Por Derek Prince

Hace algunos años, alguien me regaló una copia del rito oficial de su iglesia para el exorcismo. Desde el primer momento que comencé a leerlo, me di cuenta que había sido escrito por personas que tenían mucho más que opiniones teológicas: habían tenido la experiencia. En la introducción de ese documento oficial, había una declaración muy significativa, aunque muy sencilla. «El mal no es algo; es alguien.» Si logramos entender esa verdad, habremos dado un buen paso en nuestra preparación para enfrentar al enemigo espiritual.

Las Escrituras advierten que todos los cristia­nos se verán involucrados en un conflicto personal y directo con el diablo. No será algo abstracto o sicológico. sino más bien una confrontación de persona a persona. Nos enfrentaremos al diablo en el conflicto. Pablo advierte de un aspecto par­ticular del carácter de Satanás: él es astuto y sola­pado. En vista de esta advertencia, Pablo exhorta a prepararse y a equiparse para la confrontación inevitable.

Me gustaría hacer la siguiente paráfrasis del ver­sículo 12 de Efesios 6:

Nuestra lucha no es con personas con cuerpos, sino contra soberanos y las extensiones de su au­toridad, contra los dominadores de este mundo y de las tinieblas, contra fuerzas espirituales de mal­dad en lugares celestiales.

Estamos en conflicto con un reino espiritual invisible, bien organizado y centralmente gober­nado: el reino de Satanás. Contrario a la opinión de muchas personas, Satanás no está confinado en el infierno o en el Hades, ni tampoco reside en la superficie de la tierra. Su lugar de residencia y su cuartel están en las regiones celestiales. Allí go­bierna a una banda de ángeles rebeldes que han asumido el papel de principados para influenciar con el mal a la tierra. En los rangos inferiores de su reino sobre la tierra, Satanás controla innume­rables millares de demonios o espíritus malignos.

Bajo Satanás hay también subgobernadores con áreas delegadas de autoridad sobre la tierra: impe­rios, estados, comunidades y ciudades que pro­mueven la desintegración del orden en la raza humana.

Leemos en 2 Corintios 10:3-5 que Dios nos ha dado las armas apropiadas para la lucha. No son carnales, sino espirituales, «divinamente podero­sas para la destrucción de fortalezas.» El versículo cinco de este capítulo revela que el campo de ba­talla es la mente humana. Las palabras claves en ese versículo son «especulaciones», «razonamientos», «conocimiento», «pensamiento», y todas tienen que ver con la mente.

En otras palabras, estamos en una tremenda batalla contra fuerzas invisibles que buscan domi­nar a la raza humana. Nuestra responsabilidad es liberar las mentes de los hombres del dominio de Satanás y llevarlas cautivas a la obediencia de Cris­to. Yo creo que los cristianos son un pueblo con gran significado porque sólo nosotros tenemos las armas que se necesitan para hacer la tarea. Esta verdad nos da mayor significado y más influencia que la de los gobernantes políticos, los comandan­tes militares, los científicos u otros como ellos, que pudieran ser muy efectivos en su área particu­lar, pero que no tienen las herramientas o el equi­po espiritual para llevar a cabo la obra. Sólo noso­tros tenemos el equipo.

Nuestra armadura protectora

En este artículo vamos a examinar nuestra ar­madura protectora y después las armas agresivas del cristiano. Yo he tenido la experiencia de cons­tatar la certeza del apóstol Pablo en su adverten­cia de protegernos primero. Demasiados cristianos se comprometen a orar seriamente para atacar a Satanás y se convierten en bajas mentales, espiri­tuales y físicas porque no se protegieron primero con su armadura. Antes de comenzar un conflicto espiritual de cierta magnitud o programa ambicio­so para asaltar los presidios del infierno, debemos asegurarnos primero que tenemos puesta nuestra armadura.

Pablo usa la figura de un legionario romano de su día, con su equipo normal, para explicarnos có­mo es nuestra armadura. Los versículos 13 al 17 de Efesios 6 mencionan seis piezas en la armadura que examinaremos en cuanto a su naturaleza y función.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes.

Estad, pues, firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad, y revestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con la preparación del evangelio de la paz; y en todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los encendidos dardos del maligno.

Y tomad el yelmo de la salvación, y la espa­da del Espíritu, que es la palabra de Dios.

El cinturón.

El versículo 14 nos da la primera pieza del equipo: el cinturón de la verdad. En los días de Pablo, los hombres no usaban pantalones, sino una túnica suelta y a veces larga. Cuando un hombre pensaba hacer cualquier cosa que requi­riera movimientos libres, tenía primero que ocu­parse de su ropa. A eso llama la Biblia «ceñirse los lomos»: levantarse la ropa y asegurarla alrede­dor de sus lomos con un cinturón para que sus piernas, de la rodilla para abajo, tuvieran libre mo­vimiento. Lógicamente, el primer paso era poner­se el cinturón.

El cinturón en su aplicación espiritual es la ver­dad. Con seguridad se refiere a la verdad de la pa­labra de Dios, pero tiene una aplicación más importante. La verdad significa ser honesto y real, hacien­do a un lado toda profesión de fantasía e insinceri­dades con las que la mayoría de la gente religiosa se ve atascada (uso la categoría de «gente religio­sa» deliberadamente). Jesús nos precavió a menu­do de la levadura de los fariseos que es la hipocre­sía. La palabra hipócrita tiene un significado muy específico. Básicamente es la palabra que en grie­go significa actor.

En la Grecia antigua, cuando un actor salía en escena, usaba una máscara estilizada para indicar la clase de persona que estaba repre­sentando. El actor nunca presentaba su verdadera personalidad, siempre llevaba una máscara y ha­blaba según el personaje que estaba representando. Para mí es exactamente como el mundo religioso. En el mundo, las personas escogen su máscara que determina básicamente cómo van a actuar. Cuan­do se ponen la máscara, dejan de ser ellos mismos. Actúan como les dicte la máscara. Casi nunca hay algo de la verdadera persona.

¿Ha notado que algunas personas usan un tono de voz especial cuando oran o cuando hablan del Señor? ¿O cómo cambian su semblante cuando entran en una iglesia? Se ponen la máscara y la llevan fielmente hasta que salen de la iglesia. En muy raras ocasiones los religiosos actúan como ellos mismos. Lo que Pablo quiere decir con po­nerse el «cinturón de la verdad» es que seamos reales y llamemos las cosas por su nombre. Lla­mar al pan, pan, y al vino, vino, no jugo de uvas. Llamar a la mentira, mentira; a la lujuria, lujuria y al odio, odio. Si primero no nos ceñimos de la ver­dad, cada vez que intentemos movernos nos caere­mos. Así que la primera pieza de la armadura es el cinturón de la verdad. Ser reales.

La coraza

La segunda pieza de la armadura, también en el versículo 14 es la coraza de justicia. ¿Qué órgano en particular se encuentra en el pe­cho? El corazón. La coraza protege el corazón. Sobre todas las cosas necesitamos proteger el co­razón. En Proverbios 4: 23 leemos: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.»

Cuando era misionero y enseñaba en Kenia, África, noté este versículo en la pared del dormi­torio de uno de los estudiantes. Estaba escrito en su dialecto africano y al verlo en otro idioma me llamó la atención. Traducido literalmente de su dialecto, el versículo leía así: «Guarda tu corazón con todas tus fuerzas, porque todas las cosas que hay en la vida proceden de él.» Tan viva era esa traducción que nunca se me ha olvidado. Lo que hay en nuestro corazón determinará el curso de nuestra vida. Si nuestros corazones están llenos de amargura, incredulidad y temor, nos iremos en la dirección equivocada. Pero si están llenos de fe, paz y amor, nuestras vidas tomarán el buen curso. Debemos guardar nuestro corazón con todas nues­tras fuerzas. Por eso Pablo nos urge a ponemos la coraza de justicia.

Recordemos que la justicia es una condición del corazón y no de la cabeza. 1 Tesalonicenses 5: 8 es un pasaje paralelo que dice:

Por supuesto que nosotros somos del día, seamos sobrios, habiéndonos puesto la coraza de la fe y del amor … «

En Efesios 6 la coraza es justicia, pero en este versículo es la fe y el amor. Esa no es una incon­sistencia de las Escrituras; más bien es una expli­cación de lo que en el Nuevo Testamento signifi­ca. La justicia básica del Nuevo Testamento es la fe operando por el amor y es una condición del corazón.

Otra escritura, Romanos 10: 10, nos profundiza aún más: «Porque con el corazón el hombre cree para justicia, y con la boca confiesa para salva­ción.» Creer con el corazón es diferente a creer con la cabeza. Si alguien cree con la cabeza sola­mente, queda sin cambiar su conducta. Pero si creemos con el corazón, cambiará nuestra manera de vivir. La coraza de justicia es pues, fe en el co­razón operando por amor.

Tratemos de hacer todo motivados por el amor. De otra manera terminaremos mal. Cuando reaccio­namos y nos enojamos con los demás, aún cuando tengamos la razón, el resultado que produce nun­ca estará bien. Tenemos que guardar nuestro cora­zón para asegurarnos que nuestro motivo básico es siempre la fe operando por el amor.

El calzado

El tercer artículo de la armadura es­tá identificado en el versículo 15: «Y calzados los pies con la preparación del evangelio de la paz,» con zapatos o botas. Los legionarios romanos usa­ban botas que se amarraban alrededor de los tobi­llos con tiras de cuero y eran famosas por las lar­gas distancias que les permitían marchar.

Esta figura es real para mí, pues serví dos años como soldado en la Segunda Guerra Mundial con el ejército británico en el norte de África. Cuando estábamos cerca del enemigo, por las noches, nos ordenaban dormir con las botas puestas, por si hubiera una alarma en medio sueño y tuviéramos que buscar las botas para ponérnoslas, perdiendo tiempo valioso. Siempre me acuerdo de ese regla­mento cuando pienso en este pasaje. Para estar lis­to y tener movilidad se necesita tener los pies pro­tegidos.

En su amonestación de «calzar los pies con la preparación del evangelio de la paz», Pablo está indicando que tiene que hacerse de antemano. ¿Qué quiere decir con eso exactamente? Creo que tiene que ver con dos cosas. Primero, para comu­nicar el evangelio se requiere una preparación de antemano. Tenemos que conocer bien las verda­des del evangelio que están en las Escrituras. Muchas personas han «nacido de nuevo», son miem­bros de iglesias, pero son totalmente incapaces de comunicar el evangelio de la salvación a otras per­zonas, aunque no es algo difícil. La preparación significa que los cristianos tienen que equiparse anticipadamente para presentar su fe a otros y ex­plicar las verdades fundamentales del evangelio.

Otro requisito indicado por la frase «evangelio de la paz» es que, si vamos a hablar de tener paz con Dios, nosotros mismos debemos tener paz. En otras palabras, podemos ser transmisores de paz. Creo que, aunque los inconversos no entiendan nuestra teología, pueden entender nuestro espíri­tu cuando les hablamos. Cada día me confirma que impartimos lo que somos y no lo que decimos. Sería muy conveniente si sólo tuviéramos que de­cirlo y no vivirlo, pero no funciona así. «Calzados los pies con la preparación del evangelio de la paz» impone una preparación intelectual para explicar lo que significa el evangelio y una preparación espiritual para estar en paz en nosotros mismos.

El escudo

Está en el versículo 16. Y sobre todo, tomando el escudo de la fe con el que podréis apagar todos los encendi­dos dardos del maligno.

Había dos clases de escudos en las legiones ro­manas: uno pequeño y redondo y uno largo y ovalado. Al que se refiere aquí es al largo y ovala­do que estaba diseñado para proteger todo el cuerpo de fechas y misiles. Así que, la clase de fe de la que habla Pablo es la que nos protege total­mente. Cuando comenzamos a tomar la ofensiva para desafiar a Satanás, él va a pelear también, atacando no sólo a nuestras personas, sino también a nuestro hogar, a nuestra familia, a nuestro nego­cio y en todas las áreas de nuestra vida que pueda alcanzar. Por lo tanto, necesitamos un escudo de fe lo suficientemente grande como para cubrirnos y a nuestras familias, negocios y todo lo que nece­site protección. Ya que la fe viene por el oír y el oír por la palabra de Dios, debemos pasar mucho tiempo en la Palabra para recibir el escudo que nos proteja completamente.

Cualquier ministro de Dios puede testificar que cuanto más usado es por él, más presión ejerce Satanás contra la familia. Muchos ministros se han descalificado del llamado por las presiones que Sa­tanás ha traído contra el hogar. Por eso Pablo nos urge a tomar el escudo de la fe, la protección total que Dios ofrece por medio de su palabra. Nosotros debemos tomar ese escudo; no va a caer en nues­tras manos. Tenemos que tomar la fe, empuñarla firmemente y sostenerla con fuerza. 

El casco

La siguiente pieza de la armadura es el yelmo o casco de la salvación. El yelmo protege la cabeza. La cabeza representa la mente o los pensa­mientos. Dios ha provisto una protección específi­ca para nuestras mentes y pensamientos. En mis muchos años de ministerio he visto a un gran nú­mero de dedicados siervos del Señor caer incapaci­tados por alguna herida en la cabeza. No sabían cómo proteger sus mentes. Satanás sitiará nuestras mentes con cosas como la desconfianza que es una de sus armas más comunes. Comenzamos des­confiando de la esposa, del marido, de los herma­nos, del pastor.

Otras armas que Satanás usa contra la mente es la sospecha, el temor, la duda y la depresión. Yo estimaría que uno de cada cinco obreros cristianos tiene problemas de depresión. Hablo con experien­cia porque aún después de haber sido salvo, bauti­zado en el Espíritu y llamado al ministerio del pastorado, tenía un problema persistente con la depresión. A pesar de todos los éxitos que vi en la obra, tuve que luchar contra una gran depresión. La sentía como una nube gris que me envolvía y me aislaba de mi familia y de los demás. Probé todas las recomendaciones bíblicas para dominar­la, «considerando muerto al viejo hombre» hasta que ya no me quedaba nada que considerar.

Entonces, un día leí Isaías 61:3 y noté la frase que dice: «manto de alegría en lugar del espíritu angustiado.» Cuando leí «espíritu angustiado» fue como si el Señor me dijera, «ese es tu proble­ma. No eres tú ni tu mente; es un espíritu que ha estado tras tuyo desde tu niñez.» Cuando vi la verdadera identidad de mi enemigo y me di cuen­ta que el mal no era algo sino alguien, ya me había adelantado el 80% del camino a la victoria. Para completar el cuadro sólo necesitaba Joel 2:32:

«Todo aquel que invocare el nombre de Jehová será salvo.» Con toda sencillez, casi con candidez, proclamé estos dos versículos diciendo: «Señor, me has enseñado que tengo un espíritu angustiado y recibo tu promesa que todo el que invocare tu nombre será liberado. En el nombre del Señor Je­sucristo, te pido que me liberes de este espíritu de angustia.» Y fui librado.

Pero después de ser librado, Dios me mostró que, aunque él había hecho su obra, yo tenía la responsabilidad de reeducar mi mente. Antes no me había sido posible, pero ahora que estaba libre debía hacerlo, porque Dios no lo haría por mí. La reeducación de mi mente y el cultivo de otros pa­trones de pensamiento fue una disciplina personal que no se llevó a cabo instantáneamente. Mientras luchaba con el problema, sabiendo que mi debili­dad estaba en mi mente, leí Efesios 6: 17: «To­mad el yelmo de la salvación … » La referencia en el margen de mi Biblia era 1 Tesalonicenses 5: 8:

«Puesto que nosotros somos del día, seamos so­brios, habiéndonos puesto … por casco la esperan­za de la salvación.» Cuando leí que el casco era la esperanza, Dios me mostró que debía cultivarla: la expectación confiada de lo que es bueno. La protección para la mente es la esperanza.

Alguien ha dicho que todas las personas nacen pesimistas u optimistas. Yo sé que, en mi caso, no sólo nací pesimista, sino que en mi familia se me entrenó cuidadosamente para ser pesimista. Yo amo y respeto profundamente a mis padres, pero ellos creían que si uno no se estaba preocupando debía preocuparse por no estar preocupado. Tenía que reeducar mi mente, pues el ser pesimista es la negación de la fe. Además, las Escrituras prometían que, si amaba a Dios y caminaba en su llamamiento y propósito, todo lo que me pasara resultaría para mi bien y eso no me dejaba campo para el pesimis­mo. Logré hacerlo poniéndome el casco de la espe­ranza. El mundo es un área de peligro. Nuestras mentes necesitan estar protegidas constantemente por el casco de la esperanza.

La espada

La última pieza del equipo espiritual es » … la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.» Ella es la que nos saca de un ambiente pura­mente defensivo a uno agresivo y ofensivo. La es­pada se usa agresivamente contra el enemigo. El pasaje dice que la espada del Espíritu es la palabra de Dios. En el griego se usan dos términos para «palabra.» Uno es logos, que significa consejo, razón, o determinar la verdad. El otro es rhema, que Pablo usa aquí y que significa específicamente una palabra que es pronunciada. Así que la espada del Espíritu es la palabra hablada; si no la pronun­cia no tiene espada.

Un ejemplo perfecto es lo que Jesús hizo cuando fue tentado en el desierto. En­frentó cada una de las tentaciones del diablo dicien­do: «Escrito está.» Nosotros tenemos que hacer lo mismo. Debemos conocer la Palabra de Dios, en vez de dejarla sobre la mesita de noche a la par de la cama. Si hablamos la Palabra como una espa­da cortante de dos filos, lograremos mantener al diablo a raya.

En conclusión, enumeremos los seis artículos de nuestro equipo: el cinturón de la verdad, la co­raza de justicia, el calzado de la preparación del evangelio, el escudo de la fe, el casco de la salva­ción y la espada que es la palabra de Dios. Si nos armamos con este arsenal completo, podremos permanecer firmes contra los astutos planes del diablo y saldremos victoriosos del conflicto espiri­tual al que estamos llamados como hijos de Dios.