Por David Edwards

Hay abundancia de información en el mercado y en todas partes sobre el tema del amor, el sexo y el matrimo­nio. Pero no todos los enfoques presentan el evangelio de una relación matrimonial feliz. Espero sumar esta dimen­sión a su pensamiento.

Cuando un hombre y una mujer se paran frente a un representante de Dios, debidamente calificado, para decla­rarlos que son «uno», por lo general lo hacen con un buen conocimiento de las consecuencias. En ese momento estas podrían verse con anteojos color de rosa. Sin embargo, el tiempo llegará cuando tendrán que quitarse los lentes para comenzar a familiarizarse con aspectos anteriormente desconocidos por ambos.

A muchas parejas les parece sencillo cuando les digo que hay cuatro cosas que pueden contribuir al desarrollo de sus relaciones. Pero es sorprendente lo fácil que es olvi­darse de estas cuatro sugerencias: «Caminen mano en mano; vean ojo con ojo; hablen cara a cara; arrodíllense lado a lado.»

Dentro del matrimonio hay un deseo de unión perso­nal, del cual el aspecto sexual es sólo una parte. Cuando ambos cónyuges puedan decir: «Cariño, no quiero nada más de la vida que tu placer, tu realización y tu satisfac­ción,» hasta entonces estarán en camino a un matrimonio ideal.

Muchas de las dificultades que surgen después del «Sí, lo acepto», y que vienen no necesariamente como con­secuencia de relaciones ilícitas o prohibidas por la Biblia, surgen por el miedo, la ignorancia (no de tonterías, sino de falta de instrucción), la culpabilidad o la instrucción in­correcta. Hay frustraciones que se presentan en el matri­monio que pueden incapacitar a la persona emocionalmen­te, y hasta cierto grado, mental y espiritualmente. Cerrar los ojos no hace que los problemas desaparezcan.

Ambos cónyuges tienen responsabilidades en la di­mensión del sexo; viene dentro del paquete que llamamos matrimonio. Tener éxito en el mundo de los negocios y no en la cama, es fracasar. Tener éxito en la cocina y no en la cama, es fracasar. Tener éxito en el púlpito y no en la ca­ma, es fracasar. Aún disciplinar a los niños y ser confidente de la esposa, pero no ser su amante, es fracasar. Cada uno está obligado a ver que el otro encuentre su cumplimiento sexual en sus relaciones.

Sospecho que esta clase de fracaso aparecerá tarde o temprano en alguna forma de aberración. Tal vez no en aberración sexual; puede que tome otras avenidas. No obs­tante, el mal ajuste en las relaciones marido/esposa lleva consigo una sentencia; igual que en cualquiera de las otras porciones de la maquinaria intrincada e inspirada del ser humano.

El sexo según la intención de Dios

Todo lo que Dios creó fue pronunciado como «bueno» por él. Procederemos con esta palabra de recomendación. Por lo tanto, me gustaría sugerir que el sexo es (1) dise­ñado por Dios; (2) está diseñado para ser deseable; (3) es defendido en la Biblia; y (4) en algunos casos es depravado. Las primeras dos descripciones son bíblicamente sanas; la tercera es evidente para cualquiera que lea la Biblia; la cuarta es un resultado del mal manejo del hombre de los privilegios y placeres que Dios le dio.

Primero, el sexo fue diseñado. Lea Génesis 1:27, 28, 31. Fuimos diseñados con un patrón escogido por Dios.

«¿Varón o mujer?» Es la primera pregunta que hace una madre, en la sala de partos. Por lo general, viene antes del» ¿Está bien?» Lo más significativo es la respuesta que el doctor da a la primera pregunta de la madre. No hay na­da que vaya a afectar más a una persona por el resto de su existencia que su sexo. Esta diferencia da forma y color a todas las facetas de la nueva vida humana.

Piense en la vida como en este círculo. Dividámoslo arbitrariamente en varios sectores: el físico, el emocional, el mental, el social, el espiritual. Si Ud. quisiera sumarle un sector sexual, estaría cometiendo un error, porque el sexo no es una parte más del pastel: es el lustre del pastel que es como la respuesta a la pregunta de la madre: afec­tará todos los sectores. El sexo no se debe ver como un «sector» más porque es lo que sostiene a las otras seccio­nes. Mi admiración es continua frente a la maravilla del diseño de nuestra sexualidad y capacidad de procrear.

Cuando Dios dijo que «no es bueno que el hombre esté solo», fue la única parte de su creación que no pronunció como buena. Todo lo demás lo era. Cuando Dios comentó sobre lo inadecuado de la soledad y la existencia solitaria como marco inapropiado para el potencial del hombre, no le restó significado a su creación. Al contrario, la fortaleció. Había más potencial en el hombre de lo que era capaz de realizar solo.

Dios hizo a la mujer de una costilla; palabra que se traduce correctamente como «lado», de manera que la mujer es el otro lado del hombre. Adán vio a Eva y la valo­ró diciendo: «He aquí lo mismo de mí mismo.» La mujer es lo yuxtapuesto y lo opuesto del hombre. Los comenta­rios de Adán al ver por primera vez a su ayuda idónea dejan entrever su profunda admiración.

Segundo, el sexo no sólo fue diseñado, sino que fue diseñado para ser deseable.

Dios no hizo al sexo objetable. No es un acomodo a la caída o un pensamiento postrero. Es muy probable que haya habido repercusiones fisiológicas como consecuencia de la caída, pero la sexualidad no es una de ellas. El sexo no es para ser tolerado o para someterse a ello. Debe ser disfrutado.

Ser hecha para el hombre es la humillación de la mu­jer. Que sólo ella pueda hacer al hombre lo que fue desti­nado a ser, es la gloria de la mujer.

Que él necesite a la mujer para cumplir su destino es la humillación del hombre. Que Dios haya hecho a la mu­jer para él es la gloria del hombre.

«Y estaban ambos desnudos … y no se avergonza­ban.» No hay vergüenza en las relaciones íntimas del ma­trimonio. En ninguna parte enseña la Escritura que el ma­rido y su esposa necesiten sentirse humillados en su aso­ciación. Hay ocasiones cuando un hombre pudiese humi­llar a una mujer en su relación sexual con ella, pero no es lo que Dios quiere. Cuando un hombre entiende verdade­ramente la intención de Dios, reconocerá que debe exaltar a la mujer en su relación.

«Y los dos serán una sola carne.» Algunos enseñan que esta Escritura se cumple solamente cuando el matri­monio tiene hijos; que ambos se convierten en una sola carne en sus hijos. Me gustaría sugerir que solamente cuando llegan a ser uno es que tienen el retoño. Uno y uno hacen dos. No uno y uno más uno. Es en la unión que llegan a ser una persona. Los hijos son la sucesión, no la ocasión para el matrimonio. Los hijos son el fruto, no la raíz del matrimonio.

Tercero, mencioné que el sexo es defendido el la Biblia.

A través de toda la Escritura encontramos referencias de problemas y soluciones, de alegrías y tristezas; todos inherentes en la esfera matrimonial. En 1 Corintios, capí­tulo 7, el apóstol Pablo discute algunos de los problemas existentes en una de las iglesias bajo su cuidado. Es notorio que estos problemas eran tan complejos en su día como los son en el nuestro. Es alentador saber que los creyentes buscaron la dirección de sus líderes espirituales.

Podríamos comenzar diciendo que únicamente en el sentido más estrecho, y eso como medida temporal, ense­ñan las Escrituras la superioridad del celibato sobre el es­tado matrimonial. Pablo expresa su deseo de que otros considerasen el celibato, como él lo había hecho; pero reconoció que «cada uno tiene su propio don.»

Pablo cubrió mucho terreno pertinente en sus respues­tas a los corintios. Entre las preguntas estaban las siguien­tes: ¿Debieran casarse las personas solteras? ¿Es permitido el divorcio cuando uno de los cónyuges se convierte al Señor? Si uno de los cónyuges se convierte, ¿deberá con­tinuar sus relaciones? ¿Deberán permitir los padres cris­tianos que sus hijas se casen? ¿Se puede volver a casar una viuda cristiana? Entre las respuestas está la realidad que las relaciones matrimoniales no son el otorgamiento de un fa­vor, sino el reconocimiento de una obligación. El trato sexual nunca debe ser negado como castigo; ni otorgado como recompensa.

Finalmente dijimos que el sexo se volvió depravado.

Creo que nuestras experiencias sexuales y la sexualidad son partes de nuestra personalidad; y que el todo de nues­tras personalidades ha sido afectado por la caída. Algunos cristianos piensan que la personalidad del hombre fue afectada y sólo carece de algo; y que en la redención esa parte que falta es devuelta. Pero yo tiendo a pensar que el todo del hombre fue afectado por la caída y que el todo del hombre tiene que ser redimido.

En su enfoque, algunos cristianos sobre aprecian una parte, minimizando otras. Enfatizan el alma y el espíritu, y consideran al cuerpo como algo que hay que bañar una vez a la semana, aunque no lo necesite. Se le da de comer ocasionalmente, pero no importa cómo. Mi enfoque es que todo mi ser, es todo lo que tengo. Creo que mi cuerpo tiene que ser redimido; no rebajado. La redención afecta al hombre total, incluyendo su sexualidad.

Nuestros cuerpos son hechos por Dios y para su gloria. No son necesariamente carnales. No se debe igualar la car­nalidad con lo corporal. Debemos tener cuidado en no co­meter el error común de pensar que cuando la Escritura habla de la «carne» en un sentido de juicio, se refiere a nuestra corporalidad. El cuerpo es bueno y mientras las ex­presiones de afecto mutuo entre los cónyuges no sean egoís­tas sino con la intención de llevar al otro a la realización sexual y al placer, no deben ser desaprobadas.

Dios estaba consciente de las ramificaciones que ven­drían cuando los dos fuesen una sola carne. La Escritura no reconoce a un matrimonio sin sexo. Cualquier punto de vista que lo interprete diferente no es inspirado ni re­dentivo y se aleja del diseño de Dios. Él hizo al hombre y a la mujer para que derivaran placer en sus relaciones sexuales. La intención es el clímax y el orgasmo del hombre y de su esposa en una manera interdependiente, entendiendo las necesidades y las obligaciones del otro.

Necesidades y obligaciones

Regresando a nuestros pensamientos del relato de la creación, cuando Dios hizo a las otras criaturas, declaró cada porción como buena. Pero cuando hizo al hombre y a la mujer dijo que era muy bueno. La única cosa que se suma entre lo bueno y lo muy bueno es la delineación en­tre varón y hembra. Dios estaba bien consciente de su diseño creado. También sabía que debían ser interdependientes. Debían entender las necesidades de cada uno y las obligaciones dispuestas en sus diferencias. Esta es una parte vital del matrimonio.

La intención del matrimonio es que sea orgánico, mientras que nosotros estamos tentados a hacerlo orgásmi­co. ¿Qué significado tiene esto? (1) Que, en el matrimonio, cada uno de los sectores del organismo existe para benefi­cio del otro. (2) En nuestra cultura, en este momento, es­tamos bajo la presión de considerar al matrimonio, y la re­lación entre el marido y su esposa, como orgásmicos, apuntando hacia lo orgánico. El fundamento bíblico es que el matrimonio es orgánico y apunta hacia lo orgásmico.

La posición bíblica es que ambos, el marido y su es­posa, tienen estas obligaciones y privilegios. Pablo tocó tres aspectos de esta verdad en su carta a los corintios. Afrontó los problemas que le trajeron en una forma di­recta y franca. Declaró que en el matrimonio hay una igualdad en la obligación. Luego, una mutualidad en el placer. El marido está obligado a asegurarse que su esposa encuentre la realización sexual en su relación. También hay una similitud en el potencial de ambos. No hay tal cosa como un matrimonio de prueba, como tampoco hay un nacimiento de prueba.

¡No hay opciones! Una vez casado, ya está hecho: en cuanto a la «prueba» sexual concierne. Saber de qué se trata el matrimonio es importante para los humanos, pues somos diferentes a los animales en esta área. Los animales se encuentran para aparearse: mientras nosotros vivimos para amar. Esto requiere de nosotros paciencia y amor sacrificial.

No debemos pensar que las diferencias en el estímulo y la respuesta entre el varón y la hembra sean una dificul­tad o un problema. Más bien debemos pensar que fueron incorporados por el Creador. No fue un pensamiento tar­dío o una repercusión por el pecado: sino parte del plan de Dios de extraer de ambos cónyuges el potencial máximo de amor sacrificial que cada uno es capaz de ofrecer. De­seaba que comprendieran que el amor que se sacrifica a sí mismo, intensifica más el deleite sexual de cada uno. So­mos como somos, no por un error en un proceso evolutivo, sino porque así nos hizo Dios. ¿Qué otro tipo de estímulo efectivo podría habernos dado para hacer que un esposo se sacrifique a sí mismo? Pero en ese sacrificio encuentra que su propio placer es exaltado.

Cada pareja de casados debe buscar la manera de sa­tisfacer la necesidad única del otro. Entiendo que no exis­ten reglas. Muchas veces somos amenazados por la pro­yección de reglas en tantas áreas de la vida. Las parejas no necesitan tener otras metas que las que ellos mismos determinen. Una guía podría ser: mientras no sea sólo para la satisfacción de uno mismo, con la desaprobación del otro. Si está realmente dirigido para la felicidad del otro, debe haber libertad.

Aprender a vivir juntos y a disfrutar la mutualidad del placer, tiene también implicaciones espirituales. En 1 Pedro 3:7 leemos: «Vosotros maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frá­gil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.» No sólo hay aquí valores fisiológicos, sociales y emocionales, también hay avances y ventajas espirituales. ¿Quién hubiera pensado que un estorbo en la oración dependiera de la «sabiduría» y que esta se aplicara a las relaciones íntimas del matrimonio? Evidentemente, Pedro sí lo pensó.

La intimidad es indispensable

Como individuos tenemos que aspirar a la intimidad más satisfactoria posible: que es el compartir la totalidad de la persona.

Los maridos y las esposas tienen un sistema de comu­nicaciones muy especial. Nadie hace preguntas y responde como los maridos y las esposas, ni siquiera los hijos o los padres. Hay comunicación que es verbal y las preguntas expresadas en palabras son generalmente las sencillas. Otra comunicación se expresa con el lenguaje cinético.

¿Conoce el sistema? Es una comunicación sin palabras. Tal vez la reconozca: él la toma de la mano; Ud. aprieta la suya; ambos reciben el mensaje. Si su marido le toca el pie debajo de la mesa, tiene un significado especial para Ud. Si su esposa acaricia gentilmente sus mejillas o no tan gentil­mente, esa es la cinética. Este lenguaje en particular se usa a menudo porque las palabras no son adecuadas para comunicar sentimientos tan profundos. Un portazo o un plato puesto de golpe sobre la mesa tiene un mensaje particular. Pudiese ser por un pastel quemado, o un beso de despedida que se olvidó, o pudiese ser una petición de ayuda.

Una de las cosas más temibles, y a la vez emocionantes con respecto al matrimonio es que siempre está vivo y cre­ciendo; porque si un marido y su esposa no se están acer­cando, se están alejando y entrando en crisis. Si hemos de adquirir el nivel de intimidad que haga nuestro matrimonio atractivo para el mundo, debemos hacer tres cosas: (1) Debemos decidir que queremos este tipo de relación. No su­cede instintivamente. (2) Tenemos que esforzamos para lograrlo. Eso tampoco sucede instintivamente. (3) Debe­mos usar todos los recursos que tenemos a nuestra dis­posición. El matrimonio es la relación humana que tiene el potencial de ser la más totalmente íntima de todas. Por un lado, es la más difícil y por el otro la que más recompensa.

Otra cosa que necesitamos entender es que el sexo es instintivo, pero hacer el amor es sofisticado. Todos hemos sido enriquecidos con la variedad de deleites a nuestra disposición. Es más, tengo la sospecha que la última con­frontación y el último descubrimiento de un hombre y una mujer no se conoce en el sexo. Se conoce en hacer el amor. No se realiza en la animalidad de la experiencia; sólo en lo refinado. Hay mucho que aprender aquí y podemos. Generalmente el hombre es el que lleva la dirección; pero eso no quiere decir que él esté obligado a hacerlo en todas las ocasiones. En cuanto a mí se refiere, hay lugar dentro de un matrimonio felizmente maduro donde la mujer puede tomar la iniciativa, de tiempo en tiempo.

La medida de realización y de liberación de placer que estamos buscando, se puede lograr mediante el reco­nocimiento y la aceptación, sin limitación, de nuestros cuerpos como sexuales. También es importante para que esta meta de liberación sea alcanzada entre los cónyuges, que la comunicación se mantenga abierta. No tiene que ser una comunicación verbal. Tenemos que entender que la comunicación depende más del receptor que del transmi­sor. Se debe tener cuidado que el mensaje correcto sea comprendido. La comunicación depende más de lo que se oye que de lo que se dice.

La importancia de la intimidad en el matrimonio, se hace más necesaria por su ausencia fuera del matrimonio. ¿Por qué es que los taberneros son tradicionalmente los recipientes de las confidencias de sus clientes y tienen la reputación de ser cierto tipo de consejeros matrimoniales? Admitamos que la mayoría de nuestras «relaciones» son sólo contactos. Nuestros gustos y ambiciones tienden a separarnos, y estamos tentados a usar a los demás en vez de relacionarnos con ellos. Requiere tiempo llegar a tener intimidad en cualquier nivel. Requiere una confrontación cara a cara. Y tiene que estar desprovista de egoísmo. Se le llama «interacción no-manipuladora»; un precio que a muchos les parece muy alto.

Una segunda razón, la intimidad en el matrimonio es tan importante porque es realzada por la influencia del otro. Cada uno de los cónyuges tiene el poder y la capaci­dad de privar o aumentar la personalidad total del otro. Me parece que no existe nada más destructivo que cuando una pareja está trabada en un matrimonio del que no se puede salir, consumiéndose el uno al otro. El matrimonio nos hace valiosos y vulnerables unos a otros.

El matrimonio involucra un comprometerse con una responsabilidad que tiene la intención de realizar o llevar a su plenitud al otro. Está de por medio la capacidad perso­nal, la personalidad y la totalidad del otro. Cuando un hombre acepta a una mujer para que sea su esposa, dice esencialmente: «Doy mi vida para que tu personalidad al­cance lo máximo ante Dios.» Igualmente la mujer cuando hace sus votos.

Afortunadamente, nuestros impulsos biológicos son más fuertes que nuestra conciencia de la naturaleza del compromiso que estamos haciendo en los votos. El com­promiso, en mayor o menor grado es que mi realización propia viene después de asegurar los beneficios de mi cón­yuge en su nivel diseñado. Sólo así estaré satisfaciendo el «apetito de la personalidad» con que Dios diseñó a mi cónyuge. Fuimos hechos para consumar, no consumir al otro.

La intimidad se intensifica cuando las parejas se atre­ven a confrontarse. Hay parejas que viven bajo el mismo techo, duermen en la misma cama, comparten las finanzas, los alimentos, hasta la iglesia y la oración; pero en realidad no hay un intercambio verdadero. Más bien pudiese haber un antagonismo velado.

Otras parejas mantienen la paz evitando ciertos temas y asuntos. Así, se empaña, poco a poco, la ventana trans­parente que representa la relación que un hombre y su es­posa deben tener. Se convierten en extraños. Recuerde que no hay secretos en el matrimonio; sólo cosas de las que no se habla. Ud. sabe y sospecha que ella sabe. Y ella sabe y sospecha que Ud. sabe. No se atreven a hablar del asunto y por esa razón se van separando. Lo único que se puede hacer en estas circunstancias es sacarlo a la luz y arreglarlo.

La intimidad se profundiza cuando se aprende a estar presente para el otro en lo físico y en lo emocional. Espo­sa, ¿ha sentido que su marido andaba a miles de kilóme­tros, aunque estaba en el mismo cuarto con Ud.? La inti­midad crece cuando a la pareja le importa. El afecto y la intimidad se profundizan cuando hay compromiso y se buscan las avenidas para canalizarlo en la relación matri­monial. Además de la intimidad sexual, está la emocional, la intelectual, la estética, la creativa, la recreativa, la del trabajo, la de las crisis y las intimidades espirituales. Cada una provee ganancias y placer.

Buenas noticias

La palabra «evangelio» significa buenas noticias. Para cada pareja hay un evangelio de un matrimonio feliz. El compromiso en el matrimonio es fuerte y de larga dura­ción; por lo menos esa es la intención de Dios cuando lo instituyó para beneficio de sus criaturas. Fueron buenas noticias para Adán cuando Dios le presentó a Eva como su ayuda idónea, con una independencia igual, una depen­dencia mutua y una obligación recíproca.

El criterio para juzgar cualquier acción es ¿qué efecto tendrá en la relación mutua? Cualquier cosa que sea dañina para cualquiera de los cónyuges, o que ofenda la integridad de cualquiera de los dos (física, moral o espiritualmente) es cuestionable. Y sólo los individuos, entre ellos mismos, lo pueden decidir. El sexo está hecho para ser disfrutado, para ser beneficioso y para la gloria de Dios.

Hablando en general, la pureza absoluta consiste en ofrecer a Dios nuestras acciones, impulsos y pensamientos más completamente cada día. No necesariamente para que las quite, sino para que él gobierne en todo y nos de la gra­cia para usar lo que nos ha dado de acuerdo a su voluntad. Sin embargo, requiere gran valor aventurarse en esta liber­tad. La intención de este artículo es llevar al lector a tener libertad en todas las áreas de la relación sexual. Dios nos dio esta libertad cuando nos hizo varón y hembra. Cuando hay interdependencia hay beneficio mutuo.

Cuando aprendamos a disfrutar de todo lo que Dios dispuso para el marido y su esposa, podemos compartir las buenas noticias con otros. También esto es parte de la intención de Dios para sus criaturas.

Jesús dijo «vosotros sois la sal de la tierra.» Una de las evidencias de la sal es que da sed. Que otros vean su matrimo­nio y los haga desear casarse. Que Dios lo capacite para ex­presar a otros, verbalmente y con acciones, los fundamentos de un matrimonio feliz.

El cuerpo – (Tomado del libro Bocadillos para el alma, de Rodolfo Loyola).

Era en verano. Nos visitaba un amigo, director de una co­nocida obra misionera. Quería ver de cerca nuestro trabajo en Madrid. Como la visita nos ha­bía sido anunciada con antelación, le estábamos esperando ilusionados y con algunas cosas especiales.

Un día antes de su llegada se me reventó un vaso sanguí­neo de una fosa nasal. Tuve una hemorragia de considera­ción. Un médico me taponó la nariz con tal cantidad de gasa que me quedó más deforme que la de un veterano del bo­xeo. Recibí la visita casi aver­gonzado, dando explicaciones y con bastantes molestias.

En pocas horas mi nariz cobró una importancia singu­lar para el resto del cuerpo. La boca se encargó de la res­piración. Las manos, para lavarme, peinarme, alimentarme, etc. adquirieron la suavidad de las de un violinista profe­sional. Los pies eliminaron to­do movimiento brusco al an­dar. De noche dormía con la boca abierta y el cuello levan­tado como una serpiente eno­jada. Cada miembro del cuerpo estaba pendiente de la nariz porque ésta estaba enferma.

Pero los miembros del otro cuerpo al cual pertenezco, la Iglesia del Señor, se hicieron cargo de atender la visita, de dirigir las reuniones dentro y fuera del templo, de llevarme a un especialista a un centro quirúrgico en día de domingo; y otros muchos cuidados que no voy a mencionar aquí. Yo era un miembro enfermo del cuerpo de Cristo, y los demás estaban doliéndose, orando y supliendo con amor mi imposibilidad.

Al salir el reverendo Edward L. Wood de Madrid. dijo: «No he podido ver a un pastor trabajando, pero me voy grata­mente impresionado de saber que el cuerpo de Cristo funciona en esta localidad.»

Dice la palabra: «Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que, si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo y miembros cada uno en particular» (1 Co. 12 :25-27).

David Edwards, presidente del Instituto Bíblico Elim en Urna, Nueva York. Tiene una experiencia de más de treinta años como consejero matrimonial.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5- nº 7- junio 1984