Por Ern Baxter

El reino de Dios se vuelve una realidad gracias a la obra del Espíritu Santo

La discusión sobre el Espíritu Santo en algunos círculos cristianos es considerada impropia. Mu­chos creen que cualquier énfasis que se haga sobre el Espíritu es antibíblico por lo que dice Juan 16: 13 que «cuando venga el Espíritu de verdad … no hablará de sí mismo» (versión Reina Valera de 1909). A algunos de nosotros que hemos ministra­do sobre el Espíritu Santo por tantos años, se nos ha citado este versículo para corregir nuestro «error.»

Pero esta reserva al hablar del Espíritu se basa en una mala interpretación de este versículo. Las revisiones modernas dan su verdadero significado: «Pero cuando él, el Espíritu de verdad venga … no hablará por su propia cuenta» (es decir, por inicia­tiva propia).

El Espíritu Santo es el autor de las sagradas Es­crituras. «Santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedo 1 :21). Sin embargo, el autor de las sagradas Escrituras habla de Sí mismo en ellas. Lo hace en ambos testamentos. Habla de él mismo en casi todos los li­bros del Nuevo Testamento donde hay secciones enteras dedicadas a su descripción y a sus obras. No hay duda, pues, que el Espíritu Santo habla de Sí mismo y por muy buena razón, como descubriremos en este estudio.

El Espíritu y el reino

Uno de los asuntos que me interesa con respec­to al Espíritu Santo es su relación distintiva con el reino y el gobierno de Dios y su desarrollo en la tierra. Romanos 14: 17 dice: «El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.» Yo creo que gramaticalmente es permitido sacar las frases interiores de esta ora­ción: «el reino de Dios … es en el Espíritu Santo.» Aunque no se dice «el reino del Espíritu», sino el reino del Padre y el reino del Hijo es, no obstante, en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el res­ponsable de hacer que el gobierno de Dios sea una realidad histórica.

La relación del Espíritu Santo con el reino está fuertemente implicada por el Señor en Mateo 12:28 donde dice: «Si yo expulso demonios por medio del Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros.» Nuestro Señor iguala su principado con la dinámica del Espíritu Santo que lo capacita como Jesús de Nazaret para echar fuera demonios. Todo lo que hizo el Mesías, lo hizo porque el Espíritu del Señor estaba sobre él: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para predicar el evangelio a los pobres, a sanar a los quebrantados de corazón», y para ha­cer todas las cosas para las que me envió. La pre­sencia del Espíritu sobre Jesús también anticipaba proféticamente el éxito de su reino que era traído por la dinámica del Espíritu Santo; «porque el rei­no de Dios no consiste en palabras, sino en poder» (1 Co. 4:20).

Me interesa saber cómo se llevará a cabo el es­tablecimiento del reino del que hablamos. Al es­cudriñar las Escrituras, me doy cuenta de que la ministración del Espíritu Santo a través nuestro hará que el reino de Dios sea una realidad.

Comprendiendo la naturaleza de Dios

Tenemos que hacer un paréntesis breve y expli­car adecuadamente la Fuente de toda verdad. La naturaleza de Dios y su propósito vienen por reve­lación. No se descubren en los laboratorios científicos, ni en las mentes brillantes de los sabios. No hay combinación posible de los cinco sentidos en el campo de la investigación que pueda descubrir­los. La naturaleza de Dios y su propósito vienen por revelación. La medida de nuestra fe en lo que Dios hará indica el grado de confianza que tene­mos en la integridad de lo que Dios ha dicho en la revelación de su palabra; mucho de lo cual es total­mente inaccesible a los cinco sentidos.

Moisés dice en el Salmo 90:2: «Antes que nacie­sen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo hasta el siglo, tú eres Dios.» En Juan 5 :26, Jesús dice sencillamente: «El Padre tiene vida en sí mismo.» Dios es Dios y no un ser crea­do. Dependemos totalmente de su revelación para entender esto. Cada vez que el hombre, sin la asis­tencia de la revelación, intenta crear a una deidad, proyecta al infinito sus mejores ideas de lo que Dios debiera de ser, y el resultado es una de esas monstruosidades con muchos miembros, con siete cabezas como la Hidra, ídolos que el hombre ado­ra. A Dios no lo podemos entender proyectando al infinito nuestra conciencia interna por más bue­na que sea; comprendemos a Dios cuando nos abri­mos humildemente a su revelación que dice: «Yo soy Dios, y no hay otro fuera de mí. He querido revelarme porque soy un Comunicador.»

Como comunicador «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo -en muchos fragmentos y de muchas maneras-, a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado en su Hijo» (Heb. 1: 1,2). La verdad más grande del universo es que el gran Dios del universo, la Primera Causa, el Creador de todo ha hablado. Él se ha comunica­do; ha articulado su naturaleza y su pensamiento en una manera que podamos entenderlo; y el gran privilegio que tenemos es que podemos indagar en lo que él ha dicho y descubrir lo que se propone hacer, para que nosotros podamos participar.

La perspectiva de Dios es la máxima, y esta má­xima realidad quiere revelar su naturaleza a nues­tro corazón abierto. Tenemos que comprender que Dios existe eternamente y que Él se manifies­ta a nosotros en tres Personas. La doctrina de la Trinidad es, por lo tanto, una revelación y no de formulación humana; y si queremos entender algo de la naturaleza de Dios tenemos que ver el lugar de distinción que ocupa el Espíritu Santo.

El lugar distintivo del Espíritu

Hemos aprendido, basados en la Biblia, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Los Tres son co-iguales y sin embargo, el Padre no es el Hijo, el Hijo no es el Espíritu y el Espíritu no es el Padre. Dentro del ministerio infini­to de la estructura del Dios trino, hay acciones que son distintivas en cada uno sin violar su igualdad.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son co-igua­les, pero funcionalmente diferentes y así la Biblia nos lo hace saber: «El Padre envió al Hijo.» Tam­bién dice que el Hijo fue obediente pues vino e hizo exactamente lo que el Padre lo envió a hacer. En treinta y tres años y medio vivió su vida impe­cable -alcanzó el clímax en su muerte vicaria-, se levantó en resurrección victoriosa, ascendió mag­nífico en su triunfo y se sentó en el trono que el Padre le dio a su diestra. Después que el Padre en­vió al Hijo y el Hijo vino y regresó al Padre, ellos enviaron al Espíritu y él vino y se quedó.

Muchos sermones han sido predicados sobre los treinta y tres años de la vida de nuestro Señor en la tierra, de los sufrimientos que padeció y bien que sea así. Pero ¿cuántos sermones se han predicado sobre el Espíritu Santo que ha estado aquí en medio de este lago cenagoso, esta sórdida at­mósfera caída, por casi dos mil años?

El Espíritu Santo es Dios activo, el «agente eje­cutivo» de la Trinidad. El Espíritu Santo es el «hacedor» de la Deidad: Dios trabajando y ejer­ciendo su poder. Dicho muy simplemente, el Pa­dre lo piensa, el Hijo lo articula, y el Espíritu lo hace. El Espíritu testifica de la actividad de Dios presente e inmediata. Desde el nacimiento de la naturaleza en la creación hasta el renacimiento del alma del hombre en la vida eterna, la Biblia cuenta la incesante actividad del Espíritu Santo. Habla­mos de lo que el Padre hace y de lo que el Hijo hace, pero lo que ellos hacen lo cumplen por el Espíritu Santo, porque él es el Espíritu del Padre y el Espíritu del Hijo. En el misterio de la Trinidad, él es quien se extiende para llenar la necesidad de la humanidad a través de la historia.

Es completamente posible tener una percepción teológicamente correcta del Espíritu Santo y no alcanzar a comprender el significado de la expe­riencia que viene cuando nos involucramos con la persona de Dios que está actuando. Podremos te­ner pensamientos sublimes sobre el Padre y dirigir­nos a él con gran afecto, honor y reverencia. Po­dremos expresar nuestro gran amor al señorío de Cristo y reconocer ampliamente su deidad. Pero la paternidad de Dios y el señorío de Cristo sólo pueden ser reales en nuestra vida cuando penetra­mos en la vida y ministerio del Espíritu Santo, porque es él quien comunica y ministra los propó­sitos del Padre y del Hijo. Me conmueve el cuida­do personal del Padre y la obra redentora del Hijo, pero es el Espíritu Santo quien hace real ese co­nocimiento en mi experiencia.

Cuando me acerco a los asuntos cósmicos y a los que afectan a las naciones, en los que el Padre y el Hijo revelan sus intenciones para este planeta, comienzo a tocar al Espíritu Santo. Lo que el Pa­dre y el Hijo intentan hacer con individuos y naciones lo harán por el Espíritu Santo.

La restauración del gobierno de Dios.

El liderazgo y los gobiernos humanos son parte de la obra del Espíritu Santo. Creo que comenza­remos a ver en nuestros días cómo él escogerá so­beranamente a hombres que ocupen puestos de autoridad y liderazgo espiritual -en contraste con la autoridad humana y aún eclesiástica- para ha­cer que el gobierno de Dios sea establecido por su propio designio. Debiéramos interesarnos en Aquél quien traerá el gobierno de Dios sobre la tierra de acuerdo con la intención divina, interesarnos para ponernos a su disposición.

Isaías 34: 16 dice: «Inquirid en el libro de Jeho­vá, y leed si faltó alguno de ellos; ninguno faltó con su compañera.» Cada una de las profecías tendrá su cumplimiento. Ni una sola de las pala­bras pronunciadas por Dios dejará de cumplirse. Una pieza de la historia será la «compañera» de cada profecía que Dios haya inspirado, «porque su boca mandó, y los reunió su mismo Espíritu» (v. 16). Será el Espíritu Santo quien haga historia de cada una de sus palabras.

El Espíritu descuidado

Debido a que el Espíritu Santo es el Dios activo, Satanás intenta frustrar su actividad. Hace todo lo posible para que nosotros nos descuidemos de él. Aun nuestra designación como la «tercera» perso­na de la Trinidad sugiere que sea percibido en tercer lugar de importancia.

Sin embargo, de acuerdo con nuestra experiencia, él es el primero con quien nos encontramos cuan­do nos acercamos a Dios. Hace unos años, un escri­tor cristiano escribió un libro titulado: Espíritu, Hijo y Padre, para indicar que la primera persona con quien nos encontramos en la Trinidad es el Espíritu Santo. Jesús dijo: «Y El, cuando venga (a vosotros) convencerá (por medio de vosotros) al mundo de pecado, de justicia, y de juicio» (In. 16: 8). Él es quien nos convence y nos convierte; nos ilumina y regenera; y quien nos sana y nos pone en el Cuerpo de Cristo. Por él tenemos acceso al Hijo y al Padre.

Puedo comprender por qué Satanás no se per­turba cuando sólo tenemos un conocimiento teo­lógico de la Trinidad y no estamos personalmente involucrados con el Espíritu Santo en una comu­nión continua y vital. El enemigo quiere que los hombres menosprecien al Espíritu Santo. El resul­tado ha sido su despersonalización y negación; ha sido resistido, apagado, contristado y blasfemado. Hasta en los credos le ha sido difícil entrar. El cre­do de los apóstoles que data de alrededor del ter­cer siglo, apenas si lo menciona: «Creo en el Espí­ritu Santo.» El credo niceno de principios del si­glo cuarto dice: «Creemos en el Espíritu Santo, el Señor y Dador de la vida, quien procede del Padre y del Hijo. Con el Padre y con el Hijo es adorado y glorificado. Él ha hablado por los profetas.» Es mucho mejor, pero se necesitó cuatro siglos para que le dieran ese reconocimiento.

El Espíritu en el siglo veinte

Yo sigo buscando en las Escrituras y en mi pro­pio corazón, pidiéndole a Dios que me muestre lo que creo tiene que ser una nueva dimensión de ac­tividad del Espíritu. También muchos líderes cris­tianos buscaban una comprensión más profunda a principios de este siglo.

Elder Curnming, un estimado y piadoso líder escocés escribió en 1890: «Seguramente que será una de las memorias más dolorosas de la Iglesia que el Espíritu Santo haya sido generalmente ig­norado y olvidado o dejado tras telones. (Desde) el comienzo de la historia de la Iglesia … hasta ayer, qué poca atención se le ha prestado.» Benjamín Warfield escribió en 1900: «Cuando descendemos por la historia de la Iglesia, descubrimos que el te­ma de la obra del Espíritu Santo surgió tarde en el estudio explícito de los cristianos. Si damos una ojeada a la extensión de la Iglesia moderna, descu­briremos que es un tópico que apela todavía con menos fuerza a los grandes sectores de la Iglesia cristiana.» Y en 1905 H. Davidson escribió: «La cuestión es si el significado pleno de las palabras de nuestro Señor con respecto al Espíritu ha sido recibido adecuadamente por su Iglesia.»

Creo que el interés que estos hombres sentían ha sido resuelto por la actividad de Dios desde que escribieron estas palabras. La importancia de este siglo es que ha habido mayor manifestación carismática del Espíritu Santo en los últimos cien años que la que hubo desde el tiempo de los apóstoles.

Si tomamos en cuenta nuestra observación so­bre la naturaleza del reino de Dios -que el reino de Dios está en el Espíritu Santo y que es el Es­píritu Santo quien hará una realidad histórica el gobierno de Dios-, no podemos ignorar el signi­ficado de la acción del Espíritu en el último siglo.

El siglo veinte ha visto a Dios actuar en el movi­miento pentecostal clásico, en el movimiento de sanidad, en el movimiento de la Lluvia Tardía y en la renovación carismática. Mi propio crecimien­to espiritual ha sido profundamente influenciado por mis contactos con todos estos movimientos.

Sin entrar en prolongados detalles biográficos, fui testigo del movimiento pentecostal cuando era un muchacho y personalmente me involucré en su dimensión carismática el 2 de julio de 1932, cuan­do recibí el bautismo del Espíritu Santo. Después tuve contacto con el gran movimiento de sanidad, con la Lluvia Tardía y con la renovación carismá­tica. Eran días maravillosos y estimulantes. Vi co­sas que nunca imaginé; cosas que anonadaban a la gente. Por medio de todos estos movimientos, Dios el Espíritu Santo, estaba y está penetrando nues­tro sentido consciente para hacernos saber que te­nemos que conectarnos con él si queremos ser parte de los propósitos de Dios.

Dios será todo y en todos

Pero aún nosotros que hemos reconocido que la actividad del Espíritu es parte integral del plan de Dios, no hemos visto la enorme dimensión social y cósmica de ese plan. Nuestro enfoque se ha reducido al involucramiento del Espíritu con los individuos y no hemos visto su dimensión am­plia. Sin embargo, el apóstol Pablo, que no era ningún individualista, enseñó que el plan de Dios va más allá que salvar almas. Su plan es llenar todas las cosas consigo mismo para que al final Dios sea «todo en todos» (1 Co. 15:28).

Dios redimirá la creación llenando todas las co­sas con su Espíritu. Cristo ascendió para llenar to­das las cosas y dio dones a los hombres, dones que Pablo dice son para la edificación de la comunidad (Ef. 4:4-13). James W. Jones ha escrito en su libro The Spirit and the World: «El Espíritu es para for­mar la comunidad. Esta comunidad llena del Espí­ritu es el anticipo del reino y un medio para su rea­lización. Por medio de la obra de esta comunidad del Espíritu más de la vida se llena del Espíritu y es un paso más en el plan de Dios de llenar todas las cosas con él mismo.

«El reino es el gobierno de Dios y Dios gobier­na en el Espíritu. El reino no vendrá por medios políticos; sólo por la obra del Espíritu. Pero cuan­do venga y en la medida en que venga, pondrá to­das las cosas en sujeción a Cristo: la esfera políti­ca, la económica, la intelectual y la privada. Y transformará todas estas esferas, porque no es de este mundo y por lo tanto no se puede identificar con ninguna democracia occidental o comunismo oriental o combinación de ambos.

Decir que el reino no viene por medio de la política, la econo­mía o la tecnología no significa que no tenga que ver con los órdenes políticos, económicos o tec­nológicos. Sí tiene que ver con ellos pues los trans­formará y los pondrá en sujeción a Cristo. Es sólo para decir que estos órdenes no son primordiales en el plan de Dios. Tampoco los individuos son primordiales (excepto en el sentido de que toda experiencia sucede con individuos, no con individuos aislados, sino con miembros de comunidades y sociedades). Lo primordial en el plan de Dios es la koinonía, la comunidad y el reino, que trascien­de a todo individualismo y colectivismo y circun­da las esferas públicas y privadas de la vida» (p. 69-70).

Creo que durante cien años el Espíritu Santo ha estado tocando a la puerta de nuestro corazón colectivo diciendo: «Haz campo para mí. Todavía no has visto nada. He tratado con los reyezuelos y los reinitos de vuestras situaciones personales. He penetrado en los pequeños confines de vuestras familias y he entrado en vuestros grupitos eclesiásti­cos y os he bendecido. He tocado vuestras reu­niones grandes. Pero he sido enviado por el Padre y por el Hijo con una misión: poner bajo los pies de mi Señor Jesucristo a todos los reinos de este mundo -y debo hacerlo a través de vosotros. ¡Haz campo!».

Las actividades del Espíritu Santo en los últimos cien años no tienen precedente en la historia de la Iglesia y tenemos que apreciar lo que eso significa: «el reino de Dios es en el Espíritu» y el Espíritu está haciendo que el reinado de Jesucristo sea una realidad histórica. Debemos decir al Espíritu que tenemos hambre de él y que queremos estar listos para la próxima dimensión de su mover. Tenemos que dar campo al Espíritu para que el reino de Dios venga a nuestras vidas.

Ern Baxter, líder por mucho tiempo en el movimiento carismático, pastoreó por muchos años una de las iglesias más grandes de Canadá. Viajó extensamente por los Estados Unidos y ultramar en el ministerio de la Palabra.