Por Don Basham

El mundo está esperando que la Iglesia se levante y dé la distinción de un sonido cierto.

En 1ª Corintios 14:8 Pablo hace esta interesante observación: «Porque si la trompeta da un sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?» Si bien esta declaración es parte de las instrucciones de Pablo en el uso del don de lenguas, como otros innumerables versículos de la Escritura, este tiene un significado mucho más amplio que su contexto original. Pablo está haciendo un llamado para que haya una comunicación clara, en la que las palabras no sólo sean claramente enunciadas, sino también claramente oídas y comprendidas.

¿Cuáles son los factores que hacen la diferencia entre un sonido cierto y otro incierto, una palabra clara y otra confusa? Hay dos cosas que debemos alcanzar para tener éxito en la comunicación: Cla­ridad en lo que se habla y exactitud en lo que se oye. En este ambiente de comunicación masiva, la era de la publicidad, tenemos que soportar un dilu­vio constante de palabras, un asalto incesante de comunicación irresponsable, que está diseñada pa­ra explotarnos de alguna manera engañosa o para tentarnos a tomar alguna mala aconsejada acción.

Hay una estática verbal y una interferencia de mil clases que se baten en la atmósfera, estorban el diálogo redentivo y frustran los esfuerzos serios de los que tienen algo significativo que decir y, de los que desean oír con atención.

La Biblia registra la manera en que la comuni­cación confusa y engañosa se atravesó en los pro­pósitos de Dios desde el comienzo de su trato con los hombres. Cuando la serpiente engañó a Eva en el huerto, lo hizo tentándola para hacerla dudar de que había oído claramente la Palabra de Dios. «¿Realmente dijo Dios que no comieran …?» La palabra segura y cierta de Dios para Adán y Eva se volvió confusa y su relación firme y segura se tras­tornó para siempre.

Uno pensaría que cuando Dios habla no habría dificultad para oír y entenderle. Por supuesto que Dios no es el autor de la mala o difusa comunica­ción. Así que, cuando esperamos oír una palabra clara en medio de la incertidumbre, el problema no está en Dios o en lo que dice, sino en nuestra incapacidad o renuencia para oír y entender. Tomemos por ejemplo el capítulo 12 de Juan donde Jesús comparte el dolor de su corazón por la trai­ción que sufrirá:

Ahora mi alma se ha angustiado; y ¿por qué voy a decir? «¿Padre, sálvame de esta hora?» ¡Pero yo he llegado a esta hora para este pro­pósito!

«Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vi­no una voz del cielo: «Lo he glorificado, y lo volveré a glorificar.»

Entonces la multitud que estaba allí y la oyó, decían que había tronado; otros decían un án­gel le ha hablado.

Jesús respondió, y dijo: Esta voz no ha veni­do por causa mía, sino por causa de vosotros (27 ;30).

Es importante notar que había tres clases de personas en la multitud; las mismas que encontra­ríamos hoy.

Primero, estaban los que oyeron algo, pero no reconocieron la voz de Dios (ellos dijeron que ha­bía tronado).

Segundo, estaban los que reconocían que había sido una revelación de Dios, pero decidieron que era sólo para Jesús y no para ellos. Jesús les dijo llanamente que las palabras eran para su beneficio y no el suyo.

Tercero, estaban los que aceptaron que Dios había hablado para el beneficio de ellos y fueron fortalecidos por lo que oyeron.

No hay en la actualidad un área en el mundo que no tiemble bajo el peso de alguna gran crisis o que no haga eco de algún juicio inminente. Cree­mos que en medio y a través de estas crisis, Dios está hablándonos claramente, pero todavía la gen­te responde de las mismas maneras a su voz.

Muchos dicen: «No es nada. Sólo está tronando.» Otros dicen: «Dios pudiera estar hablando, pe­ro su mensaje no es para mí.

Gracias a Dios por los que dicen: «Dios está hablándome a mí. Tendré que prestar atención para ajustar mi vida a su verdad y a su gobierno.» Los que oyen claramente saben que cuando Je­sús describió los últimos días y las señales de su venida en Mateo; capítulo 24, pudo haber estado citando cualquiera de nuestros diarios. Allí descri­bió que habría guerras y rumores de guerra, nación levantándose contra nación, reino contra reino, hambres, terremotos, persecución, martirios, rebelión, odios, maldad, el engaño de profetas y cristos falsos, todo esto acompañado por un amor frío o moribundo de parte de la mayoría de los creyentes.

Habló de una gran tribulación como nunca antes el mundo había conocido. Pero en medio de todo, y esto es de suma importancia para nosotros, el evangelio del reino de Dios sería proclamado en todo el mundo. La caída de los reinos de los hom­bres sería acompañada por el surgimiento del reino de Dios. Ese mensaje es más que una palabra segu­ra en tiempos inseguros; será la mejor palabra que jamás se haya vivido. Culminará en el triunfo del reino de Dios bajo el reinado terrenal de Jesucristo.

Mi propósito no es tratar de predecir lo cerca o lejano que estemos de ese día. Sí necesitamos pro­clamar la verdad certera del evangelio del reino de Dios en medio de las temidas incertidumbres de este día. Necesitamos presentar un mensaje que no sólo interprete los tiempos y sus peligros, sino que también ofrezca inspiración e instrucción pa­ra una vida victoriosa: un mensaje de estímulo ba­sado en la inmutable Palabra de Dios. Confronta­dos por un mundo de problemas que desafían to­da solución humana, proclamamos la soberanía de Dios y predicamos un reino inconmovible.

Frente a la posibilidad de una guerra nuclear, declaramos que Dios es todavía el soberano y que su reino está sobre todo.

Frente a una conspiración comunista global y una continua declinación de la libertad, declara­mos que Dios es todavía soberano y que su reino está sobre todo.

Frente a la posibilidad de un colapso en la eco­nomía mundial o la depresión, declaramos que Dios es todavía soberano y que su reino está sobre todo.

Frente al surgimiento de miles de sectas que desafían el señorío de Cristo, declaramos que Dios es todavía soberano y que su reino está sobre todo.

Frente a una iglesia semejante a la de Laodicea, coja, aletargada y agobiada por la incredulidad, declaramos que Dios es todavía soberano y que su reino está sobre todo.

La novela de Charles Dickens, Historia de dos ciudades comienza con esa frase impactadora: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.» Para los rebeldes y los incrédulos que dependen para su seguridad de la sabiduría de los hombres, los descubrimientos de la ciencia o las armas de guerra, estos días bien pudieran ser el peor de los tiempos.

Pero para los que amamos a Jesucristo y cono­cemos el poder de su Espíritu y compartimos su vida unos con los otros en los lazos de su amor de pacto, y que nos gozamos en extender su gobier­no más allá de todo límite humano, estos pudie­ran ser los mejores tiempos.

El capítulo 11 de Génesis registra el período después del diluvio cuando los hombres se conven­cieron que podían gobernar al mundo sin Dios. Para hacerse un nombre y probar su grandeza, co­menzaron a edificar una torre que llegara al cielo. Igual que el arcángel Lucifer, alardearon: «Subi­remos al cielo; seremos semejantes al Altísimo.» Pero en su orgullo subestimaron a Dios. Cuando sus ambiciones egoístas y encumbrada torre, coli­sionaron con el propósito de Dios, la ruina y la confusión se esparcieron por toda la tierra.

En los días de incertidumbre en que vivimos necesitamos más que nunca la palabra certera de Dios. Los gobernantes humanos andan a tientas buscando soluciones inexistentes y los sistemas mundiales que se derrumban prueban que la últi­ma torre de Babel de los hombres es tan inútil co­mo la primera.

Con todas nuestras jornadas al espacio, el cielo no está más cerca que antes. El mundo corre tan lejos como nunca, apartándose de los propósitos y planes de Dios. Es porque hace mucho tiempo Dios escogió una manera mejor de acercar el cielo a la tierra, el camino de su Hijo. El hecho de haber puesto a un hombre en la luna es de poco signifi­cado, porque el hombre que pusimos en la cruz es el Rey.

El patrón para el reino de Dios no ha cambiado. Los materiales necesarios ya están reunidos y un creciente ejército de trabajadores se ha reportado. En un tiempo incierto, proclamamos una palabra eternamente cierta: Esta es la hora del reino de Dios. ¡Levantémonos y edifiquemos!

Don Basham Licenciado en Arte y Divinidad de la Universidad de Phillips, y graduado del Seminario de Enid, Oklahoma. Fue editor de New Wine y autor de varios libros, entre ellos «Líbranos del Mal» y «Frente a un Milagro».