Por Ern Baxter

La cultura es un orden de vida, la manera de vivir de una especie. La Biblia concede una distinción más amplia en términos de la cultura: la que exis­te entre la humanidad no regenerada y la humani­dad regenerada. En Romanos 5: 19, Pablo dice:

«Por la desobediencia de un hombre muchos fueron hechos pecadores.» Esa es una cultura. Luego sigue: «Así también por la obediencia de Uno muchos serán hechos justos.» Esa es la otra cultura. La primera que menciona es injusta; la segunda es justa. En otras palabras, el hombre que no ha sido regenerado pertenece a una especie dis­tinta, pues como dice más tarde en el Nuevo Testamento: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es,» esto es, una nueva especie. Santiago concuer­da cuando declara que somos los primeros frutos de una nueva especie.

A la última de estas dos especies u órdenes de vida, la adámica y la de Cristo, es a la que llamo «la cultura del Reino». Es la cultura cumbre, que emergerá porque la Biblia dice que Jesús debe rei­nar hasta que sus enemigos sean hechos por estra­do de sus pies. Esto significa que esta cultura no se habrá manifestado plenamente sino hasta que el señorío de Cristo sea normal. Ya vino cuando Cristo resucitó de los muertos, pero dentro del tiempo y de la historia tendrá que emerger aún a través de la Iglesia.

La crónica bíblica indica que la intención de Dios desde la creación de Adán es que el hombre llene la tierra con su especie, que la supervise y la gobierne. Adán fracasó por su desobediencia y después de él vino una procesión de hombres fie­les y también infieles hasta el día en que Dios llamó a Abraham y le dijo: «En ti serán benditas todas las familias de la tierra.» Abraham simboliza el comienzo del propósito de redención corporati­va; el establecimiento de una cultura del agrado de Dios. Abraham engendró a Isaac; Isaac a Jacob; los doce hijos de Jacob se convirtieron en una na­ción. A ella se le dio el privilegio de evangelizar a las otras naciones e hizo un gran trabajo hasta el reinado de Salomón. Salomón cometió graves errores y de allí en adelante todo fue cuesta abajo.

Entonces los profetas comenzaron a mencionar a Uno que vendría, en cuyos hombros descansaría el principado. Cuando Jesús vino, fue la palabra final de Dios para la humanidad, enfocando con claridad toda la historia divina y estableciendo a la Iglesia para que llevase a cabo el propósito de Dios.

La pérdida de su visión y del sentido de su mandato ha sido el fracaso de la Iglesia a través de la historia. En vez de esforzarse para alcanzar la visión de la cultura del Reino, el gobierno de Dios en su forma máxima, se ha ocupado de asuntos menores y se ha conformado con hacer énfasis incompletos. Nuestro llamamiento como la «so­ciedad de Cristo» no es sólo ser un grupo de per­sonas salvas que se irán al cielo cuando mueran, sino un pueblo que sea en la historia la manifesta­ción de la cultura divina.

Para decirlo de una forma atrevida, debemos de ser una extensión de la Trinidad en la tierra, igual que Jesús. Juan dijo de Jesús: » … y vimos su gloria.» «Gloria» en este sentido es la manifestación visible de los atributos invisibles de Dios. Es igual que decir que Jesús fue una contracultura andan­do: todo lo que hizo y dijo fue una extensión del Padre. Y él dice a su Iglesia: «Como el Padre me ha enviado a mí, así también yo os envío a vosotros» (Jn. 20:21). De manera que lo que él fue, co­mo la cultura en un hombre, nosotros hemos de serlo corporativamente. Tenemos que convertir­nos en el «pueblo de Cristo» en el mismo sentido que Cristo fue la expresión cultural del Padre so­bre la tierra.

La predicación del Evangelio

La prioridad máxima que surge de esta cultura del Reino es la necesidad de predicar el evangelio. Esa es la prioridad de Dios. En estos días de asun­tos tan perplejos y puntos de vista tan variados, se hace necesario que seamos bien claros con res­pecto a lo que es nuestro fundamento y nuestra fuente. No debemos permitir que nuestro involu­cramiento político, económico o cultural nos mue­va de nuestra base primordial de proclamar el evangelio.

Yo soy, en un análisis final, un siervo de Dios, un proclamador del evangelio, un pastor de mi comunidad local y un mensajero del Reino. Estos papeles deben ser mi prioridad. Si yo dejo el fun­damento de mi responsabilidad primordial como proclamador del evangelio y me meto de lleno en la política, por ejemplo, me salgo de mi área de don y entrenamiento para entrar en una arena en la que no estoy capacitado para lo que pueda en­contrar.

En mi terreno, yo puedo intervenir en la situación, pero fuera de él, donde no hay reglas, soy menos efectivo. Aunque esto les pueda pare­cer auto-proteccionismo, me doy cuenta que mi seguridad estriba en permanecer dentro de mi te­rritorio. Esta bien pudiera ser una posición que todos necesitamos tomar; aun cuando algunos nos cataloguen como biblicistas o oscurantistas.

La pregunta que pudiera surgir de lo que acabo de mencionar es la siguiente: «¿No tiene entonces el evangelio su aplicación en la sociedad?» La res­puesta es, por supuesto, que el evangelio tiene tre­mendas implicaciones sociales; sin embargo, en los últimos setenta y cinco años, esta aplicación se ha clasificado con la terminología incorrecta de «evan­gelio social.» En años recientes, el evangelio social ha sido percibido come el involucramiento total en la acción social. Nos perturba la acción so­cial; pero sí el hecho que mucha de la acción social haya abandonado las áreas que nosotros conside­ramos fundamentalmente esenciales. Algunos se han metido tan de lleno a dar de comer a los po­bres, por ejemplo, que se han olvidado de predicar­les el evangelio.

De tal manera que nuestra máxima prioridad tiene que ser la de percibir nuestra ubicación den­tro del Reino. Tenemos que ser los que, habiendo llegado a tener una relación definitiva con Dios por medio de Jesucristo, somos gobernados por la Palabra de Dios, investidos de poder por el Espíri­tu Santo, y comprometidos dentro de la comuni­dad redimida a su gobierno y supervisión.

Tene­mos que ser parte de una manifestación de la cultura celestial en la tierra y tenemos que involu­crarnos socialmente, primero con la comunidad redimida, cuidando de nuestras viudas, de nuestros pobres y los de nuestra propia casa y luego extendiéndonos a la comunidad en general. Tenemos que estar alertas a toda injusticia dondequiera que se dé y pronunciarnos al respecto según el grado de nuestra capacitación. Pero no debemos divor­ciar nuestro involucramiento social del evange­lio, como muchos lo hacen a menudo.

Si tenemos una base firme dentro del Reino, entonces tendremos un buen fundamento para involucrarnos fuera de él. De lo contrario nuestra participación será tal que probablemente nos olvi­demos del evangelio.

¿Conservador, liberal o cristiano?

En la arena política encontramos a muchos cris­tianos que toman posiciones conservadoras, liberales, demócratas, republicanas, de izquierda o de derecha. Presumo que como cristianos estas perso­nas aman al Señor Jesús, pero me temo que algunos de ellos están interpretando su cristianismo en términos de sus posiciones políticas en vez de in­terpretar sus posiciones políticas en términos del Cristianismo. Por ejemplo, si soy «conservador», entonces mi tendencia es hacia la política conser­vadora. En este caso, al desarrollar mis puntos cris­tianos, discrimino constantemente para buscarle acomodo a mi conservadorismo. Lo mismo haría si fuese liberal.»

Idealmente, tenemos que proyectarnos con ba­se al concepto bíblico de la cultura del Reino cu­yo Rey es Jesús. Esto significa que habrá ocasiones en las que aparentaremos enfocar ciertos asuntos desde una perspectiva conservadora porque se acerca más a la posición cristiana. En otras ocasio­nes será aparentemente desde el lado liberal. Estas variaciones pudieran ser interpretadas como ambi­valencia de nuestra parte y la gente pudiera preguntarse qué somos en realidad; si liberales o con­servadores. Sin embargo, estas etiquetas no son conceptos bíblicos. Yo no soy conservador ni liberal; soy un cristiano.

Pablo dice: «… El que es espiritual juzga (evalúa) todas las cosas; sin embargo, él no es juzgado (eva­luado) por nadie.» Esto significa que cuando pro­cedemos partiendo de la cultura del Reino, tene­mos la habilidad sobrenatural, dada por el espíri­tu de la Palabra, de hacer evaluaciones de lo que está sucediendo, pero nosotros mismos no pode­mos ser catalogados o clasificados porque el que está fuera del Reino no comprende cuál es nuestro punto de partida.

Si tomamos un punto en discusión, como el aborto, por ejemplo, en el que estamos a favor de la vida, donde se ubican la mayoría de los conser­vadores, pareciera que somos conservadores. Pero en el asunto del mal manejo de la riqueza, que tiende a ser una debilidad conservadora, es­taríamos más inclinados a pronunciarnos en favor de una administración responsable de la riqueza Y por consecuencia podríamos dar un tono semejante al socialismo de izquierda. Pero no lo somos. Todo lo que hacemos es expresar la advertencia de Santiago a los ricos que se rehusaron a ayudar a los pobres: » ¡Oíd ahora, vosotros, ricos! Llorad y aullad por las miserias que vienen sobre vosotros» (Stg. 5: 1).

Esta es una posición puramente bíblica, pero podría hacer que algunos conservadores se enojaran con nosotros y nos catalogaran como de extrema izquierda, pensando que somos partida­rios de la redistribución de la riqueza. Pero no es eso lo que decimos, sino que los ricos tienen una responsabilidad providencial de manejar lo que tienen como una mayordomía delante de Dios. Este enfoque podría perturbar a aquellos que teó­rica, política y filosóficamente son conservadores y que nos habían considerado, por lo menos hasta este punto, que estábamos de su lado político.

El que protesta por cualquier enfoque bíblico, está indicando que su proceder no viene de la cultura del Reino, sino de una conservadora o liberal. Es debatible cuánto de esa filosofía conservadora o liberal sea compatible con la cultura del Reino, pero el quid del asunto es que hay otras cosas en esas filosofías que no tienen nada que ver con la cultura del Reino. No somos conservadores ni li­berales; somos cristianos y eso puede llegar a ser causa de tensión entre nosotros y nuestros amigos, liberales o conservadores.

Debemos de tomar los puntos en cuestión, uno por uno y pronunciarnos al respecto desde nuestra cultura del Reino. Muchos de los que se metieron dentro de la cultura de las drogas en los años se­senta, lo hicieron a modo de reacción contra lo establecido. Por cierto que había mucho en la si­tuación imperante por esos días que merecía una reacción, pero nuestra postura fue esta: «Aunque haya muchos males. en el estado de las cosas en determinado momento, la reacción del Reino a es­te mal comportamiento no son las protestas sin sentido ni disolverse el cerebro con LSD.» Eso nos puso entre dos fuegos con la inconformidad de ambos lados. Pero un profeta no se permite el lujo de apaciguar a todo el mundo; su tarea es agradar a Dios.

Nuestra actuación constante debe partir de una base en la cultura del Reino, Y eso nos pondrá en tensión perpetua, porque nunca estaremos en acuerdo total con los que estén fuera de esa cul­tura. Nos amarán cuando hablemos de cierta ma­nera Y nos odiarán cuando lo hagamos de otra forma. Con ellos estaremos siempre con el agua al cuello, pero esa es nuestra expectativa profética y, a pesar de la incomodidad de la postura, podemos esperar que el Padre se involucre plenamente en lo que estamos haciendo. Salvar el pellejo no es realmente nuestra prioridad más alta, sino hacer la voluntad de Dios. Eso me garantiza la bendición más grande del Padre. Por lo tanto, nos incumbe actuar de acuerdo al molde de la cultura del Reino.

No hemos sido llamados a todo

Examinemos la conducta de Jesús en la tierra. Por cierto que Jesús debió haber visto cosas que necesitaban corrección, pero Jesús hizo lo que el Padre le ordenaba. Nosotros también deberíamos hacerlo. Debo admitir, para mi vergüenza, que ha sido sólo en años recientes que me he calmado y he asumido la misma postura de Jesús. En el pasa­do me involucraba con pasión y con enojo en cosas que el Padre nunca me mandó hacer. Debemos es­perar con paciencia en el Señor, no permitiendo que la paciencia se convierta en pereza, para decla­rar con autoridad sus mandatos en las situaciones de interés.

Aun cuando actúe por compasión cristiana en un mundo necesitado, tratando de ayudarlo, alimentando a los pobres y aliviando su sufrimiento, si el evangelio no está en la vanguardia de lo que hago, entonces mi postura no es bíblica. No obs­tante, es una gran tentación cometer este error por dos razones: primero, porque tengo la compa­sión de Cristo; y segundo, porque soy aguijoneado para que actúe por personas persuasivas, pero de­sorientadas que me dicen: «Usted es cristiano; ¿por qué la iglesia no hace algo?» Aunque no es prerrogativa de ellos decirnos lo que tenemos que hacer, somos incitados a actuar porque responde­mos a su conjunto de prioridades y ese es un estí­mulo equivocado. Da vergüenza ver á un hombre de Dios que es movido convenientemente por per­sonas que sólo quieren usar sus dones y sus habili­dades para alcanzar las metas de ellos.

Yo he participado en muchas actividades a tra­vés de los años. Eventualmente tuve que decir a algunos de mis asociados: «Afirmo totalmente lo que estás haciendo; pero Dios no me ha llamado a mí a hacer eso, aunque sí creo que te ha llamado a ti para hacerlo.» Hay cosas que son buenas en sí mismas, pero que si yo me involucro en ellas pu­dieran convertirse en una violación de mi llama­miento personal.

Estoy de acuerdo con Charles Simpson quien dice que hay que diferenciar entre lo que se puede bendecir y lo que hay que servir. Algunas de las actividades que están totalmente dentro de la pro­videncia de Dios no son para mí. Yo no puedo ha­cerlo todo. Ya que no podemos hacerlo to­do, mejor busquemos lo que él quiere que hagamos.

Hablándole a gobiernos

Algo que si somos llamados a hacer es dirigir­nos al gobierno desde nuestra cultura del Reino. En Romanos capítulo 13, Pablo dice que el gobier­no es una agencia de Dios en la esfera social. «Por­que no en vano lleva la espada, pues ministro es de Dios.» El gobierno civil es un agente de Dios para supervisar providencialmente el comporta­miento humano e impedir que se desintegre en una anarquía autodestructiva.

La comunidad redimida también está directa­mente bajo la dirección de Dios como su brazo re­dentor. Ambas instituciones están supuestas a ac­tuar juntas. La Iglesia no está sobre el gobierno, ni éste sobre la Iglesia. Idealmente, cada uno debe mantener la responsabilidad que Dios le ha dado. La verdad es que los hombres en el gobierno de­bieran ser buenos miembros de la comunidad redi­mida, bien alimentados con la cultura del Reino para que la puedan traducir dentro de la esfera gubernamental. El gobierno es una institución a la que tenemos que dirigirnos.

Dios es quien ordena el poder de los hombres. Los gobernantes pueden alcanzar el poder por medio del voto o la revolución, pero Dios es quien los ordena. En la Iglesia, Dios es quien nos da el liderazgo de los apóstoles, los profetas, los evange­listas y  los pastores. Si sostenemos en su debido lugar estos dos polos de gobierno en la Iglesia y gobierno en la sociedad, entonces comprendere­mos que la Iglesia tiene que tratar con el gobierno secular como corazón de la cultura. Jesús se le apa­reció a Pablo y le dijo que comparecería delante de César y así ocurrió.

Nuestra posición contra el aborto, por ejemplo, es válida. Desearía que todos los asuntos fueran tan claros como éste, pues todo lo que hacemos en esta situación es declararle al gobierno que el asesinato es malo. Nuevamente quiero mantener bajo control mi involucramiento para no violar una prioridad mayor. No quisiera salirme con al­guna clase de cruzada que me impida cumplir con mi llamamiento primordial.

Por supuesto que hay algunos cristianos que son llamados a involucrarse más de lleno en ciertas áreas que otros. Habrá hombres de Dios en la educación, en la economía y en otras ‘áreas, que comiencen a interpretar la cultura del Reino den­tro de esas áreas. Es absolutamente esencial que el mensaje del Reino de Dios influya eventualmente todo el proceso social. No serán los apóstoles, los profetas, los evangelistas y los maestros, los llama­dos a esta tarea; será toda la comunidad redimida.

Con la infinita variedad de dones que Dios ha dado, habrá personas en el gobierno, en la educación, en la profesión legal, en la industria y en todas las áreas de la sociedad que declararán lo que es recto en esas situaciones, actuando desde un fundamen­to que está dentro de la cultura del Reino.

Esto presupone que los cristianos están enseñan­do y entregándose ellos mismos a estos conceptos del Reino, pues no podemos hablar muy bien de lo que no tenemos. Primero tenemos que compren­der el gobierno de Dios dentro del Reino antes que podamos pronunciarnos ante los gobiernos. Mi interés es que la totalidad del pueblo de Dios se someta a la cultura del Reino, para que todos unidos podamos hablar con firmeza, con humil­dad y redentivamente contra las violaciones del gobierno moral de Dios, en asuntos como el aborto o la permisividad sexual. Y esto debemos hacerlo sin descuidar nuestra prioridad principal: la predicación del evangelio.

Debemos crucificar las emociones gratifi­cadoras de nuestra naturaleza, .para no actuar movidos por nuestras pasiones, sino por revela­ción. Es esencial tener la sabiduría de Dios si hemos de participar en su trabajo. Eso sólo puede venir si vivimos y funcionamos dentro de la cul­tura del Reino.

Actuando corporativamente

En todo esto nuestra respuesta debe proceder de nuestra corporatividad. Tal vez no podamos tener siempre totalmente esta cualidad; no obstan­te, es muy importante que en las decisiones que influyen la política de la comunidad, actuemos en sinfonía y no unilateralmente. Estamos pasando por una etapa dentro del Cuerpo de Cristo en la que necesitamos funcionar de esta manera para que haya protección y claridad: pues ninguno de nosotros ve el cuadro completo.

Nuestra fuerza radica en nuestra pluralidad. Si actuamos en la pluralidad del consejo, reconociendo que somos el pueblo de Dios, que estamos comprometidos con la cultura del Reino y enfren­tamos todos nuestros retos basados en esta cultu­ra, tenemos la esperanza de protección y no co­meter errores graves. Por años he observado a mu­chos con ideas buenas que se abocaron a situacio­nes y terminaron haciendo algo intemperante por­que no buscaron consejo.

También he visto la necesidad indispensable del diálogo. Ahora, en los asuntos de interés, me en­cuentro esperando ese «palpitar divino» o consen­so santo que me indique que Dios ha hablado. Re­cuerdo una ocasión en que cinco personas discutía­mos cierto asunto. Cada uno expresó su opinión diferente a las de los demás. Dos horas después nos encontramos con el decir de Dios y era dife­rente a la de los cinco. Sin que nadie lo sugiriera, todos nos levantamos espontáneamente, alzamos nuestras manos y comenzamos a alabar a Dios.

Hay seguridad en el consejo; una seguridad de decir lo que hemos comenzado a pensar; porque sabemos que eventualmente será corregido. Si lo­gramos entender la naturaleza de la cultura del Reino, que no es mera filosofía humana, sino la intención de Dios para la humanidad, y si nuestras decisiones proceden del consejo donde nuestros corazones se han humillado y se han abierto para recibir la revelación que se alinee a la Palabra de Dios, entonces podremos cumplir efectiva y res­ponsablemente el propósito final de Dios para su Iglesia.

La fe es el propósito final de Dios

Si yo no creyese en el propósito final de Dios, me moriría de desaliento. Yo creo que Dios tiene un propósito en todo lo que vemos y oímos en nuestra generación. Hay algo positivo en todo. Mi pensamiento se centra siempre en fundamentos y finalidades: Dios va a reunir todas las cosas en el Cuerpo de Cristo. Todo el pueblo de Dios tiene que descubrir que es la cultura del Reino.

Yo no sé cómo va a cumplir Dios con ese propó­sito final, pero saber que lo hará me llena de es­peranza. Si yo mirase lo que está sucediendo entre los cristianos y no tuviera esa esperanza, me deses­peraría. Pero no me desespero porque mi fe está en Dios y en su propósito final. Mi tarea es hacer lo que él me manda, nada más. La promesa en que todos podemos confiar es que Dios está haciendo que todas las cosas ayuden para bien.

Ern Baxter, líder por mucho tiempo en el movi­miento carismático, pastoreó por veinte años una de las iglesias evangélicas más grandes del Canadá. Desde entonces ha viajado extensamente por los Estados Unidos y ultramar en el ministerio de la Palabra. Ern y su esposa Ruth residen en Mobile, donde es uno de los miembros de la directiva de New Wine Magazine.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5 nº 3- octubre 1