Por Terry Law

Cuando usamos las armas de la alabanza y la adoración en la guerra espiritual, Dios envía una hueste celestial para ayudarnos.

Anteriormente tratamos sobre las armas de nuestra milicia, que son poderosas, y con las que derribamos fortalezas. Dije que estas fortalezas son principados y potestades. Yo creo que cuando Satanás fue echado de la presen­cia de Dios, estableció un puesto de mando en las regiones del aire desde donde él y sus agentes llevan a cabo sus acciones nefastas, en un intento de minar y controlar nuestras vidas. Y lo hace por medio de un sistema de pensamientos.

Las armas que Dios nos ha dado para guerrear contra estos pensamientos son poderosas: la Pala­bra, su nombre y su sangre. Estas tres armas que Dios ha puesto en manos del creyente son la fuerza más poderosa y efectiva en manos de la humanidad. Estoy seguro de que se avecina un avivamiento cuando la Iglesia comprenderá la magnitud del poder de estas armas y las usará para montar una ofensiva decisiva contra el diablo y sus secuaces.

También comentamos sobre los cuatro vehículos de lanzamientos que Dios ha dado a los creyentes, para activar nuestras armas contra el enemigo: la oración, el testimonio, la predica­ción y la alabanza con la adoración. Son los misiles que transportan la palabra, su nombre, y su sangre para aplastar las fortalezas del enemigo.

El cristiano es quien lanza los misiles. Aquí radica la importancia del creyente. Dios no dispa­rará los cohetes. Dios ha dado estas armas a la Iglesia y la ha comisionado para que ejecute la acción. El respalda lo que la Iglesia hace, pero no lo hace por ella. De la Iglesia depende el levantar­se con sus armas y hacer exactamente lo dispuesto por él en su plan. Esta es una tremenda transac­ción espiritual. Tiene tal significado que las accio­nes del creyente afectan lo que sucede en los cielos.

Guerra en los cielos

Apocalipsis capítulo 12 es una escritura per­tinente y reveladora del papel nuestro en lo que pasa en los cielos.

Después hubo una gran batalla en el cielo: Mi­guel y sus ángeles luchaban contra el dragón y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Sata­nás, el cual engaña al mundo entero; fue arro­jado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autori­dad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (vs. 7-11 cursivas del autor).

El efecto de la alabanza y la adoración

En este pasaje, de un evento que creo está por suceder, hay una batalla entre Miguel y sus ánge­les contra el dragón y sus ángeles. Miguel y sus ángeles salieron victoriosos, echando del cielo a Satanás y sus tropas. Pero la Escritura dice tam­bién que los creyentes lo vencieron por medio de la sangre, usando el vehículo de lanzamiento de su testimonio. La sangre fue el poder y el arma usada; la palabra de su testimonio fue el vehículo de lanzamiento que hizo llegar la sangre a su blan­co. Observo aquí un ejemplo de lo que yo veo suceder en los cielos, por medio de nuestra ala­banza y adoración.

Cuando usamos nuestras armas y nuestros mi­siles de lanzamiento, en los dominios de Dios algo sucede que comienza a influenciar la actividad de los ángeles. Este es un asunto muy delicado y quiero tener cuidado para no dar a entender que yo crea que podamos decirle, a los ángeles, lo que ellos deban de hacer. Ellos reciben sus instruccio­nes del Padre. Pero yo creo que han sido alertados por el Padre para que, cuando la Iglesia comience a funcionar usando los principios de la guerra espiritual, cooperen con los creyentes para lograr el propósito divino.

Dios espera en nosotros

En este pasaje de Apocalipsis, fueron los ánge­les quienes echaron al diablo y sus aliados, pero lo. hicieron en cooperación con una Iglesia que operaba según los principios de la guerra espiri­tual. Fue la Iglesia que activó el poder de la sangre, con su testimonio, y cuando eso ocurrió los ángeles entraron en acción y dijeron al diablo:

«Estás acabado. La Iglesia ha ejercido su respon­sabilidad y está firme en los principios de Dios. Ahora te vamos a echar».

Dios tiene poder para echar al diablo del cielo en el momento que Él quiera. Pero no lo hará hasta que nosotros, la Iglesia, lleguemos, en la guerra espiritual, al punto de decidir lo importan­te, que es afirmarnos en el poder de la sangre y, con la palabra de nuestro testimonio, cooperar con el plan eterno de Dios y echar del cielo a Satanás.

Daniel nos presenta una buena ilustración de cómo los ángeles actuaron juntamente con un hombre que conocía los principios de la guerra espiritual y los usaba. Daniel había sido llevado cautivo a Babilonia, cuando comenzó a leer lo que Jeremías había dicho a la nación de Israel. «Si no se arrepienten, Babilonia los invadirá, y serán llevados como prisioneros y esclavos y permane­cerán cautivos por setenta años en Babilonia» (lea Jeremías 25:1-11).

Cuando Daniel estaba leyendo los escritos de Jeremías, las palabras saltaron del papel. Daniel buscó en su calendario y se percató que cierta­mente ése era el año setenta. Veamos lo que Da­niel escribió:

En el año primero de su reinado, yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jere­mías que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años (Dan. 9:2).

La persona que actúa

Cuando Daniel vio, en el libro, que el tiempo de la cautividad había terminado, no se sentó a esperar ser liberado, sino que entró en acción, para tomar parte en el desarrollo del cumplimien­to de la profecía. Daniel se arrepintió delante de Dios vistiéndose de cilicio y ceniza, también entró en un período de ayuno y de oración.

Cuando Daniel se dio cuenta que estaba vi­viendo días de acción, se puso de rodillas y clamó a Dios: «Dios, tú dijiste que sucedería, pero no me voy a sentar a esperar. Voy a tomar parte acti­va para que suceda». La persona que está interce­diendo, ayunando y buscando a Dios porque quie­re ser parte de lo que Dios está haciendo en nues­tra generación, es la persona a quien Dios tomará en cuenta en la acción. Así es como funciona. Lo que esa persona haga, hará un impacto en los cielos.

Lo vemos bien en la vida de Daniel. Después que Daniel comenzó su tiempo de ayuno y ora­ción, me imagino que pudo haberse desalentado pensando en que habían pasado veintiún días y que nada había sucedido. ¿Qué podría andar mal?

Entonces se le apareció el ángel Gabriel y le dijo:

Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a hu­millarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido (Dan. 10:12).

La persistencia de Daniel

Daniel había orado recordando al Señor que su palabra a Jeremías estaba en el libro, y que él se afirmaba en su palabra, que decía que los lleva­ría de regreso a su tierra.

El primer día que él oró de esta manera fue oído en los cielos y Dios dijo: «Este es mi hom­bre. Lo haré porque él lo ha pedido en oración». La oración fue el vehículo de lanzamiento para la palabra de Dios.

Vemos aquí que cuando los ángeles actúan en conjunto con los hombres, lo hacen según los principios que rigen la batalla espiritual. Cuando el pueblo de Dios observa estos principios, da libertad a los ángeles para que actúen según el propósito de Dios. Gabriel dijo:

El príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia (Dan. 10: 13).

Gabriel había intentado llegar a Daniel con este mensaje, pero fue detenido por el príncipe de Persia, por espacio de veintiún días. Sin em­bargo, Daniel siguió lanzando su arma que golpea­ba al príncipe de Persia. Persia era el principal obstáculo que impedía que Israel regresara a su tierra; pero el príncipe de Persia, la fortaleza espiritual que se hallaba detrás de esa nación, tenía que ser derribada por el hombre en coope­ración con los ángeles, para que el propósito de Dios fuese cumplido. Como Daniel no cesaba de orar, finalmente Dios le dijo a Miguel: «Ve tú y ocúpate de ese príncipe». Y Miguel, el capitán de las huestes de los ejércitos del Señor vino para permitir que Gabriel llegara hasta Daniel.

No fue Miguel quien inclinó la balanza real­mente, sino el hombre que actuaba según los prin­cipios que rigen la batalla espiritual. Daniel no se dio por vencido. Si lo hubiera hecho posible­mente Gabriel no hubiera logrado llegar. Pero Daniel no se soltaba. Lo mismo es cierto para nosotros hoy: es por nuestro involucramiento en la guerra espiritual que podemos participar efectivamente en lo que Dios está haciendo, permitiendo que los ángeles de Dios vengan en ayuda nuestra.

El plan de Jahaziel

Otra ilustración de este principio, que dice que las acciones del hombre afectan la actividad en los cielos, la encontramos en 2 Crónicas ca­pítulo 20, donde se relata la inminente invasión de Israel por un poderoso ejército enemigo. Cuando el mensajero llegó corriendo a la corte del rey Josafat para decirle que tres poderosos ejércitos, de Amón, de Moab y los de monte Seir venían para destruirlo, la escritura dice que Josafat «tuvo temor» (vs. 2 y 3). No hay nada que infunda más temor que la palabra invasión. Aun así, Josafat se dispuso a buscar al Señor y reunió a Israel proclamando un ayuno público.

Entonces él mismo comenzó a orar declaran­do la grandeza de Dios hasta entrar en alabanza. «Y estaba allí Jahaziel hijo de Zacarías … sobre el cual vino el Espíritu de Jehová en medio de la congregación» (v. 14).

El plan de batalla que vino por medio de Jahaziel es sorprendente. Es un ejemplo de cómo pelearía Dios si fuera nosotros. Dijo él:

No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios.

Mañana descenderéis contra ellos. No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros (vs. 15-17).

El plan de batalla era que algunos cantores fueran delante del ejército alabando y adorando al Señor y él se encargaría del resto.

La derrota del enemigo

Josafat consultó con el pueblo y puso canto­res para que entonasen alabanzas a Dios. Mientras iban delante del ejército, debían decir: «Glorifi­cad a Jehová, porque su misericordia es para siem­pre». El versículo 22 dice: «Y cuando comenza­ron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso … las emboscadas … «

Pregúntese Ud. mismo ¿cómo hizo Dios para emboscar a estos ejércitos? Yo creo que lo hizo por medio de ángeles. Creo que los ángeles que Dios envió hicieron exactamente lo opuesto de lo que hace el diablo. Susurraron a oídos de los amonitas: «Cuídense de los moabitas. Tan pronto den Uds. la vuelta los acuchillarán por la espalda. Y esos hombres del monte Seir son peores que los moabitas».  

Cada uno de estos tres ejércitos pensó que era mejor acabar con el otro antes que lo hicieran con él. Cuando terminó la matanza, los ejércitos inva­sores se habían autodestruido. Los ángeles del Señor cumplieron con su encargo, pero no lo hicieron hasta que el pueblo de Dios comenzó a cantar y alabar; sucedió cuando su pueblo ejerció los principios de la guerra espiritual, usando el poder de la alabanza y la adoración. Cuando ellos obedecieron, Dios dijo a sus ángeles: «Muy bien, mi pueblo hace lo que le he mandado. Vayan ahora y hagan Uds. lo que les he mandado».

Conclusión

Es sorprendente que nuestras alabanzas sean decisivas en las victorias que se ganen en los cielos y que muevan a los ángeles a cumplir con el plan de Dios. Pero ¿cómo nos afecta esto a cada uno de nosotros en la práctica? Significa que, cuando Ud. se enfrente a una situación desesperada, como la de Josafat rodeado, por todos lados, de ejérci­tos enemigos, su alabanza y adoración serán las que marquen la diferencia entre la victoria y la derrota. Tal vez Ud. esté como Daniel, esperando el cumplimiento de una promesa de Dios, que por alguna razón se tarda en venir: su oración dili­gente puede ser el factor que incline la balanza en su favor para darle la victoria que se libra en los cielos. Si Ud. está enfrentando circunstancias como estas, ¿por qué no se compromete ahora mismo a ver la victoria de Dios en su vida por medio del poder de la alabanza y la adoración?

La realidad es que nuestra participación tiene un impacto en los cielos, como influencia en la actividad de los ángeles, y debiera ser motivo de aliento para nosotros. Pero más allá de ese nivel personal, esto tiene ramificaciones poderosas en lo que Dios hará con toda la Iglesia en los días venideros. Dios se ha propuesto que la Iglesia participe en el desarrollo de sus planes sobre la tierra. Los ángeles de Dios esperan hacer la volun­tad del Señor, pero no se mueven hasta que la Iglesia se levante con sus armas. Y cuando ese momento final venga, y estemos creyendo, y la Iglesia se levante con el poder de sus armas, de­clarando la efectividad de la sangre contra las puertas del infierno y contra el diablo mismo, veremos la victoria en los cielos que establecerá los propósitos eternos de Dios para la tierra.

Terry Law, presidente de Sonido Viviente, un grupo musical misionero, ha evangelizado en do­cenas de naciones alrededor del mundo, incluyen­do Polonia, la Unión Soviética y otros países comunistas.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 12 -abril 1985