Por Boh Mumford

Todo padre, sociólogo y educador conoce la absoluta necesidad de dar espacio a las personas en crecimiento, y eso nos incluye a la mayoría de nosotros. El niño requiere de amplitud para fa­miliarizarse con experiencias nuevas que le permi­tirán desarrollar sus habilidades y su conocimien­to práctico.

De la misma manera, el adolescente necesita cierta libertad para aprender a evaluar las cosas y hacer sus elecciones. Cada uno de noso­tros precisa el mismo tipo de atmósfera abierta si hemos de alcanzar nuestra madurez espiritual.

  El apóstol Pablo solía decir que él había sido «un fariseo, hijo de fariseos». Entonces salió de guardar la «iota y la tilde» de la ley para entrar a vivir en la libertad que le daba el Rey Jesús. El sabía que eso no era fácil, pero sí posible, y anhe­ló que todo creyente llegase a conocer esta liber­tad. Por eso su enseñanza de «Ceder Espacio al Hermano para Crecer» fue tan efectiva.

Aceptad al que es débil en la fe, pero no con el propósito de juzgar sus opiniones.

¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor pa­ra sostenerle en pie.

Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días. Que cada cual es­té plenamente convencido según su propio sen­tir.

El que guarda cierto día, para el Señor lo guar­da; y el que come, para el Señor come, pues da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene, y da gracias a Dios.

Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tam­bién, tú, ¿por qué desprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios.

De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo.

Por consiguiente, ya no nos juzguemos los unos a los otros, antes bien, decidid esto: no poner obstáculo o piedra de tropiezo en el camino de un hermano.

Yo sé y estoy convencido en el Señor Jesús, de que nada es inmundo en sí mismo; pero para el que cree que algo es inmundo, para él lo es. Porque si por causa de la comida hieres a tu hermano, ya no andas conforme al amor. No destruyas con tu comida a aquel por quien Cristo murió (Rom. 14:1, 4-6, 10, 12-15).

LA CONCIENCIA-NUESTRO ORDENADOR DE INFORMACION

La presión sanguínea de algunos se eleva cuan­do enseñamos sobre la libertad cristiana. Hay ciertos conceptos de lo que es bueno o malo arrai­gados dentro de cada uno de nosotros y estos nos ayudan a determinar nuestras actitudes y nuestras acciones. Las ideas de aceptabilidad se forman desde muy temprano a través de la enseñanza y la práctica.

Nos sentimos amenazados cada vez que somos retados a cambiar, y, una vez que efectua­mos este cambio, nos cuesta reconocer que no to­dos tienen que cambiar de igual manera. Sentimos la necesidad de imponer sobre otros nuestras con­vicciones. Nuestra actitud es que si el Señor ha tratado con nosotros de cierta manera, lo tendrá que hacer así con todos y si no, nosotros le ayu­daremos en el nombre de Dios.

Tenemos que saber que Dios a veces parece per­mitir a otros salirse con la suya en ciertas cosas y a nosotros no. ¿Por qué? Se nos dice que Dios no hace acepción de personas y así es. No obstante, Dios respeta la conciencia de cada persona. Esta conciencia necesita renovación y restauración des­pués de que la persona alcanza el conocimiento de Cristo como Señor de su vida.

Dios trata de una manera con un hombre y de otra con otro. El co­noce el por qué, el cómo y el cuándo llevar a la conciencia de un individuo una relación debida con su voluntad.

Dios diseñó a la conciencia para que cumpliese con una función muy importante. Cuando una persona comienza a relacionarse con el Señor, su conciencia se vuelve muy delicada y sensitiva con respecto a las nuevas verdades que ha llegado a conocer. Tiene la tendencia de ser demasiado escru­puloso cuando se presentan oportunidades de a­gradar a Dios. No quiere ofender a Dios con una mala acción.

La conciencia es la más probable en determinar primero lo que es «bueno y malo». En este instru­mento está archivada cierta información que he­mos aprendido desde la niñez. Es como una com­putadora que da la información con que ha sido programada. Aquí es donde nos ayudará esta en­señanza básica y una comprensión amorosa de las personas.

Supongamos que a Ud. se le ha enseñado toda su vida que es malo comer tocino. Algo dentro de Ud. resistirá el ofrecimiento de huevos con tocino, aunque alguien le recuerde que Dios dice en Ro­manos 14:14 que nada es inmundo en sí mismo.

Es probable que eso no lo libere inmediatamente para comer tocino; el recuerdo de la manera en que los cerdos se arrastran en el lodo y el miedo de contraer la triquinosis pudieran ser las razones que lo mantengan atado y le impidan romper con la tradición y con las enseñanzas previas.

Las personas con conciencias escrupulosas y sensitivas presentan serios problemas a la liber­tad cristiana. A estos son a los que Pablo llama «débiles». Esta es una palabra descriptiva que en realidad significa «enfermo». Indica a una persona enferma espiritualmente, o «demasiado afanada».

Yo también experimenté este extremo cuidado durante el primer año después de mi salvación.

Cuando la alarma del reloj sonaba temprano en la mañana, era tiempo de levantarse para orar. Caía de rodillas gimiendo y al rato quedaba dormido otra vez; cuando volvía a despertarme, me sentía todo culpable por no haber resistido el sueño cuando debía haber estado orando. Me arrepentía y al día siguiente hacía otro esfuerzo para ser fiel.

No supe qué pensar cuando un cristiano más ma­duro me dijo que su vida de oración era dirigida por el Espíritu Santo. Yo había leído que Daniel oraba tres veces al día y la declaración de este her­mano me dejó absolutamente escandalizado. No sabía por entonces que hay cristianos que han lle­gado a disfrutar tanto de su caminar con Dios que sus vidas son una comunicación casi constante con él. Sus ratos de oración se han convertido en una vida de oración.

Este es el hermano «fuerte» del que Pablo es­cribe. No hay esfuerzo que le haga sudar. Se per­mite cierta soltura porque ha substituido con las libertades bíblicas que Dios ha ordenado las lu­chas internas de una conciencia que se ha progra­mado a sí misma. Démonos cuenta que Pablo no castiga ni al hermano débil ni al fuerte; lo que di­ce es que no piensan igual y que debemos de es­tar conscientes de estas diferencias cuando se nos presenten situaciones de tal naturaleza.

DEBILIDAD FRONTERIZA

Ilustremos lo que esto significa. Cuando somos salvados salimos de la «obscuridad de afuera» y entramos a la «tierra de salvación». Hay creyentes que nunca van más allá de algunos pasos de la frontera. Han salido del mundo, pero todavía es­tán muy cerca de la línea. Apenas si han cruzado la frontera y siguen mirando para atrás. Estos cre­yentes tienen debilidad fronteriza. Otros quieren saber dónde se encuentra la capital de este nuevo país y deciden ir a conocerla. Anhelan conocer a su Rey y disfrutar de su presencia.

Los estrategas militares saben que la mayoría de los conflictos armados comienzan en las fron­teras. Hay enemigos dispuestos a tomar (por la fuerza si es necesario) lo que pertenece a todo ciu­dadano nuevo de esta «tierra de salvación». Cuando se vive demasiado cerca del mundo se está expuesto a las luchas y a los conflictos inter­nos.

La doblez de corazón produce una inestabili­dad espiritual y es muy dañina en el progreso del cristiano. Todo el que cruza la frontera y se detie­ne allí, vive en una constante tentación de regre­sar. Sin embargo, debemos darnos cuenta que hay otras cosas que se involucran en nuestra re­cién adquirida relación además de estos conflictos continuos en la frontera.

DISCERNIMIENTO

De manera que aquí estamos: los débiles, los fuertes y los de en medio. Los problemas específicos que mencionamos pudieran no ser los suyos pero son típicos de las dificultades que muchos de nosotros encaramos. Algunos hermanos y hermanas han sido destruidos por cosas que son indife­rentes: situaciones y temas que no son ni buenos ni malos en sí mismos; son sin importancia, triviales e insignificantes.

Uno de estos es el dinero. No es ni bueno ni malo en sí mismo. Todo depende de la manera en que lo usemos – si herimos o ayudamos a las personas.

El Maquillaje: Hay congregaciones que no per­miten a sus mujeres el uso del maquillaje facial. Para ellos este es un asunto de gran importancia.

El Pelo: Pelo largo, corto, rizado o trenzado.

Una vez estuve en una reunión donde le rehusa­ron a una persona el privilegio de subir a la plata­forma a cantar porque tenía el pelo rizado.

El Vestido: ¿Pueden usar pantalones las muje­res? Me doy cuenta de la seriedad de la confusión entre los papeles del hombre y la mujer, pero ha­blo aquí de estilos aceptables en el vestir.

Los Colores: ¿Cuántos sabían que el rojo es pe­caminoso y el negro santo? ¿Por qué es que el atuendo ministerial ha sido azul marino conserva­dor o negro por tantos años? ¿No creó Dios todos los colores?

Las Corbatas: Son consideradas «mundanas» en algunos grupos.

Nadar en Público: Este es un verdadero escollo en algunas localidades. Es considerado como ofre­cer una tentación innecesaria y es pecado.

Las Películas: Debido a mi trasfondo religioso, viví muchos años después de mi salvación sin asis­tir a una película a menos que fuera un filme de Billy Graham el domingo por la noche; en un ci­ne, ni siquiera a una producción de Walt Disney. Un día cuando estaba buscando al Señor le dije: «Señor, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa por ti». A lo que el Señor me respondió con toda claridad: «Vete a ver una película». Inmediata­mente reprendí al diablo.

Por tres días batallé con las implicaciones de esta dirección subjetiva. Tenía tanta ansiedad en mi conciencia que no era capaz de compartirlo con nadie. Cuando esta dirección persistió, a pe­sar de mi resistencia, se lo comuniqué a mi esposa y ella reaccionó de inmediato: » ¡Eso no puede venir de Dios!» Sin embargo, yo estaba convenci­do que había sido de Dios y finalmente la pude convencer de que así era.

Tomamos el periódico y buscamos en la sección de entretenimientos. Después de surcar a través de títulos de sangre, truenos y una variedad de aventuras amorosas, noté en una esquina de la página que decía: La Novicia Rebelde (The Sound of Music), y sentí como si el Señor me dijera: ¡Esa!

Con el corazón sobresaltado y usando anteojos obscuros nos dirigimos a ver el espectáculo. La música tan bella, la magnífica fotografía, el argu­mento dramático además de la ausencia obvia de cualquier cosa sugestiva o pecaminosa, todo contribuyó para que me sintiera como si me hubiesen estado robando todos esos años.

Qué alegrías ha­bía perdido porque se me había enseñado a clasi­ficar todas las películas como pecaminosas. La tarde siguiente regresamos con los hijos quienes la disfrutaron tanto como nosotros.

¿Significa eso que todas las películas valen nuestro tiempo y dinero, o significa que tenemos que aprender a discernir? Hay dimensiones en las que debemos aprender a diferenciar lo bueno de lo malo y de lo indiferente. Si nuestros corazones están dispuestos a buscar a Dios y su justicia, te­nemos garantizado que todas las cosas buenas se­rán añadidas a nuestras vidas. Tenemos que apren­der a obedecer las restricciones y movimientos del Espíritu Santo.

Por deferencia a nuestros hermanos y hermanas que sostienen una creencia en particular y distinta a la nuestra en estos asuntos indiferentes, ¿cuál debiera ser nuestra respuesta?

LOS TROPIEZOS – UNA CALLE DE DOS VIAS

Pablo usa la expresión «piedra de tropiezo» en el versículo 13. De allí proviene el pensamiento de «hacer tropezar a nuestro hermano». Allí dice que no pongamos obstáculo en el camino de un hermano para que tropiece. El tropezón puede o­currir de dos maneras: Ofendiendo y recibiendo ofensas. Dicho de otra manera, hay ofensas que se dan y hay ofensas que se toman.

Muy a menudo nuestro juicio sobre otros viene motivado por nuestra propia conciencia. Sólo por­que yo no creo que una situación sea correcta, la considero mala para todos los demás. Además, no sabemos por lo general, todas las circunstancias que rodean a una situación que pudiera servir de piedra de tropiezo para nosotros. Este sería un ca­so en el que «tomamos» ofensa.

Un domingo por la mañana, mientras nos diri­gíamos hacia la iglesia, vimos a una señora que tendía su ropa en la línea de su patio. Uno de los pasajeros que viajaban en el carro con nosotros hizo esta observación casi cortante: «Creerías que hubiera podido buscar otro día para lavar». La persona que hizo esta declaración tomó ofensa por las actividades de nuestra vecina. Tal vez no hubo la intención de parte de esta señora de hacer que alguien tropezara.

A nuestro pasajero no se le ocurrió que pudo haber alguien enfermo durante la noche anterior y se había hecho nece­sario lavar las sábanas antes que llegara de nuevo la noche. Necesitamos tener cuidado para no ha­cer juicios precipitados y para no tomar ofensas. Pablo dice: «De modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo. Por consiguiente, ya no nos juzguemos los unos a los otros … «

Todos nosotros estamos juntos en esta situa­ción. Debemos aprender a dar campo a nuestro hermano para que respire. Tanto el hermano débil como el fuerte quieren glorificar a Dios. El débil no quiere herir al Señor. La realidad es que él piensa que actuando de esa manera está honrán­dole. Podemos dar ofensas a nuestro hermano fuerte al mismo tiempo que estamos tratando con toda sinceridad de no ofender al Señor.

Es muy posible también que el hermano fuerte ofenda al débil con sus acciones. Aquellos que han sentido la libertad de participar en las cosas que son indiferentes deben ejercer mucha cautela para no ofender al débil. Pablo dice claramente qué es lo que debemos hacer y qué es lo que debe­mos cuidarnos de no hacer.

Recuerde la controversia que tuve conmigo mismo antes de decidirme a ir a ver la película. ¿Cuál deberá ser mi actitud hacia aquellos que no estén de acuerdo conmigo, una vez que defina la situación a mi entera satisfacción? Si Ud. no cree que deba ir a un cine, no vaya. Sin embargo, si su conciencia no se lo permite, no desprecie a los que van.

AMOR y COMPRENSION

Antes de poder esperar resolver las lecciones que Pablo está enseñando con respecto a ceder campo a nuestro hermano para que respire, debe­mos considerar los dos ingredientes esenciales que se necesitan para llegar a una solución satisfacto­ria: el amor y la comprensión.

Podemos dar ofensa a nuestro hermano al mismo tiempo que estamos tratando de no ofender a Dios.

El amor constituye un clima en el que podemos llegar a una comprensión dentro de nosotros mismos con respecto a nuestras actitudes y ac­ciones. No deseamos ser esclavos del intento de agradar a todo el mundo todo el tiempo. La ex­periencia comprueba que esto es imposible. Re­pasemos las palabras de Pablo y hagamos una lis­ta de las cosas que debemos hacer y aquellas que debemos evitar.

(1) Recibe al débil en la fe. Es tu hermano. (2) No contiendas sobre opiniones – juzgando opiniones. Argumentos religiosos y doctrinales muy rara vez resultan beneficiosos. Es posible ganar la discusión, pero perder al hermano.

(3) No desprecies ni juzgues a los demás porque tengas mayor madurez espiritual.

(4) Convéncete plenamente en tu propia con­ciencia; que sea frenada y alineada con la palabra de Dios escrita. Recuerda que tú también compa­recerás ante el tribunal de Dios. Jesús dijo:

«Mucho se demandará de todo aquel a quien mu­cho se ha dado» (Luc. 12 :48).

(5) No pongas tropiezo u ocasión de caer en el camino de tu hermano.

(6) No olvides – que nada es inmundo en sí mismo – Hay cosas que son indiferentes.

(7) Niégate tus privilegios y placeres que sa­bes que pueden perjudicar a otros. Rinde las libertades que Dios te da por causa de tu herma­no – esto es caminar en amor.

El espacio es necesario para el crecimiento ha­cia la madurez. Si necesitas evaluar tus razones por las cuales haces o no haces ciertas cosas, pí­dele a Dios que te ayude a definirlas y a eliminar­las si es necesario.

Si caminas con la libertad que Cristo te da, agradécele y disfruta de tu libertad, pero no como ocasión para hacer «tropezar» a tu hermano. «Si la comida hace que mi hermano tropiece, jamás comeré carne otra vez» (1 Cor. 8: 13). El amor cristiano es el factor final y determinante.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol. 3 nº 8 -agosto 1980