Autor Don Basham

Cómo ganarle ventaja al diablo.

La intensidad de la guerra espiritual de nuestros días va en aumento. El reino de Dios y el reino de Satanás se han trabado en una poderosa lucha que está destinada a terminar con el regreso triunfante de Cristo. Sin embargo y desafortunadamente, muchos cristianos parecen estar inadecuadamente equipados para entrar con éxito en un combate mano a mano con el enemigo. Parte del problema es el temor y parte de la desventaja es la ignorancia … ignorancia del poder y de la autoridad que tenemos en el nombre de Jesús e ignorancia con respecto a los diferentes tipos de ataques que el enemigo lanza contra nosotros.

Muchos cristianos saben que el diablo nos ataca con la tentación para pecar, con las enfermedades y con el poder demoníaco y que Dios ha hecho provisión para que estos asaltos sean anulados por medio del perdón, la sanidad y la liberación. Pero muy pocos parecen darse cuenta de las maneras tan sutiles que Satanás tiene para infiltrar nuestras defensas y llevar a cabo su obra.

La Biblia se refiere al archienemigo de nuestras almas por varios nombres y papeles. Sólo en un pasaje, Apoc. 12: 9-10, se le identifica con cinco nombres: el dragón, la serpiente, el diablo, Satanás, y el acusador de nuestros hermanos. También se le llama en varios otros versículos el dios de este mundo, el príncipe o gobernador de este mundo, el mentiroso, el ladrón, el asesino, el padre de las mentiras y Lucifer. Los dos nombres más comunes que se le aplican son Satanás y el diablo. El significado literal de la palabra «Satanás» es adversario; el significado literal de «diablo» es acusador.

En este artículo queremos tratar específicamente con este último aspecto de la actividad del enemigo; queremos exponerlo en su papel de «acusador de los hermanos».

Este aspecto en particular del ataque del diablo, está parcialmente revelado en el versículo que ya hemos citado:

“… porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado, el cual los acusa delante de nuestro Dios día y noche.” (Apoc. 12:10).

Hay varias cosas que se hacen saber con autoridad en sólo este versículo. Primero, que el diablo está llevando su obra de acusación justamente en medio de todos nosotros, y en realidad, ningún cristiano puede pretender escapar a sus acusaciones como tampoco espera escapar de ser personalmente tentado. La segunda implicación es que esta acusación es una actividad implacable de Satanás que continúa día y noche.

Yo creo que nuestras experiencias actuales en la guerra espiritual confirman la exactitud de esta descripción del papel del diablo, como la estrategia presente establecida por Satanás.

El significado de la ofensa 

Uno de los problemas con el que nos encontramos frecuentemente en nuestros esfuerzos para entender el significado de la Escritura, es nuestra propia e inadecuada definición de los términos. Continuamente usamos términos bíblicos sin tener la suficiente comprensión de su significado.

Frecuentemente usamos palabras como «bendición» y «gloria», pero dudo que el 10% de los cristianos que usan estas palabras puedan definirlas. Lo mismo sucede con nuestra palabra clave «ofensa». Antes de dar una definición, notemos algunas escrituras donde se usa este término.

En Mateo 24 Jesús describe las condiciones sociales y espirituales que prevalecerán sobre la tierra antes de la «consumación de esta era». Después de mencionar guerras, pestilencia, hambres, terremotos y persecuciones, Jesús menciona el plan de Satanás para dividir y destruir a los cristianos. La ofensa es esencial en su estrategia.

“Y entonces muchos tropezarán y caerán, y se traicionarán y odiarán unos a otros.” (Mateo 24: 10).

Ya Jesús había hecho observaciones sobre los efectos devastadores de las ofensas en una lección anterior.

¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Es inevitable que haya piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (Mateo 18:7).

Tal vez el sinónimo más corriente de la «ofensa» es el «sentimiento herido», pero es obvio, por las escrituras que hemos leído, que el significado de la palabra «ofensa» es mucho más serio.

La palabra griega traducida «ofensa» y «piedra de tropiezo» en la mayoría de los casos, es «skandalizo» de donde proviene la palabra «escandalizar». La siguiente definición en cinco partes de este verbo «ofender» o de servir como piedra de tropiezo la encontramos en el «Thayer’s Greek English Lexicon.

Ofender es:

  1. Tender una trampa o una celada;
  2. Poner una piedra de tropiezo o un impedimento-en el camino;
  3. Incitar a pecar;
  4. Hacer que una persona desconfíe y abandone a alguien en quien debiera confiar y obedecer,
  5. Recibir ofensa es ver en otro aquello que se desaprueba y que sirve de obstáculo para que su autoridad sea reconocida.

En resumen, mi definición es esta: Recibir ofensa es ser engañado para creer lo peor acerca de uno mismo, acerca de otros, y acerca de Dios. Tenemos que tener presente constantemente que una de las metas principales del diablo en su papel como «acusador» es el de tentarnos para que ofendamos o recibamos la ofensa.

¿Cómo nos hace creer la acusación? 

Es de suma importancia reconocer la astucia extrema del diablo en la ejecución de su papel de acusador. Las acusaciones, sea que las hagamos o las recibamos, casi siempre contienen un pequeño grano de verdad, simplemente porque todos somos imperfectos y estamos continuamente luchando contra nuestras insuficiencias y limitaciones personales que nos impiden alcanzar nuestras metas y quedar mal los unos con los otros. La técnica del diablo es la de tomar alguna insuficiencia o falta menor e inflarla fuera de proporción usando la exageración y la distorsión. El grano de verdad que usa da credibilidad a la distorsión. Tal vez nos sirva un ejemplo bíblico.

Cuando Jesús fue llevado por sus acusadores ante Pilato, uno de los cargos que se le hizo fue el haber dicho que destruiría el templo.

Pero más tarde se presentaron dos que dijeron: este hombre declaró: «Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reedificarlo «. (Mat. 26:60-61).

¿En qué consistía la acusación de ellos? En un grano de verdad rodeado por una gran exageración y distorsión. La verdad se encontraba en Juan 2: 19-21 Jesús les respondió, y les dijo: «Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré … pero Él hablaba del templo de Su cuerpo». La gran distorsión de los testigos falsos era «Este hombre dijo. Tengo el poder para destruir el templo de Dios (el templo de Jerusalén) y volverlo a reconstruir en tres días». La verdad parcial hizo que esta exagerada acusación fuese recibida aún hasta por Pilato.

¡Recuerde este patrón en sus acusaciones! ¡El diablo no es un gran innovador! Ha usado esta misma técnica por dos mil años y la continúa usando hoy en día: un pequeño grano de verdad rodeado por gran distorsión y exageración. En otras palabras, 10%   de verdad mezclada con 90% de mentira. Sin el 10% de verdad nadie aceptaría el 90% de la mentira.

La técnica del Diablo es la de tomar alguna falta menor e inflarla con la exageración y la distorsión hasta que esté fuera de proporción.

Tomemos un ejemplo reciente de nuestra experiencia para ilustrar mejor este punto. En la controversia concerniente al «discipulado» y al reconocimiento de la relación entre «pastor y oveja», se hicieron muchas acusaciones contra aquellos que han intentado poner en práctica estos principios espirituales de sujeción y autoridad. Algunas de las críticas estaban justificadas, por supuesto, ya que cuando se dispone caminar dentro alguna luz espiritual, siempre ocurren errores y abusos. Pero aparte de eso, el diablo estaba muy ocupado en su obra de desprestigiar aquello que se ha convertido en el énfasis más grande que el Espíritu Santo haya hecho dentro del Cuerpo de Cristo en nuestros días.

Una de las historias que circuló libremente concernía al líder de cierto «grupo de discipulado» de quien se alegaba había abusado de su autoridad sobre cierta familia «prohibiéndole al marido que testificara a otros acerca de Cristo». Por lo tanto, el esposo había sacado a su familia de ese grupo y procedió a condenar la «herejía del discipulado» en cartas de queja que distribuyó a muchos grupos cristianos.

¿Cuáles fueron las circunstancias reales? Esta joven familia que tenía profundos problemas personales y matrimoniales, se habían sometido voluntariamente a este grupo de creyentes comprometidos que estaban bajo la supervisión espiritual de un pastor. Inmediatamente, el pastor vio que el problema más grande era la renuencia del esposo a conseguir un trabajo para mantener a su esposa y a sus dos niños, Este ex-hippie, empleaba todo su tiempo en la playa repartiendo tratados y «testificando» mientras que su esposa y sus hijos quedaban abandonados, sin alimento y ropa apropiados.

El pastor insistió firmemente en que la responsabilidad primordial del esposo era para con su familia (1 Tim. 5:8); tomando esto como base, aconsejó al esposo que dejara de testificar en la playa, que se buscara un trabajo y que comenzara a pasar el resto del tiempo con su esposa y sus hijos y pusiera su hogar en su orden apropiado. Más tarde, después de que su vida familiar fuese corregida, podría reasumir alguna forma de ministerio. El esposo se puso furioso, rechazó el consejo, sacó a su familia del grupo y comenzó a proclamar a quienes querían escucharle que el «discipulado» era una herejía y estaba en contra de «ganar almas». ¿Cuál es el patrón de esta acusación? 10% de verdad y 90% de una gran distorsión.

¿Por qué somos tan vulnerables?

Hace poco una buena mujer cristiana me hizo esta observación: «Reverendo Basham, ¡no entiendo por qué es que todas las cosas parecen ser tan difíciles! Nuestra cultura y nuestra sociedad se desintegran delante de nuestros ojos y sin embargo, la mayoría de nuestras iglesias parece no tener ninguna respuesta y ¡hasta los cristianos devotos parecen tener tantos problemas como los demás! ¿Qué es lo que sucede? «.

Lo que pasa es que la guerra espiritual entre el Reino de Dios y el reino de Satanás se vuelve cada día más intensa. Los cristianos necesitan entender que estamos en guerra, aunque esta sea invisible en su mayor parte. En otras palabras, el clima puede ser agradable, nuestras circunstancias materiales cómodas, y en la superficie todo aparenta ser lo suficientemente apacible, pero internamente, en nuestros pensamientos y sentimientos que conciernen a nosotros mismos y a nuestras relaciones unos con los otros, todo tipo de tormentas pueden haberse desatado -fustigadas frenéticamente por nuestro archienemigo- «el acusador de nuestros hermanos». Recuerde la descripción de Jesús de los últimos días: «Y entonces muchos tropezarán (se ofenderán) … «consigo mismo, unos con otros y hasta con Dios. ¿Por qué? Porque el acusador trabaja.

Creo que una segunda razón por nuestra creciente vulnerabilidad viene como resultado de nuestro progreso dentro de una nueva fase de la actividad del Espíritu Santo -una fase que posee una amenaza aún más grande para el reino de Satanás. Yo describo lo que está sucediendo como «el avance nuestro por parte de Dios más allá de la renovación hacia la restauración».

Aunque las siguientes definiciones que ofrezco para estos dos términos sean un poco arbitrarias, ellas servirán al propósito. Por renovación quiero decir el derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia que se ha estado llevando a cabo en los últimos cinco años: esa obra del Espíritu Santo que ha bendecido y revolucionado las vidas de millones de cristianos de todas las denominaciones a través de lo que se ha llamado comúnmente la renovación carismática.

Dentro de la «renovación» está también la restauración, una actividad poderosa del Espíritu Santo para traernos autoridad, disciplina, gobierno, orden, compromiso y pacto. En la renovación, el énfasis es lo que Dios hace por nosotros; en la restauración, es la manera en que vamos a servir a Dios honrando a Sus autoridades delegadas y cómo nos vamos a relacionar responsablemente los unos con los otros. Este énfasis en el compromiso y la sujeción a la autoridad parece atizar la ira del diablo aún más que la reaparición de los dones milagrosos del Espíritu Santo. Cuando recordamos que el diablo no es sólo el acusador, sino también el padre de la rebelión y de todos los que andan sin ley, no es de extrañar que levante tal tempestad y lance sus ataques cada vez que descubra un esfuerzo de importancia para establecer el orden en la familia o en la Iglesia.

La renovación es un tiempo de gran gozo y poder; la restauración involucra no solamente trabajo arduo, sino también batalla. En el Antiguo Testamento hay dos libros que hablan primordialmente de la tarea de la restauración: Esdras y Nehemías. Esdras trata con la restauración del templo; Nehemías con la restauración del «muro alrededor de la ciudad de Jerusalén. Sólo un breve pasaje de Nehemías revelará la difícil lucha que el profeta y sus colaboradores mantuvieron en la reconstrucción frente a la oposición del enemigo.

Desde aquel día la mitad de mis siervos trabajaba en la obra y la otra mitad tenía lanzas, escudos, arcos y corazas: y detrás de ellos estaban los jefes de toda la casa de Judá. Los que edificaban en el muro, los que acarreaban y los que cargaban con una mano trabajaban en la obra y en la otra tenían la espada (Nehemías 4: 16-17).

Los que hacen obra de restauración, entonces tienen que entender que no es sólo asunto de edificar, sino de edificar y batallar al mismo tiempo.

Frustrando la estrategia del acusador

Recuerde que en nuestra definición de «ofensa» dijimos que recibir ofensa es ser engañado para creer lo peor acerca de nosotros mismos, acerca de otros y acerca de Dios. Esa es la manera de operar del enemigo; bombardear nuestras mentes con acusaciones con respecto a nosotros mismos, acerca de otros, y aún hasta de Dios. Ahora queremos ofrecer algunas sugerencias prácticas de cómo frustrar sus acusaciones en cada uno de estos casos.

Cuando nos acusa a nosotros mismos 

Cuando el diablo comienza a lanzar una acusación injuriosa con respecto a nuestros propios fracasos y defectos, debemos recordar primero que hay algo de verdad en su acusación. Ninguno de nosotros es perfecto -ninguno está libre de faltas y debilidades peculiares. Hasta aquí entonces podemos «ponernos de acuerdo con nuestro adversario pronto». ¡Pero no nos detengamos! Podemos decir: «Diablo, tienes razón; soy un grosero, pero ¡Dios lo sabe muy bien y todavía me ama! ¡Él conocía mi temperamento cuando me salvó y me llamó y sabe que estoy tratando de superar ese defecto! ¡Su gracia es suficiente y Su fortaleza se perfecciona en mi debilidad! Estoy en Cristo y no hay condenación para aquellos que están en Cristo Jesús.

Después de esta afirmación, tome tiempo para alabar y dar gracias a Dios. El diablo no puede con un hombre agradecido.

Segundo, cuando caiga culpable de algún pecado o transgresión, confiéselo inmediatamente y sinceramente, reciba perdón de Dios por fe y continúe en la tarea de ser cristiano. ¡No se llene de lástima de sí mismo! La treta es de sorprenderlo en un momento débil, darle un traspié para que caiga en algún pecado, y después golpearlo con condenación. «¿Lo ves? ¡Lo hiciste de nuevo! ¡Tonto! ¡No eres un cristiano, de otra manera no hubieras hecho eso! ¡No te da vergüenza! ¡Jamás lo lograrás! ¿Por qué no te das por vencido? »

¡No oiga esas mentiras! Recuerde que el precio por su pecado ya fue pagado -hasta por ese que acaba de cometer. Cristo murió por todos nuestros pecados.

El diablo no puede con un hombre agradecido.

Tercero, recuerde que hay diferencia entre la culpa y el sentimiento de culpa, Otra de las tretas favoritas del acusador es querer hacernos creer que como estamos pasando por una tentación muy grande, somos tan culpables como si hubiésemos cometido el acto. «Estás pensando hacerlo», dice él, ¡eso es tan malo como si lo estuvieras haciendo de verdad! ¡Eres culpable!

No, no es culpable de pecado sólo porque esté siendo tentado a lo sumo para pecar. Hasta Jesús fue tentado con todas las tentaciones que nos enfrentamos nosotros; sin embargo El permaneció sin pecado (Heb. 4: 15).

Muchas personas se sienten culpables porque son tentadas grandemente. Otros, porque tal vez han fracasado y no han alcanzado la medida irrazonable que otros les han impuesto. El diablo es un maestro consumado en amontonar sentimientos de culpa sobre todos nosotros. Pero el hecho de que nos sintamos culpables no es señal de que seamos culpables, y por lo tanto no es base para aceptar las acusaciones sutiles del diablo.

Cuando nos acusa unos a otros

Ya hemos anotado que este es un tiempo cuando el Espíritu Santo está enfatizando la necesidad de mantener la lealtad personal y establecer relaciones de compromiso entre los cristianos. No es de extrañar entonces, que el diablo esté haciendo todo lo que pueda para impedir estas relaciones. Pacto, lealtad y compromiso son ingredientes básicos de la unidad que Dios desea para el Cuerpo de Cristo, y Satanás sabe que cuanto más comprometidos estemos los unos con los otros, tanto más fortalecidos estaremos para resistir juntos sus ardides de desprestigiar, dividir y destruir. Por lo tanto, cada vez que intentemos establecer relaciones más responsables, el diablo lanzará una creciente barrera de acusaciones. Su blanco son las fallas y las debilidades, diciéndonos todas las razones por las que no debiéramos de confiar o de creer uno en el otro.

La treta es sorprenderlo en un momento débil, darle un traspié para que caiga en algún pecado y después golpearlo con la condenación.

Aquí es donde debemos ser pacientes los unos con los otros. Primeramente, tenemos que reconocer que no hay hombre o mujer, esposo o esposa, padre o madre que sean perfectos. No hay un predicador, un maestro o un pastor que sea perfecto. No hay niño o joven perfecto. Deberíamos tener presente también, que mientras más nos acerquemos los unos a los otros y más involucrados estemos en las vidas el uno con el otro, más fácil será que descubramos nuestras faltas y debilidades. En el pasado, los cristianos han tenido la tendencia de mantener cierta distancia para protegerse a sí mismos. «No quiero involucrarme» ha sido una clase de consigna dentro de nuestra sociedad. Esta postura es básicamente egoísta y carente de amor, y aunque pudiera ser «segura», no es una actitud cristiana.

Necesitamos tomar una posición consciente y determinante contra la salida más fácil que es «el no involucramos». Si continuamos separados, sin compromiso el uno con el otro, permitiremos que las sospechas, los temores y la desconfianza se reproduzcan cayendo así en las manos de Satanás. El temor y la desconfianza no vienen de Dios ni sirven Su propósito. El don de la sospecha no es un don del Espíritu Santo. Dios no es el acusador; Él es el reconciliador. Sin embargo, Satanás está siempre presente y cada compromiso importante que hagamos, cada relación nueva que establezcamos como miembros del Cuerpo de Cristo, el diablo la retará e intentará destruirla. El compromiso con otros siempre conlleva riesgos y algún sufrimiento. Pero el fruto venidero de las relaciones probadas en términos de lealtad, fe mutua y confianza que finalmente emergen, son ingredientes esenciales y de valor incalculable para la vida del Reino de Dios.

Cuando acusa a Dios

La artimaña favorita del diablo no es sólo el de acusamos a nosotros mismos y unos a los otros, sino también el de acusar a Dios, para desprestigiarlo delante de nuestros ojos. Él se descubrió solo desde el principio, cuando en el jardín acusó a Dios con Eva, diciéndole que Dios había mentido y que Sus palabras no eran dignas de confianza. «No moriréis», le dijo y ella aceptó su palabra contra la de Dios y comió del fruto prohibido.

Igual hace en nuestros días, acusando a Dios con nosotros y tentándonos constantemente para que dudemos de la Palabra de Dios. Cada vez que nos encontramos en una dificultad disimuladamente nos murmura: «Ves, a Dios no le importa que sufras», o «Dios no te ayudará a salir de esto ¡Todo está perdido! ¡Te hundirás de seguro!

Aunque hayamos experimentado la ayuda inmerecida de Dios en el pasado, el acusador todavía presenta sus mentiras: «¡Dios te habrá ayudado antes, pero Él no te ayudará esta vez!».

Es triste ver cuántos cristianos hay que cuando confrontan crisis, caen en el temor y la confusión porque creen las acusaciones del diablo en vez de creer la Palabra de Dios. Jamás debemos de olvidar que la Palabra de Dios contiene Su voluntad para nosotros y Su deseo y Su obra son para nuestro bien. Con el ejercicio de nuestra voluntad escogemos creer a Dios, quien ha prometido, «nunca te desampararé, ni te dejaré» (Heb. 13: 5). A nosotros nos corresponde decidir aceptar Su Palabra sobre la palabra del acusador. Si sólo nos pudiéramos dar cuenta que la fe viva no está fundamentada en nuestros sentimientos, sino en nuestra decisión de aceptar la Palabra de Dios como la voluntad Suya para nosotros. No fue pura coincidencia que cuando Jesús se encaró con el tentador en el desierto, lo venciera confiando firmemente en la Palabra de Dios.

Hay un ejercicio mental muy sencillo que nos puede ayudar, cuando el diablo levanta duda en nuestra mente, con sus acusaciones. Ya que Dios es el autor de la fe, y la fe es lo opuesto a la duda, es obvio que la duda venga del diablo y no de Dios. Por tanto, con una acción sencilla pero firme de nuestra voluntad podemos decidir dudar de nuestras dudas en vez de dudar de Dios.

La mayoría de nuestros temores y nuestras depresiones provienen de las dudas que hemos aceptado temporalmente: dudas acerca del amor de Dios y de su deseo de ayudamos; dudas que nos hacen sentir como si estuviésemos separados de Dios, y pensamos que no nos puede ayudar. Cuando sucumbimos a estas dudas y depresiones, casi parece como si Dios se hubiera muerto.

Se dice que el gran reformador, Martín Lutero, estaba sujeto a períodos de fuertes depresiones. Una mañana, en uno de estos períodos, su esposa se le presentó vestida totalmente de negro. Cuando Lutero le preguntó quién había muerto, se dice que ella le respondió de esta manera: «Has estado actuando como si hubiera sido Dios» Aparentemente su actuación un poco dramática ayudó a Lutero a sacudir este particular período de depresión y de lástima de sí mismo.

El don de la sospecha no es un don del Espíritu Santo. Dios no es el acusador. ¡Él es el reconciliador!

Cuando estemos resistiendo alguna de esas ofensivas periódicas del acusador, nosotros también necesitamos reconocer de dónde viene. ¿Estamos escuchando la voz del acusador o la voz del Consolador? Aun cuando nuestro estado desafortunado sea el resultado de alguna falta o debilidad de nuestra parte, aun así no tenemos que aceptar su condenación.

En los primeros años de mi vida cristiana, padecí muchos tormentos por mi inhabilidad de distinguir entre la voz del acusador y la del Consolador. Cada vez que fracasaba o caía en alguna tentación de la carne, inmediatamente oía la voz del acusador. » ¡Siempre estás fracasando! ¡Jamás vencerás este problema! ¡La verdad es que no eres un cristiano de lo contrario no hubieras hecho eso! ¡Eres un pecador miserable! » Muchas veces me porté como si estuviera recibiendo el castigo de Dios y no la condenación del diablo. Entonces me sumía en la melancolía y la lástima de mí mismo y por varios días andaba abatido y quejumbroso bajo una nube deprimente.

Sin embargo, en los últimos años he logrado una perspectiva provechosa concerniente a la guerra espiritual y he madurado en mi entendimiento de la inagotable gracia de Dios. He aprendido que el diablo descubre nuestros pecados y debilidades únicamente para condenamos y hacemos sentir que no hay esperanza. El Espíritu Santo nos confronta gentilmente con los mismos pecados y debilidades, pero Su revelación está diseñada para llevamos al arrepentimiento, al perdón y a la redención. En sus acusaciones, el diablo intenta atamos a los fracasos y pecados del pasado, pero el Señor dice: «nunca más me acordaré de sus pecados» (Heb. 8: 12).

Conclusión

En 2 Corintios 10:4-5, Pablo habla de «las armas de nuestra guerra» y la necesidad de «destruir especulaciones, argumentos, o razonamientos», y «poner todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo». En este conflicto espiritual, las mentes de los hombres proveen el campo principal de la batalla entre el reino de Dios y el reino de Satanás. Nuestra necesidad de asumir una postura firme e inflexible contra el «acusador de nuestros hermanos» es más grande que nunca.

En el mismo pasaje de Apocalipsis 12 que describe al diablo como el acusador de nuestros hermanos, también encontramos la receta para la victoria sobre sus acusaciones:

Y ellos le vencieron por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos (Apoc. 12: 11 ).

Necesitamos reafirmar a diario con gratitud quiénes y qué somos en Cristo Jesús, testificando interna y externa­ mente que pertenecemos al Señor y rehusando con firmeza «dar oportunidad al Diablo» (Efesios 4:27).

Como dijera un santo viejo amigo, mío, hace varios años: » ¡Dios siempre vota por nosotros; el diablo siempre vota en contra nuestra; y nuestro voto decide la elección!»

En otras palabras, cuando estamos siendo abofeteados por las acusaciones del enemigo, si afirmamos nuestra salvación por medio de la sangre de Jesús y si damos testimonio vivo de la bondad y aceptación de Dios, podremos frustrar efectivamente su estrategia de socavar la paz y la seguridad que es nuestra herencia como hijos e hijas de Dios.