Por Terry Law

Cómo usar nuestras armas espirituales para destruir al enemigo

Dios me ha estado enseñando, en los últimos años, por medio de variadas circunstancias, el poder de la alabanza y de la adoración. No sólo he visto los efectos de la alabanza y de la adora­ción en nuestro trabajo detrás de la cortina de hierro, cuando el Espíritu de Dios se ha movido sobre grandes grupos de oyentes comunistas, sino también en mi propia vida, cuando estaba domi­nado por el dolor y la desesperación durante un tiempo de tragedia personal. Creo, porque lo he visto en la realidad, que si seguimos la palabra de Dios, veremos el poder de la alabanza y la ado­ración de una manera que no hemos visto antes en la historia de la iglesia.

En 1972, recibí una carta de Polonia, invitando a Sonido Viviente a tocar en una gran universidad de Krakow. Sentí que era la voluntad de Dios que fuéramos, pero cuando llegamos allá, descubrí que habíamos cometido dos grandes errores. Primero, quienes nos habían invitado no eran estudiantes; eran líderes de un grupo de la juventud comunista en el sur de Polonia. Segundo, ellos creyeron que Sonido Viviente era un grupo de rock americano, y nos habían programado para cantar en las oficinas de la jefatura del partido para levantar fondos.

Yo creí que el fin del mundo había llegado. Teníamos dos conciertos esa noche y cuando lle­gamos a uno de ellos nos encontramos con tres­cientos jóvenes comunistas esperando un concier­to de rock.

Compartir (o se comparte) el Evangelio

Así que Sonido Viviente que sólo conoce música del Señor, comenzó a cantar. Cantamos como tres canciones y el auditorio empezó a incomodarse. Algo dentro de mí comenzó a llenarme y supe que el Espíritu Santo me estaba impulsando a hablarles.

Pero cuando abrí la boca, hasta yo quedé sorprendido de lo que salió. Les dije a esos jóvenes que ni Marx ni Lenin tenían el camino. Que hay sólo un camino y su nombre es Jesús. Les expli­qué lo que Dios había hecho para el mundo cuando mandó a Jesús, y les expuse el significado del Evangelio, lo que podía hacer en sus vidas, y la manera en que Dios había cambiado y trans­formado mi vida cuando acepté a Jesús como mi Salvador.

Cuando terminé y bajé del escenario caí en manos de dos jóvenes. Tomándome de ambos brazos, me condujeron a una habitación donde el liderazgo del partido me espera. «¿Quién es Ud?» me preguntaban. «La CIA está involucrada en esto, ¿no es cierto?»

Pasé los siguientes cuarenta y cinco minutos oyéndolos proferir sus maldiciones contra mí y amenazando con meter a la cárcel a todo el grupo. Sin embargo, ellos estaban desconcertados por el error que habían cometido y no querían cancelar el concierto porque era para levantar fondos. Decidieron que podíamos seguir tocando, pero se me prohibió que yo hablara del todo. Por supues­to, que no me molesté en explicarles lo que el Señor podía hacer sólo con la unción de la música.

Una respuesta milagrosa

Cuando regresé al auditorio, no tuve oportuni­dad de decir nada al grupo y me paré detrás del escenario, viendo el milagro que estaba desarro­llándose. Mientras observaba, el Espíritu vino fuertemente sobre los cantantes y los músicos y éstos comenzaron a llorar y a levantar las manos en adoración a Dios. Pasaron así veinte minutos. El poder de Dios era tan fuerte allí que el grupo musical se olvidó totalmente del público y canta­ron el concierto para Dios.

Cuando terminaron el último canto, hubo un período de silencio. Entonces la concurrencia se puso de pie y comenzó a aplaudir con un ritmo peculiar a la unción del Espíritu Santo que estaba en la sala. Pero Dios no había terminado aún. Después del concierto nos quedamos allí hasta las 3: 30 de la madrugada mostrando a las personas el camino al señor Jesús. Había comenzado a gustar lo que el Señor haría por medio de la alabanza y la adoración.

Más tarde me mostraría más de este poder cuando fuimos invitados por los soviéticos para cantar en Moscú. Uno de los editores de la revis­ta juvenil Pravda dijo a los miembros del grupo que podrían practicar en el estudio central de televisión en el centro de Moscú, que había sido reservado para un grupo que nunca se presentó. Hay sólo un estudio en Moscú. Es un centro de televisión para toda la Unión Soviética y es admi­nistrado por los comunistas.

Cuando el grupo comenzó a practicar, los pro­ductores salieron de sus oficinas para pedir permiso para grabar el concierto. Reunieron en el estudio un auditorio de quinientas personas, com­puesto de los mejores músicos de jazz y de rack del país y de miembros del Ballet Bolshoi, de ar­tistas y poetas. Frente a este grupo selecto, Soni­do Viviente cantó nueve cantos carismáticos en

ruso, con sus. manos levantadas adorando al Señor. Las personas lloraban por todo el audito­rio. Cuatro cámaras de televisión captaron el even­to completo y lo difundieron a algo así como doscientos millones de personas en la Unión Soviética.

Las armas de nuestra milicia

Cuando esto sucedía, no nos dábamos cuenta de que estábamos luchando contra verdaderas forta­lezas y que con el poder de la alabanza y la ado­ración las habíamos derribado para que toda esta gente pudiera oír y responder al mensaje de Jesús. Desde entonces nos hemos convencido de que hay muchas fortalezas, primordialmente en el área del pensamiento sistemático y filosófico, que pueden atar a las personas. Esta atadura se puede manifestar de varias maneras: en enfermedades, en engaño, en pecado, o en idolatría política, para nombrar algunas. La naturaleza entera de la guerra espiritual es la de derribar los sistemas de pensamiento, fortalezas en la mente, ya sea el comunismo, el engaño o la inmoralidad. La Biblia dice:

Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la des­trucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levante contra el conoci­miento de Dios, y llevando cautivo todo pen­samiento a la obediencia de Cristo (2 Cor. 10:4-5).

Si vamos a luchar contra fortalezas tenemos que usar armas. El capítulo 6 de Efesios habla de las armas defensivas del creyente, pero también hay tres armas ofensivas que todo creyente debe usar.

Nuestras armas ofensivas

La primera arma que Dios ha dado al creyente es la Palabra de Dios. Las palabras de Dios son realmente los pensamientos de Dios. La Biblia dice que son vivas y eficaces, poderosas y más cortantes que espada de dos filos, que penetra y divide el alma del espíritu, las coyunturas de los tuétanos. Las palabras de Dios también disciernen los pensamientos y las intenciones del corazón (vea Hebreos 4:12). Cuando tomamos los pensa­mientos y las palabras de Dios y las ponemos contra los pensamientos del diablo, hemos tocado una fuente de poder que es sobrecogedora y que abre el camino a los milagros. Yo he visto este poder en acción en países comunistas y en todas partes del mundo, haciendo que la enfermedad desaparezca y la gente se sane, cuando la palabra de Dios es predicada con poder.

La segunda arma del creyente es el nombre de Jesús. Algunas personas rebajan su nombre a una firma al final de la oración, pero es cuando esta­mos en el frente de batalla y necesitamos autori­dad, que podemos ver el poder de su nombre.

La fuente de este poder está en lo que su nom­bre representa, que es todo lo que él logró en la cruz. Cuando presentamos el poder del nombre de Jesús contra una fortaleza, creyendo verdadera­mente en el poder de su nombre, esa fortaleza tiene que ceder. Por eso es que Jesús dijo a sus discípulos:

Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos ser­pientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán. (Mar. 16: 17-18).

El poder está en el nombre

La tercera arma del creyente está en la sangre de Jesús. Teológicamente, la sangre es primordial­mente defensiva, porque nos limpia y nos prepara para la batalla. Pero hay una característica ofen­siva que se menciona en Apocalipsis 12: 1 1, donde Juan escribe sobre la guerra en los cielos y dice que los creyentes vencieron por la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos. Esto se refiere a la lucha ofensiva contra las fortalezas usando la sangre de Jesús. Cuando yo entro a un país comunista, dependiendo de la vic­toria en el poder de la sangre de Jesús, veo caer a las fortalezas. Tenemos que volver a poner la sangre dentro de nuestra teología, de nuestra pre­dicación y de nuestros cantos, porque es el poder de Dios para ayudarnos a vencer las fortalezas.

Cómo se disparan los cohetes

Si la palabra de Dios, la sangre y el nombre de Jesús son nuestras armas, tenemos que aprender a dispararlas. Yo he llegado a reconocer cuatro cohetes o propulsores cuya tremenda fuerza y poder han cambiado mi ministerio.

La oración es el primero que Dios ha dado para impulsar el poder; es una manera de apuntar a las fortalezas. La oración tiene su poder máximo cuando, como en el caso de los proyectiles con explosivo, va armada. Cuando comenzamos a armar la oración con la palabra, el nombre y la sangre, el impacto es enorme y vemos como resul­tado, respuestas dramáticas. También encontra­mos vida nueva y poder en la oración.

El segundo cohete es el testimonio. Yo pude ver el poder que tuvo mi testimonio en esos jóve­nes cuando oyeron lo que me había sucedido a mí. Eso es todo lo que un testimonio necesita ser: decir cómo el Señor ha cambiado su vida; y para contar esto no se necesita ser un predicador: cualquier creyente lo puede hacer, porque las armas dan poder al testimonio.

La predicación es el tercer cohete. Cuando se predica la palabra de Dios, la sangre y su nombre, se derriban literalmente las fortalezas. Las Escritu­ras dicen que la palabra de Dios nunca regresa vacía; siempre cumple el propósito para el cual fue enviada (vea Isaías 55: 11). Por eso es por lo que vemos manifestaciones del poder de Dios, en ser­vicios donde la predicación es ungida con poder.

El cuarto cohete, la alabanza y la adoración, es una mina de oro que la iglesia ni ha comenzado a tocar. Los tres primeros cohetes son disparados por individuos, pero la alabanza y la adoración son más potentes cuando se desarrollan colecti­vamente. Cuando el cuerpo de Cristo se junta y entra en una atmósfera de alabanza y adoración, estamos llevando la lucha espiritual a un nivel que muchos de nosotros rara vez hemos expe­rimentado.

El crisol de la vida

Estas armas y cohetes son el plan de batalla que el Espíritu Santo nos ha mostrado para la lucha espiritual. Yo aprendí su efectividad a tra­vés de una gran tragedia y de un período árido de mi vida. El 28 de setiembre de 1982, llegando apenas a Londres, recibí una llamada telefónica de mi casa, informándome de la muerte de mi esposa en un accidente automovilístico en Tulsa, Oklahoma. Es imposible describir el dolor que sentí. En mi apresurado viaje de regreso por avión, le dije al Señor cien veces que jamás volve­ría a pararme detrás de un púlpito; que había terminado con el ministerio. Había una pared tan grande de pena y de coraje que por casi un mes no le podía hablar a Dios. Había leído todos los libros, conocía toda la teología, pero ahora yo estaba en el crisol.

Esto continuó por casi un mes hasta que mi amigo Oral Roberts me pidió que fuera a su ofi­cina. Él y su esposa sabían lo que yo estaba pa­sando, porque ellos habían perdido a su hijo Ronnie hacía dos meses. Conversamos por dos horas, llorando juntos, orando juntos y hablando juntos del Señor. Estaba ya por levantarme para irme, cuando Oral se puso de pie y me dijo:

«Terry, quiero que vayas a tu casa, te pongas de rodillas y comiences a alabar al Señor».

«No puedo, Oral», respondí yo. «No puedo ni siquiera hablarle. Yo he arriesgado mi vida por él de muchas maneras y no es justo. No puedo seguir adelante sin ella».

«Terry», dijo él en un tono de amor y com­prensión, «ve a casa y alaba al Señor».

Dad gracias a Dios en todo

Esa noche puse la alarma para levantarme temprano e intentar orar. Nunca en mi vida he enfrentado lucha igual. Los primeros quince minutos me parecieron como tres horas. Cuando decía: «Te alabo, Padre», había tanta sequedad y muerte que me sentí como un hipócrita. Esa mañana el mismo diablo se sentaba sobre mi hombro y me decía: «Law, eres un mentiroso. No eres sincero en las palabras que pronuncias».

Allí aprendí la diferencia entre agradecer a Dios en todo y agradecerle por todo. Mucha gente da gracias a Dios por todo, cuando Dios no lo ha dado todo. El diablo también tiene obras y por medio de ellas intenta destruirnos. Allí de rodillas aprendí lo que significa dar gracias a Dios en todo. En medio de mi pena inclemente, continué alabando a Dios.

El espíritu de profecía vino sobre mí e hice la oración más sanadora que jamás haya hecho por ningún otro ser en mi vida, y era para mí. La sani­dad no se efectúo totalmente en un momento. Pero la siguiente mañana estaba de nuevo de rodillas alabando a Dios y continué haciéndolo consistentemente por dos meses.

Entonces una mañana, durante estas sesiones de alabanza, el Señor me dijo algo que entonces no comprendí: «Te voy a usar para llevar sanidad y liberación a muchos a través de la alabanza y de la adoración». Yo no sabía lo que eso signifi­caba. Ni tenía idea de que la gente podía sanarse por medio del poder de la alabanza.

Enfoque en la alabanza

Entonces recordé mi experiencia en Polonia y me di cuenta de que aquellos jóvenes habían sido impactados por la alabanza y la adoración; eso los había abierto para recibir el poder del Dios Todo­poderoso. Comencé a comprender lo que Dios estaba diciendo: El poder de Dios puede impactar a una congregación llevándolos a lanzar sus cohe­tes armados por medio de la alabanza y la adora­ción, como un acto de guerra.

Fui obediente a 10 que Dios me había dicho y comenzamos a cambiar nuestro ministerio y a enfocarlo hacia la alabanza. En la siguiente reu­nión, experimentamos los resultados de ofrecer alabanza y adoración de esta manera. Vimos sani­dades, liberaciones, ciegos viendo y paralíticos caminando. Y cada vez que nos enfocamos en la alabanza y la adoración así, vemos resultados similares.

En el otoño del año pasado, cantamos en una catedral católica en Polonia. Los asistentes nunca en su vida habían alabado verbalmente dentro de la iglesia. Ni siquiera habían cantado coros. Pero cuando entraron en la alabanza y la adoración, vieron manifestaciones del poder de Dios. En ese servicio dos ciegos fueron sanados; una pelota del tamaño de una naranja desapareció de la garganta de una joven; y una mujer que no se había podido inclinar por treinta años, se dobló y tocó el suelo con sus manos.

Nosotros también podemos tener la manifes­tación del poder de Dios, cuando oramos en pri­vado y en la congregación. En vez de alabar ine­ficazmente a Dios a pura fuerza de hábito, pode­mos enfocarnos en el Señor y derribar las fortale­zas del enemigo, con la alabanza. En la alabanza y la adoración, podemos lanzar nuestras armas y ver sanidades, confundir al diablo, ver a personas naciendo en el Reino de Dios y palpar una mani­festación de su vida.

Terry Law, presidente de Sonido Viviente, una organización evangelística que ministra a través de la música, ha viajado a muchos países del mun­do incluyendo Polonia y la Unión Soviética. Law es graduado de la Universidad de Oral Ro­berts en Tulsa, Oklahoma.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 11 febrero -1985