Por Hugo M. Zelaya

1 Timoteo 1:5 da tres condiciones para que el hombre responda positiva­mente a la relación de amor que Dios quiere establecer con él: un corazón limpio, una buena conciencia y fe no fingida.

La Biblia dice que el corazón es el lugar desde donde emanan todas las fuentes de la vida. También dice que es «engañoso … más que todas las cosas y perverso,» y que sólo Dios lo puede conocer (Jer. 17 :9). En realidad, es Dios quien lo ha declarado perverso, torcido e incapaz de establecer una relación comprometida con alguien, mucho menos con él.

La conciencia es la capacidad espi­ritual que nos hace conocer, aún antes de cometer una acción, si el acto es bueno o malo, según nuestro conoci­miento de Dios. La buena conciencia es la que nos dice que estamos bien con Dios y sólo puede brotar de un corazón limpio.

La fe tiene que ver directamente con la Palabra de Dios. Fe es creer con el corazón lo que Dios ha dicho. La fe va más allá de la admisión mental y de un pensamiento positivo. La fe tiene su origen en lo que Dios ha dicho y aunque el enemigo lance sus dardos de duda a la mente, el corazón permanece firme aceptando y confiando en su pa­labra. Dicho de otra manera, la mente puede arreglar sus argumentos en un pensamiento positivo y no producir fe en el corazón. La fe fingida es creer con la mente y no con el corazón. La fe no fingida produce amor hacia Dios en el corazón limpio, sin el estorbo de una conciencia sucia.

El corazón es el blanco de la pro­clamación de la palabra de Dios. Si Dios logra tocar el corazón del hom­bre por medio de su palabra, habrá al­canzado su propósito. Nadie puede escapar de su influencia poderosa. Sin embargo, Dios da oportunidad para que cada cual decida si deja que la pa­labra penetre hasta su corazón, y esta­blecer una relación vital con él, o rechazarla y seguir viviendo en su estado de miseria.

La diferencia entre la felicidad y la desgracia estriba en dejarse penetrar por lo que Dios dice, con la seguridad que él persigue nuestro bien.

Toda relación tiene condiciones

Para mantener una buena relación con Dios debemos sujetarnos a las condi­ciones que él pone. Si apelamos a la razón para obedecer, terminaremos siendo seducidos por nuestros propios intereses y rechazando las condiciones de Dios. Por eso él demanda una fe que anteceda a todo razonamiento ló­gico, que indique una confianza abso­luta en sus buenas intenciones. De to­das maneras, la mente razona según la información que se le suministra y no siempre puede determinar cuando es falsa. Si la información que se le da es falsa, la conclusión será errada por más lógico que sea el razonamiento.

Dudar de las buenas intenciones de Dios es el absurdo más grande de la vida. La duda es un enemigo mortal en las relaciones. Se comienza quitando o sumando a lo que el otro ha dicho, cambiando así el sentido y la intención de lo que se habló.

Las relaciones humanas y la rela­ción entre Dios y el hombre, se rom­pen cuando una de las partes duda de la intención sana de la otra. Por lo tan­to, es necesario que la confianza mu­tua sea restaurada si se quiere salvar la relación. Nadie en realidad es forzado a dudar. En el caso de nuestra relación con Dios, él toma la iniciativa con su amor infinito demostrado en el sacrifi­cio de su Hijo para persuadirnos a volver a él.

Todo ser creado nace con un com­promiso para con su Creador. Cuando una persona incumple ese compromi­so, su corazón se empaña y su con­ciencia lo acusa. La culpa lo hace sen­tir miedo de Dios y se aleja aún más de él. La proclamación de la palabra de Dios busca invertir el orden y hacer que el hombre encare su situación, admitiendo su falta, confesándose culpable y buscando el perdón de Dios. El patrón se repite en la restauración de cualquier otra relación: el ofensor debe reconocer su ofensa y pedir per­dón al ofendido. La parte de Dios es perdonar y restaurar la relación; igual­mente el ofendido en las relaciones humanas.

Dios busca que los hombres le amen sobre todas las cosas. Para eso promete darles un corazón nuevo capaz de corresponder a su amor. Promete también limpiar la conciencia con la sangre de su Hijo. Y da su palabra co­mo un regalo que sólo tenemos que aceptar para producir la fe y la con­fianza necesarias para creer en sus buenas intenciones.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 7- junio 1984

Hugo Zelaya fue director de la revista Vino Nuevo desde 1975 y, desde 1987, de Conquista Cristiana hasta hoy.

Está casado con Alice y tienen cuatro hijos adultos.

Fundador de la Fraternidad de Iglesias y Ministerios del Pacto, que da cobertura a iglesias en Estados Unidos, Costa Rica y Panamá.