Querido amigo en Cristo:

En mi Carta Pastoral de septiembre de este año, compartí con ustedes un milagro que ocurrió cuando visité Rusia, Ucrania y Bielorrusia en la antigua Unión Soviética a finales de 1991. En ese viaje misionero, el Espíritu Santo escribió profundamente estas palabras de Jesús en mi corazón:

“Y recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y todo achaque en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:35-38).

Cuando dije «sí» al llamado del Señor en mi vida en 1981, él inspiró mi corazón para que entendiera que, si yo había sido llamado a orar por obreros en la mies del Señor, también yo debía ser uno de ellos. Cuanto más le servía más salía a su campo, más comprendía la magnitud de la mies y la necesidad de obreros… de ser su discípulo y de hacer discípulos. Este mes, mientras nos disponemos a celebrar el Día de Acción de Gracias, me gustaría contarles más sobre ese viaje. Nuestra historia involucrará a mi abuela Simpson, George Harrison, trenes y McDonalds.

En 1991, mi esposa, Susanne, y yo estábamos criando a nuestra pequeña hija, nacida milagrosamente en 1990. Era costumbre, que todos los domingos nuestra familia se reuniera en casa de mis abuelos Simpson para comer después de la iglesia. Mi abuela nació entre los pantanos del sur de Luisiana en el seno de una familia alemana de habla francesa en la «Región Cajún».1 Toda su familia – padres y sus once hermanos- se convirtieron en creyentes de Jesús a través del ministerio misionero de mi abuelo Simpson. Su historia es extraordinaria, y mi abuela una mujer firme y fiel a Dios.

Era muy cariñosa, profundamente comprometida con su familia, y realmente una de las mejores amigas que jamás he tenido en este mundo. Amaba al Señor y sirvió a su pueblo junto con el abuelo durante 56 años. Como muchas personas de Luisiana, la abuela también era una cocinera increíble. Su casa era siempre un lugar de alegría, compañerismo, risas, amor y la mejor comida.

Los domingos, mi esposa y yo nos reuníamos con nuestra familia en casa de la abuela. Cuando entrábamos por la puerta, el olor a pollo frito y colinabos que salía de la cocina era algo celestial. Ella nos saludaba con besos y nos sentaba a todos, apretujados alrededor de su mesa. Pero ella no se sentaba a comer todavía. La abuela insistía en que nosotros comiéramos primero mientras la abuela sostenía a la pequeña Grace en una mecedora cercana, cantándole, abrazándola y pronunciando bendiciones sobre ella. Se hicieron muy buenas amigas. Estábamos muy agradecidos por su bondad desinteresada. Pero pronto nos dimos cuenta de que algo más estaba sucediendo.

La oración de los justos

La abuela estaba muy enferma, mucho más de lo que ella o cualquiera de nosotros pensáramos. Pronto tuvo que ser hospitalizada y durante meses estuvo entrando y saliendo para recibir tratamiento. La abuela se sentía muy frustrada por la enfermedad. El idioma de su amor era hacer cosas para bendecir a la gente y ahora no podía hacer lo que la apasionaba. Un día, en el hospital, me dijo con tristeza: «Me siento tan impotente e inútil». De repente, el Espíritu de Dios me recordó esta Palabra, que compartí con ella:

            La oración eficaz del justo, puede mucho (Santiago 5:16 – Reina Valera Gómez).

La abuela Simpson ya conocía este versículo de memoria, y definitivamente ella era una mujer de oración. Pero en ese momento, la Palabra se refrescó en ella. Le dije: «Abuela, usted puede hacer más aquí mismo, en esta habitación del hospital, con la oración, que lo que puede hacer cualquier persona sana que no esté orando». Ella sonrió y dijo firmemente: «¡Puedo hacerlo!». Y oramos juntos en ese mismo momento. Oró por mí, por mi esposa y por nuestra niña, y oró para que siempre conociéramos la voluntad de Dios y la hiciéramos.

No mucho tiempo después, estaba viendo un especial de televisión producido por el músico y filántropo George Harrison y su esposa, Olivia. Su objetivo era ayudar a los bebés que nacían con sida en Rumanía, y con las condiciones extremas en que vivían. Muchos habían sido abandonados y vivían en orfanatos escuálidos, en un sufrimiento inimaginable. Me puse a llorar y a preguntarme qué podía hacer yo para ayudar. Mientras observaba, supe que el Señor me decía: » Te voy a enviar a Europa del Este».

Yo nunca había estado en Europa del Este. Había estudiado la historia soviética en la universidad y estaba familiarizado con la región gracias a los libros, pero no tenía ni idea de cómo el Señor me enviaría a esa parte del mundo. Como estaba viendo un documental sobre los niños rumanos, supuse que debía ir a Rumanía. Mi respuesta llegó pronto.

Enseguida le conté a mi papá lo que estaba escuchando del Espíritu Santo. Él me dijo: «Un misionero va a venir a nuestra Mesa Redonda Global y pronto irá a Rusia con nuestro amigo Keith Curlee». Yo estaba ansioso por conocer a este misionero.

La Mesa Redonda Global era una conferencia misionera que, CSM y el International Outreach Ministries (Ministerio de Alcance Internacional) la patrocinaron anualmente durante muchos años, junto con la Iglesia de Pacto de Mobile. Fue un semillero y un catalizador para un increíble ministerio misionero en todo el mundo. Este misionero que yo iba a conocer era José Pascua, un filipino que residía en La Florida. Tuvimos una maravillosa conversación con Keith, y José me invitó a venir en su viaje misionero a la (entonces) Unión Soviética.

Inmediatamente dije que sí y comencé a hacer los preparativos para el viaje que se avecinaba. Al mismo tiempo, la salud de la abuela Simpson seguía empeorando. Quería hablar con ella sobre ese viaje y solicitar su sabiduría y oración. Ella estaba muy entusiasmada con que yo fuera, y sabía que esto era algo que el Señor deseaba. Pero ambos sabíamos que tal vez ella no viviría por mucho tiempo más. Me dijo: «Pase lo que pase conmigo, sabe que el Señor está contigo, que te quiero y que estoy orando por ti». Me fui con su bendición, pero parte de mi corazón estaba muy afectado.

Milagros

Se necesitaría un libro para describir lo que sucedió en ese viaje. Vimos a muchas personas llegar a la fe en Jesús; presenciamos sanidades milagrosas, liberación de la opresión demoníaca, la llenura del Espíritu Santo, palabras de conocimiento y maravillosas amistades forjadas a través de Rusia, Ucrania y mas allá. Aprendí lecciones muy duras durante el viaje. A menudo fue agotador, siempre confuso, y a veces peligroso. El alojamiento para dormir por lo general era complicado y la comida a veces era escasa.

La Unión Soviética estaba atravesando un período de gran agitación tras el intento de golpe de estado contra el líder de la República Socialista Soviética, Mijaíl Gorbachov; aunque éste sobreviviría al golpe, finalmente disolvió la República Socialista Soviética mientras yo estaba allí, lo que resultó muy desorientador para todos. Como estadounidense, siempre intentaba encajar en este entorno tan extraño. Quería «parecer ruso» en mi forma de vestir y de presentarme. Mark, uno de los miembros del equipo ruso, bromeaba conmigo. Pese a mis esfuerzos, Mark siempre sonreía y decía: «¡No, te sigues pareciendo estadounidense!».

Debido a problemas con su visa, Keith no había podido viajar conmigo a Rusia… vendría un par de semanas después. Mientras tanto, viajé con José y su pequeño equipo a Kiev, Ucrania, y luego a Minsk, Bielorrusia. Pasamos muchas horas en trenes y en reuniones. De nuevo, vimos milagros y Dios actuó de muchas maneras. Llegué a amar a nuestro equipo y a las personas a las que ministrábamos. Pero mis pensamientos se centraban a menudo en mi esposa y mi hija (que dio sus primeros pasos mientras yo estaba fuera). Y, por supuesto, oraba por la abuela, y sabía que ella oraba por mí.

La noche en que debía salir de Minsk para regresar a Moscú por tren, recibí una llamada telefónica de Keith, que había llegado a Moscú. En aquellos días, las llamadas internacionales desde la URSS eran casi imposibles de hacer, y nadie había podido comunicarse conmigo desde Estados Unidos. «Stephen, tu abuela está con el Señor», me dijo Keith.

Subí al tren con lágrimas en los ojos y descubrí que tendría que viajar en un compartimento de tercera clase, lejos de nuestro equipo, apretujado junto a siete desconocidos y con un pasillo abierto que nos cortaba el espacio para dormir. De alguna manera, incluso en esas horas, tuve la oportunidad de compartir el amor de Jesús con una de las familias rusas. Pero el sueño era escaso. Antes del amanecer, decidí buscar a algunos de nuestros otros miembros del equipo y me abrí paso a través de diez vagones antes de encontrarlos. Tenía los ojos rojos, la ropa desaliñada, el pelo alborotado y tenía migas de galleta en el suéter. Mark me miró con simpatía y dijo: «¡Ah, ahora sí que pareces ruso!».

Día de Acción de Gracias
Poco después llegó el momento en que nuestro equipo tuvo que separarse; Keith debía viajar a Ucrania y José a Letonia. Yo me quedaría con cuatro estudiantes universitarios en Moscú, entre ellos Mark y un joven estudiante libanés llamado Ziad Kazan. Antes de que nuestro equipo se separara, llegó el Día de Acción de Gracias en Estados Unidos… mi celebración favorita. Aunque me sentía afligido y con nostalgia, le dije al equipo en Moscú: «¡Hoy vamos a celebrar!». Más de 10 personas nos dirigimos al McDonalds de la Plaza Pushkin para comer hamburguesas, papas fritas y batidos. Estaba en un país extraño, lejos de casa y de la familia, con mucha gente que había conocido recientemente.

Pero hay algo increíble cuando se está con hermanos y hermanas en Jesús, dando gracias a Dios por sus bendiciones y provisiones. Su presencia estaba con nosotros. Él «habita en las alabanzas de su pueblo» (ver Salmo 22:3). Como escribió Pablo, «Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5:8). En una época de dolor e incertidumbre, ésta se convirtió en una de las celebraciones de Acción de Gracias más alegres y significativas que he tenido.

La vida en 2022 es un reto para muchas personas, especialmente en esa parte del mundo donde compartí ese alegre Día de Acción de Gracias hace tanto tiempo. Permítanme animar a todos los que lean que independientemente de nuestras circunstancias, tenemos mucho por qué estar agradecidos. Cuando levantamos nuestros ojos hacia Dios y dejamos a un lado nuestras circunstancias, él renueva nuestra visión y esperanza. Él restaura nuestras almas. Aquí en CSM, estamos muy agradecidos por ustedes, por su amistad, fe, apoyo y oración. Por favor, sigan recordándonos este mes en sus donaciones y en sus momentos de intercesión. También, marque su calendario ahora para la Conferencia de Gatlinburg de CSM del 9 al 11 de mayo de 2023. Pronto habrá más información. 

En el amor de nuestro Seño Jesús,

Stephen Simpson

Presidente

Notas

  1. Pantanos del sur de Luisiana
  2. STEPHEN SIMPSON es Director de CSM Publishing; de 2004 a 2013 fue pastor principal de la iglesia Covenant Church de Mobile, Alabama y ministra en iglesias y misiones en Estados Unidos y en otras naciones. Él, su esposa Susanne y su hija Gracie viven en Mobile, Alabama.
  3. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera actualizada de Power Bible CD
  4. Carta Pastoral noviembre 2022- Usado con permiso.