El Espíritu Santo en la constitución y vocación de la Iglesia
Edwin J. Cano C.
La verdad indiscutible del Espíritu Santo se da en la suprema existencia de la naturaleza celestial, expresada en su relación con el Padre y el Hijo. Se destaca desde el principio en la creación en la que viene a establecer la armonía que se aprecia en la naturaleza y se constituye en su ordenador:
«En el comienzo de todo, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra no tenía entonces ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el espíritu de Dios se movía sobre el agua» (Génesis 1:1, 2).
En su condición de creador, le infunde a la Naturaleza su propia existencia manifestada en la individualidad y particularidad de los seres vivientes, permitiéndoles actuar en conjunto para conformar importantes comunidades de vida en sus espacios y ecosistemas. Estos espacios y ecosistemas fueron preparados de antemano en el consenso divino de acuerdos mutuos para que la creación sea la expresión esencial de la fusión eterna del Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Entonces dijo: Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen. Él tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el suelo (Génesis 1:25, 26).
La humanidad toma su razón de ser con la función específica de gobernar un nuevo orden en la Tierra, establecido en el cielo para que en el ser humano y en la Naturaleza, la esencia divina fuera la que mantuviera la armonía instituida en toda la creación.
Las posibilidades de orden en una estructura de gobierno que llenara de gloria la existencia humana dependían de la venida de Dios Hijo hecho hombre. «En Cristo, Dios nos había escogido de antemano para que tuviéramos parte en su herencia, de acuerdo con el propósito de Dios mismo, que todo lo hace según la determinación de su voluntad. Y él ha querido que nosotros seamos los primeros en poner nuestra esperanza en Cristo, para que todos alabemos su glorioso poder » (Efesios 1:11 y 12).
El fundamento de la Iglesia
La comprensión y entendimiento de la función de la comunidad de los santos, la Iglesia, como expresión del propósito de Dios, surge de la respuesta de Pedro a la pregunta del Señor a sus discípulos:
Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Simón Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. Entonces Jesús le dijo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo… y sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla” (Mateo 16:15-18).
Lo trascendente de la declaración se encuentra en la realidad indiscutible de la vivencia que se manifiesta en ese encuentro con el Espíritu Santo, el Padre y Jesús. Esta declaración da validez a las expresiones efectivas de las verdades indiscutibles pasadas, actuales y futuras acerca de la Iglesia. Ésta es la parte sensitiva de conocimiento asertivo de la eterna existencia de la Iglesia en el corazón de la divinidad, y determina la autoridad y la funcionalidad de la Iglesia de acuerdo con las palabras de Jesucristo.
Pentecostés
Cuando el Espíritu Santo llenó de su presencia a los discípulos que estaban en el Aposento Alto, Cristo tomó el control de ellos, porque más que hablar en lenguas, empezaron a creer todo lo que Jesús les había enseñado en vida. Por eso se reunían diariamente a orar en los alrededores del Templo de Jerusalén, para dar testimonio de Jesucristo, y así fue como la iglesia empezó a crecer y a demostrar el poder de Cristo resucitado (ver Hechos 2:43-47).
Movidos por la persecución, los cristianos comenzaron a salir de Jerusalén, y dondequiera que iban los discípulos se volvieron testigos de su fe y así empezaron a alcanzar nuevos territorios. Jerusalén ya tenía su iglesia y como consecuencia del impacto de este crecimiento, Pedro, el apóstol a los judíos, fue invitado a hablarles a los gentiles cuando fue sorprendido por lo que hizo el Espíritu Santo en casa de Cornelio:
«Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo vino sobre todos los que escuchaban su mensaje. Y los creyentes procedentes del judaísmo que habían llegado con Pedro, se quedaron admirados de que el Espíritu Santo fuera dado también a los que no eran judíos, pues los oían hablar en lenguas extrañas y alabar a Dios» (Hechos 10:34-46 ).
Es imperativo descubrir la confrontación y aceptación de vivir en la dimensión del Espíritu Santo en una nueva comprensión de la humanidad. El proceso de realización del Espíritu Santo es acercar a toda la humanidad al acuerdo común del Dios Trino en la creación de tener una humanidad que sea colaboradora con el establecimiento del gobierno de Dios, en justicia, paz y gozo, y forjada con el sacrificio de Jesús en la cruz.
La Iglesia se fortalece en el orden y desarrollo de su gobierno a partir de las relaciones de compromiso, para lo que es necesario la enseñanza uno a uno y en grupos familiares de estos principios. Las verdades indiscutibles de este gobierno trascienden al dominio de las expectativas individuales, en él se encuentra la transformación de las culturas y la creación de una nueva sociedad con características que le imprime el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo y la predicación de las Buenas Nuevas
Es significativo que Jesús no comenzó a anunciar las Buenas Nuevas hasta no haberse bautizado en agua con la confirmación del Espíritu Santo y haber sido tentado por el diablo (ver Lucas 3:21-22). Ese mismo sábado que fue a la sinagoga “como era su costumbre” le dieron a leer al profeta Isaías y encontró el pasaje que dice:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor » (Lucas 4:18-19).
Sabiendo que el significado de esta escritura pudiera haber pasar desapercibido, él mismo se identifica con ésta declaración:
—Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír.
Por lo tanto, la Iglesia debe estar llena del Espíritu Santo como estuvo nuestro Señor, como fue la característica de la Iglesia Primitiva y como debe ser para todos los que pertenecen a una comunidad comprometida que da testimonio de lo que Dios está haciendo en medio de ellos (ver Marcos16:15-18).
El apóstol Pablo que entendía esto muy bien dijo: Estando entre ustedes, no quise saber de otra cosa sino de Jesucristo y, más estrictamente, de Jesucristo crucificado…cuando les hablé y les prediqué el mensaje, no usé palabras sabias para convencerlos. Al contrario, los convencí haciendo demostración del Espíritu y del poder de Dios, para que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres (1 Corintios 2:2-5).
Pedro, otro de los apóstoles usados por el Espíritu Santo para demostrar el poder de Dios enseña que la Iglesia se edifica y encuentra su salud natural y espiritual en la proclamación de las Buenas Nuevas (Ver 1 Pedro 2:20-24). La capacidad que da el Espíritu Santo a la Iglesia, además de estar con el Creador, es la realización de que podemos servirle en esta salud doble que viene con la unción.
El Espíritu Santo y la supremacía de Jesucristo
Una de las características más prominentes de la Trinidad es la unidad total entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el momento de su angustia, causada por la culminante decisión de cumplir con la misión que su Padre lo había enviado a hacer, Jesús se comunica con su Padre diciendo: Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú (Mateo 26:36-39).
La importancia de esta oración radica en dos realidades indiscutibles; una es la condición humana del Señor y la otra su naturaleza divina. En el huerto el Señor reacciona a un concepto desconocido para él como Dios (que Dios no puede morir) y pasa a la contextualización de su entrega a la acción del Espíritu Santo para morir en su condición de hombre. Enfrenta también el significado del momento de tener que morir cargando los pecados de todos los tiempos, de toda la humanidad.
Los discípulos que no tienen la más mínima idea del significado de ese momento, se duermen, como muchos de nosotros que permanecemos dormidos ante las implicaciones de las realidades divinas en el contexto humano. Y viene la exhortación del Señor a sus discípulos y a nosotros: Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles (Mateo 26:40-41). No sólo no estaban conscientes del momento, tampoco tenían la fortaleza para poder vivir el momento con Jesús.
El Espíritu Santo asiste a Jesús y en un momento de inspiración, fortalece su debilidad humana y confirma la voluntad del Padre. Jesús se levanta para encontrarse con la soldadesca romana y los de su propio pueblo, una turba que no sabía realmente el significado de lo que estaba haciendo y, bajo la unción del instante, Jesús se identifica para ser tomado. Es el resultado de su encuentro de poder con la presencia del Espíritu Santo. Cuando alguien tiene la convicción del Espíritu Santo del propósito de Dios, la aceptación del momento se vuelve potencia de encuentro con Dios y, a pesar de las debilidades, del agotamiento corporal y de la angustia del alma, el Espíritu Santo llega a nosotros con su unción para fortalecernos y levantarnos para ir a enfrentar nuestro destino (ver Mateo 26:46).
Cientos de años antes, el profeta se adelanta para poner en contexto la verdad trascendental de este momento:
«Los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores» (Isaías 53:3,4).
Esta es una descripción con la indiscutible verdad humana, que pone en descubierto la intensa razón de la misión de Jesús, de recibir golpe a golpe la ira de quienes lo castigaron para desahogar todas sus frustraciones, dolores y cargas emocionales muy propias del oficio de los soldados romanos y, como represalia de una población rebelde que no quiso someterse a los dictámenes de ningún reino, divino o humano. Así Jesús es tomado por consecuencia de la alianza entre el Sanedrín y la soldadesca romana, para continuar en la corruptela de los oficios de una religión desgastada, y es sometido a un castigo que ni siquiera se le daba a los traidores de Roma, ni a los guerrilleros rebeldes encarcelados.
Aspectos importantes del sacrificio de Jesús
Quienes se suponían debieron ver el sacrificio de Jesús como la respuesta del Padre al estado perdido de la humanidad, no pudieron discernir los tiempos y tuvieron que verlo por los actos de la revelación manifiesta a través de las señales del Espíritu en el ministerio de Pedro:
«Pedro lo tomó por la mano derecha y lo levantó, y en el acto cobraron fuerzas sus pies y sus tobillos. El paralítico se puso en pie de un salto y comenzó a andar; luego entró con ellos en el templo, por su propio pie, brincando y alabando a Dios. Todos los que lo vieron andar y alabar a Dios, se llenaron de asombro y de temor por lo que le había pasado» (Hechos 3:7-10).
Este acto no es otra cosa que el cumplimiento de una ignorada verdad concluyente de la inspiración y motivación del Espíritu. Vino a su debido tiempo y en representación del que está sentado a la diestra del Padre. Vino para poner en marcha la declaración de Jesús que él edificaría su Iglesia (ver Mateo 16:18). El plan de Dios se iniciaba en Jerusalén, pero llegaría a todas las naciones del mundo con la confrontante e indiscutible verdad de que el Espíritu viene a retarnos para que nos comprometamos a participar en hacer la obra del Reino de Dios. El sacrificio de su Hijo satisface su justicia y salva de la extinción a una humanidad necesitada. La revolución comienza con la proclamación de Jesús resucitado.
Quienes reciben su sacrificio tienen la oportunidad de hacer un compromiso en el cual Jesucristo es Señor por encima de toda circunstancia y determinación gubernamental. Un corolario de ese compromiso es la promesa del poder del Espíritu Santo de estar con ellos en el cumplimiento del propósito de Dios. De manera que cuando proclamamos su sacrificio, más que un acto de muerte de cruz, es la declaración de una verdad trascendental, indiscutible: Jesucristo vive y, por eso, la humanidad entera tiene la oportunidad de un encuentro con el Señor de toda la tierra, de una nueva libertad, y la capacidad de construir una nueva cultura (ver Apocalipsis 1:13-18).
El evangelista dice que cuando Jesús murió “El sol dejó de brillar” (Lucas 23:45, 46), y Dios empezó un nuevo pacto con la humanidad en términos de la muerte de su Hijo que ofrece una nueva vida a quienes por fe reciben su sacrificio como pago por sus pecados. Pablo lo resume de esta manera: “Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz. Por eso Dios le dio el más alto honor y el más excelente de todos los nombres” (Filipenses 2:5-9.
Hay demandas importantes que siguen para quienes aceptan el sacrificio de Jesucristo. Más que predicarlo y enseñarlo, hay una confrontación con la verdad incuestionable de que el Reino de Dios es una contracultura que enfrenta el contexto social de este mundo y demanda el desarrollo efectivo de esta alternativa cultural bajo la inspiración del Espíritu Santo.
El estudio, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, y la comunicación continua con Dios en oración deben ser actos más que ritualistas o ceremoniales. Deben ser actos preparativos para la confrontación con lo que está aconteciendo en el mundo fuera del diseño de Dios para la humanidad no redimida y para que el Espíritu Santo nos confronte a nosotros mismos si estamos siendo engañados por la serpiente como en el huerto.
La vida de los hijos de Dios se enmarca en la existencia eterna del Espíritu Santo. En la relación con el conjunto de personas que se llama iglesia, se viene a establecer una cultura centrada en la vida y muerte de Jesucristo. Esta cultura está definida en la relación del Dios trino, vividas por el Hijo y dadas a la Iglesia por el Espíritu Santo para que nunca se aparte del propósito de la venida del Hijo de Dios. Hechos13:2 dice: Un día, mientras estaban celebrando el culto al Señor y ayunando, el Espíritu Santo dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado«. La verdad indiscutible de las misiones es un compromiso que se da a la tarea de llevar, a quienes no han oído, las buenas nueva de que Jesús vino a establecer la contracultura del reino de Dios.
La obra del Espíritu Santo en la vida del líder
Todo líder debe comprender esta verdad indiscutible del Espíritu Santo: Que Dios demanda un cumplimiento funcional de quienes han sido llamados a una tarea en particular en la Iglesia. Romanos 12:3-5 dice: “Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros sirven para lo mismo, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y estamos unidos unos a otros como miembros de un mismo cuerpo”. La realización del líder se desarrolla en el servicio. Hay necesidades en el cuerpo de Cristo que el Espíritu Santo se propone satisfacer en la función de cada uno de sus miembros. Ésta empieza a darse con la habilidad que imprime Dios en cada miembro y que produce el gozo de servir (ver Filipenses 2:13).
La responsabilidad principal del líder es ser un discípulo y reproducir su ministerio en otros discípulos. El discipulado requiere inicialmente una determinación personal de seguir a la persona de Jesús y hacer lo que él hace y lo que él ordena. La particularidad de ser discípulo es su compromiso de servir. Más allá de la entrega a la causa, está la verdad de la relación del Dios Trino, con el poder que da la unción misma para obedecer el mandamiento de servir.
“Los creyentes, que eran muchos, pensaban y sentían de la misma manera. Ninguno decía que sus cosas fueran solamente suyas, sino que eran de todos” (Hechos 4:32).
El principio del servicio es pues para la satisfacción de las necesidades y el desarrollo de la Iglesia. La efectividad de la vida que procede del Espíritu Santo y el crecimiento en la fe, día a día, viene mediante la intensidad de oración, la lectura, estudio y meditación de las Escrituras.
Se lidera o se sirve porque el Espíritu Santo llama y capacita “dando a cada persona lo que a él mejor le parece” (1 Corintios12:11). La habilidad que las personas reciben, les hace ver no sólo lo importante que son, sino también la razón por la que fueron creadas: ocuparse en su razón de ser, según las condiciones y circunstancias creadas por el mover del Espíritu Santo.
¿Qué se puede esperar de uno que sirve? Jesús lo expresa de esta manera: Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres (Juan 8:31,32). El “mantenerse fieles a su palabra” es la afirmación de que hay un orden fundamental y principios por los que se tienen que vivir bajo la dirección del Espíritu Santo. Estos principios satisfacen el desarrollo de la Iglesia, porque más que programas sociales, representa el orden de Dios en la consolidación del Reino de Dios.
Jesús enmarca el compromiso en las relaciones que fortalecen a la Iglesia de la siguiente manera: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará (Lucas 9:23, 24). Es la determinación volitiva de la persona de comprometerse con Dios y con quienes componen el cuerpo de Cristo en su iglesia local. Eso define un estilo de vida en contexto de la verdad ineludible de morir a sí mismo enmarcado en una gama de servicio que permita la edificación del Reino de Dios.
También prescribe la superación de los procesos de realización personal. Por eso para servir se hace necesario e importante lo señalado por Pablo: “Si todos participan del mismo Espíritu, si tienen un corazón compasivo, llénenme de alegría viviendo todos en armonía, unidos por un mismo amor, por un mismo espíritu y por un mismo propósito. No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo. Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros” (Filipenses 2:1-4).
El servidor debe superar sus intereses personales, así como las implicaciones que trae el desarrollo de las personas cuando asumen las responsabilidades de ministrar al cuerpo del Señor. Estas responsabilidades nos ayudan a apreciar la importancia de orar en todo momento, estudiar con convicción los principios de vida y diagnosticar con certeza el entorno. También ayudan a comprender lo trascendental que es el Reino de Dios ante el surgimiento de una nueva cultura consecuente con el vivir en el Espíritu Santo. Efesios 4:12 y 13 dice lo siguiente al respecto:
“Preparó a los del pueblo santo para un trabajo de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo hasta que todos lleguemos a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios, y alcancemos la edad adulta, que corresponde a la plena madurez de Cristo.”
Se sirve con la conciencia limpia que se tiene por el interés de desarrollarse como la persona que Dios dice que usted es, en la dignidad que da ese nuevo estilo de vida, mediante la unción del Espíritu Santo. La determinación de servir transforma, a la vez que contextualiza las realizaciones de sí mismo de acuerdo con una tarea inspirada por Cristo.
Se sirve dentro de diversos e indiscutibles principios que luchan contra la cultura del mundo, por lo que el conflicto siempre acompaña las decisiones. Sin embargo, tenemos al Espíritu Santo, que es nuestro guía por excelencia. Más que una dinámica de pensamiento, es la determinación de decidirse por el estilo de vida del Reino de Dios. Por lo tanto el servicio se realiza con calidad para lo mejor y en la excelencia que representa la buena voluntad de Dios para la humanidad. En relación con la excelencia Pablo dice a Timoteo:
“Si alguien aspira al cargo de presidir la comunidad, a un buen trabajo aspira. Por eso, el que tiene este cargo ha de ser irreprensible. Debe ser esposo de una sola mujer y llevar una vida seria, juiciosa y respetable. Debe estar siempre dispuesto a hospedar gente en su casa; debe ser apto para enseñar; no debe ser borracho ni amigo de peleas, sino bondadoso, pacífico y desinteresado en cuanto al dinero. Debe saber gobernar bien su casa y hacer que sus hijos sean obedientes y de conducta digna; porque si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios? Por lo tanto, el dirigente no debe ser un recién convertido, no sea que se llene de orgullo y caiga bajo la misma condenación en que cayó el diablo. También debe ser respetado entre los no creyentes, para que no caiga en deshonra y en alguna trampa del diablo” (1 Timoteo 3:1-7).
La acción del Espíritu Santo en la tarea de hacer discípulos
El discípulo aprende a superar sus conflictos personales y estos perfeccionan la determinación de servir en la misión establecida por el Señor. Empieza con la formación personal para cumplir con la tarea que el Espíritu da a quien se decide ser discípulo. El aprendizaje de este hecho significativo de misión demanda morir a sus ambiciones personales para dedicar su vida al cumplimiento del propósito de Dios en la tierra.
La Iglesia, asume las características de quienes sirven según la funcionalidad del Dios Trino, que nos enlaza con la figura de la relación del Padre y del Hijo, donde el Hijo no dice ni hace nada que no oiga y vea al Padre (ver Juan 12:49 y 50 ). Cuando el discípulo se identifica con el ejemplo de Jesús con su Padre, afirma el sentido de pertenencia que dan las relaciones comprometidas, en la solidez y la función de la vida en familia. Ahí encuentra la capacidad reproductiva que da la unción y se multiplica en otros discípulos. Hay una unción de realización entre quien enseña y quien obedece que marca el ejemplo que nos dejó nuestro Señor.
Las circunstancias humanas están en un flujo constante de cambio. Los principios del Reino son permanentes y consistentes como en la relación del Dios Trino. La seguridad de cielos abiertos está marcada por el indicador de la unción que propicia ocasiones para que el ministerio del discípulo funcione, más como representante de su maestro que de sí mismo.
El valor práctico del maestro se encuentra en declarar con claridad la relación eterna de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo y en mantenerse dentro de ese orden de gobierno que le da sentido a la vida en desarrollo de su discípulo. Con él va la autoridad del Reino para cumplir con el propósito de Dios. Su consistencia y funcionalidad es la unidad de la Iglesia, administrada por el Espíritu Santo (ver Efesios 4:3-6).
En esta unidad, se consolida la vida de la Iglesia, sin particularidades personales, ni posiciones interesadas de estructuración, sino forjada por la dirección de una pluralidad de ministerios con la diversidad y perspectivas que el Espíritu Santo les da para la edificación de la Iglesia (ver 1 Corintios 2:10).
La función de quienes sirven en la Iglesia, tiene que verse desde la perspectiva de perfecta unidad en la relación entre las personas de la Trinidad. Sólo así se puede establecer la cultura del Reino de Dios, consecuente con el acto misericordioso de la muerte de Cristo y establecida en la pasión con la que Jesús cumplió su misión.
Nota: A menos que se estipule de otra manera, todas las citas bíblicas son de la versión Dios Habla Hoy
Edwin Cano es profesor universitario pensionado. Él y su esposa Norma viven en San Isidro del General de Pérez Zeledón, Costa Rica.