Por Charles Swindoll

La importancia de animar a los demás.

Keystone, Colorado, es un lugar especial para esquiar y sólo queda a una hora y media de Denver. En 1980 mi familia y yo fuimos invitados a pasar la semana de Acción de Gracias en este pintoresco lugar, con cerca de quinientos jóvenes solteros que trabajaban en la Cruzada Estudiantil para Cristo, una organización cristiana de alcance internacional. No recuerdo haber encontrado en ninguna otra ocasión un espíritu tan entusiasta y abierto para la enseñanza como en este grupo. ¡La atmósfera era electrizante!

Durante toda la semana llevé un tópico sobre servir, enfatizando la importancia de que los líde­res de hoy ayuden, animen, afirmen y cuiden de otros, en vez de estar tan conscientes de su autori­dad y de sacar ventaja de los demás. Muchas de las cosas que compartí, han encontrado su lugar en un libro que escribí1. Dios cambió realmente algunas vidas esa semana. Todavía continúo recibiendo comunicaciones de algunos de los hombres y mujeres que tomaron parte en esa memorable experiencia.

El viernes de esa semana, decidí tomar un descanso y tirarme en esquís por las pendientes (enfatizo el tirarme ya que era la primera vez en toda mi vida que intentaría esquiar). Había nevado todo el día anterior. Las áreas para esquiar estaban absolutamente bellas y en perfectas condiciones. Me dispuse para mi viaje virgen con una actitud mental positiva diciéndome a mí mismo: Voy a ser la primera persona que aprendió a esquiar sin caerse. ¡El Libro Guiness de Marcas Mundiales va a saber de mí y me va a incluir en él!

No se moleste en buscarlo. No estoy allí. ¡Fue una cosa increíble! ¿Ud. ha oído del hombre elefante? Con esquís yo soy el hombre rinoceronte. Dudo que ninguno otro ser sobre el planeta tierra haya descendido por una pendiente nevada de tan variadas formas como lo hice yo; o que haya caído en posiciones más diversas, o que haya hecho cosas más creativas en el aire antes de caer.

Todavía puedo oír las palabras de una instructora frente a su clase de niños, mirán­dome fijamente mientras pasaba zumbando cerca de ellos. Iba sobre una pierna, e inclinado peligro­samente a estribor, a una velocidad de como cincuenta y cinco kilómetros por hora, totalmen­te fuera de control. «¡Fíjense bien, niños, eso es precisamente lo que no quiero que hagan!» Si mal no me acuerdo, ese deslizamiento lo terminé a unos pocos kilómetros de Denver en una reser­vación para búfalos. Hasta ellos me miraron sor­prendidos.

Trabajando conmigo, ese día humillador, esta­ba la instructora más animadora del mundo (sí, ¡tenía una instructora!) quien estableció una marca nueva de paciencia. A ella es a quien debie­ra de entrevistar Guiness.

En ningún momento perdió la paciencia. En ningún momento se rio de mí.

En ningún momento me gritó, me amenazó o profirió maldiciones.

En ningún momento me llamó «alcornoque». En ningún momento dijo: «Ud. es absolutamente imposible. ¡Me rindo!»

Esa querida y amable mujer me ayudó a levan­tarme más veces de las que puedo contar, repitien­do siempre las mismas instrucciones básicas una y otra vez, como si nunca las hubiera dicho antes. Aunque yo estaba más frío que un explorador en el Antártico, irritado, impaciente y debajo de la nieve más que encima, ella continuaba ofrecién­dome palabras de aliento. Y encima de todo eso, ni siquiera me cobró por esas horas, en la pista para bebés, cuando pudo haber estado disfrutan­do el día con sus amigos en la ladera fabulosa, más arriba.

Ese día Dios me dio una lección viva, que jamás olvidaré, sobre el valor de animar. De no haber sido por su espíritu y sus palabras, en menos de una hora hubiera colgado los esquís y regresado al albergue para calentarme los pies en el fuego.

Lo que es cierto para un novato sobre la nieve una vez al año, lo es muchísimo más para las personas con quienes nos relacionamos todos los días. Hostigados por demandas y fechas topes, golpeados por la preocupación, la adversidad y el fracaso, quebrantados por la desilusión y derro­tados por el pecado, viven entre el desánimo indolente y el verdadero pánico. ¡Tampoco los cristianos están inmunes! Pudieran aparentar un aire de confianza, de «todo lo tengo bajo con­trol», parecido a lo que hice yo cuando me puse los esquís por primera vez en Keystone. Pero ha­blando en forma, nosotros también luchamos, perdemos el equilibrio, nos resbalamos y desliza­mos, tropezamos y caemos pesadamente.

Todos nosotros necesitamos de alguien que nos anime, que crea en nosotros, que nos asegure y nos refuerce, que nos ayude a levantar los pedazos para seguir adelante, para que nos dé una deter­minación creciente, a pesar de las probabilidades.

El significado del ánimo

Cuando uno se detiene para analizar este con­cepto, el ánimo adquiere un significado nuevo. Es el acto de inspirar a otros con un valor, espíri­tu o esperanza renovados. Cuando animamos a alguien lo impelimos hacia adelante, lo estimula­mos y lo afirmamos. Nos ayudará saber la dife­rencia entre apreciación y afirmación. Apreciamos lo que hace una persona, pero afirmamos lo que una persona es. La apreciación viene y va porque usualmente se relaciona con lo que alguien logra. La afirmación es más profunda. Va dirigida a la persona misma. Si bien animar tiene que ver con ambas, la más insigne de las dos es la afirma­ción.

Tenemos la impresión exacta de que para ser apreciados debemos ganar el aprecio por medio de algún logro. Pero la afirmación no necesita de tal requisito previo. Esto quiere decir que aun cuando no hayamos ganado el derecho de ser apreciados (aun cuando no hayamos tenido éxito o no hayamos alcanzado alguna meta) todavía podemos ser afirmados: realmente necesitamos la afirmación más que nunca.

No importa la influencia, la seguridad o la ma­durez que aparente tener una persona, el ánimo sincero nunca deja de ayudar. La mayoría de nosotros necesita dosis masivas cuando estamos luchando en las trincheras. Pero por lo general somos demasiado orgullosos para admitirlo. La­mentablemente, este orgullo prevalece tanto entre los miembros de la familia de Dios como en las calles del mundo.

Por supuesto que animar es más que una sonri­sa o una rápida palmadita en la espalda. Tenemos que darnos cuenta lo valioso que es realmente para la persona.

Un buen lugar para comenzar es con la palabra misma. Animar es la palabra que se usa en Hebre­os 10:25, de la misma raíz griega que describe al Espíritu Santo en Juan 14:26 y 16:7. En ambos versículos se le llama «el Consolador». El término actual, parakaleo, es una combinación de dos palabras más pequeñas, kaleo, «llamar», y para, «al lado». De la misma manera en que el Espíritu Santo es llamado a nuestro lado para ayudarnos, así sucede también cuando Ud. y yo animamos a alguien. Verdaderamente que al animar a otros. nos acercamos a la obra del Espíritu Santo, más que cualquiera otra cosa que hagamos en la fami­lia de Dios.

Créame, cuando los cristianos comiencen a darse cuenta del valor que tiene animarse mutua­mente, no habrá límite en lo que podremos hacer con ese estímulo. Es excitante saber que Dios «nos ha llamado a su lado para ayudar» a otros con necesidades. ¡Es mejor estar ocupado en acciones que levanten a otros que en las que los echen por el suelo!

Lo hermoso de animar es que cualquiera lo puede hacer. No se necesita mucho dinero para hacerlo. Tampoco se necesita tener cierta edad. Por cierto, que algunas de las palabras y los actos que más me han animado, han venido de mis pro­pios hijos en tiempos cuando mi corazón estaba cargado. Vieron la necesidad y se acercaron; «se pusieron a mi lado y ayudaron».

Estoy absolutamente convencido que hay muchos miles de personas que se están secando por falta de ánimo. Misioneros solitarios que han sido olvidados, hombres en el servicio militar y mujeres lejos de su hogar, universitarios, los en­fermos y moribundos, los divorciados y los que lloran, los que sirven tras telones sin que nadie los vuelva a mirar o les haga algún comentario.

Cómo se aplica el arte de animar

Tal vez unas ideas le ayuden a aumentar su interés para poner en acción el arte de animar.

  1. Observe y mencione las cualidades dignas de admirar en otros, tales como la puntualidad, el tacto, la diligencia, la fidelidad, la sinceridad, la buena actitud, la compasión, la tolerancia, la visión, y la fe.
  2. Use correspondencia, las notas de agradeci­miento y los pequeños regalos (con una nota preferiblemente), no tanto en los cumpleaños o la Navidad, como en tiempos inesperados.
  3. Haga llamadas telefónicas. Sea breve y cen­trado en el asunto. Exprese su apreciación por algo específico que Ud. realmente valore.
  4. Note los trabajos bien hechos y dígalo. Co­nozco algunas personas importantes que han tenido éxito especialmente por la espléndida ayuda que tienen de sus secretarias y del perso­nal de apoyo, pero muy rara vez reconocen el buen trabajo que hacen sus subalternos.
  5. Cultive una actitud positiva que brinde seguridad. Piense y responda en esta dirección. El ánimo no puede crecer en una atmósfera negativa y acuciosa.
  6. Pague la cuenta en un restaurante; compre boletos de entrada para algún evento que Ud. sepa que la persona (o familia) disfrutará; envíe flores; regale dinero cuando sea apropiado.
  7. Apoye a alguien que Ud. sepa que está sufriendo. Tiéndale la mano sin temblor a lo que otros piensen o digan.

Esta capacidad para animar se desarrolla pri­meramente en el hogar. Allí es donde se cultiva esta virtud vital. Los niños la adoptan de sus padres cuando se convierten en los receptores de las palabras de deleite y de aprobación de sus padres. Hay pruebas numerosas, sin embargo, que testifican la triste verdad de que los hogares tienden a ser más negativos que positivos, menos afirmativos y más críticos.

Permítame retarle a tener una familia diferente. Comience a dar cualquier paso que sea necesario para desarrollar en su hogar un espíritu de ánimo positivo y consistente. Su familia le estará eterna­mente agradecida; créamelo. Y Ud. será una per­sona más feliz.

Conozco a un joven con la espina dorsal lasti­mada en un accidente sucedido cuando tenía cuatro años. No puede hacer uso de sus piernas. Son como un exceso de equipaje pegado a su cuerpo. Pero gracias a un padre que cree en él y a una esposa que lo ama intensamente, Rick Leavenworth logra hazañas que Ud. y yo llamaríamos increíbles. Una de sus más recientes es la exploración y el escalar montañas. Hasta una película se ha hecho mostrando cómo llegó a la cima de una montaña de cuatro mil metros de altura, él solo, con su silla de ruedas y la deter­minación cultivada a través de años de ser ani­mado.

Estoy considerando seriamente olvidarme de aprender a esquiar para comenzar a explorar. Quizá Rick esté dispuesto a entrenarme.

Condensado de un capitulo del libro Streng­thening Your Grip por Charles R. Swindoll, 1982. Usado con permiso de Word Books, Pu­blisher, Wacto Texas 79796.

Charles R. Swindoll es muy conocido por su programa de radio y por los libros que ha escrito, entre los que está Mejorando su servicio.

  1. Mejorando su servicio, por Charles R. SWindoll, Work Books, Waco Texas.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 11- febrero 1985.