Autor Larry Christenson

¿De qué porcentaje de sus oraciones recibe usted respuesta? ¿Del uno por ciento? ¿Del dos? ¿Del cinco? ¿Del diez?

Algunas personas dicen: «Dios siempre contesta la oración: unas veces nos dice que sí; otras veces, que no; otras, que esperemos.» Hay verdad en este modo de expresar tal idea. Y cuando Dios nos dice que no, o que esperemos, ese hecho debe enseñarnos mucho a nosotros como cristianos que somos: en lo relacionado con el rendimiento al Señor y con la paciencia.

Pero cuando la mayoría de nosotros hablamos de las respuestas a las oraciones, nos referimos en realidad a las respuestas que se dan con un sí. Ese es el significado que nos da el sentido común, y es el significado que la Biblia utiliza normalmente:» … porque todas las promesas de Dios son en él Sí, Y en él Amén» (2 Corintios 1:20).

Cuando Jesús animó a sus discípulos para que oraran con persistencia, les quiso decir que oraran para que recibieran un sí como respuesta. Cuando el apóstol Pablo urgió a las congregaciones de Filipos, Éfeso y Calosas para que oraran por él a fin de que tuviera osadía en la predicación del Evangelio, él esperaba que ellos oraran para que la respuesta a la oración fuera un sí. Eso es lo que usualmente queremos decir cuando exclamamos; «Dios contestó mi oración» ¿Pero cuán a menudo podemos decir eso? ¿Cuántas veces Dios contesta sí a nuestras oraciones?

No son muchas las veces cuando nos hallamos en esa posición de poder espiritual en que sabernos que la oración va ser contestada. No son muchas las veces en que vemos que los obstáculos imposibles caen ante el poder invisible de Dios. ¡No son muchas las veces en que nosotros presentamos la necesidad de alguna persona ante Dios con ese sentido de absoluta confianza en que dicha necesidad ha de ser resuelta, y luego así resulta! No son muchas las veces en que nos encontramos orando de modo tan unido con otros creyentes cristianos, que virtualmente podemos ver la respuesta antes que llegue.

Hay un secreto -una verdad básica- que, más que ningún otro, hace que aquellas respuestas en que se nos dice que no o que esperemos se convierten en un sí. Si estamos dispuestos a aprender y a poner en práctica esta verdad, veremos un dramático crecimiento en el porcentaje de las oraciones para las cuales recibimos como respuesta un sí.

No es un método fácil. Los métodos de Dios raras veces lo son. Y, sin embargo, es lo que más se acerca a un atajo en la vida cristiana. Por supuesto, realmente no hay atajos. Pero hay desvíos lodosos que pueden evitarse. Cuando uno evita un desvío innecesario, al efecto que le causa es el mismo como sí hubiera descubierto un atajo. Uno pasa al lado de algunas piedras de tropiezo y de algunos sitios de titubeo. Se escapa de dificultades y errores que se comen gran parte del tiempo y de la energía de que disponemos como cristianos.

Consideremos las siguientes cinco claves para lograr la respuesta a la oración.

  1. Pensar con los pensamientos de Dios.

Muchas de nuestras oraciones fallan precisamente en la plataforma de lanzamiento, porque comenzamos con nuestros pensamientos y no con los pensamientos de Dios. Se nos presenta una situación, y de una vez caemos sobre ella con los arpones de la razón humana.

Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que Él tenía que subir a Jerusalén a sufrir y a morir, Pedro lo reprendió diciéndole: «Señor, ten compasión de tí; en ninguna manera esto te acontezca» Pero Jesús le contestó ¡»Quítate de delante de mí, Satanás!, me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.» En griego, este versículo se lee literalmente: «Ponte detrás de mí. ¡Satanás! Tu me eres piedra de tropiezo, porque no piensas como Dios, sino como hombre» (Mateo 16:23). No es suficiente pensar con respecto a una cosa que necesita nuestra oración’. Tenemos que pensar en ella en la manera en que Dios piensa de ella.

Los pensamientos de Dios iban más allá del sufrimiento que Jesús hallaría en Jerusalén, más allá del rechazamiento y la humillación, más allá de la cruz y la tumba. Los pensamientos de Dios estaban adelante en la resurrección, la ascensión triunfante, el derramamiento del Espíritu Santo, la segunda gloriosa venida de Cristo, y el reino que Él ha de establecer sobre la tierra.

La respuesta de Pedro, típica de la respuesta que es meramente humana, tenía la vista corta. El vio el problema inmediato, pero no esperó lo suficiente para descubrir cómo cuadraría ese problema en el pensamiento total de Dios. El saltó en el acto y cercó el problema con un ejército de pensamientos reclutados en el patio de su propia razón humana.

«Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos dijo Jehová. Como son más altos los cielos de la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8,9). Para poder pensar como Dios piensa, tenemos que estar preparados para ir más allá de los límites del mero pensamiento humano. Esto no significa que llegamos a ser necios o ilógicos. Significa que sometemos nuestros pensamientos a una sabiduría superior a la razón humana. En vez de estar restringidos por una visión corta, que sólo ve la situación inmediata, comenzamos a pensar en la forma como Dios piensa.

Esto tampoco significa que veamos y entendamos una situación plenamente, como Dios la comprende. En efecto, cuando nosotros comenzamos a pensar como Dios, usualmente no vemos su plan total. Sólo tenemos un pensamiento que nos guía a lo largo de una dirección específica. Lo importante es que sea el pensamiento de Dios, y que nosotros lo sigamos. Cuando lo hagamos, Dios nos revelará más de sus pensamientos.

Pero, ¿cómo? Esa es una pregunta crítica. ¿Cómo podemos pensar con los pensamientos de Dios, de tal modo que obtengamos más respuestas a nuestras oraciones? Por supuesto, sabemos que Dios nos ha dado una norma como única revelación: la Biblia. Pero, ¿cómo aplica Él Escritura a las circunstancias específicas de nuestra vida diaria? Sabemos, por ejemplo, que El quiere que en la Iglesia todos crezcamos «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4: 13). Pero precisamente, ¿cómo, en esta iglesia, en este tiempo?

Un pastor bautista en el sur de Inglaterra había sentido que Dios quería que su congregación se apartara de las actividades normales durante un mes, durante el cual los miembros debían pasar el tiempo en oración, en busca de la voluntad de Dios para la congregación. El sabía, sin embargo, que tal pensamiento hubiera podido ser simplemente su propio pensamiento humano, aunque parecía piadoso y espiritual. De modo que le pidió al Señor que confirmará ese pensamiento, si realmente era de El.

Poco después, uno de los diáconos de su iglesia fue a consultar con él y le dijo: «Pastor, he tenido un pensamiento sumamente extraño. No pue­ do sacarlo de mi mente; por ello pensé que debía decírselo a usted. Probablemente sea extravagante, pero se lo diré: que suspendamos todas las actividades durante un mes más o menos, y que empleemos ese tiempo sólo esperando en el Señor. Como le digo, probablemente sea una idea exagerada … «

Cuando los pensamientos de Dios nos llegan, a menudo parecen al principio imposibles o irrazonables. Como Pedro, nuestra tendencia natural es la de rechazarlos. Pero si esperamos o estamos alerta, Dios nos confirmará su pensamiento. Uno de los métodos en que El hace esta confirmación consiste en poner el mismo pensamiento en dos o más personas.

Los pensamientos de Dios rara vez se relacionan con nosotros solamente. El piensa en nosotros en relación con otros, especialmente con nuestros hermanos en Cristo. De modo que, si usted cree que Dios le está emitiendo un pensamiento, abra los ojos y los oídos para saber si El les está diciendo lo mismo a otros. Es uno de los modos más seguros en que El nos confirma su Palabra. Y es un primer paso gigante hacia el logro de la respuesta a nuestras oraciones. Jesús dijo:» … si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos» (Mateo 18: 19). No es el hecho de que nos pongamos de acuerdo en nuestros pensamientos el que nos trae la respuesta a la oración , sino el estar de acuerdo con los pensamientos de Él.

Esa es nuestra primera clave para lograr respuesta a nuestras oraciones: Pensar con los pensamientos de Dios.

  1. Sentir las emociones de Dios

El drama musical 1776 tiene una escena en que se lee un comunicado de Jorge Washington al Congreso Continental. El describe la situación desesperada de la causa americana y el desánimo de las tropas; el concluye con estas palabras: «¿No hay nadie allí? ¿Nadie se preocupa? Todo el drama gira en torno a la lucha de los hombres de Congreso Continental por elevarse sobre sus mezquinos sentimientos personales, para unirse, de corazón y alma, en la causa de la independencia norteamericana. Una gran causa tiene que estar ligada a una emoción común si ha de tener éxito.

Día tras día, el gigante Goliat se pavoneaba para arriba y para abajo ante los ejércitos de Israel, burlándose de ellos, desafiándose a la batalla. Los hombres de Israel temblaban, ninguno se atrevía a aceptar el desafío del gigante.

Cuando el joven David oyó el desafío del gigante, su corazón se llenó de furor. El sintió dolor de que los ejércitos del Señor fueran ridiculizados con tantos insultos. Se sintió indignado y celoso por el honor del Señor.

«Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina -llamó al gigante y le dijo-; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado, Jehová te entregará hoy mismo en mi mano» (1 Samuel17 :45, 46).

El corazón de David estaba lleno de los sentimientos de Dios. No había lugar para el temor que había inmovilizado a los hombres de Israel.

Nuestras oraciones carecen de poder porque muy a menudo están atadas e inmovilizadas por nuestras propias emociones. No reflejan los sentimientos de Dios.

¿Nos sorprende pensar que Dios tenga sentimientos? La Biblia afirma eso de una manera sumamente clara. Dios es de corazón tierno y compasivo. Él se entristece, siente dolor por su pueblo. Dios se enoja, El odia el pecado y la perversidad.

Además, las personas y los ángeles comparten la emoción de Dios. Jesús lloró por Jerusalén. Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente. Cuando Nehemías oyó acerca de la desolación de la santa ciudad de Jerusalén, se sentó y lloró durante días.

Dios no toma en serio a aquéllos que no comparten con El sus sentimientos. «Este pueblo de labios me honra, más su corazón está lejos de mí» (Mateo 15 :8). Si han de ser contestadas nuestras oraciones, no sólo debemos pensar como Dios, también tenemos que sentir como El.

Cuando hablamos de pensar con los pensamientos de Dios, vimos que es importante esperar señales que se puedan ver en otros cristianos. Dios a menudo confirma algo poniendo el mismo pensamiento en más de una persona. Esto es aún más cierto con respecto a los sentimientos de Dios. Nunca podremos aprender a sentir la emoción de Dios por nuestra propia cuenta.

La emoción, por su misma naturaleza, tiende a ser una experiencia compartida. Si usted siente una emoción, es casi imposible mantenerla dentro de usted mismo. Aún si usted tratara de mantenerla, los que lo conocen mejor pueden descubrirla. «¿Mira que te pasa? Hoy tú no eres el de siempre.» o tal vez le digan: «Tienes una apariencia como la del gato que se tragó el canario. ¿Qué te pasa? Cuando usted siente algo, tiende a comunicárselo a otros.

Por otra parte, cuando otros sienten algo, usted lo obtiene de ellos. ¿Se le ha pegado a usted alguna vez el mal humor de otra persona? Usted comenzó el día feliz y con confianza, pero luego se le metió una cara larga de pesimista, y toda la disposición para el día toma una apariencia sombría. 0, tal vez, usted pudo haber estado traqueteando con sólo dos pistones hasta que un muchacho de ojos brillantes irrumpió en su cuarto, derramando entusiasmo por todos lados, y de repente usted se halla animado.

La emoción es contagiosa. Esa es la razón por la cual el escritor de la Epístola a los hebreos le dice a su pueblo que no descuiden la reunión donde puedan estimularse el amor y a las buenas obras, donde pueden animarse unos con otros (Hebreos 10:24,25).

Cuando nos metemos en ambientes no cristianos, o nos reunimos en ellos, los sentimientos que tienden a expresarse son los nuestros. Aun cuando nos reunimos como cristianos, muy a menudo damos simplemente rienda suelta a nuestros propios sentimientos. Necesitamos ser sensibles para los sentimientos de Dios y expresarlos. Porque lo que expresamos se difunde entre otros.

Un funcionario de una iglesia anglicana dijo que la más prometedora esperanza de paz para Irlanda del Norte eran los grupos de oración de tipo carismático inter-denominaciones religiosas, los cuales unían a protestantes y católicos. Tres muchachas protestantes de un barrio de Belfast fueron a un barrio católico por la noche, para asistir a uno de estos grupos de oración.

¿-No comprenden ustedes que pudieran ser asesinadas? – les preguntaron personas católicas.

-Hemos pensado en eso con detenimiento -contestaron las muchachas,- y estamos dispuestas a dar nuestras vidas por ustedes.

Ellas hubieran podido dejar que sus corazones se llenaran de la amargura y la desconfianza que las rodeaba. Hubieran podido haber dado lugar al temor y a la incertidumbre. Pero ellas permitieron que Dios colocara la emoción de El en los corazones de ellas, la tristeza que El siente por el hecho de que su pueblo se halla separado por el odio y la amargura, el amor que El siente hacia aquéllos que pertenecían a «ellos», pero que sin embargo, eran hijos de Él. Y cuando ellas expresaron este sentimiento, los muros del prejuicio comenzaron a derrumbarse.

Esta es nuestra segunda clave: Si queremos que nuestras oraciones sean contestadas, tenemos que sentir la emoción de Dios.

  1. Desear el plan de Dios.

Usted puede pensar con los pensamientos de Dios, y sentir las emociones de Dios, sin embargo, todavía estar en periferia como observador. Este es el paso del sometimiento personal. Es allí donde los pensamientos y los sentimientos de Dios llegan a ser su preocupación personal. Usted no sólo sabe lo que Dios – sabe y siente lo que El siente, sino que quiere lo que Dios quiere.

«Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios; que habitar en las moradas de maldad» (Salmo 84:10) David hubiera rendido todos los honores terrenales y aceptado la posición más baja en la casa de Dios. Tan intenso era su deseo de estar con Dios. Nótese que David contrastó una vida en las moradas de maldad con una vida en la casa de Dios. El deseo por el plan de Dios aumenta sólo cuando nosotros abandonamos nuestro deseo por algún otro plan. Para poder desear el plan de Dios, tenemos que estar listos a sacrificar cualquier cosa que esté en el camino de ese plan.

Muchas de nuestras oraciones quedan sin respuesta por el hecho de que tratamos de servir a Dios u obedecerle sin desear realmente su plan. Sentimos cierta obligación hacia Dios, por tanto, damos un poquito y hacemos un poquito. Pero no nos preocupa profundamente si de ello se logra algo o no. Tan pronto como hemos cumplido nuestro deber, podemos volver a aquello que realmente deseamos, que es nuestro propio plan, nuestra propia vida a nuestra manera.

Necesitamos estar tan completamente envueltos en los planes de Dios que, si ellos caen, nosotros caemos con ellos. Necesitamos llegar a ser sensibles hasta comprender cuáles son las cosas que Dios quiere que sometamos, a fin de que Él pueda encender en nosotros en deseo por su plan. La expresión «Venga tu reino» tiene que llegar a ser más que una frase aprendida de memoria. Tiene que llegar a ser una pasión que consume nuestras vidas.

Loren Cunningham, fundador de la organización Juventud con una Misión (Youth With a Mission), cuenta cómo Dios le indicó un nuevo campo de ministerio que económicamente era imposible emprender. Pero cuando él comprendió que ese era el pensamiento de Dios, y no el suyo propio, comenzó a sentir la emoción de Dios en ello, descubrió que cada vez le era más difícil descartar tal ministerio.

«Señor, ¿qué es lo que Tú quieres que hagamos?» Preguntó él.

«Dad todo -contestó Dios- Todo, hasta quedar sin nada.»

Cuando ellos dieron cuanto tenían, y quedaron sin nada, comenzaron a desear este plan con todo su corazón y alma. Y fue entonces cuando Dios comenzó a contestar sus oraciones en forma milagrosa. Para poder lograr respuesta a nuestras oraciones, tenemos que desear el plan de Dios, tenemos que sacrificar todo lo que esté en el camino de ese plan.

Esta es nuestra tercera clave para lograr respuesta a nuestra oración: Desear el plan de Dios.

  1. Hablar las palabras de Dios.

Pensar, sentir, desear; pensamos que estas expresiones son esencialmente silenciosas, aunque, como lo hemos visto, envuelven un sometimiento real. Pero en nuestras oraciones llegamos a un punto en que tenemos que hablar. Tenemos que declarar las palabras de Dios para alguna situación en particular. Tenemos que colocar nuestra fe en línea.

Dios pensó con respecto a un mundo; El deseó un mundo. Pero el mundo llegó a existir sólo cuando Dios habló.

Jesús pensó en levantar a Lázaro, aún antes de llegar a Betania, donde Lázaro había muerto. El experimentó la emoción de Dios junto a la tumba, y lloró, pues El dijo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre» (Juan 5: 19). Él sabía que el plan de Dios era que Lázaro fuera resucitado, y El deseó ese plan. Pero Lázaro permaneció en la tumba hasta que Jesús clamó: «¡Lázaro, ven fuera»! La palabra hablada energiza los planes de Dios.

¿Por qué tantas de las oraciones que pronunciamos quedan sin respuesta? ¿Por qué nuestras peticiones se derraman en torrentes, mientras que las respuestas a nuestras oraciones regresan por gotas? Porque hablamos nuestras palabras en vez de hablar las palabras de Dios.

Nuestras palabras pueden expresar sólo un deseo o una esperanza. Las palabras de Dios expresan una intención divina que Dios respaldará. «Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra … y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquéllos para que la envié» (lsaías 55 :10, 11). Si queremos que nuestras oraciones sean contestadas, tenemos que llegar al punto en que no hablamos nuestras palabras, sino palabras de Dios; en que las palabras de nuestras oraciones en la tierra son un eco de las palabras que Dios ya ha hablado en el cielo. Jesús dijo: » … nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo» (Juan 8: 28). Esa fue la razón por la cual sus oraciones fueron tan efectivas. El habló las palabras de Dios.

Hablar las palabras de Dios, por supuesto, es algo que está estrechamente relacionado con pensar con los pensamientos de Dios, pero no es lo mismo. La acción de pensar con los pensamientos de Dios se realiza quietamente dentro de nosotros. Nuestro deseo por el plan de Dios puede ser un sometimiento bastante privado. Pero cuando hablamos las palabras de Dios, el sometimiento llega a ser público. y esto presenta dos peligros opuestos e iguales.

Por una parte, estamos en peligro de hablar sólo lo que deseamos o ambicionamos. Por otro lado, tememos que pudiéramos no estar hablando las palabras de Dios y, por lo tanto, nos callamos y no decimos nada. ¿Cuál es la solución para este dilema?

San Pablo dice: «Asimismo, los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen» (1 Corintios 14:29). El profeta pudiera estar hablando la palabra de Dios según su mejor comprensión. Pero es posible que no haya obtenido el mensaje completo, o que no lo haya comprendido plenamente. De modo que sus palabras son pesadas por otros. Si queremos aprender a hablar las palabras de Dios tenemos que estar dispuestos a someter nuestras oraciones y pronunciamientos a la evaluación y corrección de nuestros hermanos.

Eso significaría una radical revaloración de toda nuestra actitud hacia la, oración. Si una persona hace una declaración falsa o mal fundada en una discusión, se le llama la atención. Pero si alguno hace lo mismo en la oración, nos lo tragamos con un silencio piadoso. Hablar las palabras de Dios no es algo fácil. ¿De dónde sacamos la idea de que podemos hablarlas sin siquiera aceptar algo de ayuda, corrección, o dirección? Si queremos hablar la palabra de Dios, tenemos que estar dispuestos a entrar en la escuela de la oración, en el sentido literal de este término. Por medio de la ayuda y de la corrección de otros hermanos, podemos aprender a distinguir la palabra de Dios. Entonces lo que digamos no serán puras palabras que se quedan en el aire, sino poder que libera.

Esta es nuestra cuarta clave para lograr respuesta a nuestra oración: Hablar la Palabra de Dios.

  1. Hacer las Obras de Dios.

Si hemos comenzado pensando con los pensamientos de Dios, y seguimos hablando sus palabras, ¡hay posibilidad de que quedemos atrapados en una situación imposible! Y es allí donde muchas respuestas a las oraciones se pierden. Vemos la situación imposible y oprimimos el botón del pánico. «¡Tuve que haber hecho un error en alguna parte! ¡Esto es imposible!» La tragedia consiste en que cuando se llega a este punto, la oración es tan buena como si estuviera contestada., Lo único que se necesita ahora es que hagamos lo posible, y confiamos que Dios haga lo imposible.

Lo «posible» puede ser alguna clase de sometimiento de nuestra parte, que no es suficiente para que se realice todo, pero que estamos en capacidad de hacerlo completamente. Esa es la historia del muchacho que tenía los cinco panes y los dos peces. Lo único que era posible para él era dárselos a Jesús. Pero eso era lo único que Dios necesitaba para realizar el milagro. «Hacer las obras de Dios» significa hacer todo lo que es posible y confiar que Dios ha de hacer lo demás.

Esta es nuestra quinta clave para lograr respuesta a nuestra oración: Hacer las obras de Dios.

Pensar con los pensamientos de Dios …

Sentir la emoción de Dios Desear el plan de Dios … Hablar la palabra de Dios Hacer las obras de Dios …

¿Qué es lo que hace todo esto? Jesús lo dijo del siguiente modo: «No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente.» (Juan 5: 19)

El secreto para lograr respuesta a la oración está en descubrir qué es lo que Dios está haciendo, y hacer lo mismo.

Este artículo ha sido tomado de1 libro «La Mente Renovada» de Larry Christenson. publicado por Editorial Betania; y publicado en la revista Vino Nuevo Vol 2 #4.