El Respeto de la Gente

Cuando Moisés murió, Josué se convirtió en su sucesor. En el primer capítulo, el Señor le dice tres veces: «Sé valiente, no temas, ten valor; como yo fui con Moisés, seré contigo». El pueblo también le dijo: «Sé valiente».

Muchas veces, a las personas no les gusta lo que usted hace, pero en lo profundo de su corazón quieren que tenga valor, porque lo quieren respe­tar. Es más importante que le tengan respeto a que usted les complazca en todo. La gente va a presionarlo para que usted haga lo que ellos quie­ren, pero si cede a sus deseos solo por complacer­los, tarde o temprano le perderán el respeto.

Es importante ser respetado como líder. El respeto se gana únicamente con el valor que viene sabien­do que es Dios y no la gente quien lo ha llamado. Cuando él habla, ella lo escucha, está sujeta a él y tiene un buen espíritu. El es el líder de la familia.

Otros dicen a su esposa: «¿por qué no confías en mi como ella confía en su marido? ¿por qué no eres como ella?» «¿por qué no actúas tú como el?», dicen ellas. Un pastor tiene el respeto de su iglesia. Cuando él predica, ·a iglesia responde. Si usted quiere que su congregación haga igual, ten­drá que hacer lo mismo que él. No podemos coercer la confianza. ¿Qué podemos hacer entonces para que la gente confíe en nosotros?

Primero. Usted mismo tiene que confiar más en Dios.

Dios es quien da la fe. Si quiere que la gente crea en usted, tendrá que tener fe en Dios y eso lo vuelve vulnerable. Donde no hay riesgos no existe la fe.

Dios dice: «quiero que cambies de trabajo». Usted dice: «Señor, pero allí no pagan mucho».

El pregunta: «¿confías en mí?»

Usted responde: «sí, Señor, confío en ti». «Entonces deja tu trabajo. Yo voy a cuidar de ti». 

¿Qué pasaría si Dios no cuidara de usted? Pasa­ría hambre. Usted cambia de trabajo porque con­fía en Dios, pero mantiene sus ojos en el Señor, porque la vida suya está en sus manos. Esa es una buena experiencia. Quien camina por fe no quiere cometer pecados, porque si enoja a Dios, El no le atenderá. Ahora tiene que esmerarse en el trato con su hermano porque está confiando en Dios y debe ser más sensible al Espíritu Santo.

Si usted nunca ha tenido esa experiencia, entonces nadie debiera de confiar en usted. Demuéstrele a la gen­te que usted confía en Dios y ellos confiarán en usted.

Segundo. Tiene que estar bajo autoridad.

Al­guien debe tener la suficiente autoridad para co­rregirlo. No es correcto que la gente dependa de usted si no hay quien lo pueda ajustar.

Tengo dos hijos y una hija. El mayor tiene die­cisiete años, el menor ocho y ella tiene 12 años. Cuando yo dejo a los menores al cuidado de mi hijo mayor, le doy mis instrucciones: «Tú eres el responsable. Ten cuidado como los tratas. No les pegues y cuídalos bien porque tendrás que res­ponder por ellos. No los quiero ver llorando ni que hayan estado peleando. Quiero que vayan a la cama a cierta hora, que no coman demasiado, que se bañen y cuando regrese, te voy a pedir cuentas». El menor se queda confiado porque sabe que el mayor está bajo autoridad.

La autoridad es algo muy poderoso. No es co­rrecto que una persona ejerza autoridad sobre otra, a menos que ella también esté bajo autori­dad. Si quiere que la gente confíe en usted, de­muéstreles que usted también está bajo autoridad.

Tercero. Obtenga el éxito en su vida práctica: En su vida personal, en su familia, en el trabajo, en la iglesia, etc. Para que la gente confíe en alguien, éste tendrá que probar que sabe lo que hace. Si todo lo que emprende fracasa, si la familia está en guerra todo el tiempo, si siempre está cambiando de trabajo, si sus hábitos personales son malos, mejor no profetice en la iglesia. Haga bien las cosas prácticas y la gente confiará en su palabra y en usted.

Dice mucho cuando un hombre habla y sus hi­jos le hacen burla. Es bueno fijarse en la esposa también. Ambos le han conocido más tiempo, y si ellos no creen lo que él dice, ¿por qué habrán de creerlo los demás? Es importante cultivar la confianza de los que nos conocen mejor para que otros confíen también en nosotros.

Cuarto. Consistencia.

Una conducta consistente es un depósito diario en el banco de la confianza. La conducta errática es como girar, o sacar fondos del banco. Si se es más errático que consistente, llegará el día cuando la cuenta quede sobregirada. Es bueno ser consistente. Cuando haya necesidad de cambios, hágalos con estabilidad y consisten­cia. Evite ser impredecible y errático.

Quinto. Conozca sus limitaciones y prefiera a otros.

Es posible ser un experto en cierta área. y no saber absolutamente nada de otra. Cuando se encuentre en un terreno que desconoce, dígalo así a los que buscan su dirección. Ellos lo aprecia­rían y confiarían más en usted. A veces los líderes no quieren decir que no saben porque tienen te­mor de que la gente les pierda la confianza. Pero tarde o temprano se darán cuenta y entonces co­menzarán a dudar de lo que sí sabe. Es mejor co­nocer sus limitaciones desde el comienzo.

Cuando alguien me hace preguntas sobre la Bi­blia, yo trato de contestarle porque la he estudia­do. Pero cuando el motor del auto de mi hermano se descompone, yo no me ofrezco para arreglarlo. Si fuera una persona insegura tal vez pensaría que si mi hermano creyese que yo no sé nada de má­quinas dejaría de confiar en mí. y si por demos­trarle que en realidad soy un gran líder intento hacer algo con el motor, estaríamos ambos en una situación muy lamentable. Si me preguntara lo que debe hacer, yo le respondería que llame a un mecánico. Los motores son su llamamiento. El es el experto.

Cuando él venga y levante la tapa yo no me voy a meter junto con él corno hacen muchos y ade­lantarle lo que yo crea que anda mal. Me voy a sentar a descansar porque no es mi área de com­petencia. Es importante admitir nuestras limita­ciones y llamar a las personas que saben lo que hacen. ¡Ser un líder no significa que se deba saber de todo! ¡Cuánto nos necesitamos el uno al otro!

Dar reconocimiento a otros ministerios edifica la confianza en su propia congregación.

Sexto. Admita sus errores en una forma apro­piada.

Algunos piensan que admitir sus errores es para que la gente pierda confianza en ellos. Pero eso no es cierto. La gente ya conoce sus errores. Lo que quieren saber es si usted los admite o no.

Hay formas correctas de admitir las equivoca­ciones. Todos los personajes bíblicos cometieron errores y si usted ama a su congregación y ella a usted, existe una atmósfera en la que se pueden admitir.

Los padres cometemos errores. A veces he acu­sado a uno de mis hijos por algo que no ha hecho. O lo he disciplinado demasiado fuerte. Cuando me doy cuenta de ello, pongo mis brazos alrede­dor suyo «y le digo: «Ven al cuarto, quiero hablar­te en privado. Lo siento, te castigué injustamente. Trataré de no hacerlo otra vez». Mis hijos nunca me han dicho por eso que ya no confían más en mí, porque han comprendido que trato de ser justo y razonable.

Hay formas incorrectas de admitir sus equivo­caciones. Nunca diga: «Hice mal. No soy un buen padre. No lo puedo evitar». Eso destruye su pro­pio liderazgo. Admita sus errores de tal manera que demuestre que ha aprendido algo, pero que todavía sigue siendo el padre, la madre, el pastor, o el líder, y que ahora es un mejor líder porque ha aprendido de sus errores.

Sétimo. Escuche a los demás sin perder o entregar su liderazgo.

Un buen líder sabe lo que su con­gregación está diciendo o pensando. No se puede perder el contacto con la gente que se guía sin comprometer su liderazgo. Hay que saber escu­char, sin reflejar inseguridad.

Cuando yo era niño, mi padre me llevaba a pa­sear por el campo. Éramos tres hermanos; yo tenía ocho o nueve años. Los caminos eran de tierra y a veces mi padre pretendía no saber dónde está­bamos. De vez en cuando se volvía a mi madre y le preguntaba:

«¿Sabes dónde estamos?»

Ella respondía: «No, nunca he pasado por aquí antes».

«¿Cuál será el camino de regreso a casa?» Ella respondía: «No lo sé».

Entonces mi padre se volvía a nosotros y nos preguntaba:

«¿Saben ustedes dónde estamos?»

Nosotros decíamos: «No, no lo sabemos». Llegábamos a un puente viejo de madera y él preguntaba:

«¿Nos aguantará este viejo puente?» y se acer­caba despacio, manejando con cuidado y cuando nosotros oíamos crujir las tablas nos inquietába­mos pensando lo que nos pasaría si nos caíamos en el agua.

Cuando un líder no sabe lo que está haciendo, la gente que lo sigue se vuelve insegura. Si un pas­tor se para delante de su congregación y le dice que no sabe qué hacer y le pregunta si ella lo sabe, causará un desconcierto. La Biblia dice que «si la trompeta da un sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla.? (1 Cor.  14:8).

Mi padre siempre nos llevaba de regreso a casa porque tenía un buen sentido de orientación, pe­ro aprendí una lección: que, si el líder da un soni­do incierto, los que lo siguen vacilarán. Tenemos que saber lo que piensa la congregación y a veces se hace necesario preguntárselo, pero nunca lo haga de tal manera que les produzca inseguridad. Escuche sin destruir su propio liderazgo. Conoz­ca lo que ellos creen saber.

Sé de padres que han perdido a sus familias porque nunca preguntaron lo que ellos estaban pensando. Sé de pastores que han perdido a sus congregaciones porque creyeron saber lo que pensaban y en realidad nunca se detuvieron a escucharlos.

Octavo.

Por, último y sin elaborar, si quiere que la gente confíe en usted, demuéstreles amor e interés verdaderamente por su bienestar. No se puede ganar la confianza de nadie si no demuestra que está interesado en sus necesidades personales.

Hemos mencionado dos cosas necesarias: un llamamiento y la confianza. Estas son absoluta­mente imprescindibles si queremos cumplir con la voluntad de Dios.

UNA VISION

También es necesario tener visión si el trabajo ha de cumplirse con propósito. ¿Para qué lo ha llamado Dios? ¿Qué es visión?

La visión es presente y futura. Cuando el após­tol Juan vio al Señor en la isla de Patmos, le dijo:

«Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de suceder después de estas» (Apoc. 1: 19). Visión es ver lo que es ahora, y lo que ha de venir. Es ver las cosas como realmente son. La realidad de las cosas no son como nosotros pen­samos. Si hemos de funcionar dentro de la volun­tad de Dios, es absolutamente necesario que nues­tros «ojos sean ungidos con colirio» (Apoc. 3: 18).

Proverbios 29: 18 dice: «Sin profecía (revela­ción, visión) el pueblo se desenfrena». Cuando las personas no ven las cosas igual que Dios, pierden el control de sí mismas. La disciplina moral de cualquier pueblo está directamente relacionada con su sentido de propósito. Las personas que tienen visión, se disciplinan a sí mismas. Predicar sobre la santidad y decirle a la gente que no peque no significa nada sin un sentido de propósito.

¿Por qué no fumar, no emborracharse, no men­tir, no cometer inmoralidad? ¿Por qué hay que ser buenos? Los mismos que predican la santidad pueden caer en pecado, y no porque crean que el pecado esté bien, sino porque no hay suficiente razón para que disciplinen su carne. Gálatas 5: 15 dice que «si andamos por el Espíritu no saciaremos el deseo de la carne». Algunos creen que di­ce: «No cumpláis el deseo de la carne, andaréis por el Espíritu». Una persona puede pelear contra la carne toda su vida y eso no le hará seguir al Es­píritu. Hay quienes batallan contra la carne y son tan malos como aquellos que se dejan dominar por ella; no fuman, no maldicen, pero tampoco siguen a Dios.

Un día estaba leyendo la Biblia en Apocalipsis 21:8 donde dice que los cobardes serán echados en el lago de fuego junto con los inmorales, los homicidas, etc., y me preguntaba por qué los co­bardes iban de primero. ¿Por qué tener miedo, es como hacer todas las otras cosas también? Por­que el mismo miedo que detiene a alguien a pecar, le impide seguir al Señor. El miedo es una motiva­ción muy pobre.

No es suficiente asustar a la gen­te para que no peque. Es necesario que haya propósito. Si no hay visión, tarde o temprano, la gente pecará de todas maneras. No se negarán a sí mismos, no sacrificarán su dinero, ni su tiempo, ni esfuerzo, a menos que haya una razón y esta tiene que ser mejor que hacer una iglesia más grande.

Noé no hizo el arca porque no tuviera otra cosa que hacer. Piense que fueron cien años de trabajo sin sierras eléctricas. El y sus tres hijos trabajaron porque tenían una visión; veían el diluvio que se acercaba y la salvación de Dios motivó todo lo que hicieron. Sus esfuerzos se dirigían a un propó­sito.

Sin visión el trabajo no tiene sentido, no tiene razón de ser. Sin visión nunca se alcanza el éxito, porque no hay metas que cumplir. Quien tira a la nada no pega nada.

Mi visión es una sociedad gobernada por Dios discipulando a las naciones. Todos mis esfuerzos y mis planes van dirigidos hacia esa meta: producir una sociedad donde Jesucristo reine con justicia, paz y gozo; una sociedad que discipule a las na­ciones para que ellas también caminen en la ley de Dios. Estoy firmemente convencido que ese es el propósito de Dios. Si no es el suyo, ¿cuál es entonces?

Debemos tener un propósito y este no es salir­se del mundo. Dios puede llevarnos cuando quie­ra; uno por uno o a todos juntos. Creo en la veni­da de nuestro Señor y creo que debemos estar listos para/cuando venga haciendo su voluntad en la tierra. Estar listo no significa detenerse y esperar. Es ser obedientes para que cuando El regrese nos encuentre haciendo lo que nos ha mandado: discipular a las naciones y cambiar el mundo.

La hora de su venida está en su poder; a mí me corresponde obedecer su mandamiento. Nosotros lo hemos hecho al revés. Hemos dejado que Dios cambié al mundo y nosotros nos hemos preocupa­do en salir de él.

Los marxistas tienen visión y saben lo que quie­ren: controlar el mundo. Por setenta años ellos han estado diciendo: «vamos a cambiar el mundo; cambiaremos al mundo», y los cristianos: «vamos a salir del mundo; nos saldremos del mundo». No­sotros todavía estamos aquí y ellos siguen logran­do su objetivo. Me gustaría cambiar las doctrinas para que los marxistas fueran los que dijeran: «vamos a salir del mundo» y los cristianos: «vamos a cambiar el mundo». La tierra es de Dios y toda SU plenitud.

Una sociedad donde Dios gobierna. Esa es mi visión. Los gobiernos no pueden resolver los problemas del pueblo, y no les corresponde hacerlo.

Es un engaño cuando los cristianos creen esto. La tarea de un gobierno es mantener la paz. Resolver los problemas del pueblo es la misión de la Iglesia. El evangelio es el que soluciona los problemas de la gente; el que enseña sobre economía, sicología, sociología y la vida familiar. El evangelio es el que cambia a las personas.

La misión de los gobiernos es mantener la paz y la del evangelio cambiar a las personas. Pero hasta los cristianos se han dejado llevar por la corriente popular y buscan que el gobierno les solvente sus dificultades. No le eche la culpa al gobierno si la iglesia le ha entregado su comisión y responsabili­dad.

UNA ESTRATEGIA

¿Qué otra cosa es necesaria? Se necesita tener una estrategia si se quiere alcanzar el éxito. En la Biblia Dios ha dado la visión y también la estrate­gia. No solo nos enseña lo que debemos hacer, si­no cómo lograrlo. Es necesario tener un plan. Allí es donde el agua pega en la rueda del molino. Es decir, este es el punto crítico.

A veces juntamos a los líderes y les decimos: «Tenemos que ser llamados de Dios, debemos ga­nar la confianza de las congregaciones, debemos tener visión y debemos tener un plan». Y todo el mundo dice, «Amén». Entonces les decimos: «es­te es el plan» y comienza la pelea, porque no nos podemos poner de acuerdo. De nada sirve decir amén a todo lo anterior, si no logramos convenir en la manera de llevarlo a cabo.

Allí es donde el diablo nos ha derrotado. Nos reunimos y hablamos y nos vamos a casa. Volve­mos a juntarnos, hablamos, volvemos a irnos y nunca podemos hacer funcionar el plan. Los cris­tianos no han sido capaces de hacer una estrategia juntos. No tiene que ser así, pero es la realidad. Cualquier ejército sería derrotado si planeara co­mo los cristianos.

Una vez un soldado mientras dormía en su campamento, soñó que era hora de levantarse; que la trompeta sonó y todos salieron de sus ca­mas, se vistieron y el sargento les dijo: «El general viene hoy para hablarnos de la batalla». Los sol­dados tomaron sus armas y se alinearon con el resto de la tropa.

El general vino, subió a la plata­forma y pronunció este discurso: «Hombres, este es el día para el cual fueron entrenados. El enemi­go está en el frente y ustedes han ofrecido sus vi­das por su nación. Su entrenamiento ha sido exce­lente, tienen las mejores armas del mundo y este es el día de la batalla. Que Dios vaya con ustedes. Están despedidos». Todos aplaudieron, regresaron a sus barracas, se quitaron sus uniformes y dijeron: » ¡Qué mensaje más lindo!»

Los cristianos tenemos más reuniones para ha­blar sobre la guerra que cualquier ejército en el mundo. ¡Que Dios nos ayude! «Esta semana nos hemos reunido como de costumbre para hablar de la guerra. La guerra se está acercando más y más; el enemigo se vuelve cada día más malo; las cosas empeoran. Amén. Hermano, diríjanos en una ora­ción para terminar». Volvemos el domingo si­guiente y hablamos sobre la guerra otra vez. Sería risible si no fuera tan trágico. Estamos en guerra y en muchos lugares la batalla se ha perdido ya y lo que se pierde es muy grande: las vidas de las personas.

Hay varias cosas en una estrategia que son nece­sarias para ganar la guerra.

Primero. Edifique un fundamento firme y man­téngalo: su relación con el Señor, con su familia, con su pastor, con su liderazgo espiritual. De nada le aprovechará conquistar todo el mundo si per­diere su alma.

Segundo. Entrene continuamente a otros para que tomen su lugar. Cualquiera que sea su llama­miento, prepare simultáneamente a otros para que hagan lo que usted está haciendo. Anticipe el tiempo cuando Dios le dé una nueva dirección y necesite que otros se encarguen de la responsabili­dad que tiene ahora. Nadie es ascendido si no hay alguien que lo reemplace. Su promoción espiritual no vendrá sino hasta que haya entrenado a alguien para hacer su trabajo.

Tercero. Ayude a las personas a venir a Dios y a definir su llamamiento. No es suficiente traerlos a Dios si no les ayudamos a ubicarse en su lugar. Muchos se sienten miserablemente porque están fuera de lugar y lo que hacen no les corresponde. Es como un vendedor que sea forzado a trabajar de mecánico sin estar preparado para desempeñar esa labor. Alguien debe tomar tiempo con los her­manos para ayudarles a encontrar su ubicación.

Cuarto. Todos los dones deben operar en la Iglesia. Tenemos que brindar a la Iglesia un minis­terio completo. Necesitamos los dones del Espíri­tu y los ministerios que Cristo ha dado a toda la Iglesia. Somos como una maquinaria funcionando con la mitad de las piezas. Cada persona de la con­gregación debe estar en su ministerio. Los hom­bres, las mujeres, los jóvenes, todos deben encon­trar su lugar y dejarse llevar por el Espíritu.

Quinto. Necesitamos juntar a los líderes para pelear unidos en la guerra. Ningún grupo aislado ganará la batalla sin ayuda. Los líderes tienen que unirse para planear su estrategia; para tomar la ofensiva y decidir de qué forma van a conquistar sus ciudades para Jesucristo. Hay mucho es­fuerzo que se desperdicia cuando los líderes no hacen sus planes juntos.

Cuando hay un fundamento sólido y el Espíri­tu Santo está dirigiendo, conviene escoger un ob­jetivo específico para luchar. En una guerra se eli­ge un lugar que se llama frente de batalla.

En los Estados Unidos, nuestras iglesias han es­cogido ciertos asuntos populares. Representamos como a 20 mil personas y hemos concentrado to­dos nuestros recursos en un asunto en particular. Uno de los blancos que hemos escogido es el abor­to, porque creemos que es del diablo. En nuestro país es una cosa muy común. Millones de bebés son asesinados de esta forma cada año. Por eso es que el juicio de Dios está cayendo sobre esa na­ción. La respuesta no es matar. Las mujeres que no. quieren salir embarazadas pueden decir no a la invitación y la Iglesia tiene que tomar su res­ponsabilidad y declararse en contra del aborto.

Nosotros hemos dirigido nuestra ofensiva para cambiar la ley y la ley será cambiada. Ya los médi­cos y las enfermeras están mudando su modo de pensar. No es fácil cerrar los ojos cuando matan a un bebé y tienen que tomar su cuerpecito y tirar­lo. Algunos dicen que la Iglesia no debe meterse en política, pero el aborto es un asunto moral y no político y no corresponde a la decisión de nin­gún gobierno.

La moralidad es decisión de la Igle­sia y su patrón está establecido por Dios. Nosotros podemos cambiar las cosas y no tenemos nin­gún derecho para quejarnos si no estamos hacien­do algo para lograrlo.

Hay una historia de un hombre que pasaba por un pueblecito metido en el campo. Se detuvo en la única pulpería del pueblo y se encontró con un viejo sabueso sentado en sus ancas que aullaba y aullaba. Después de un rato de oír el concierto, el hombre le pregunta al pulpero:

– ¿Qué le sucede a ese perro?

-Es que está sentado sobre una espina.

– ¿Y por qué no se levanta?

-Porque prefiere aullar.

Hay personas que son tan perezosas que cuan­do se sientan en una espina prefieren aullar en vez de moverse.

Es fácil quejarse con respecto a la situación del mundo. Pero Dios no nos ha mandado a quejar­nos. Cuando oramos, no necesitamos decirle cómo está la condición del mundo. Algunos oran de esta manera: «Señor, las cosas se ponen peor. Mira el gobierno. Ve lo que está pasando en la so­ciedad. Mira el crimen; los problemas económicos. Señor, todo anda mal». Como si creyesen que Dios estuviese asintiendo con ellos así: «¿De ve­ras? No lo sabía. Gracias por decírmelo. ¡Qué in­teresante!»

No, no. Lo que está respondiendo Dios es esto: » ¡Ya lo sé, ya lo sé! ¿Por qué me lo dices a mí? ¿Por qué no haces algo al respecto? ¿Cuándo te vas a levantar de la espina?»

Hay muchas espinas que vamos a tener que qui­tar juntos. Juntos podemos reasegurar el señorío de Cristo en el mundo y declararlo a los gobiernos y a las naciones y decirles que no pueden resolver sus problemas si no buscan primero al Señor. Jun­tos podemos tocar a sus puertas y decirles: «Te­nemos un mensaje para ustedes. Nada funcionará, no lograrán nada si no buscan primero al Señor, Nadie puede detener el crimen y la inflación. Na­die puede legislar la inmoralidad, si primero no re­conoce que Jesucristo es el Señor».

Algunos gobiernos ya se están dando cuenta y las naciones están cambiando y mejorando. El Es­píritu Santo está muy activo en Europa Oriental y en China. Si los gobiernos pueden cambiar para el mal, también lo podrán para el bien. Si las nacio­nes están perdidas ahora, pueden llegar a ser cris­tianas. Los conflictos en la Europa Oriental, no son políticos, sino espirituales.

El Papa, más que ninguna otra persona, es responsable de lo que es­tá sucediendo en Polonia. Le agrade el Papa o no, él ha decidido hacer algo. En Polonia predicó su mensaje y animó a la gente. Quizás él sea el único hombre en el mundo temido por los marxistas.

Nadie puede quemar solo todos los dominios de Satanás, pero puede hacer que Dios encienda un fuego en su corazón que se propague por toda la Iglesia, y cuando ésta arda con el fuego de Dios, quemará a todas las potestades en los lugares celes­tiales.

¿Qué cosas son las necesarias? ¿Estamos afana­dos con muchas cosas, o   entendemos realmente lo que precisa? He mencionado un llamamiento de Dios, la confianza del pueblo, una visión y una es­trategia para alcanzar el éxito. Pido a Dios que us­ted mire a su ciudad y a su nación como un pre­mio que ha de ser obtenido, pero que no lo logra­rá solo, sino junto con otros líderes. Lo que hagan juntos hará la diferencia.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.4-nº 3 octubre 1981.