Por T. Austin-Sparks
Publicado por primera vez en la revista «A Witness and A Testimony» 1971 Vol. 49-3. Título original: «Friendship With God». (Traducida por Rodrigo Abarca)
Lecturas: Éxodo 33:11, 2 Crón. 20:7, Isaías 41:8, Hebreos 11:17-19, Santiago 2:23.
Hay muchas cosas asombrosas en la Biblia. Pocas, sin embargo, lo son más que esta: que Dios deseara un amigo.
Podríamos pensar que Dios es capaz de cumplir plenamente todos sus propósitos sin necesidad de recurrir al hombre. Lo digo porque es sorprendente pensar que Dios, con toda su omnisciencia, plenitud y poder creativo, quisiera tener un amigo. Pero aquí está: “Abraham mi amigo … el amigo de Dios”.
Esto, queridos amigos, es algo único en la mente de Dios, detrás de sus insondables caminos. Probablemente en toda la Biblia no hubo nadie que tuviera mayor razón que Abraham para pensar que los caminos de Dios eran muy especiales ¡Cuán extraños le parecían! Y muy pocas veces ellos fueron fáciles. Casi cada paso, si no todos, lo dejaba perplejo. Pero, Dios fue conducido en todos sus tratos con Abraham por ésta única idea y consideración: tener un amigo, y traer a un hombre a tal asociación con él que fuera capaz de hablar de Dios como «mi amigo».
Ustedes saben, naturalmente, que este título y esta asociación están relacionados particular y especialmente con Abraham. Hay algunas expresiones maravillosas, dichas acerca de otros hombres –Moisés, Daniel, “varón muy amado”–, pero, “mi amigo” es el título exclusivo de Abraham. Para entender esto, hemos de examinar nuevamente el camino por el cual Abraham fue guiado y cómo es que llegó finalmente hasta el corazón de Dios.
Mientras que la vida entera de Abraham fue necesaria para la completa realización de este sublime compañerismo, es indudable que su consumación está ligada al incidente que todos conocemos: el llamado a ofrecer a su hijo Isaac ¡Piense cuán preocupado estaba Abraham! ¿Lo llamó Dios para dejarlo todo y salir de Ur de los caldeos, sin nada más que una promesa de llevarle a otra tierra? Si conociéramos todo, veríamos que no fue un paso pequeño, pues hay razones para creer que Abraham era un hombre próspero e importante en Ur. ¿Le guió Dios a salir? ¿Le prometió un hijo, y luego desapareció y lo abandonó sin cumplir su promesa? ¿Ató Dios, más encima, su vida completa a aquella promesa y a aquel hijo?
La misma justificación de su salida de aquel antiguo país, abandonándolo todo, estuvo enfocada y centrada en ese hijo. La vida entera de Abraham, la justificación total de su vida, y todas las cosas en su vida, estuvieron centradas en él. Todas las instrucciones y toda la dirección de Dios sobre Abraham se remitían a Isaac. ¿Llamó Dios así, guió así y prometió así? ¿Constituyó a Isaac el vaso exclusivo de su propósito divino, la explicación y el significado de todas sus promesas a Abraham, para que no tuviese alternativa fuera de Isaac? Abraham intentó otra alternativa y comprobó que Dios no estaba en ella. Intentó a través de Ismael, pero comprobó que no era el camino correcto. No había alternativa para su vida con respecto a Dios, su conocimiento de Dios y su historia con Dios, excepto Isaac. Si Isaac no hubiera existido, su fe hubiese sido en vano, pues él no tenía nada más. Dios habría fallado, y su vida habría sido un fracaso.
Naturalmente, si Isaac no hubiese existido, o si hubiese muerto, habrían existido enormes implicaciones. La implicación obvia es que Abraham habría sido engañado y defraudado, y seguido una línea falsa; que Dios se había burlado de él y le había tendido una trampa. Pues, él había seguido a Dios, confiando con todo su corazón en que esa era la voluntad divina para él, y se había comprometido sin reservas con lo que él creyó era el camino de Dios para su vida. Y todo ello centrado en Isaac.
Entonces oyó: “Toma tu hijo, tu único, Isaac, a quien tú amas … Y ofrécelo” (Génesis 22:2). Queridos amigos, no podemos imaginarnos lo serio de la crisis a la que se enfrentó Abraham ¡Fue algo terrible para él! Esto podría haber suscitado una pregunta acerca de qué clase de Dios era su Dios, o quién era ese Dios a quien él había dado su vida; y muchas otras preguntas e implicaciones. Toda su dirección, su consagración, sus largos años de esperar y deambular, su obediencia fiel; y ahora, de golpe, era como si todo se hubiera quebrado. Haber sobrevivido a esto, y más aún, de manera victoriosa, explica lo que significa la amistad para Dios. Sí, este es el significado, pero ¿cómo es esto?
Bien, si esta es la explicación divina de la amistad, y si nosotros somos llamados a ser participantes de la naturaleza divina, y si Dios está obrando en nosotros para alcanzar tal relación, esto sólo podrá ocurrir a lo largo del mismo camino. Si usted y yo queremos acercarnos a esta relación (a esta suprema relación) con Dios, y nuestros corazones pueden responder a esta sugerencia y proposición, para que Dios sea capaz de hablar de nosotros como ‘sus amigos’ – y a la luz de esto, sin duda cada uno dirá: Sí. No hay nada que desee más que Dios hablase de mí como ‘mi amigo’–, veamos entonces lo que ello significa.
En primer lugar, significa un compromiso absoluto de la vida y de por vida, con Dios, sin reservas y sin alternativas. Abraham no tenía alternativa. Esta relación, este caminar con Dios, era el todo o nada, por lo cual había sido sellado con pacto de sangre. Usted recordará la ocasión en que fue hecho aquel pacto. El sacrificio había sido partido en dos. Una mitad fue puesta a un lado y la otra mitad al otro. Una parte era de Dios, la otra de Abraham. La sangre fue esparcida, y los dos juntos, en una verdadera figura, se movieron con las manos unidas entre las dos mitades. En la sangre de aquel sacrificio, cada uno se comprometió a sí mismo con el otro en términos de sangre, o de vida, para siempre.
Dios “se acordó de su pacto” (Salmo 105:8). El pacto de Abraham con Dios fue de por vida. En el monte Moriah, Dios tomó la verdadera sangre-vida de Abraham, pero Abraham estaba en pie. Estaba en pie sobre la base real de su relación con Dios. Era un compromiso para siempre de su vida con Dios, y la consecuencia de esto fue: “Abraham, mi amigo”.
Sé que estas son cosas difíciles de decir, más allá de nuestra realidad presente. Ninguno de nosotros reclamaría haber alcanzado este punto. Sin embargo, Dios está obrando en tal dirección.
La amistad, además, significa esto: tener confianza en el otro, cuando ni él explica su camino, ni nosotros podemos entender lo que está haciendo. Desde luego, esto es la amistad en los mejores términos humanos. Si existe verdadera amistad, un amigo no siempre te explica por qué toma una cierta determinación. Pero, tú has llegado a confiar tanto en él que no exiges explicación. Estás listo para creer, sin que se te aclare, lo que sabes que está haciendo, y tienes una confianza perfecta en ello. Esto es la amistad, aun cuando el otro calle y no diga nada.
Se puede hallar una breve reflexión sobre esto en la vida de Hudson Taylor. Después de haber estado largo tiempo en China, lejos de su país y de su esposa, él regresó a casa y su esposa lo fue a recibir al barco. Tomaron un transporte juntos, y, desde luego, usted pensará que ambos entablaron inmediatamente una amplia conversación acerca de todo lo sucedido durante los años que estuvieron separados ¡Pero ellos hicieron aquel viaje en absoluto silencio; y ninguno se ofendió! No hubo una palabra entre ellos, pero esta era la profunda comprensión del verdadero compañerismo. ¡Oh, algo así ocurre con el Señor! Él es silencioso, y su silencio es una prueba mayor para nosotros. ¿Por qué no habla? ¿Por qué no actúa? ¿Por qué no hace algo? Él está silencioso e inactivo, y parece indiferente. Ah, entonces el creerle es la sustancia de la amistad; un componente esencial de la verdadera amistad.
“Creyó Abraham a Dios…” Usted ve que eso está unido con esto otro: el ofrecimiento de Isaac. Tener confianza en un amigo cuando él parece ser misterioso, extraño, inexplicable, incomprensible, reservado y silencioso, es un componente indudable de la verdadera amistad. Pero Abraham miró más allá de lo presente e inmediato, y dijo en su corazón: “Esto no es todo. Esta no es la historia completa. Esto no es el final, porque no es el final de Dios. ¡Aún si esto es la muerte!” –¡Oh, el maravilloso triunfo de la fe! – Aunque tengo que matar al hijo en quien todo está centrado; sin embargo, Dios es Dios, y Él puede levantar a los muertos. Incluso si Isaac muere, Dios puede levantarlo. “Miro más allá de la muerte, más allá de la situación presente que parece carecer de toda esperanza, y veo a Dios extendiéndose más lejos. Creo a Dios. No entiendo, y no soy capaz de explicarlo, pero creo a Dios”.
Fue una gran prueba, y creo que esto está más allá de nuestra comprensión, pero tal es la base de una relación esencial con Dios ¡Ciertamente, este es el oro de la nueva Jerusalén! ¿Y en cuanto a Isaac? Él era la nueva esperanza, el eslabón en la cadena de todos los hechos de la administración de Dios, y la encarnación de esta amistad.
Jóvenes hermanos y hermanas, ustedes son el siguiente eslabón en la cadena de los dones de Dios y del testimonio de Dios sobre esta tierra. Pongan sus pies sobre el fundamento del eslabón anterior. Tomen el testimonio de Abraham y tomen esta posición: “Me someto sin reservas a mi Dios, con mi vida y de por vida; no como algo de mí mismo, o como comenzando y terminando conmigo, sino como un eslabón en esta poderosa cadena de los siglos”. Si ustedes hacen esto, serán la nueva esperanza para la siguiente etapa.
Desde luego, tras la figura de Abraham vemos a Dios el Padre y al Señor Jesucristo, y sabemos muy bien que cualquier esperanza nuestra es real hoy porque Dios levantó a su Hijo de entre los muertos. Pero esta no es sólo una verdad concerniente a Cristo. Es una ley en los designios de Dios a través de toda la historia que, si algo es bautizado en la muerte, en aquel bautismo continúa la prueba de una relación de corazón con Dios. Y este es el punto. Cuando Jesús fue bautizado en la muerte sobre la Cruz, fue la prueba definitiva de su relación de corazón con su Padre ¡Su corazón se rompió allí; pero, ¡Oh!, estamos tan gozosos de que su última expresión fuera: “Padre, en tus manos…” (Luc.23:46) ¡Esta es la victoria! ¡Lo es de principio a fin! Antes, él había clamado: “¡Dios mío, Dios mío!”, pero ahora dice: “Padre…”. Fue una prueba, la última y definitiva prueba de su relación de corazón con su Padre. Y –nótelo–, cada bautismo en la muerte es esto.
Estamos siendo examinados, amigos queridos –por profundas y terribles pruebas en la cruz del bautismo en la muerte–, acerca de dónde están nuestros corazones; si ocupados con las cosas, o con Dios; si nuestra vida está ligada con alguna cosa, o si lo está con Dios.
Vemos que este era el punto con Isaac. Después de todo, se ha confirmado que Abraham estaba ligado con mucho ms que con Isaac, pues había sido ligado con Dios. “¡Bien! –dijo Abraham– Todo pareció haber estado centrado en Isaac, pero si Isaac se va, todavía tengo a Dios”.
¿Con qué está ligada nuestra vida? ¿Con cosas? ¿Con la vida del trabajo? ¿Con qué? Seremos probados en cuanto a si es el Señor quien rige nuestro corazón. Si es así, no lucharemos por nuestros propios medios, nuestras propias metas, nuestros propios intereses o nuestras propias ideas, e incluso por la obra de Dios. Es el Señor quien tiene que tomar la preeminencia sobre nosotros y sobre todas las cosas. Isaac personificó tal posición en Abraham.
¡Oh, queridos amigos, procuren que así sea su corazón para su Señor! Si lo es, ustedes tienen las bases de este glorioso final: “¡Mi amigo, mi amigo!” ¿Vale la pena? Ciertamente sí; y que Él pueda decir al final: “¡Entra, mi amigo!”.
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