
Un padre y sus hijos ven el poder de Dios
Lecciones perdurables
Por Clint Conner
Habíamos cruzado los mismos lugares como una docena de veces esa tarde de otoño, caminando por el bosque cubierto de hojas recién caídas, mezcladas con las viejas del año pasado. De pronto mi hijo, David (que entonces tenía ocho años), anunció con voz temblorosa que había perdido el botín del soldadito de juguete que había venido cargando.
Yo no estaba muy seguro de si era aconsejable que tuviera ese soldado de juguete cuando un pariente se lo regaló. Así que, cuando David dijo que lo había perdido, sentí como si el Espíritu San to estuviera confirmando mis reservas. También pensaba que tal vez hubiera sido mejor que hubiera perdido todo el soldadito y no sólo su botín. Fue entonces que me dijo: «Papi, tú me dijiste el otro día cómo teníamos que orar creyendo. Por favor ora en este momento creyendo que podemos encontrar el botín».
Sin muchas ganas me arrodillé para orar como él me lo había pedido, sin creer realmente que lo encontraríamos. Después pasé los siguientes quince minutos tratando de prepararlo para que no se sintiera mal al no encontrar el botín, comparando nuestra situación con la historia de la aguja en el pajar que él sabía. Estábamos en medio de nuestra búsqueda cuando de repente lo vi apuntando hacia un montón de hojas y brincando de alegría, con el triunfo dibujado en su cara. «Allí está!» Y de verdad allí estaba: un diminuto botín de color herrumbre medio escondido entre hojas del mismo color, casi invisible, excepto para Dios que había dado dirección a los ojos de un niño para enseñarle una lección especial ese día.
David le contó el milagro del botín a Jonatan, su hermanito de cinco años. Y aunque Jonatán no había sido testigo de lo ocurrido, la historia le quedó grabada en la mente. Un día de primavera sin mucho viento, estábamos Jonatan, David y yo en un campo abierto corriendo de aquí para allá tratando. sin mucho éxito, de encumbrar un papalote. También otra gente quería hacer lo mismo, pero ninguno lo había logrado.
Esta vez fui yo quien sugirió que oráramos, recordando que Dios había honrado nuestra oración cuando oramos por el botín del soldadito de David. Mi intención era pararnos un poco retirados del resto de la gente para que creyeran que estábamos conversando, y orar.
Pero antes de comenzar, el Espíritu Santo me recordó el pasaje de Marcos 8: 38, de lo que sucederá cuando Cristo regrese si nos avergonzamos de ser cristianos. Al mismo tiempo oí que Jonatán decía: «¿No te vas a arrodillar como lo hiciste en el bosque con David?»
De nuevo, sin muchas ganas, me arrodillé con mis dos hijos para orar. No habían transcurrido cinco minutos, después que oramos, cuando algo tan fenomenal como encontrar el botín sucedió. Nuestro papalote se elevó bien alto y se quedó arriba. ¡Eramos los únicos que tenían un papalote en el aire!
Estos milagritos aparentemente insignificantes, pero muy reales, son los incidentes que David, ahora un joven adulto y Jonatan, dos años menor, recuerdan cuando necesitan fe para cosas de más importancia. Y las lecciones que yo aprendí entonces continúan sirviéndome cuando encuentro situaciones en las que debo ejercitar la fe que el Espíritu Santo hizo nacer dentro de mí en el bosque y en el campo.
Clint Conner, de Marion, Ohio; consejero profesional por más de veintitrés años. Es autor del libro Not Without Cure.
Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 11- febrero 1985