Autor Derek Prince
Primeramente, pues, exhorta que se hagan rogativas, oraciones, peticiones, (intercesiones) y acciones de gracias por todos los hombres. (1 Timoteo 2: 1).
Pablo dice que la oración debe ocupar el primer lugar de importancia en la asamblea cristiana y menciona varias formas de oración entre las que está la intercesión. Interceder significa literalmente «mediar o interponerse.» El intercesor es el que se interpone entre Dios y los que merecen Su justa ira y castigo. El intercesor levanta la mano a Dios y dice: «Dios, estos merecen Tu juicio; tienes todo derecho para herirlos; pero si lo haces tendrás que herirme a mí primero, porque yo estoy entre Tú y ellos.»
En el Antiguo Testamento encontramos varios relatos de ciudades y naciones que fueron tratados con clemencia como consecuencia del ministerio de un intercesor. Estudiaremos algunos de estos ejemplos, pero primero, consideremos el ministerio de la intercesión en la vida de nuestro Señor, Jesucristo.
La intercesión en el ministerio de Jesús
La intercesión fue una de las marcas más destacadas en el ministerio de Jesús. El capítulo 53 de Isaías nos da una descripción de Su obra expiatoria. El último versículo dice así:
Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado (hecho intercesión) por los transgresores.
Hay cuatro cosas que se dicen allí de Jesús. Primero, derramó su vida hasta la muerte. Levítico 17: 11 dice que la vida de la carne está en la sangre, de manera que Jesús derramó Su alma hasta la muerte en cada gota de Su sangre. Segundo, fue contado con los pecadores: fue crucificado con dos malhechores. Tercero, llevó el pecado de muchos: se convirtió en la ofrenda de pecado por todos nosotros. Cuarto, hizo intercesión – oró por los transgresores: lo hizo desde la cruz cuando dijo:
«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.» En realidad lo que decía era: «EI juicio que merecen ellos, déjalo caer sobre Mí.» Y así fue.
Hebreos, capítulo 7 habla de Jesús después de Su muerte, resurrección y ascenso. Nos dice que Jesús es nuestro sumo sacerdote sentado a la diestra de Dios. Porque tiene un sacerdocio inmutable, permanente o intransferible, «es poderoso para salvar hasta lo sumo a los que por medio de El se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos» (Hebreos 7:25).
Cuando estudiamos la vida y ministerio de Jesús, llegamos a una comparación de tiempo bien interesante. Descubrimos que se pasó treinta años en la sombra de una vida de familia perfecta; tres años y medio en un ministerio público dramático; y casi dos mil años en intercesión, oculto al ojo natural. Eso es lo que ha estado haciendo desde que ascendió – intercediendo por nosotros delante del Padre.
Tipos del Antiguo Testamento- Abraham
Creo que los santos que sobresalieron más fueron los que se destacaron más como intercesores, pues eran hombres que estaban más cerca de Dios. El Antiguo Testamento contiene ejemplos de grandes intercesores. Abraham es nuestro primer ejemplo.
En Génesis 18 encontramos al Señor, con dos ángeles, que viene a visitar a Abraham que estaba en su tienda. Abraham mata un becerro y agasaja a sus huéspedes con gran gentileza. Cuando terminaron de comer el Señor se pregunta: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?» El Señor ve a Abraham como a un amigo íntimo con quien compartir Sus pensamientos y Sus planes y le descubre Su propósito: «Por cuanto el clamor contra Sodoma y Gomorra se aumenta más y más, y el pecado de ellos se ha agravado en extremo, descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré» (Gen. 18:20-21).
Abraham estaba muy interesado en Sodoma pues su sobrino, Lot, estaba viviendo allí. Abraham sabía que si el juicio descendía sobre Sodoma, Lot y su familia sufrirían parte de ese juicio.
El relato continúa: «Y se apartaron de allí los varones (ángeles), y fueron hacia Sodoma; pero Abraham estaba aún delante de Jehová (para detenerlo). Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad.
¿Destruirás también y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?» (vs.23-25).
Abraham tuvo valor para hablarle al Señor de esa manera. Sin embargo, Abraham conocía el principio divino tras su argumento que estaba totalmente fuera del carácter de Dios y contrario a Su justicia, dejar que el juicio cayera sobre los justos.
El Salmo 91 :7-8 reitera este principio: «Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará. Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos.» Cualquiera que sea «la recompensa de los impíos» (o su merecido juicio) jamás tocará a los justos. El justo podrá estar en medio de dicho juicio, mil podrán caer a su lado- mas a él no llegará.
Note, sin embargo, que existe una diferencia entre el juicio y la persecución por causa de la justicia. La Biblia dice que los justos sufrirán persecución. La diferencia radica en que el juicio sobre la maldad viene de Dios sobre los impíos; mientras que la persecución por causa de la justicia viene sobre los justos de parte de los impíos.
Abraham se acerca al Señor para recordarle que Su justicia no permitirá que el juicio caiga sobre los justos. Con una audacia santa y una convicción intensa que Dios tiene que ser absolutamente justo, se dispone a discutir con el Señor sobre este principio. «Señor, ¿si hubiesen cincuenta justos en la ciudad, perdonarás al lugar?» El Señor le contesta a Abraham que si encuentra a cincuenta justos que perdonará a la ciudad. «Y si sólo hubiesen cuarenta y cinco, da perdonarías por ellos? A lo que el Señor contesta afirmativamente. Y así va la conversación … cuarenta … treinta … veinte … hasta que al fin Abraham llega a su última propuesta: «Supongamos que sólo haya diez personas justas en toda la ciudad, ¿la perdonarías por causa de los diez? Y el Señor contesta que sí la perdonaría por amor a los diez justos.
¡Esta es una revelación tremenda! Si mis cálculos son correctos, creo que Sodoma era una ciudad grande de no menos de 10.000 habitantes. Por amor a diez entre diez mil personas, Dios estaba dispuesto a perdonar a la ciudad entera. Ese es un promedio de uno entre mil!
Esta misma proporción la encontramos en Eclesiastés 7:28 donde dice: «Lo que aún busca mi alma, y no lo encuentra; un hombre entre mil … «
¡Uno entre mil! La Biblia aparentemente usa esta frase para destacar a un hombre de gran justicia. Dios dijo: «Si logro encontrar en Sodoma a un hombre de gran justicia entre cada mil personas, perdonaré a toda la ciudad. «
¿Podríamos aplicar esta proporción a nuestro país? ¿Cuántos habitantes tiene? ¿Cuántas personas justas se requieren para obtener la misericordia de Dios sobre toda la nación? ¿Es usted uno de ellos?
La intercesión de Moisés
Nuestro segundo ejemplo de intercesores es Moisés.
En el capítulo 32 de Éxodo encontramos la historia de Moisés cuando subió al Monte de Sinaí para recibir el pacto de Dios. Como habían pasado muchos días desde su partida, el pueblo se impacientó y se volvió a Aarón y dijo: «Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya pasado» (v.1) Así que Aarón tomó todos los aretes de oro, los derritió y le hizo un becerro de fundición, alrededor del cual Israel comenzó a danzar y a adorar.
Mientras esto ocurría en el campamento, Dios le habló a Moisés diciéndole: «Anda, desciende, porque tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido. Pronto se han apartado del camino que yo les mandé; se han hecho un becerro de fundición, y lo han adorado, y le han ofrecido sacrificios, y han dicho: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto» (vs. 7-8).
Aún dentro de este tenso momento cuando el destino de Israel se pesaba en la balanza, se refleja una nota de humor en la conversación que sigue entre Dios y Moisés. Cuando Dios le habla a Moisés de Israel los llama «tu pueblo». Sin embargo, Moisés que no está dispuesto a aceptar esa responsabilidad, se la regresa a Dios diciendo: «tu pueblo que tú sacaste … » ¡Ni Dios ni Moisés se querían hacer responsables por Israel en ese momento! Entretanto, al pie de la montaña, Israel continúa danzando frente al becerro ignorando totalmente que su suerte está siendo decidida por este diálogo entre Dios y Moisés.
Entonces Dios declara Su intención de destruir a Israel «Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos y los consuma … » (v. 10). Note que Dios no quería hacer nada sin el consentimiento de Moisés. Es como si hubiese dicho: » ¡Hazte a un lado, Moisés, y déjame que me encargue de este pueblo como lo merecen!» Pero Moisés no se hizo a un lado. Como intercesor, permaneció firme entre Dios y el pueblo.
Finalmente, Dios le dice a Moisés que en él cumplirá la promesa que le hizo a Abraham, a Isaac y a Jacob de hacer una gran nación de sus descendientes. Así le habla a Moisés: «De ti yo haré una nación grande.» ¿No se interesaría el ego de Moisés? ¿Por qué no dejar que Dios comenzara de nuevo haciendo de él una gran nación? Después de todo, este pueblo no había sido más que una carga para él desde que salieron de Egipto. Pero Moisés no reaccionó de esta manera.
Entonces Moisés oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: Oh Jehová, ¿Por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte? ¿Por qué han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó, para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la faz de la tierra? Vuélvete del ardor de tu ira, y arrepiéntete de este mal contra tu pueblo (vs.11-12) El interés de Moisés estaba en la reputación de Dios y no en su propio ego. Él dijo: «Dios, si tú sacas a este pueblo y perecen en los montes, los egipcios van a decir que tenías malas intenciones desde el principio.»
Podemos notar este mismo interés por la reputación de Dios en Números 14: 13-16. El pueblo había provocado al Señor rehusando creer la información positiva que dieron los dos espías sobre la Tierra Prometida, creyendo en su lugar las palabras negativas de los otros diez espías. Dios se enojó tanto por su incredulidad que de nuevo propuso a Moisés su destrucción y hacer de él una nación grande. Pero Moisés le hace ver al Señor que las naciones que habían oído de Su fama pensarían que no había podido meterlos en la tierra y que por lo tanto los había matado en el desierto. En ambas ocasiones, el interés de Moisés no fue su propia reputación o fama sino la gloria de Dios en la tierra.
Al final del capítulo 32 de Éxodo, encontramos la consumación de la intercesión de Moisés. Después de regresar al campamento y de restablecer el orden, Moisés habló al pueblo de la siguiente manera: Vosotros habéis cometido un gran pecado, pero yo subiré a Jehová; quizá le aplacaré acerca de vuestro pecado. Entonces volvió Moisés a Jehová y dijo:
Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito (vs. 30-32).
¡Eso es intercesión! «Dios, ellos se merecen tu castigo; perdónalos. Y si no, Señor, deja que su juicio caiga sobre mí.» El intercesor es aquél que se interpone entre Dios y el objeto de su justa ira. El Salmo 106 da un comentario divino sobre este incidente:
Hicieron becerro en Horeb, se postraron ante una imagen de fundición. Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba. Olvidaron al Dios de su salvación, que había hecho grandezas en Egipto. Maravillas en la tierra de Cam, cosas formidables sobre el Mar Rojo. Y trató de destruirlo, de no haberse interpuesto Moisés su escogido delante de él, a fin de apartar su indignación para que no los destruyese.
Moisés se puso en la brecha que había hecho el pecado del pueblo de Dios y dijo: «Señor, estoy haciendo vallado. Tu castigo no puede llegar a ellos sin que antes caiga sobre mí.»
Números 16 nos da también otro ejemplo de intercesión. Aquí los intercesores son Moisés y Aarón. El Señor había intervenido soberanamente en la rebelión de Coré, Datán y Abiram, haciendo que la tierra se abriera y se los tragara vivos. Pero el pueblo se volvió en contra de Moisés y de Aarón culpándolos por el incidente:
Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado. Entonces tomó Aarón el incensario, como Moisés dijo, y corrió en medio de la congregación; y he aquí que la mortandad había comenzado en el pueblo; y él puso incienso, e hizo expiación por el pueblo, y se puso entre los muertos y los vivos y cesó la mortandad. (vs.46-48).
El lenguaje de este pasaje enfatiza la urgencia de la intercesión. Moisés le dijo a Aarón: «Ve pronto … » Aarón no caminó, sino que «corrió». Cada momento de demora cuesta vidas.
La palabra «mortandad» sugiere algo sumamente contagioso que se transmite por contacto de una persona a otra. Para hacer expiación, como Moisés había ordenado, Aarón tuvo que exponerse deliberadamente a ese contagio, arriesgando su propia vida. Y parado allí, meciendo el incensario, un humo fragante y hermoso se levantó haciendo una línea que dividía entre los muertos y los vivos; y dondequiera que el humo subía del incensario, la mortandad cesaba. Eso es intercesión; ponerse -con resigo de su propia vida- entre la muerte y los que merecen morir, ofreciendo oración ferviente y súplicas, como el blanco humo del incensario hasta que cese la mortandad.
La falta de intercesores
Ezequiel 22:23-31 nos muestra una escena diferente.
Es similar a los últimos dos ejemplos en cuanto presenta los pecados del pueblo de Dios. Sin embargo, es diferente en un aspecto – no había intercesor para ponerse entre el pecado del pueblo y el juicio de Dios.
Vino a mí palabra de Jehová diciendo: Hijo de hombre, di a ella (a la tierra de Israel): Tú no eres tierra limpia, ni rociada con lluvia en el día del furor. Hay conjuración de sus profetas en medio de ella …
Sus sacerdotes violaron mi ley Sus príncipes en medio de ella son como lobos El pueblo de la tierra usaba de opresión y cometía robo, el afligido y menesteroso hacía violencia … y busqué entre ellos hombres que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé. Por tanto derramé sobre ellos mi ira …
Todos los sectores del pueblo habían fracasado – los profetas, los sacerdotes, los príncipes, el pueblo. Cada uno de ellos representa a un cierto elemento de la sociedad. Los «profetas» son los responsables de traer el mensaje directo de Dios, los «sacerdotes» son los líderes de la religión institucionalizada. Los «príncipes» son los gobernadores seculares. Y por último el «pueblo». El orden en que se mencionan estos cuatro elementos es significativo. El proceso de corrupción comenzó con los líderes espirituales; después se corrompió el gobierno secular y finalmente toda la nación resultó afectada. Este ha sido el orden de la corrupción de muchas naciones.
Aunque todos los sectores de la sociedad se habían corrompido, la situación no estaba todavía sin esperanza. Dios buscó a un hombre, un intercesor, para que se pusiera en la brecha e hiciese vallado para que El no tuviera que destruir a toda la nación. Pero porque no pudo encontrar a ninguno, derramó sobre ellos Su indignación y los consumió en el fuego de Su ira. ¡Un solo hombre -un intercesor- pudo haber salvado a una nación entera del juicio final! (¿Nos atreveríamos a -creer que esto también se aplica a nuestra nación?)
El capítulo 59 de Isaías describe uno de los cuadros más terribles de fracaso y de apostasía que hay en las Escrituras. Sin embargo, las personas que se describen allí, son esencialmente gente religiosa. Esta es su confesión:
Porque nuestras rebeliones se han multiplicado delante de ti, y nuestros pecados han atestiguado contra nosotros; porque con nosotros están nuestras iniquidades, y conocemos nuestros pecados: el prevaricar y mentir contra Jehová, y el apartarse de en pos de nuestro Dios; el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de mentira. Y el derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir. Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión; y lo vio Jehová y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho. Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese (vs. 12-16).
Note el clímax: «No había intercesor.» Aún Dios se maravilló de ello. Era la evidencia final y condenatoria de la incredulidad y la indiferencia egoísta en los corazones de Su pueblo.
La necesidad de intercesores
La Biblia revela que el juicio viene en proporción a la luz que se ha dado. Cuanta más luz se tenga, tanto más severo es el juicio que viene. Cuando consideramos los medios por los cuales se difunde la verdad en nuestros días – televisión, radio, libros, cintas, etc. – yo diría que en toda la historia de la raza humana, jamás ha existido una generación sobre la faz de la tierra que haya tenido a su disposición mayor luz espiritual que esta generación.
Dios ha prometido un gran avivamiento para nuestra generación. Para que esto suceda Dios ha puesto un requisito básico: Obediencia. Yo creo en este avivamiento y vendrá si Dios logra encontrar intercesores que detengan Su juicio y apelen a Su misericordia.
Hay cuatro características de todo verdadero intercesor. Primero, como Abraham, un intercesor, debe tener una convicción absoluta de la justicia de Dios; que Dios jamás traerá el juicio que se merecen los impíos sobre los justos. Al mismo tiempo, debe tener una visión clara de la justicia absoluta y de la inevitabilidad del juicio de Dios sobre los impíos.
En segundo» lugar, debe tener un interés profundo en la gloria de Dios, como Moisés, quien dos veces rechazó la oferta de Dios de hacer de él la nación más grande de la tierra. La gloria de Dios era más importante que su reputación personal.
En tercer lugar, un intercesor debe tener un conocimiento íntimo de Dios. Debe ser una persona que pueda pararse delante de Dios y hablar con la mayor franqueza, pero con reverencia.
Finalmente, un intercesor debe ser una persona de gran valor personal. Debe estar preparado si es necesario, a arriesgar su vida, como Aarón que ignoró el contagio de la mortandad para interponerse entre los vivos y los muertos.
No hay llamamiento mayor que el de un intercesor. Cuando usted llega a ser un intercesor, habrá llegado hasta el trono. Los hombres no podrán verlo porque estará fuera del alcance de su vista, tras el segundo velo; pero en el Reino de Dios su vida contará en el tiempo y en la eternidad.
Vino Nuevo Vol 2 #4