izquierda.» Jamás puede tener valor mientras Dios está al margen de su vida.

Segundo: En el simbolismo de nuestro relato bíblico, aceite represen­ ta la presencia de Dios, la unción divi­ na. No se trata aquí de una compren­sión mental de la verdad, sino de una intervención de Dios en la vida, un en­cuentro real y personal con El. Y es es­ ta presencia divina en nosotros lo que confiere un valor positivo a nuestra vida. 

el tercer punto es la unión que Dios efectúa entre la piedra y el aceite. Dios nos une consigo mismo, amalgama la naturaleza divina con la humana; es­te es su propósito eterno. Aún más: es el medio por el cual la gloria de Dios se revela. La gloria de Dios no se revela, en este mundo, aparte del ser humano, sino a través de él. Yo no podría decir lo que pasa en el cielo, pero en este mundo, donde el hombre domina sobre toda la estructura de la creación, Dios revela su gloria a través del hombre. Pe­ro lo hace solamente cuando el hombre -que en sí, no es más que una piedra­ permite que Dios se una con él, que el aceite sea derramado sobre él, sobre la piedra. Luego, unido el hombre así con Dios, encarna lo que Dios quiere que sea en este mundo, y llega a ser el ins­trumento con el cual se expresa en su creación.

En los siguientes capítulos habre­mos de desarrollar estas verdades más extensamente, pero veamos ahora, lige­ramente y a grandes rasgos, el cumpli­miento de todo esto. Cristo Jesús era hombre, como Jacob, como yo, como usted. Nació, como nosotros, de una madre; como nosotros se cansaba, sen­tía hambre y sed, agotamiento físico. Gustó de todo, aún de la muerte. Pero este hombre era lleno del Espíritu de Dios. El sabía que aparte de Dios nada podía hacer. El mismo decía: «No puedo nada por mí mismo. NADA puedo sin mi Padre. EL PADRE, QUE ESTA EN MI, El hace las obras.» ¿Dónde había aprendido esto? Por cierto que no lo había aprendido en la escuela. «El Padre que está en mí, El hace las obras … Escucho lo que dice mi Padre, le observo mientras El obra, y luego hago lo mismo. El secreto de mi vida no está en que yo sea el Hijo de Dios; sino en que estoy constantemente  en comunión con El y El se expresa a través de mi vida humana.» Para redimir al hombre fue necesario identificarse perfectamente con Adán, con el ser humano, realizar en su vida humana el propósito divino para Adán. ¿Qué había querido Dios hacer en Adán? Mire a Cristo Jesús: Todo lo realizó en El.

Nos queda ahora la responsabilidad de andar como El anduvo. Tal vez hay quienes dirán: «Pero no puedo». Ah, es cierto: Adán tampoco pudo. Pe­ro es precisamente en el » no pudo», que el hombre llega a descansar en la gracia de Dios, apoyarse en el Señor. Lo que el hombre no puede, Dios sí puede hacerlo.

Recuerdo bien cómo el Señor hi­zo real en mí esta verdad hace algunos años. Me sentía fracasado por comple­to. En otras oportunidades había lle­gado a un cierto sentido de fracaso, pe­ro siempre de un modo limitado. Sin embargo esa vez llegué hasta el último escalón. Antes había guardado siempre la esperanza de que para algo servía; y que, aun cuando en una u otra cosa ha­bía fracasado, todavía podría ser útil en algún otro sentido. Pero entonces perdí toda confianza en mí mismo. Sa­bía que no valía nada seguir corriendo o trabajando por mi propia cuenta. Comprendí que había llegado al final. Recién allí comencé a experimentar la gracia de Dios en una manera hasta aquel momento desconocida para mi. No digo que desde entonces no sentí más el poder de la carne. Eso sería pre­tender demasiado. Simplemente quiero ilustrar que tan sólo en la medida en que Dios le revele personal e íntima­ mente que usted no puede, solamente en esa medida le podrá mostrar que El si puede.

Por lógica, entonces, si  Él le con­vence de que usted no puede nada en ningún aspecto, está a un paso de mos­trarlo de que El si puede en todo. Y para ese fin El quiere morar, vivir en nuestras vidas. CRISTO EN NOSO­TROS, LA ESPERANZA DE GLORIA.

Tomado del Capitulo I del Libro Dise­ñados para Expresar Su Gloria, de Orville Swindoll. Con permiso de Edi­torial Logos, Casilla 2625, Buenos Aires, Argentina. 

Reproducido de la revista Vino Nuevo- Enero/Febrero de 1977. Vol 1-nº 11