Por Charles Simpson

En años recientes, hemos estado oyendo mucho la palabra integral. Desde un punto de vista médi­co, medicina integral es la que acepta que una persona no puede ser tratada efectivamente si su problema no es examinado a la luz de todo su ser: sicológico, fisiológico y espiritual. El enfoque integral reconoce que todas las partes se afectan entre sí y éstas afectan al todo.

El integralismo no es sólo una verdad médica, Es una verdad universal de toda la creación, La reacción es un todo. No podemos tratar con éxito ninguna de sus partes si no nos damos cuenta de que estas no están completas en sí mismas. La creación no es una masa sin estructura, ni tampo­co un accidente cósmico. La creación es una eco­nomía diseñada, una estructura cuyas partes interaccionan.

La integridad es el propósito de Dios

Integridad es la misma esencia de lo que Dios se propone hacer. Si regresamos al principio, veremos que el propósito de Dios es y ha sido siempre la integridad de la creación.

Mi amigo Ern Baxter dijo en cierta ocasión:

«Cuando se observa la creación lo que se ve es un universo, no un multiverso,» Lo llamamos universo porque Dios lo hizo uno. En los versícu­los iniciales del Génesis, encontramos que Dios hizo todas las cosas como un todo singular y cada vez que terminó de hacer una de sus partes dijo: «Es bueno.» Cada parte estaba integrada con el resto de la creación y armonizaba con el todo.

El orden se construye sobre la armonía. Ya sea que examinemos a la más diminuta célula con vi­da o a las inmensas super galaxias, estaremos vien­do cuerpos interactuando e interrelacionados. Todo está interrelacionado con algo más. La ob­servación de cualquier parte de la creación es in­completa si no tomamos en cuenta la manera que calza en algo más grande y cómo sus partes más pequeñas se relacionan entre sí. Tal vez la herejía más grande sea la noción de que cualquier cosa, persona o estructura social, pueda realizarse en el aislamiento.

Una vez que aceptamos que Dios creó el univer­so como un todo, podemos apreciar mejor el mis­terio de la venida de Jesucristo para sujetar todas las cosas bajo una Cabeza. Dios en su gracia permite a las personas que vean destellos del misterio de su plan. Pero lo que él está haciendo es mucho más grande que las diminutas piezas que vemos. Su propósito es «reunir todas las cosas en el cie­lo y en la tierra bajo una cabeza, Cristo.» La inten­ción de Dios es que Cristo, quien es la cabeza de todas las cosas, tenga un cuerpo en el tiempo y en la tierra que lo manifieste plenamente y llene toda la creación con el carácter de la gloria de Dios. Ese cuerpo es la Iglesia.

Si pensamos que podemos continuar en los pro­pósitos de Dios negando su intención -o intere­sándonos exclusivamente en una de sus partes-, fracasaremos una y otra vez. Estaremos trazando nuestro propio curso en contradicción con el pro­pósito de Dios y la frustración será inevitable.

Una relación compleja

Cuando decimos «creación», estamos usando un término general e inclusivo para lo que es en reali­dad un conjunto muy complicado de accio­nes entre muchas estructuras diferentes. Incluye al universo espiritual invisible: ángeles, demonios y otras fuerzas de las que no sabemos lo suficiente. Incluye las cualidades sociales del hombre que también son invisibles, pero reales, y son la fuente de la motivación y de las relaciones.

También in­cluye al universo material: lo físico, las cosas que podemos tocar que parecen ser sólidas, pero que están compuestas de moléculas constantemente en movimiento y, sin embargo, mantienen su for­ma. Las esferas espirituales, sociológicas y mate­riales están interactuando constantemente entre sí y unas con las otras. El resumen es este: la crea­ción es complicada.

La causa de la desintegración

Cada jurisdicción o estructura dentro de la crea­ción necesita tener tal solidez e integridad que su integración en la estructura mayor no sea causa de separación finalmente. Integridad no significa sólo decir la verdad; se refiere a la substancia sana y sólida y su habilidad para integrarse.

Es notorio que la sociedad moderna en el mun­do se está desintegrando. Por lo menos está en un estado volátil e inestable. La manera de enfrentar el problema de la desintegración mundial no es en una forma global. La tendencia es ofrecer solucio­nes masivas. Pero la desintegración se debe a la falta de integridad interna de las partes; a la falta de solidez en la subestructura sobre la que descan­sa el todo.

Podemos tener un automóvil muy bonito, pero una de sus piezas más pequeñas puede dañarse y detener a todo el auto. Aunque las otras piezas estén funcionando, el auto no funcionará hasta que esa pieza se arregle.

Toda estructura tiene una subestructura. El in­dividuo es parte de la subestructura del todo. Le sigue la familia, que también es un complejo- es una unidad compuesta de elementos diversos. Lue­go está la Iglesia, que en un sentido mayor es una con muchos elementos. Más allá está la comuni­dad, la provincia o estado, la nación, el universo sociológico (sin mencionar el fisiológico y el espi­ritual), todos uno y sin embargo muchos, con sus subestructuras complejas. Cada uno tiene una es­tructura bíblica bien definida.

La separación de las partes

Esta inter relación es la razón por la cual las fa­milias se desintegran cuando los individuos se des­componen. Hay familias que se mudan de casa ca­da dos o tres años, dejando atrás sus raíces y sus identidades. Cada vez más la identidad de las per­sonas se ve ligada a sus profesiones en vez de a su herencia y carácter. El número de familias, en las que el hombre y la mujer persiguen sus carreras, va aumentando y, las familias dedicadas a la crianza de los hijos van en disminución. La paternidad y la maternidad se han reducido a la función de la procreación.

La membresía de las iglesias está cambiando continuamente. Hay problemas raciales y religio­sos, cismas generacionales, rivalidad entre los se­xos y luchas de clases. Pareciera como si todas las partes ignorasen al todo en su persecución de la meta elusiva de la realización de sí mismas. No es extraño que estemos viendo una desintegración social de tal magnitud.

El mundo está infectado con una mentalidad de adversario. Súmele a eso una base moral débil y una tecnología que crece en proporciones geométricas, y tenemos los ingredientes necesarios para una autodestrucción global.

Un esfuerzo hacia la entereza

Tenemos que invertir la dirección de nuestra motivación y actitud fundamentales hacia el Creador, la creación y uno hacia el otro si queremos salvarnos. No podemos sobrevivir solos: ninguna parte puede.

Tenemos que esforzarnos para mantener la en­tereza en la creación, descubriendo y reconocien­do las estructuras que son ordenadas por Dios. Nuestra más alta prioridad debiera ser la de entre­garnos a la tarea de reconstruir la integridad inter­na de las partes para que tengan solidez y definición. Para lograrlo, tenemos que trabajar sobre la premisa que los universos materiales, sociales y espirituales han sido creados de una forma modu­lar y que son mutuamente interdependientes.

Dicho simplemente, si queremos edificar el to­do, tenemos que comenzar con las partes. Lamen­tablemente, los cristianos nos inclinamos muy a menudo hacia las grandes generalidades y descui­damos los detalles. Tenemos que reorientarnos para establecer el bienestar de los componentes y dar menos atención a la edificación de una imagen superficial y a las generalidades.

Dios ordenó las estructuras

Primero debemos reconocer aquellos aspectos de nuestro mundo que fueron ordenados por Dios y que sirven para un propósito real. Lo peor que podemos hacer es el intento de armar el todo con piezas que no le pertenecen. Subsidiar lo que no produce y lo que no es esencial es un error grande; muchos de nosotros nos frustramos porque esta­mos tratando de calzar cosas que Dios nunca or­denó. Por esta razón debemos «retroceder» un poco y ver la creación y la historia y preguntarle al Señor lo que él ha ordenado. Eso requerirá que hagamos un escrutinio minucioso de las estructuras que dan vida a la sociedad: el individuo, la familia, la comunidad, la nación y la Iglesia.

No podemos edificar comunidades si primero no tratamos con el individuo. Por eso es tan im­portante comprender la relación del espíritu, el alma y el cuerpo en el individuo. Necesitamos comprender cuál es nuestra identidad como indivi­duos y cuál es la verdadera definición de la familia.

En los últimos cien años, especialmente desde hace treinta, nuestros sistemas educacionales han venido implantando, en la mente de muchos, ideas nuevas, defectuosas y sin probar, con respecto a lo que es la persona y la familia. Ahora, ¡insensata­mente nos preguntamos por qué nuestra sociedad se está desintegrando! Más difícil de comprender es la razón por la que seguimos regresando a las mismas fuentes seculares que están en bancarrota para que interpreten nuestra situación. Es incomprensible que el pueblo de Dios continúe aceptan­do la información que viene de una fuente impía.

Dios es nuestra fuente

George Washington Carver, fue uno de los cien­tíficos más grandes de Norteamérica. Nació en la esclavitud y casi toda su educación vino por su propia investigación. Indudablemente fue uno de los hombres más brillantes que nuestra cultura haya producido.

El señor Carver fue invitado una vez para exhi­bir sus descubrimientos ante el Senado de los Esta­dos Unidos. Frente a ellos había más de quinientos productos obtenidos del maní y del camote. Al­guien le preguntó: «¿Cómo hizo para encontrar tanto en un camote y en un maní?» El, con sen­cillez respondió: «Dios hizo el maní y el camote, y yo sólo le pregunté lo que había en ellos.»

Tal vez esa declaración simplificó demasiado su investigación; sin embargo, en esas palabras el se­ñor Carver reveló el secreto de su éxito. Creyó en un Creador que había ordenado cuidadosamente su creación. Y que esa verdad esencial no se podía obtener por medio de la investigación: tenía que ser revelada.

La ciencia no es el problema de la sociedad. El problema está en que nuestra sociedad carece de la estructura moral para sostener el conocimiento y la tecnología. Todo lo que Dios ha puesto aquí se interrelaciona, y si nosotros nos sujetamos a él, él nos mostrará la manera en que todo se ordena. Nosotros no podemos crear; nosotros sólo pode­mos asimilar y correlacionar; y él nos puede mostrar cómo. 

Buscando la realización en las estructuras mayores

Las estructuras que internamente son sanas y seguras buscarán naturalmente la manera de ar­monizar e interrelacionarse con las estructuras mayores.

Así entiendo fundamentalmente a la creación. Ninguna estructura está completa en sí misma. Si una estructura está internamente sana, sólida y segura, naturalmente buscará su realización en las estructuras mayores, porque la naturaleza le dará a conocer que forma parte de algo más grande.

En las sub-estructuras saludables esta motiva­ción es intuitiva, no aprendida. Está escrita en nuestro código genético. Los individuos saludables buscarán relacionarse naturalmente como familias (a menos que tengan un don especial); las familias saludables en iglesias; las iglesias saludables en co­munidades y estas en estados, provincias y nacio­nes. Cada iglesia buscará cómo relacionarse con la expresión mayor de la Iglesia o con el reino de Dios. Las naciones saludables formarán relaciones internacionales saludables de beneficio mutuo.

Yo creo firmemente que este principio es una ley de la naturaleza y una ley divina. Una estructura sa­ludable busca su expresión y su realización fuera de sí misma. Toda la vida material, espiritual y socioló­gica cuando está funcionando debidamente, busca­rá su cumplimiento en las estructuras mayores.

Dejar de integrarse

Dejar de integrarse en una estructura mayor in­dica una tendencia hacia el aislamiento, y por lo tanto revela una condición enferma o un mal funcionamiento. La desintegración es un síntoma de nuestro problema fundamental. Esta condición se expresa en muchas formas: sectarismo, temor, du­da, culpa, egoísmo. Si una célula se vuelve en con­tra y rechaza la estructura fisiológica de la que es parte; si una persona se vuelve en contra y rechaza la familia a la que pertenece; o si una familia se vuelve en contra y rechaza a la comunidad de la que es parte; ese rechazo indica una condición en­ferma o alguna clase de mal funcionamiento. La verdadera causa de la enajenación es una falta de solidez y de seguridad internas.

El cáncer es un ejemplo biológico de lo que di­go. Las células cancerosas quieren vivir, pero rehúsan integrarse con las otras células; no quieren funcionar con el todo. Obtienen vida del cuerpo, se multiplican, pero no se integran con otros.

Las estructuras que rehúsan integrarse no pue­den ser cambiadas sólo con «juntarlas». Si tengo un dolor de cabeza, por ejemplo, y me siento mal espiritualmente, no deseo estar con la gente; quie­ro estar solo. La solución para mi problema no es obligarme a estar con la gente a la fuerza o exhortarme diciendo: «Vamos, hermano, ¡tengamos unidad!» La unidad no puede venir de esta mane­ra, porque la coerción no produce armonía.

La persona que se retrae no es sólo antisocial. Está tratando de proteger una condición interna anormal. Por supuesto que es una reacción natu­ral: Si usted está herido, usted protegerá su heri­da. La protección no es mala; es la herida o la enfermedad que es mala. Si alguien tiene un pro­blema y no quiere nada con nadie, predicarle so­bre la unidad no solucionará su problema. Lo más que hace es concientizarnos del problema. Predicarle a la iglesia sobre la unidad puede ser frustrante si no tratamos con el problema funda­mental subyacente que nos fracciona.

La «unidad,» que resulta de una coerción pro­longada es una aberración y cuando termine la coerción, volverá a otra forma de estructura más natural. Por esta razón creo que el marxismo no es un plan para el futuro capaz de sobrevivir, por­que depende de la violencia y la coerción para mantener su estructura. Cualquier sistema que mantenga constantemente su estructura por la fuerza, es artificial y no puede permanecer.

Pero también nosotros que estamos en socie­dades capitalistas o en sistemas de «libre empre­sa» tenemos que recordar este principio integral: Ninguna unidad o conjunto unitario puede ser saqueado o manipulado para el beneficio de otro sin que haya consecuencias que lamentar.

Componentes de una estructura saludable

Yo creo que hay por lo menos cuatro compo­nentes en una estructura saludable:

  1. Una estructura saludable, sea individual, fa­miliar, comunitaria o nacional, tiene que recibir la revelación divina de que cada estructura es el pro­ducto de la voluntad de Dios. Si queremos ser sa­ludables, tenemos que aceptar que Dios nos creó, para que podamos tratar con cada estructura «co­mo con el Señor.» Esta revelación de la voluntad de Dios tiene que ser recibida personalmente por el individuo, no impuesta sobre él. Creo firme­mente en el principio de la voluntad; removerla de cualquiera estructura es sembrar las semillas de la destrucción.
  2. Una estructura saludable debe tener rectitud y equidad como base para la interacción. Sus com­ponentes tienen que actuar equitativamente y con rectitud. Si quitamos la rectitud o la justicia de una estructura, esta se desintegrará.
  3. Una estructura saludable debe tener coyun­turas efectivas y funcionales entre los diversos miembros. Cuando descubrí el significado de 1 Co­rintios 12 y Romanos 12 y los dones del Espíritu Santo, entendí que somos «miembros los unos de los otros. » Yo creía que lo que uno lee en la Biblia acerca de la Iglesia eso es lo que somos en la prác­tica; en vez de que así es como debemos llegar a ser. Me alegro no haber leído que fuésemos un aeroplano, ¡porque hubiera intentado volar!

Llamar a la iglesia un cuerpo no lo hace un cuerpo. A menos que sus miembros estén efecti­vamente conectados y acoyuntados, sólo tendre­mos una masa de protoplasma religiosa. Un cuer­po real y saludable tiene miembros bien definidos y acoyuntados, cada uno funcionando en una for­ma específica.

  1. Una estructura saludable tiene visión panorá­mica en todos sus niveles. Mi comprensión de tener visión panorámica es la capacidad de la estructura de captar la visión del que está sobre ella. Yo necesi­to la perspectiva de los que están sobre mí si he de calzar en el mosaico. Si la perspectiva que tene­mos es la nuestra nada más, entonces lo que haga­mos tal vez no calce en el cuadro mayor. Y esa es una tragedia muy grande, porque hay muchas personas que pasan toda su vida limitados con lo que ven ellos solos. Consecuentemente, cuando llegan al fin, nada calza con lo que Dios tenía en mente de todo lo que hicieron.

Para que la estructura sea saludable, sus compo­nentes necesitan una perspectiva panorámica para que lo que hagan calce con el todo. ¡Qué maravillo­so sería si pudiéramos ver el mundo a través de los ojos de Dios! ¡Si pudiéramos ver que todo lo que hacemos calza con todo lo que él está haciendo! Pero muchas veces estamos más interesados en bajar a Dios a nuestro propio nivel; tratando de limitar su poder de acuerdo con los confines de nues­tra mentalidad pervertida, para que derrame su gloria a través de nuestros reducidos canales. Si pudiéramos despertar de alguna manera y pedir a Dios: «Señor, alza mi vista más alto y permíteme ver tu plano, para que lo que haga calce con lo que mi hermano está haciendo.» Ninguno de no­sotros es un todo, sino una parte de un todo.

Un escenario más grande

Hace poco conocí a un joven buzo que se gana la vida buscando peces exóticos para los acuarios. Me dijo que entre los más populares estaba el ti­burón. Me explicó que hay cierta especie de tibu­rón que en cautiverio permanecen pequeños, en proporción al tamaño del acuario donde se pongan. Algunos se quedan de quince centímetros siendo adultos, según la limitación del espacio en que estén, pero si se les libera en el océano, crecen has­ta alcanzar su tamaño normal de tres metros.

Pensé que la vida cristiana también es así. Yo he visto cristianos de quince centímetros, lo más lindos, nadando felices en sus charquitos. Cuando uno los ve, no puede dejar de observar lo lindos que son; pero si pudieran ser puestos en un esce­nario más grande -dentro del escenario de la crea­ción entera-, llegarían a ser grandes.

Que Dios nos ayude a vencer nuestra inseguri­dad y a salir de nuestros charquitos, y ver que Jesucristo es el Señor de todo. Él nos hizo y si alcanzamos la integridad interna y nos estructura­mos según él lo ha ordenado, llegaremos a crecer más allá de los límites que nosotros mismos nos hemos puesto, y nos moveremos de acuerdo con la visión integral de su propósito en la tierra.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 5-febrero 1984

El hermano Simpson pasó a la presencia del Señor el 14 de febrero de 2024. Además de sus responsabilidades pastorales y ministerio internacional, fue presidente de la Junta Editorial de New Wine. Dos de sus tres hijos viven en Movile, Alabama. Una vive en Costa Rica.