Por Charles Simpson
En los ojos de Dios hay sólo una persona que es finalmente responsable por su vida- ¿Usted mismo!
Todo le pertenece a Dios. Todo lo que tenemos provino de él. Por lo tanto, la obligación nuestra es administrar responsablemente lo que hemos recibido. Y como Dios demanda cuentas claras, un día tendremos que responder por nuestra mayordomía.
Romanos 14:12 dice: «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí». Yo no encuentro ninguna laguna en esta escritura. «De manera» es una expresión concluyente. «Cada uno» no deja afuera a nadie. «Dará cuenta» tiene una connotación de totalidad. «De sí» es muy específico. No hay manera de mejorar o escapar de este pasaje. Declara, sin dudas, que daremos cuenta a Dios de nosotros mismos.
El principio de esta contabilidad se expande en 1 Corintios 4: 1 donde dice: «Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios.» Dios nos ha dado sus verdades y sus misterios a cada uno de nosotros y somos administradores de ellos. No sólo eso, también respondemos a su dueño, Dios, por esos misterios.
El pasaje continúa diciendo: «Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel.» (v.2) Cada uno de nosotros entonces es requerido a ser digno de confianza porque un día rendiremos cuentas a Dios de nuestra mayordomía. A esto es a lo que llamo la ley de la contabilidad. No es una ley hecha arbitrariamente por el hombre, sino que es una ley de la creación.
El hombre y la ley
La ley de la contabilidad no es algo que nosotros hagamos operar. Funciona aun sin nosotros. Funciona sin nuestro voto o con nuestra revocación. Su aprobación o su rechazo no es lo que la hace efectiva. Podríamos votar para reconocerla, pero cuando es una verdadera ley ya estará funcionando. Por ejemplo, podríamos votar sobre la ley de la gravedad para aprobarla o derogarla. Podríamos derogarla porque no nos guste cuando caemos y nos fracturamos un brazo o porque hace que nuestros hijos se lastimen cuando caen. Pero nuestro voto no la va a cambiar. Una ley verdadera está integrada en la creación. Funciona lo queramos nosotros o no.
Esta ley de la contabilidad, ¿es así o será algo que nosotros hemos inventado? ¿Nos hicimos nosotros la idea de que todos tendremos que rendir cuentas? ¿Fue el apóstol Pablo quien la inventó? ¿O el rendir cuentas será una ley que Dios incorporó en la creación, tan real como la ley de la gravedad?
La ley funciona para todos
El mundo se puede dividir en dos grupos: los que aceptan y cooperan con la ley de la contabilidad y los que no. Hay personas que conocen esta ley, pero no funcionan en ella. Y hay otros que, no conociendo esta ley, se benefician de ella porque instintivamente funciona en cooperación con sus principios. En otras palabras, la ley funciona para todos los que la obedezcan, conociéndola o ignorándola; sea cristiano o no.
Una ley real no favorece a nadie en particular; es totalmente imparcial. Sencillamente funciona. Si queremos tener éxito cooperaremos con ella. Creerla no la pone en existencia ni negarla la destruye.
Hay muchos cristianos que no logran comprender por qué algunos impíos prosperan en las finanzas. Una de las razones es porque, sin conocer al Señor, muchas veces hacen lo que los cristianos debieran estar haciendo. A menudo, los impíos son diligentes, efectivos, prudentes y considerados. Tal vez son malos o contrarios en ciertas áreas, pero en otras hacen lo correcto. En cambio, otros podrán estar confesando todas las doctrinas correctas, pero no están haciendo las cosas fundamentales para las que fuimos creados. Ser cristianos no cambia estas realidades. Una ley real está incorporada en la forma en que funciona la creación y prosperará a quien sea que funcione de acuerdo a ella, cristiano o no.
Adán y la contabilidad
La ley de la contabilidad es real y existe desde la creación. Adán, el primer hombre y el primer administrador sobre la creación de Dios, se encontró con la realidad de esta ley. A él se le dio el gobierno de la creación y tenía jurisdicción sobre toda la tierra, pero cometió el error fatal de pensar que no tendría que rendir cuentas. Cuando pecó, lo que estaba en juego no era la fruta o el árbol, sino su responsabilidad de darle cuentas a Dios. Adán estaba allí (vea Génesis 3:6) cuando la mujer, por quien él era responsable, fue tentada por la serpiente, parte de la creación sobre la que él tenía el dominio. Adán no lo impidió en nada.
Pudo haber tomado las riendas de su responsabilidad para corregir a su esposa quien le ofrecía la fruta, reprendiendo a la serpiente que estaba bajo su supervisión. Adán debió haberse puesto firme en su autoridad y exigido cuentas de su esposa y de la serpiente. Pero no dijo nada. Más bien cedió y desobedeció a Dios. Cuando Dios lo confronta con su pecado, le echa las culpas a su esposa.
Cuando Adán intentó suspender su responsabilidad, Dios se la exigió. Ese mismo deseo de suspender nuestra contabilidad delante de Dios sigue con nosotros hasta nuestros días. Vemos a los descendientes de Adán en nuestra sociedad, en todas clases de empresas, desde la industria automovilística hasta la variedad de servicios remunerados. Su lema es: «No funciona y nadie tiene la culpa.» La actitud adámica que prevalece es: «No es culpa mía. ¿Qué puedo hacer yo? Yo no soy el responsable.»
Este legado de Adán tiene muchos nombres filosóficos, y es una actitud básica que se remonta hasta los días en el huerto. Las mismas tendencias que había en Adán están en nosotros. Pero Adán no pudo suspender su contabilidad, ni nosotros tampoco.
Tres fuerzas mayores
Debemos reconocer tres fuerzas mayores que han influenciado nuestra sociedad en su intento de suspender la responsabilidad del hombre de rendirle cuentas a Dios. Estas fuerzas representan las filosofías de tres hombres que han tenido una enorme influencia en los últimos doscientos años:
Carlos Darwin, Karl Marx, y Sigmund Freud.
Darwin, que era un agnóstico, fue el originadar de la teoría de la evolución, la noción que dice que el hombre vino aquí y ha llegado a su estado presente sin Dios. Darwin desarrolló una teoría nueva de cómo lograron los mundos su existencia, usando términos como «fuerza y materia». Puesto que la materia simplemente «llegó hasta aquí» no tenemos que responder por ella. No tenemos que rendir cuentas de ella.
Otro que intentó suspender la ley de la contabilidad fue Karl Marx. Todas las evidencias indican que en su juventud fue un buen cristiano, pero después llegó a odiar a Dios. Desde esa posición, Karl Marx trató de darnos una sociedad sin Dios. Propuso un orden social sin Dios y sin la necesidad de rendirle cuentas a él. Su teoría dice que la fuerza motriz de la sociedad es el materialismo, el deseo de alcanzar el éxito. Según Marx, la sociedad entera está experimentando una clase de evolución paralela a la evolución biológica propuesta por Darwín. El resultado final de la filosofía de Marx es un orden social sin Dios y sin contabilidad.
Otro que intentó destruir la ley de la contabilidad fue Sigmund Freud, quien creyó que si la ignoraba la abrogaría. Freud, un ateo (quizá quien haya influenciado más al mundo occidental), propuso un alma sin Dios. Explicó nuestro comportamiento en términos del ambiente y del ego, tratando de suprimir nuestra necesidad de rendirle cuentas a Dios. Según Freud, somos víctimas de las circunstancias y de la creación y no sus amos. Si hago mal, tal vez sea porque un pariente me ofendió cuando era niño, o porque tuve una experiencia traumática, o porque me mal impusieron un código moral. Cualquier cosa mala que hagamos entonces es culpa de algo o de alguien fuera de nosotros.
No podemos pasar la culpa a otros
Supe del caso de un adicto que había arruinado sus riñones con drogas y el gobierno estaba pagando su tratamiento de diálisis. Cuando se le cuestionó sobre su propia responsabilidad en el asunto, este hombre echó la culpa a todos menos a él mismo. Era culpa de su familia, de su ambiente, de la comunidad y por eso el gobierno debía sufragar sus gastos. De todos era la culpa menos suya.
Dios no acepta esa clase de pensamiento. El nos hace responsables, y cuando estemos ante él no valdrá nada decir: «Dios, ¿es que nunca leíste las teorías de Freud, de Marx y de Darwin? Nada de esto es culpa mía. Realmente es culpa tuya porque tú me pusiste en esa familia. Tú me pusiste en esa condición económica, y en esa situación. No pude evitarlo.»
Freud nos hará creer que somos víctimas de nuestras relaciones. Darwin concluirá diciendo que somos víctimas de la evolución, y Marx que somos víctimas del determinismo económico. Y todos, que no somos responsables.
Contrario a estos intentos de suspender la contabilidad, doy gracias a Dios porque no soy una víctima; soy el responsable de mi vida. Doy gracias a Dios porque él no nos ve como víctimas sino como seres responsables. Según él somos capaces de ser los administradores de la creación incluyéndonos a nosotros mismos. Podemos sujetar nuestros cuerpos. Podemos sujetar nuestras mentes. Podemos controlar nuestros impulsos sexuales. Podemos dominarnos con el poder del Espíritu Santo. Podemos tener la mente de Cristo. Podemos conquistar las cosas que nos confrontan. Podemos y debemos porque Dios nos hace responsables de nuestros actos. La ley de la contabilidad, ese principio de la creación, demanda que rindamos cuentas a Dios.
La contabilidad en la economía
Muchas personas han sido dominadas en sus pensamientos por una sociología y una economía marxista. Como consecuencia de lo que se enseña en las escuelas pocos saben lo que es la empresa libre y cómo funciona. Desconocen la dinámica que se desarrolla cuando los individuos libres, promueven sus recursos en una interacción que produzca. No saben como crear riqueza.
La idea que muchos tienen es que la riqueza es como un pastel. El pastel entero es un cien por ciento de toda la riqueza disponible y todos deben tener una tajada igual. Si alguien sale con un pedazo más grande es porque le está quitando a otro quien se queda con una porción más pequeña. Esta es, en síntesis, la filosofía económica socialista y a muchos se les ha lavado el cerebro con ella.
¿Qué hay de malo con esta idea que sólo hay un cien por ciento de todo y que a todos les corresponde su parte justa? Lo malo es que hace a Dios a un lado, y Dios no tiene límites. Dios crea la prosperidad y las riquezas a través de nosotros. El puede multiplicar los recursos en nuestras manos como lo hizo con los peces y los panes en manos de los discípulos.
¿Quién responde?
Pero la falla más grave en la economía socialista es que intenta evadir la ley de la contabilidad y su realidad. Las sociedades socialistas, como la Unión Soviética, han tomado la decisión de hacer que todos (o el estado) tengan las tierras en común. De esta manera han creado una situación donde la responsabilidad de todos es la responsabilidad de nadie. La tierra que pertenece al estado no produce lo suficiente porque nadie responde por ella. Un despacho responde por ella.
En la Unión Soviética, el noventa y siete por ciento de la tierra es propiedad del estado y el resto, el tres por ciento, está en manos de individuos. ¡Sorprendentemente, ese tres por ciento de la tierra produce el treinta y cuatro por ciento de las cosechas de todo el país! ¿Por qué? Porque una persona responde por lo que es suyo. Dejará que el tractor del gobierno se herrumbre con una llanta desinflada, pero no permitirá que eso le pase a su propio tractor. Dejará que la mula del estado se muera de hambre, pero no la suya propia. Dejará que el maíz del estado se pudra, pero no el suyo. ¿Quién le enseñó esa tendencia de responder por sus pertenencias? Nadie. Es un principio que nació en él. Es una ley de la creación igual que la gravedad.
Prosperidad y responsabilidad
Las sociedades que fluyen con esta ley de la responsabilidad personal prosperan. Cuando los peregrinos llegaron a Norteamérica, establecieron una estructura social comunal. Se les exigió funcionar de esta manera por la compañía en Londres que los apadrinaba. Trabajaban para la compañía y tenían todas las cosas en común. En tres años, casi la mitad murió de hambre. Entonces, asignaron a cada hombre un pedazo de tierra que fuera propio para que viviera de ella. De este punto en adelante, los peregrinos prosperaron. Tomaron más interés en lo que estaban haciendo; trabajaron más, fueron más productivos y prosperaron porque fluían con la ley de la contabilidad.
La responsabilidad de todos es de ninguno. Pero Dios me hace a mí responsable de lo que me ha dado para administrar. Sólo tendremos frustraciones si ignoramos esta ley o tratamos de oponernos a ella. Pero si la reconocemos y cooperamos con ella, Dios nos hará prosperar en él.
Yo no nací en abundancia, pero sí con esta verdad y Dios me ha prosperado cuando la he seguido. De niño nunca supe lo pobre que éramos. Mi padre ganaba tres dólares y medio por semana cuando yo nací, pero creía que todo el mundo vivía así. Vivíamos en un remolque hechizo de una sola habitación. Pero a través de los años, Dios ha honrado nuestro compromiso de rendirle cuentas y nos ha prosperado.
Es fácil mirar a otros y decir: «El recibió su riqueza en una bandeja de plata». Pudiera ser, pero en la mayoría de los casos, la verdad es que aprendieron y aceptaron la ley de la contabilidad.
Cómo responderemos
Podemos hacer varias elecciones cuando nos confrontamos ante esta ley. Primero, podemos ignorarla o descuidarla. Podemos ignorar nuestros talentos, nuestros trabajos y todo. Pero si lo hacemos, perderemos lo que se nos ha confiado. La Biblia dice que el siervo infiel perderá aun lo que cree tener (vea Mateo 25 :29).
Alguien estaba hablando con su pastor y le confesaba: «No me era difícil diezmar cuando no ganaba mucho. Pero ahora que gano mucho dinero sí.» Su pastor le respondió: «Dios puede arreglar eso. ¿Te gustaría que cambiara las cosas a como eran antes?»
A veces nos disgustan nuestras responsabilidades, pero con esa base las perderemos. A veces no queremos dar cuentas y comenzamos a despreciar lo que tenemos. Es el preludio para hacer lo malo con lo que tenemos y para perderlo. Al hombre que tenía un talento, le fue quitado. Es interesante que su amo no se lo dio a quien tenía dos, sino a quien tenía diez. Jesús se lo dio al más fiel. Dios no anda tras darle a todos su parte. Lo que Dios persigue es que su creación sea administrada como él la quiere. Y si no cuidamos lo que él nos da, nos lo quitará.
En reconocimiento de Dios
Una segunda opción es desafiar a Dios, tomando lo que él nos ha dado como si fuera nuestro. Si lo hacemos, lo habremos robado. Para los que no dan sus diezmos, Dios dice: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado.» (Mal. 3:8).
‘Si Dios nos dio la capacidad de ganar dinero (y algunas personas tienen esa capacidad) y nos enorgullecemos diciendo: «¡Qué listo soy! Vean todo el dinero que he ganado» nos habremos metido en problemas si no reconocemos a Dios en todo lo que tenemos, nos convertimos en ladrones.
La tercera opción es la de ser irresponsables. Pero entonces nos sentiremos culpables porque se nos ha dado algo para hacer y no lo hemos hecho bien. La culpa llevada puede causar enfermedades físicas. Por eso es que debemos confesar nuestros pecados: para librarnos de la culpa. Si llevamos todo eso adentro; si mentimos o robamos o no guardamos nuestra palabra, o no pagamos lo que debemos, podríamos engañar a otros y salir aparentemente del aprieto, pero algo sucede adentro. Dios dice que tenemos que confesar nuestra irresponsabilidad y librarnos de la culpa.
En cuarto lugar, podemos responder en la carne. «Voy a ser responsable. Voy a ser un esfuerzo mayor. Lo voy a lograr.» Responder en la carne nos puede matar. El trabajo no mata; la responsabilidad sí.
Siempre he tenido un sentido extraordinario de responsabilidad. Cuando estaba en el colegio, me sentía obligado a involucrarme en todo. Jugaba fútbol, basketball, baseball, cantaba en el coro y participaba en otras actividades. Cuando tenía dieciséis años, mi padre me dijo: «Hijo, vas a tener que dejar algunas cosas o llegarás a un colapso nervioso.» Era concienzudo y responsable y sentía el peso del mundo entero. Pero responder en la carne nos matará.
Nuestra mejor elección
La quinta y mejor opción que tenemos para manejar nuestra responsabilidad es llevarla de nuevo a Dios y pedir su ayuda. Algunos prefieren comenzar de nuevo cada dos o tres años, como alguien que llena su casa de basura y se muda a otra para hacer lo mismo. Tarde o temprano tenemos que encarar la realidad de nuestra responsabilidad, y nos matará si no se la llevamos a Dios. El Espíritu Santo nos puede ayudar. Lo mejor que podemos hacer es poner nuestra responsabilidad bajo el señorío de Cristo. Vivir con esta ley de la contabilidad significa que no vamos a ignorarla. sino que vamos a aceptarla para funcionar con la gracia de Dios.
Asegurémonos bien de qué somos responsables. La tendencia es pasar el tiempo preocupados por cosas que no son de nuestra responsabilidad, descuidando las que son de nuestra incumbencia. Responder por todo lo que se nos ha confiado: nuestros talentos, recursos y lo que ha sido puesto bajo nuestra supervisión.
Si aceptamos nuestra responsabilidad, por la gracia y el poder del Espíritu Santo, podremos convertirnos en buenos administradores y un día oiremos al Maestro decir: «Bien hecho, buen siervo y fiel …»
El hermano Simpson pasó a la presencia del Señor el 14 de febrero de 2024. Además de sus responsabilidades pastorales y ministerio internacional, fue presidente de la Junta Directiva de New Wine. Dos de sus hijos viven en Mobile, Alabama. Una vive en Costa Rica.
Sugerencias para padres
Uno de los mensajes más claros que anunciamos a la sociedad está escrito en el carácter que impartimos a nuestros hijos. Ofrecemos las siguientes sugerencias para ayudarle a sobreponerse a cuatro de los temores más comunes que tienen los padres:
- No quiero imponer mi modo de ser sobre mis hijos
Si Ud. no los influencia, el resto del mundo, seguramente, lo hará. Los aficionados a las novedades no titubean en empujar sus «últimas ideas» hacia sus hijos. Pero Ud. es la única fuente fiel de vida que ellos tienen. Si Ud. está en un buen camino, no tenga miedo de llevar a sus hijos con Ud.
- No tengo la educación suficiente para enfrentar los problemas de hoy
Los padres están delegando cada vez más sus responsabilidades a las escuelas, los siquiatras, la iglesia, es decir, a los especialistas. Pero Ud. es quien ha sido nombrado por Dios para la tarea de criar a sus hijos y su propia historia y testimonio personal debiera ser fuente principal de vida. Los libros de texto y los especialistas son sólo una ayuda adicional en su trabajo.
- No quiero perderlos
Determine que gane, pierda o empate, Ud. y su familia caminarán íntegramente bajo la supervisión y dirección de Dios.
- No sé por dónde comenzar
El problema de la inercia pudiese ser el más difícil de todos. Las siguientes sugerencias le pueden ayudar:
- No sea ingenuo en cuanto a la paternidad. Es una tarea difícil, pero recuerde que Dios es quien lo ha nombrado para ese trabajo.
- La paternidad es un don de Dios. Dios se deleita en dar sabiduría a los que la piden.
- Una sus recursos con los de otros padres. Ellos son su mejor ayuda.
- Comience en un área que Ud. pueda dominar. Una familia saludable empieza con la salud de su parte más pequeña.
- Aprenda haciendo. En vez de desear o teorizar, tome el primer paso. Aún si fracasa, ya sabrá cómo hacerlo mejor en el que sigue.
Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. -5 nº 9- octubre 1984