Un testimonio
Estoy segura de que todos los que conocen el Evangelio de Jesucristo y han rendido sus vidas a El, han sido conmovidos por el desafío de esas hermosas pero penetrantes palabras que El dijo en San Juan 7:38: «El que cree en mí. como ha dicho la Escritura. de lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva.» Esto es precisamente lo que deseo compartir con todos aquellos que sienten la necesidad de que el Señor les permita vivir una vida plena por Su divina gracia.
Comenzaré por decirles que esa sed de ustedes. fue mi propio sentir por varios años hasta el día 2S de julio de 1971 en que estuvo de visita en una iglesia evangélica de San José. Costa Rica. el sacerdote Francis McNutt. Por simple curiosidad fui a la reunión de la noche, no siendo esa mi costumbre, pues siempre asistía los domingos por la mañana. Sin embargo, esa noche me llamó poderosamente la atención que un sacerdote católico quisiera visitar una iglesia evangélica.
Cuando llegamos, el recinto estaba lleno de gente; posiblemente ansiosa de escuchar una vez más la Palabra de Dios y, para sorpresa mía, había algunas monjas entre la concurrencia. Me encontraba verdaderamente sorprendida de lo que estaba ocurriendo. El sacerdote McNutt había anunciado que daría su testimonio relatando cómo había sido llenado por el Espíritu Santo en un campamento de cristianos evangélicos.
Desde que comenzó a hablar pude notar que había algo especial en él; era como una autoridad impartiendo vida. A pesar de que hablaba en inglés y otra persona interpretaba, su plática. aunque sencilla, resultaba agradable y así mantuvo la atención en todo momento. La reunión se prolongó hasta las 10 p.m. Pero el Señor había dispuesto algo más que un testimonio para esa noche. El sacerdote indicó que su plática había terminado y que los que quisieran regresar a sus hogares podían hacerlo, pero los que deseaban tener una experiencia con el Espíritu Santo, que permanecieran un rato más. Yo fui una de esas personas que se quedaron.
¿Saben una cosa? Yo no entendía en esos momentos todo lo que estaba pasando, pero de algo estaba bien segura y era que a pesar de haber conocido al Señor por muchos años, siempre me había sentido impotente para comunicar la vida de Jesús a otras personas y esto me hacia sentir defraudada. Esa convicción me hizo pasar al frente cuando se hizo la invitación. Me siguió mi hijo, lo que me sorprendió y llenó de regocijo al mismo tiempo. Comenzó a orar por cada uno de nosotros imponiéndonos las manos. De pronto noté algo especial en mi hijo y luego lo escuché que oraba en una lengua diferente. Mi mente estaba totalmente confundida y por unos momentos pensé que sólo estaría componiendo esas frases que yo no podía entender. Noté luego lo mismo en la persona que estaba a mi otro lado y Dios, que es maravilloso y que actúa no como nosotros queremos, ni en la forma que estamos acostumbrados, tuvo compasión de mí y a pesar de mi incredulidad sobre lo que estaba pasando a mi hijo y a mi alrededor, me inundó también a mí con Su Espíritu Santo y fluyeron dentro de mí, ríos de agua viva.
Dios sabía que yo era una mujer muy necesitada, pues hacía varios años que mi marido había abandonado el hogar. A pesar que el tiempo iba pasando, cada día me hacía más y más falta y me sentía completamente sola, ya que mis hijos habían crecido y tenían su propio círculo de actividades. Todos los días le rogaba al Señor que hiciera algo para que mi marido regresara a mi lado pues sin él no había otro motivo de gozo para mí. Por supuesto, que en mi corazón había también amargura y resentimiento y envidiaba a otras parejas cuando las veía juntas.
El milagro más grande que se operó en mi después de recibir la llenura del Espíritu Santo, fue un cambio total en mi actitud hacia mi marido. No fue que lo dejé de querer, pero me di cuenta que mi amor para él no había sido como el amor que Dios da, según lo vemos en 1 Corintios 13. Pude perdonarlo totalmente. Llegué a comprender que él había sido un ídolo para mí y fue hasta entonces que pude exclamar: «¡Señor, tú eres mi dueño y ahora lo único importante es hacer Tu voluntad!»
Desde ese día comenzó una vida totalmente diferente para mí. Ahora sí experimentaba esos «ríos de agua viva». Mi único deseo era alabarle, leer Su Palabra y comunicar a otros Su vida. Esto lo hacía de una manera totalmente espontánea, ahora que el Espíritu me controlaba y me guiaba.
¡Qué fácil y qué maravilloso era!
Al poco tiempo de haber tenido esa experiencia. vino de Argentina. el hermano Juan Carlos Ortiz para dar una serie de conferencias. Como yo estaba deseosa de escuchar la Palabra del Señor, asistí a todas las reuniones que duraron aproximadamente un mes. Ya había escuchado anteriormente las enseñanzas del hermano Juan Carlos, pero no las había podido entender. Ahora, sentía un impacto tremendo en mi espíritu cuando él predicaba sobre el amor, la alabanza, el Señorío de Cristo, la sujeción, etc. Era como si hubiera estado sorda y ciega y ahora podía oír y ver. En casa, buscaba en mi Biblia los pasajes concernientes a estas cosas y cada vez que los leía, Dios me hablaba más y más fuerte. Estaba entendiendo las demandas que el Señor me estaba haciendo y yo las quería cumplir.
Este deseo de querer hacer Su voluntad permitió que mi corazón permaneciera abierto para recibir todo lo que el Espíritu Santo comenzaba a enseñarme y para darme una disposición a hacer cualquier cambio que fuera necesario. Durante los meses y años que han pasado, desde este segundo encuentro con El, he entendido que el significado de mi relación vital con Cristo, se había estado perdiendo en el hábito y la rutina en que había caído mi vida espiritual. Con esta nueva infusión de vida, el Espíritu Santo habría de mantenerme siempre a la expectativa de algo nuevo y fresco en mi relación con Cristo.
En estos últimos días, Dios nos ha estado hablando más profundamente acerca de Su propósito en terno en nuestras vidas. Creo firmemente que la vida cristiana es un camino que nos lleva a una meta y que cada día tenemos que crecer en el conocimiento de El hasta ser transformados a Su imagen. (Filipenses 3:10-16).
Para lograrlo, Dios me ha dado un pastor y me ha colocado en un grupo de discípulos donde estamos tratando de permanecer sensibles y obedientes a los cambios que el Señor quiere para este momento. El grupo está formado por «células» vivas que se reúnen durante la semana en los hogares de los discípulos para la enseñanza práctica y la formación de vidas.
En mi casa funciona una de estas «células» y con la ayuda del Señor nos estamos uniendo con mayor firmeza, pues todos tenemos el mismo propósito y la misma meta de llegar a ser como El. Por lo menos una vez por semana, las «células» se juntan en un grupo grande y pasamos juntos el mayor rato posible. Allí, tenemos ancianos que nos dirigen pero todos los que son guiados por el Espíritu Santo, tienen libertad de participar con cántico nuevo; profecía, doctrina, revelación, etc. Todo es hecho para la edificación del Cuerpo de Cristo.
Durante la semana también tenemos el mayor contacto posible para ir formando a los discípulos y enseñándoles a que guarden todas las cosas que Jesús mandó, (Mateo 28:20). El Señor Jesucristo, al llenarme de Su espíritu, me ha dado una porción de Su Reino aquí en la tierra y me ha señalado un trabajo que cumplir en su viña, enseñando a otras mujeres lo que yo misma he aprendido del Señor. Por eso alabo y glorifico Su nombre.
Ahora tengo un lugar en el Cuerpo de Cristo; me siento ubicada, lo cual me da seguridad y tranquilidad, porque siento la vida de Cristo que fluye a través de las coyunturas a todos los miembros que componen este cuerpo.
«Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto.» (Proverbios 4:18).
«Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y seréis mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea, Samaria, y aun hasta los más remotos confines de la tierra.» (Hechos 1:8).
Sólo me resta decir a ustedes que sienten esa sed por los ríos de agua viva, que esperen confiados sabiendo que ninguna de nuestras oraciones regresa sin contestación. Con amor sincero, con verdadera fe en las Palabras del Señor, sigan buscando esa fuente del agua de vida que nos hace renacer en Su reino, lleno de amor y que nos lleva a una nueva dimensión espiritual para compartir con otros la vida misma de Cristo.