Querido amigo en Cristo:

Gracia y paz a ustedes en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Mi abuelo Simpson solía contar una historia divertida sobre un viejo veterinario rural que fue llamado a una granja para que atendiera a un caballo enfermo. Decidió que el caballo necesitaba una píldora, y para administrársela, colocó la píldora en un canuto, lo metió en la boca del caballo, y se preparó para soplar la píldora por la garganta del caballo… ¡pero el caballo sopló primero!

¿Cuántas veces hemos querido compartir el Evangelio con el mundo, pero el mundo «ha soplado primero»? Pareciera que nosotros somos influenciados más por el mundo que éste por nosotros. Nos hemos tragado muchas perspectivas y actitudes que reflejan la mente carnal y no la de Cristo. Algunas de las sustancias tóxicas que absorbimos venían envueltas en disfraces religiosos o palabras sutiles de engaño. En el proceso, muchos cristianos han olvidado su «primer amor» por Cristo y la misión que él nos ha dado a todos.

El Espíritu Santo provoca continuamente a los suyos para que salgan de su estado de distracción y se vuelvan a él, a su Palabra y a su propósito en la tierra. Cuando fijamos nuestros ojos en Jesús y le ofrecemos nuestras vidas en adoración, él corrige nuestra visión, renueva nuestras mentes y nos refresca con días de refrigerio. Pero la adoración no es barata; la verdadera adoración implica siempre un sacrificio (ver Romanos 12).

Vivimos en un tiempo histórico que llama a los que están comprometidos con Dios y su propósito. Ese compromiso nos costará algo, y no es sólo el tiempo que tomamos para asistir a un servicio en la iglesia, aunque esto es realmente algo bueno. No es sólo dar el diezmo o una ofrenda, aunque sean cosas buenas. Eso es «lo básico», lo mínimo.

Jesús no sólo quiere nuestro tiempo del domingo por la mañana o de la noche de oración; no quiere solamente el 10% de nuestro dinero. Jesús dio todo lo que tiene y todo lo que es para que nuestras vidas pudieran ser rescatadas del pecado, del egoísmo y de una vida inútil. Hay un precio que pagar para compartir ese mensaje de vida, para proclamarlo y para que se manifieste el poder de Dios a través de nuestras vidas.

Atención: No podemos pagar o ganar el amor y la gracia de Dios; él nos los da gratuitamente. Pero uno de los principales indicadores de una auténtica transferencia de gracia de Dios a nosotros es nuestra pasión por compartir esa gracia con alguien más… sin importar el costo.

Los enemigos del Reino de Cristo dan lo que sea con tal de avanzar en su causa. Algunos están comprometidos con la propagación de las tinieblas, otros con la mentira. Y están afectando a generaciones enteras de jóvenes. Así es el mundo hoy.

Como seguidores de Cristo, debemos examinar detenidamente la manera en que hemos de alcanzar y preparar a nuestros propios hijos y nietos para la vida futura, que será muy diferente de los tiempos en que muchos de nosotros crecimos. No es suficiente enviar a nuestros jóvenes al mundo si no los amamos, equipándolos con la verdad de las Escrituras, sumergiéndolos en oración y bautizándolos en el poder del Espíritu Santo.

A pesar de los obstáculos desalentadores y desafiantes, sigo creyendo que Jesús nos llama a ser «sal y luz» en el mundo (ver Mateo 5:13-16); a servir como transmisores de vida (en lugar de guerreros culturales dominantes). Nuestro mensaje es el Evangelio del Reino de Dios; el conocimiento cada vez mayor del Rey Jesucristo; la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo que produce su gobierno (ver Romanos 14:17). Esto da como resultado la regeneración de nuestros corazones y mentes, la transformación de nuestra perspectiva y estilo de vida, y nuestra bendita esperanza de una eternidad con él.

Arrepentimiento
Con frecuencia, hemos diluido este mensaje, rebajando la salvación a una mera póliza de «seguro contra incendios,» o vendiendo una gracia barata como licencia para pecar. Creemos que nuestra identificación cristiana es una «cédula gratuita para salir del infierno», o una especie de distintivo que nos da acceso a un poder político manipulable. El resultado es que hay multitudes en las iglesias que no conocen al Señor, no caminan por sus senderos y no irán al cielo cuando mueran. … “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2 Timoteo3:5).

Queremos atribuir la culpa de los problemas de nuestro mundo a los políticos, a los banqueros, a las grandes empresas, a las escuelas, a los medios de comunicación o a Hollywood. ¿Habrá maldad y corrupción en esos lugares? Sí, en la mayoría. Pero cuando el Señor venga por segunda vez, el primer lugar donde pedirá cuentas será dentro de la Iglesia (ver 1 Pedro 4:17).

Este conocimiento debe producir en nosotros un santo temor de Dios; un reconocimiento de nuestra total y absoluta dependencia de él. Él nos está recordando -a su Iglesia- nuestra propia necesidad de arrepentirnos del pecado y de ser lavados por la preciosa sangre de Jesucristo. Está provocando entre nosotros una nueva hambre de su Palabra, del discipulado y de la llenura del Espíritu Santo.

Esto también debería impulsarnos a arrodillarnos en oración por los que están perdidos y pereciendo, para que la salvación y un auténtico avivamiento inunden de nuevo nuestra tierra. (Digo «auténtico» porque debemos tener cuidado con muchas falsificaciones ingeniosas.) Si hay algún beneficio que podamos lograr en nuestros problemas globales actuales -y estos problemas son muy grandes- es que todavía podemos tener hambre y sed de la presencia del Señor, para volver a Dios con humildad y quebrantamiento, y encontrar Su gracia, sabiduría y fuerza una vez más.

 Hebreos 10 dice que “nosotros no somos de los que retroceden para perdición…” Vale la pena luchar por la verdadera fe que nos fue entregada una vez por todas y transmitirla a los demás, especialmente a la siguiente generación. Nuestra preciosa y poderosa herencia no procede de almas tímidas ni de los que se rinden fácilmente, los quejosos, los hambrientos de poder, los sembradores de discordia, los chismosos, los que atacan por la espalda o los cínicos.

En Cristo, descendemos de muy buena casta: de los redimidos, los fieles, los que tienen esperanza, los agradecidos, los misericordiosos, los valientes, los humildes, los que oran, los arrepentidos y los diligentes; los grandes de corazón que, a su vez, infunden ánimo a sus hermanos. De este modo, no sólo obtuvieron una herencia eterna para sí mismos, sino que encendieron un fuego que ha ardido en todos los continentes y sigue ardiendo hoy.

Los héroes de nuestra fe no se dieron a conocer como expertos o santos ermitaños, sino como hacedores de la Palabra y por consiguiente de grandes hazañas. Me anima mucho la historia en los Hechos 16-17 donde Pablo y Silas son librados de la cárcel de Filipos, donde habían sido encadenados y azotados por predicar el Evangelio. A medianoche, mientras cantaban y alababan, Dios mandó un terremoto para que fueran puestos en libertad físicamente, y el carcelero y su familia confiaran en Jesús y se salvaran. Esto causó un avivamiento en la ciudad, y esa cultura fue transformada por la gracia y el poder de Dios.

Sucedía un alboroto en todos los lugares por donde pasaban Pablo y Silas: “…llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y Pablo, como acostumbraba, fue a ellos, y por tres días de reposo discutió con ellos, declarando y exponiendo por medio de las Escrituras, que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos; y que Jesús, a quien yo os anuncio, decía él, es el Cristo. Y algunos de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran número, y mujeres nobles no pocas. Entonces los judíos que no creían, teniendo celos, tomaron consigo a algunos ociosos, hombres malos, y juntando una turba, alborotaron la ciudad; y asaltando la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo. Pero no hallándolos, trajeron a Jasón y a algunos hermanos ante las autoridades de la ciudad, gritando: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá; a los cuales Jasón ha recibido; y todos estos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús. Y alborotaron al pueblo y a las autoridades de la ciudad, oyendo estas cosas” (Hechos 17:1-8)

Los primeros seguidores de Cristo eran conocidos como «estos que trastornan el mundo entero», que estaban siempre en movimiento, yendo donde el Espíritu Santo los enviaba. ¿Cómo se nos conoce hoy en el mundo? ¿Qué ocurre cuando entramos en una ciudad? Nunca fue aburrido cuando Pablo y Silas se aparecían.

El evangelio es el poder de Dios
Cuando Pablo escribió a los cristianos de Roma, les dijo: Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Romanos 1:1)

La fe desata el poder; creer produce acción. La acción dirigida por el Espíritu Santo viene siempre impregnada de la sabiduría y el poder del Espíritu Santo… ¡créelo y aférrate a ello por fe!

Muchas veces, hemos separado la fe del poder, la fe de la acción, o el poder de la acción. Pero dondequiera que Pablo y Silas iban ¡el mundo daba un giro al revés! Cuando el Evangelio es predicado en el Espíritu Santo, el verdadero poder para vivir también es liberado.

El auténtico avivamiento produce vidas, ciudades y naciones transformadas. La política no puede hacerlo. La guerra cultural no puede hacerlo. El dedo acusador no puede hacerlo. La fuerza humana no puede hacerlo. El miedo y la indignación no pueden hacerlo. Ni tampoco los ritos religiosos o los espectáculos pseudo-espirituales sincretistas creados por el hombre. No podemos seguir pensando que la bulla, la exaltación del ego, las exageraciones frenéticas o la piel que se pone como de gallina equivalen a un auténtico avivamiento. ¡Ven, Espíritu Santo! Dios quiere volver el mundo al revés dondequiera que Él nos ponga.

Él nos eligió para que diéramos fruto -el de su Espíritu Santo-, el que permanece y se reproduce (Gálatas 5:22-23 y Juan 15:16). También dijo que un árbol se conoce por el fruto que produce (Mateo 7:16-17). Permítale examinar el fruto de nuestras vidas y pídale que nos llene de su Espíritu Santo. El arrepentimiento nos lleva a tiempos de refrigerio (ver Hechos 3:19-20). Pidámosle a Dios que levante nuestros ojos hacia él y su propósito. Él es digno de todo lo que tenemos y de todo lo que somos. El mundo que él tanto ama vale la vida de su propio Hijo; ¿no lo vale también nuestra vida?

«Dios es Dios. Si él es Dios, es digno de mi adoración y mi servicio. No encontraré descanso en ningún otro lugar que no sea su voluntad, y esa voluntad está infinita, inconmensurable, indeciblemente más allá de mis mayores nociones de lo que él se propone.»– –Elisabeth Elliot.

Apocalipsis 12 dice que vencemos al enemigo por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de nuestro testimonio, y menospreciando nuestras vidas hasta la muerte.

Esto habla de nuestra salvación en Cristo, la necesidad de recibir y compartir su Palabra, y nuestra disposición de tomar su cruz diariamente y seguirlo. Jesús está llamando a una generación que lo conocerá y será conocida por él, para demostrar fuerza y hacer hazañas en su nombre.

Los ritmos de la gracia

Nos alegraría verle del 9 al 11 de mayo en Gatlinburg en nuestra Conferencia anual de CSM (Charles Simpson Ministries. El tema de este año es «Los Ritmos de la Gracia» basado en Mateo 11:28-30. Nuestros oradores son Charles Simpson, Gerard Montenegro, Tim Parish y este servidor. Si aún no se ha inscrito, llame al (251) 633-7900 para comprobar la disponibilidad. Por favor continúe recordándonos en sus oraciones y en sus ofrendas este mes también. Seguimos llegando con el Evangelio y apoyando a otros ministerios haciendo lo mismo. Gracias por su amistad y apoyo. Lo amamos y oramos por usted.

En Cristo Jesús,

Stephen Simpson

Presidente

STEPHEN SIMPSON es el Director de CSM Publishing. De 2004 a 2013 fue pastor principal de la iglesia Covenant Church de Mobile, Alabama y ministra en iglesias y misiones en Estados Unidos y otras naciones. Él, su esposa Susanne y su hija Gracie viven en Mobile, Alabama. 

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de la Reina Valera de 1960

Usado con permiso.