Autor Robert E. Coleman
Todo comenzó cuando Jesús llamó a unos pocos hombres para que le siguieran. Esto reveló inmediatamente la dirección de Su estrategia evangelizadora. Su interés no fue con programas para alcanzar a las multitudes, sino con hombres antes de que organizara una campaña evangelística o predicara un sermón público. Los hombres constituirían su método para ganar al mundo para Dios.
El objetivo inicial del plan de Jesús fue el de reclutar a hombres que pudieran dar testimonio de Su vida y siguieran llevando a cabo Su obra después de que El regresara al Padre. Juan y Andrés fueron los primeros en ser invitados cuando Jesús dejaba la escena del gran avivamiento del Bautista en Betania, más allá del Jordán (Juan 1:35-40). Andrés a su vez trajo a su hermano Pedro (Juan 1:41,42). Al día siguiente el Señor se encontró con Felipe camino a Galilea y Felipe trajo a Natanael (Juan 1:43-51). No hay ninguna evidencia de prisa en la selección de estos discípulos; únicamente determinación. Jacobo, el hermano de Juan, no es mencionado como parte del grupo, sino hasta que los cuatro pescadores son llamados de nuevo varios meses más tarde junto al Mar de Galilea (Marcos 1: 19; Mateo 4: 21). Un poco después Mateo es llamado a seguir al Maestro en su paso por Capernaum (Marcos 2:13,14; Mateo 9:9; Lucas 5:27,28). Los detalles del llamamiento de los otros discípulos no se mencionan en los Evangelios, pero se cree que ocurrió durante el primer año del ministerio del Señor.
Como es de esperar, estos esfuerzos iniciales para ganar almas tuvieron muy poco o ningún efecto inmediato en la vida religiosa de Su día; pero eso no importaba demasiado, pues el resultado fue que estos pocos convertidos del Señor estaban destinados a ser los líderes de Su iglesia que iría con el Evangelio por todo el mundo; y desde el punto de vista de Su propósito último, el significado de sus vidas se sentiría a través de la eternidad. Eso es lo único que cuenta.
Hombres dispuestos a aprender
Lo que es más sorprendente acerca de estos hombres es que al principio no nos causan la impresión de que son hombres claves. Ninguno de ellos ocupaba un lugar prominente en la Sinagoga; ninguno de ellos pertenecía al sacerdocio levítico. La mayoría eran hombres corrientes y trabajadores, probablemente sin ningún entrenamiento profesional más allá de los rudimentos del conocimiento necesario para sus vocaciones. Tal vez algunos procedían de familias de ciertos recursos, como los hijos de Zebedeo, pero a ninguno se le podía considerar rico. No tenían ningún grado académico en las artes y filosofías de sus días. Igual que su Maestro, su educación formal consistía seguramente en la que habían recibido en las escuelas de la Sinagoga. La mayoría se había creado en las secciones pobres del país alrededor de Galilea. Aparentemente el único de los doce que venía de las regiones más refinadas de Judea era Judas Iscariote. Según el nivel de la cultura sofisticada de entonces y de ahora, había que considerarlos más bien como una tosca colección de almas. Uno se preguntaría con asombro cómo podría Jesús usarlos jamás. Eran impulsivos, temperamentales, se ofendían fácilmente y tenían todos los prejuicios típicos de su ambiente. En resumen, estos hombres seleccionados por el Señor para que fueran, Sus ayudantes, representaban un corte transversal de la sociedad común y corriente de sus días. No era la clase de grupo que uno esperaría que ganase el mundo para Cristo.
Sin embargo, Jesús vio en estos hombres sencillos la potencialidad de liderazgo para el Reino. Eran realmente «hombres sin preparación y del pueblo común» según el criterio del mundo (Hechos 4: 13), pero eran hombres a quienes se les podía enseñar. Aunque estuvieron equivocados en sus juicios y fueron lentos para entender las cosas espirituales, sin embargo eran hombres honestos y dispuestos a confesar sus necesidades. Sus modales pudieron ser torpes y sus habilidades limitadas, pero exceptuando al traidor, eran de gran corazón. Tal vez lo que sea más significativo acerca de ellos es que tenían un deseo sincero de Dios y de las realidades de Su vida. La superficialidad de la vida religiosa alrededor de ellos no les había estorbado en su esperanza del Mesías (Juan 1:41,45,49; 6:69). Estaban hastiados de la hipocresía de la aristocracia gobernante. Algunos de ellos ya se habían aliado al movimiento de avivamiento de Juan el Bautista (Juan 1 :35). Buscaban a alguien que los guiara en el camino de la salvación. Hombres así, flexibles en las manos del Maestro, podían ser moldeados en una nueva imagen – Jesús puede usar a cualquiera que desea ponerse a Su servicio.
Concentrado en unos pocos
No debemos pasar por alto la verdad práctica de cómo lo hizo Jesús. Aquí radica la sabiduría de Su método y al observarlo, regresamos al principio fundamental de concentración en los que El usaría. No se puede trasformar al mundo sin trasformar a los individuos que lo componen y los individuos no pueden ser cambiados si el Maestro no lo hace. Es evidente, no sólo la necesidad de seleccionar a unos pocos, sino de conservar el grupo lo suficientemente pequeño para poder funcionar efectivamente con ellos.
Por lo tanto, cuando el número de Sus seguidores aumentó, fue necesario, a la mitad de Su segundo año de ministerio, reducir la compañía seleccionada a un número más manejable. Consecuentemente, Jesús «llamó a sí a sus discípulos, y escogió doce de ellos, a quienes también dio el nombre de apóstoles» (Lucas 6: 13-17; Marcos 3: 13-19). Sin prestar atención al significado simbólico que uno quisiera darle al número doce, está claro que la intención de Jesús era darle a estos hombres privilegios y responsabilidades únicas en la obra del Reino.
Esto no significa que la decisión de Jesús de tener doce apóstoles, prohibía a otros para que le siguieran, pues como sabemos, muchos más se nombraban entre Sus asociados y algunos de ellos llegaron a ser obreros eficaces en la Iglesia. Los setenta (Lucas 10: 1); Marcos y Lucas, escritores de los evangelios que llevan sus nombres; Jacobo. Su propio hermano (1 Corintios 15:7; Gálatas 2:9;12;, Juan 2: 12 y 7:2-10), son ejemplos notables. Sin embargo debemos reconocer que había una prioridad que disminuía rápidamente con aquellos que no formaban el grupo de los doce.
La misma regla se podría aplicar a la inversa, porque dentro del grupo selecto de apóstoles, parecía que Pedro, Jacobo y Juan disfrutaban de una relación más especial con el Maestro que la de los otros nueve. Únicamente estos pocos privilegiados fueron invitados a entrar en el cuarto donde yacía muerta la hija de Jairo (Marcos 5:3,; Lucas 8:51); sólo ellos subieron más allá con el Maestro y vieron Su gloria en el Monte de la Transfiguración (Marcos 9:2; Mateo 17: 1; Lucas 9:28); y entre los olivos del Getsemaní, proyectando sus presagiosas sombras a la luz de la luna de la Pascua, estos miembros del círculo íntimo esperaron cerca de su Señor mientras El oraba (Marcos 14:33; Mateo 26:37). Tan notable es la preferencia que se da a estos tres que, de no haber sido por la encarnación de generosidad desinteresada en la Persona de Cristo, bien pudo haber precipitado el resentimiento de los otros apóstoles. El hecho de que no exista ninguna mención de que los discípulos se quejaron de la preeminencia de los tres, aunque hayan murmurado sobre otras cosas, es prueba de que donde hay preferencia mostrada en el espíritu correcto y por razones adecuadas, no hay necesidad de que la ofensa se levante.
El principio aplicado
Todo esto lo deja a uno con la impresión de que Jesús tenía una manera deliberada para proporcionar Su vida a aquellos que Él quería entrenar. También es una ilustración gráfica de un principio fundamental de la enseñanza: que siendo igual las otras cosas, entre más concentrado sea el grupo que se enseña, mayor es la oportunidad de instruir efectivamente.
Jesús dedicó a estos pocos discípulos la mayor parte de Su vida que le quedaba sobre la tierra. Literalmente arriesgó todo Su ministerio en ellos. El mundo podía ser indiferente con El y no obstante no frustraría su estrategia. Ni siquiera le preocupó mucho cuando Sus seguidores, al borde de la decisión, renunciaron su alianza con El cuando fueron confrontados con el verdadero significado del Reino (Juan 6:66). Pero no podía soportar la idea que Sus discípulos más cercanos no comprendieran Sus propósitos. Tenían que entender la verdad y ser santificados por ella (Juan 17: 17), de otra forma todo estaría perdido. Por eso no pidió por el mundo, sino por los pocos que Dios le dio de este mundo (Juan 17:6,9). Todo dependía de la fidelidad de ellos si el mundo habría de creer en El por la palabra de ellos» (Juan 17:20).
Sin descuidar las multitudes
Con base en lo que acabamos de enfatizar, sería incorrecto, sin embargo, asumir que Jesús descuidaba a las masas. Pues no fue así. Jesús hizo todo lo que se le podía pedir a un hombre y más aún para alcanzar a las multitudes. Lo primero que hizo cuando comenzó Su ministerio fue identificarse claramente con el gran avivamiento y movimiento de las masas de su tiempo a través del bautismo de manos de Juan (Marcos 1: 9-11 ; Mateo 3: 13-17; Lucas 3:21,22) y más tarde, deliberadamente endosó la obra del gran profeta (Mateo 11 :7-15; Lucas 7:24-28). El mismo predicaba continuamente a las multitudes que seguían Su ministerio milagroso. Les enseñó. Los alimentó cuando tenían hambre. Sanó a los enfermos y echó fuera los demonios entre ellos. Bendijo a sus niños. A veces pasaba el día entero ministrando a sus necesidades, hasta el punto de no tener «ni tiempo siquiera para comer» (Marcos 6: 31). Por todos los medios posibles Jesús manifestó a las masas de la humanidad su preocupación sincera. Ellos eran a los que vino a Salvarles, amó, lloró por ellos y finalmente murió para salvarlos de sus pecados. Nadie jamás podrá pensar que Jesús descuidó la evangelización de las masas.
El entusiasmo de las multitudes
La verdad es que el poder de Jesús para impresionar a las multitudes creó un problema muy serio en Su ministerio. Tenía tanto éxito cuando les expresaba Su compasión y Su poder que una vez «querían venir a apoderarse de El por la fuerza para hacerlo rey» (Juan 6: 15). Uno de los seguidores de Juan reportó que «todos» estaban buscándole (Juan 3: 26). Hasta los fariseos decían que todo el mundo se había ido tras El (Juan 12:19), y por más amarga que debió ser su admisión, los sacerdotes principales concurrían con esta opinión (Juan 11:4, 48). Como quiera que uno lo vea, la historia del Evangelio no indica que a Jesús le hiciera falta popularidad entre las masas, a pesar de la lealtad incierta de ellos, condición esta que perduró hasta el final. Fue el temor a este sentimiento amistoso de las masas hacía Jesús que impulsó a Sus acusadores a capturarlo a espaldas del pueblo (Marcos 12:12; Mateo 21: 26; Lucas 20: 19).
Si Jesús hubiera alentado este sentimiento popular entre las masas, fácilmente pudo haber tenido todos los reinos de los hombres a Sus pies. Todo lo que tenía que hacer era satisfacer los apetitos temporales y la curiosidad de la gente con Su poder sobrenatural. Esta fue la tentación que Satanás le presentó en el desierto cuando le dijo que convirtiera las piedras en pan y se echara abajo del pináculo del templo (Mateo 4: 1-7; Lucas 4: 1-4, 9-13). Estos hechos espectaculares de seguro que hubieran excitado el aplauso de las multitudes. Satanás no le estaba ofreciendo nada cuando prometió darle a Jesús todos los reinos del mundo si el Maestro le adorase (Mateo 4:8-10). El super engañador de los hombres sabía bien que Jesús los tendría automáticamente si El desviaba Su concentración de las cosas que importaban en el Reino Eterno.
Pero la actuación de Jesús no era para las galerías. Al contrario. Repetidamente hizo esfuerzos especiales para aquietar el respaldo popular superficial de las multitudes que había sido ocasionado por Su extraordinario poder (Juan 2:23- 3:3; 6:26;27). Frecuentemente pedía a los que eran recipientes de Su poder sanador que no dijeran nada para prevenir las demostraciones masivas de las multitudes fácilmente excitables. Igualmente con Sus discípulos en el Monte de la Transfiguración, cuando bajaban «les mandó que a nadie contaran lo que habían visto» sino hasta después de Su resurrección (Marcos 9: 9 ; Mateo 17:9). En otras ocasiones cuando venía el aplauso de las muchedumbres, Jesús se retiraba con Sus discípulos para continuar su ministerio en otro lugar.
Esta práctica a veces contrariaba a Sus seguidores que no entendían Su estrategia. Hasta sus propios hermanos y hermanas, que no creían aún en El, insistían para que abandonara esta conducta y se manifestara abiertamente al mundo, pero El rehusó su consejo (Juan 7:2-9).
Pocos parecían entender
Debido a esta línea de conducta, no es sorprendente que pocas personas fueron realmente convertidas durante el ministerio de Jesús, es decir de una manera clara y definida. Por supuesto, que muchos entre las multitudes creyeron en Cristo desde el punto de vista de aceptación de Su ministerio divino, pero muy pocos comparativamente parecen haber captado el significado del Evangelio. Tal vez el número total de sus devotos seguidores al finalizar Su ministerio terrestre era poco más de 500 hermanos a quienes Jesús. se les apareció después de la resurrección (1 Corintios 15 :6), y sólo unos 120 esperaron en Jerusalén para recibir el bautismo en el Espíritu Santo (Hechos 1: 15). Aunque el número no es tan pequeño si se considera que Su ministerio activo se extendió únicamente a través de un período de tres años, sin embargo, si a este punto uno midiese la efectividad de Su evangelismo por el número de Sus convertidos, sin duda que a Jesús no se le consideraría entre los evangelistas más productivos de la iglesia.
Su estrategia
¿Por qué? ¿Por qué concentró Jesús deliberadamente Su ministerio en comparativamente tan pocas personas? ¿No había venido a salvar al mundo? Con el ardiente anuncio de Juan el Bautista repicando en los oídos de las multitudes, el Maestro pudo haber tenido fácilmente miles de seguidores si los hubiera querido. ¿Por qué no se aprovechó entonces de Sus oportunidades para reclutar un ejército poderoso de creyentes y tomar al mundo por asalto? Seguramente que el Hijo de Dios pudo haber adoptado un programa más atractivo para reclutar a las masas. ¿No parece más bien desalentador que alguien con todos los poderes del universo a Su disposición viviera y muriera para salvar al mundo, y sin embargo al final sólo tuviera unos cuantos discípulos imperfectos que mostrar como fruto de Su labor?
La respuesta enfoca de una vez el propósito real de Su plan de evangelismo. Jesús no intentaba impresionar a las muchedumbres, sino más bien introducir un Reino. Esto significaba la necesidad de hombres que pudieran dirigir a las multitudes. ¿Cuál hubiera sido el beneficio en relación con su objetivo final levantar a las masas para que le siguieran y estas no tuvieran supervisión ni instrucción subsecuente en el Camino? Se había demostrado en numerosas ocasiones que las muchedumbres eran una presa fácil para los dioses falsos cuando se les dejaba sin cuidado. Sin un pastor, las masas eran como ovejas indefensas vagando sin rumbo (Marcos 6:34; Mateo 9:36; 14: 14). Estaban dispuestas a seguir casi a cualquiera que se apareciera con alguna promesa para su provecho, fuese amigo o enemigo. Esa era la tragedia de ese tiempo – Jesús despertaba fácilmente las aspiraciones nobles de la gente, pero de igual manera eran rápidamente contrarrestadas por las engañosas autoridades espirituales que la controlaban. Los líderes de Israel espiritualmente ciegos (Juan8:44;9:39-41; 12:40, Mateo 23: 1-39), aunque comparativamente pocos en número, dominaban completamente los asuntos del pueblo. Por esta razón a menos que los convertidos de Jesús tuvieran hombres competentes de Dios para dirigirlos y protegerlos en la verdad, pronto caerían en la confusión y en la desesperación y el último estado sería peor que el primero. De modo que si el mundo habría de recibir ayuda permanente, habría que levantar a hombres que pudieran dirigir a las multitudes en las cosas de Dios.
Jesús era un realista. Se daba cuenta perfectamente de la inconsistencia de la naturaleza depravada del hombre, así como de la magnitud de las fuerzas satánicas acumuladas contra la humanidad y con este conocimiento basó Su evangelismo en un plan que pudiera satisfacer la necesidad. Las multitudes de almas discordante s y desconcertadas estaban potencialmente listas para seguirle, pero Jesús no les podía dar individualmente el cuidado personal que necesitaban. Su única esperanza era conseguir hombres imbuidos con Su vida para que lo hicieran. Por lo tanto, El se concentró en aquellos que serían los primeros en este liderazgo. Aunque hizo todo lo que pudo para ayudar a las multitudes, tenía que dedicarse primordialmente a unos pocos hombres, y no a las masas, para que las masas al final fuesen salvadas. Este era el genio de Su estrategia.
Aplicación actual del principio
No obstante, es extraño que en la práctica hoy casi no se comprende este principio. La mayoría de los esfuerzos evangelísticos de la iglesia comienzan con las multitudes bajo la suposición de que la iglesia está cualificada para conservar lo bueno que se hace. El resultado es el espectacular énfasis en el número de convertidos, candidatos al bautismo y más miembros para la iglesia, con poco o nada de interés genuino manifestado con respecto al establecimiento de estas almas en el amor y el poder de Dios, mucho menos en la preservación y continuación de la obra.
Seguramente que si el patrón de Jesús a esta altura tiene algún significado del todo, enseña que la primera responsabilidad de un pastor, así como la preocupación más importante de un evangelista es de ver que desde el principio se ponga un fundamento sobre el cual se pueda edificar un ministerio evangelístico efectivo y continuo para las multitudes. Esto requiere mayor concentración de tiempo y talentos sobre pocos hombres en la iglesia sin descuidar la pasión por el mundo. Significa levantar un liderazgo entrenado «para la obra del ministerio» al lado del pastor (Efesios 4: 12). Unos pocos hombres dedicados así con el tiempo sacudirán al mundo para Dios. La victoria nunca se gana con las multitudes.
Algunos objetarán a este principio si se practica entre los obreros cristianos, argumentando favoritismo mostrado a un grupo selecto dentro de la iglesia. Pero aún si fuera así, sigue siendo la manera en que Jesús concentró su vida y sigue siendo necesario si se desea entrenar algún liderazgo permanente. Donde se practica motivado por un amor genuino para toda la iglesia, y se manifiesta debida consideración a las necesidades de la gente, las objeciones que se hagan podrán ser reconciliadas con la misión que se cumple. Sin embargo, la meta final debe ser clara para el obrero, sin que haya ningún rasgo egoísta de parcialidad en sus relaciones con los demás. Todo lo que se haga con los pocos es para la salvación de la multitudes.
Una demostración moderna
Este principio de selectividad y de concentración está gravado en el universo y dará resultados no importa quién lo practique, lo crea la iglesia o no. No deja de tener algún significado que los comunistas siempre alertas a lo que da resultados, han adoptado este método del Señor. Usándolo para sus propios y desviados intereses, se han multiplicado de un puñado de entusiastas hace setenta y cinco años a una gran conspiración de seguidores que esclavizan a casi la mitad de la población del mundo. Ellos han probado en nuestros días lo que Jesús demostró tan claramente en el Suyo, que las multitudes pueden ser ganadas fácilmente si se les da líderes que puedan seguir. ¿No es la extensión de esta maligna filosofía comunista, en cierta medida, un juicio contra la iglesia, no sólo de nuestro flácido compromiso con el evangelismo, sino también de la manera superficial que hemos intentado llevarlo a cabo?
Tiempo para actuar
Es tiempo de que la iglesia confronte la situación de forma realista. Nuestros días de obrar con frivolidad se están acabando. El programa evangelístico de la iglesia ha sucumbido en casi todos los frentes. Lo peor es que el empuje misionero del Evangelio en fronteras nuevas ha perdido en gran parte su poder. En la mayoría de los países, la debilitada iglesia ni siquiera guarda paso con el aumento de la población. Mientras tanto las fuerzas satánicas se vuelven más implacables y atrevidas en su ataque. Es irónico cuando uno se detiene a pensar en esto. En una era cuando las facilidades para la comunicación rápida del Evangelio están a la disposición de la Iglesia como nunca antes, estamos realizando menos para ganar el mundo para Dios que antes del invento del carruaje sin caballos.
No obstante, si bien hoy la situación es trágica, no debemos hacer esfuerzos frenéticos para tratar de invertir esta dirección de la noche a la mañana. Quizá ese haya sido nuestro problema. En nuestra preocupación de contener la corriente, hemos lanzado un programa desesperado tras otro para alcanzar a las multitudes con las palabra redentora de Dios. Pero lo que no hemos podido entender en nuestra frustración es que el problema verdadero no reside en las masas – lo que creen, cómo se gobiernan, si se alimentan con una buena dieta. Todas estas cosas que se consideran tan vitales son manipuladas últimamente por otros, y por esta razón, antes de que podamos solucionar la explotación del pueblo, tenemos que alcanzar a aquellos a quienes la gente sigue.
Esto, por supuesto, establece una prioridad para ganar y entrenar a los que ya están en posiciones responsables de liderazgo. Pero si no podemos comenzar desde arriba, entonces empecemos don de estamos y entrenemos a unos pocos de los modestos para que se conviertan en los grandes. Recordemos también, que uno no tiene que tener el prestigio del mundo para ser usado poderosamente en el Reino de Dios. Cualquiera que esté dispuesto a seguir a Cristo puede convertirse en una influencia poderosa sobre el mundo, si esta persona, por supuesto, tiene el entrenamiento adecuado.
Aquí es donde debemos de comenzar como lo hizo Jesús. Será lento, tedioso, doloroso y probablemente al principio pasará sin ser notado por los hombres, pero el resultado final será glorioso, .aún si no vivimos para verlo. Viéndolo de esta manera, el evangelismo se convierte en una gran decisión para el ministerio. Uno tiene que decidir dónde quiere que cuente su ministerio – en el aplauso momentáneo del reconocimiento popular, o en la reproducción de su vida en unos pocos hombres escogidos que continúen su obra después de que se haya ido.
Reproducido con permiso – The Master Plan of Euangelism por Robert E. Coleman copyright 1963, 1964 por Robert E. Coleman. Vino Nuevo marzo-abril 1977.