Autor Ern Baxter

La comunión con el Padre es nuestro patrón para la oración constante.

Jesús, el Cristo, fue el único hombre perfecto que jamás haya vivido. Fue un hombre modelo, el Hijo singular de Dios. La madurez de Su humanidad fue un proceso que consistió en la obediencia sin rodeos a la voluntad de Dios. En el lado humano, esa relación se hizo posible y se mantuvo, a través de la oración (Heb.5 :7,8). «Habiendo sido perfecto, vino a ser autor de eterna salvación.» El Hombre Redentor cumplió con la tarea que Su Padre le había encomendado por medio de la obediencia y nos dejó un «ejemplo para que siguiéramos sus pisadas» (1 Pedro 2 :21). Ya que la oración fue una parte tan importante en su perfeccionamiento, es esencial que nosotros que «avanzamos hacia la madurez» (Heb. 6: 1) consideremos la vida de oración de nuestro Ejemplo. Si logramos determinar el lugar que ocupó la oración en Su vida aprenderemos algo del propósito de la oración.

Comenzó con oración 

Jesús fue criado en un hogar devoto; de su madre María y de José se dice que cumplían «con todo, conforme a Ley del Señor».  (Lucas 2:39). En esta atmósfera «el niño continuaba creciendo, fortaleciéndose, y aumentando en sabiduría; y la gracia de Dios era sobre El» (Lucas 2:40). El siguiente versículo muestra la consistencia de los padres del Señor en su devoción para las cosas de Dios diciendo que «sus padres acostumbraban ir a Jerusalén todos los años a la fiesta de la Pascua.» De manera que, en los años antes de Su ministerio, nuestro Señor disfrutó de un hogar donde se apreciaba extraordinariamente a Dios y a Su palabra. Su ministerio público comenzó con el bautismo de Juan (Lucas 3:21-22). Leemos que en Su bautismo «aconteció que cuando todo el pueblo fue bautizado; Jesús también fue bautizado; y mientras El oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre El en forma corporal, como una paloma, y salió una voz del cielo que decía: «Tú eres mi Hijo amado, en ti estoy muy complacido.» Así se introdujo el ministerio de Jesús: sujetándose al bautismo y en comunión con Dios en oración. La oración ocupó un lugar prominente desde el comienzo de Su ministerio. En esta ocasión el resultado de Su obediencia y de Su comunión con el Padre, fue una serie de acontecimientos muy significativos. «El cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió … Y salió una voz del cielo,» reconociendo a Jesús como al «Hijo amado» de Dios.

La oración se convirtió en el patrón para Su vida; no sólo en el comienzo de Su ministerio, sino en su totalidad. Toda empresa que el cielo había ordenado fue sumergida en la oración desde el comienzo hasta la conclusión. Su ministerio comenzó con la oración y, en el aspecto mortal, concluyó con Sus oraciones desde la cruz. Su vida entera estaba bañada en oración.

Constantemente en oración   

Cristo, en los días de su carne, cuando ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas a Aquél que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su piedad, y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen. (Heb.5:7-9).

Consideraremos varios pasajes bíblicos sobre la vida de oración de nuestro Señor, pero éste en particular nos servirá para damos una idea general de Sus razones para orar, la inclusión de las cosas por las que oraba y la manera en que Sus oraciones fueron finalmente contestadas. Se nos dice que «Jesús el Hijo de Dios» no es «un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino que ha sido tentado en todo como nosotros pero sin pecado». (Heb. 4:15).

Aquí podemos ver la razón personal por la vida de oración de nuestro Señor. Como hombre, sujeto a las tentaciones de toda criatura, encontró la fuerza para resistir la atracción de estas tentaciones, manteniendo una relación constante con el Padre en la oración. Es por eso que el escritor de Hebreos nos urge a «acercamos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para ayuda en tiempo de necesidad» (Heb. 4: 16).

Si continuamos leyendo en el capítulo cinco, encontraremos que la oración era una práctica constante de nuestro Señor «en los días de su carne» (Heb. 5 :7). Esta frase es traducida de varias maneras por algunos: «en los días de Su vida terrenal» (TCNT) – «durante Su vida terrenal (Weymouth) y «durante Su vida mortal» (Vincent). La indicación es que oró mucho durante Su vida, porque la oración es una necesidad esencial para que los mortales caminen victoriosamente sobre el pecado.

A menudo se cita Hebreos 5:7 para referirse específicamente a las oraciones del Señor en el huerto de Getsemaní. Sin embargo, como hemos visto, estas oraciones fueron ofrecidas «durante Su vida terrenal» que incluía, por supuesto, las oraciones de Getsemaní. Sus oraciones eran llenas de emoción «con gran clamor y lágrimas.»

La intensidad de Sus emociones se destaca en otras traducciones como «violento clamor y lágrimas» (Rotherham); «en oraciones desesperadas y en agonía de lágrimas» (J. B. Phillips). La razón por la vehemencia de Sus oraciones se describe en la frase que sigue donde dice que fueron ofrecidas a «Aquel que podía librarle de la muerte.»

El escritor continúa diciendo que «fue oído a causa de su piedad (temor reverente)». Es aparente que si nuestro Señor oró a «Aquel que podía librarle de la muerte y fue oído,» entonces ser «librado de la muerte» no significaba ser librado del Calvario, porque de cierto murió en la cruz. La aparente contradicción, sin embargo, parece resolverse si traducimos literalmente el pasaje de esta manera: «de adentro para afuera de la muerte.» Esto significaría que nuestro Señor oraba para que fuese «sacado ileso desde adentro de la muerte hacia el interior de una nueva vida.» Indudablemente que las oraciones de Getsemaní están incluidas, pero la naturaleza general de la totalidad del pasaje señala los tiempos de oración de nuestro Señor cuando se enfrentaba triunfantemente a la tentación, cualificándolo así como hombre perfecto y Salvador nuestro y capacitado para experimentar la muerte y ser librado desde adentro de la muerte. Él no hubiera sido librado «de adentro para afuera de la muerte» si no hubiera «orado a través» de la tentación emergiendo de cada confrontación «sin pecado.» Habiendo caminado con éxito en Su mortalidad, libre de pecado, pudo experimentar «la victoria sobre la muerte, el fruto del pecado.»

Nuestro Señor sabía que para ser el Salvador de los hombres, tenía que caminar sin pecado. Esta condición sin pecado la derivó de Su constancia en la oración, en la comunión con el Padre y en la obediencia a la revelación de la voluntad del Padre. Y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen.» Para poder cumplir Su destino como «fuente de eterna salvación» le fue necesario mantener una vida de oración consistente y muchas veces, debido a la intensidad de la confrontación, «ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas.» ¡Alabado sea Dios! pues «fue oído» y el resultado no fue sólo su triunfo personal, sino que se convirtió en nuestro Salvador y ejemplo de cómo disfrutar de una vida victoriosa.

Debemos observar la razón por la que fue oído. «Fue oído a causa de su piedad (o temor reverente)». La palabra significa «actuar con cautela, tener cuidado,» «La imagen de la palabra es de un tomar cauteloso y de un manejo cuidadoso y respetuoso … Cristo, en Su oración tomó en cuenta todas las cosas, no sólo Su deseo, sino la voluntad de Su Padre» (Vincent). Quería ser librado de la muerte, el fruto del pecado, por lo tanto, Su vida mortal consistió en la oración y la obediencia. La manera en que el Padre lo salvaría desde adentro de la muerte, pendía de la voluntad del Padre. El haría Su parte y sabía que el Padre haría la Suya. El Padre le oyó y le respondió, tanto en la vida como en la resurrección, por Su «temor reverente.» La traducción de Dean Alfred en este punto es muy interesante: «habiendo sido oído por causa de Su reverente sumisión.» Gracias a Dios que fue oído durante Su vida terrenal y cuando se sometió al Calvario, pues Dios lo levantó de los muertos.

La oración- lo más importante para el Señor 

La oración tenía prioridad sobre Su vida social. «Y después que hubo despedido a la multitud, subió solo al monte, a orar; y cuando ya era de noche, estaba allí solo» (Mat. 14:23).

Cuando analizamos esta figura, vemos a nuestro Señor apartándose de las relaciones normales y legítimas de la vida social para darle prioridad a la oración. No sólo despidió a la multitud, sino que en el versículo 22 dice que «hizo que los discípulos entraran en la barca y fueran delante de El a la otra orilla.» ¡Tenía que orar! Estaba pasando por una crisis pues la multitud y Sus discípulos querían hacerlo la clase de rey que El no había venido para ser. Tenía que hablar con el Padre sobre este asunto y por lo tanto tenía que prescindir de la sociedad de amigos y discípulos íntimos. Tan deseable como hubiera sido, después de un largo día, pasar tiempo en el trato social con los que estaban más cerca Suyo, la oración requería el primer lugar.

La salida para la humanidad menos disciplinada hubiera sido probablemente tratar de olvidar los problemas en la sociedad de los amigos, o en la intimidad de algunos de Sus discípulos para discutirlo. Seguramente que todos nosotros preferiríamos esta forma de tratar con nuestros problemas. Tal vez haríamos otra cosa cualquiera antes que orar por la crisis que confrontamos. Pero en nuestro Señor la oración ocupaba un lugar de prioridad sobre Su vida social, y cuando se enfrentaba a una crisis, se abstenía del alivio placentero que se encuentra en las relaciones sociales, para buscar el rostro del Padre.

La oración tenía prioridad sobre Su descanso físico. «Y cuando ya era de noche, estaba allí solo … » (Mat. 14:23).

En el versículo 25 dice que vino a Sus discípulos «durante la cuarta vigilia» que sería entre las 3 :00 y las 6 :00 AM. Asumiendo que comenzaba a orar alrededor de las 7: 00 P.M. eso significaría que había pasado entre nueve y diez horas de la noche en oración. En Lucas 6: 12 dice que «en esa ocasión … se fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios.» En Marcos 1 :35 dice que «muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, se levantó, y salió, y se fue a un lugar solitario, y allí oraba.» Vemos que el Señor se negaba a Sí Mismo el descanso físico cuando tenía necesidad de oración.

La oración tenía prioridad sobre el apetito.» … Rabí, come. Pero Él dijo: Tengo para comer una comida de la cual no sabéis … ¿Le habrá traído alguien algo de comer? … Mi comida es hacer la voluntad del que me envió … » (Juan 4:31-34).

La voluntad de Dios, incluyendo la oración, era a veces más importante que el alimento. No hay nada malo en la vida social, el descanso físico, o la alimentación, pero en la vida de nuestro gran Ejemplo todas estas cosas legítimas tomaron un segundo lugar cuando la voluntad de Dios demandaba su prioridad más elevada. De manera que el comer, que es un aspecto legítimo, constante y para disfrutar, de la vida física, era a menudo olvidado para responder a una prioridad más alta. No estamos infiriendo con esto que era una penalidad, pues nuestro Señor dijo: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado.» El ejemplo que El nos dio es el de una vida y una satisfacción más elevadas: una vida dedicada a hacer la voluntad de Dios. Siempre ha sido el testimonio de los siervos devotos de Dios que el poner la voluntad de Dios sobre todas las otras cosas ofrece invariablemente la satisfacción más grande que se pueda experimentar.

Nuestro Señor oraba cuando no era popular  

(Los escribas y los fariseos) se encendieron de ira y discutían entre sí qué podrían hacerle a Jesús. Y aconteció en esa ocasión que Él se fue al monte a orar, y pasó toda la noche orando a Dios (Lucas 6:11,12).

El Señor oraba cuando era popular y ante el éxito y cuando no lo era y frente a los diseños maléficos de Sus enemigos. Jamás pudo haber confrontado la ira y la furia de los que estaban planeando Su muerte sin la ayuda divina. Sus oponentes religiosos inspirados por Satanás componían un adversario temible capaz de vencer a Su humanidad sin ayuda. Él no podía enfrentarse a esos poderes de las tinieblas en Su propia fuerza; no lo haría ni lo hizo. En medio de este riesgo, Jesús se dirigió a la fuente de Su fuerza y dirección y pasó toda la noche orando.

Otra vez el ejemplo es obvio. Si Él, el Hombre Perfecto, con toda Su naturaleza funcionando en perfecta obediencia a Dios, no intentó enfrentarse a la furia combinada de Sus enemigos sin orar intensa y prolongadamente, cuánto más nosotros, que nos movemos desde una posición de naturaleza humana en proceso de reestructuración, necesitamos pasar mucho tiempo en la presencia del Padre para que nos capacite a resistir la furia y la ira de nuestros enemigos satánicos que intentan destruirnos. No cabe aquí intentar ninguna bravuconada falsa, sino una evaluación sobria y sana de nuestra limitada capacidad. Sin El nada podemos hacer. Ciertamente que sin El no podremos resistir a los poderes de las tinieblas en orden de batalla contra nosotros.

Nuestro Señor oró cuando tenía gozo  

En aquella misma hora Él se regocijó mucho en el Espíritu Santo, y dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, que ocultaste estas cosas a los sabios y a los inteligentes, y las revelaste a niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado (Lucas 10:21).

La vida es compleja y variada y consiste de muchas situaciones con su correspondiente desgaste emocional y reacciones de carácter. Probablemente no nos es difícil orar cuando no somos populares o cuando estarnos sufriendo o pasando por una crisis, pero a lo mejor ni pensamos en hacerlo cuando todo marcha bien. Nuestra inclinación es la de compartir nuestras cargas con el Padre, pero pocas veces lo incluimos a El cuando celebramos nuestro gozo. Cuando Jesús vio que Sus discípulos regresaban alegres por la operación de la autoridad divina en sus vidas, respondiendo a Su enseñanza, Su corazón se emocionó. En medio de Su gozo El se vuelve al Padre para expresarle en oración Su alegría por lo que estaba viendo en Sus discípulos y por Su deleite al ver el principio de operación del Padre de ocultar las verdades divinas de los orgullosos, los altivos, los sabios y los hombres de inteligencia mundana y de religión sin vida y revelárselas a hombres que según la medida del mundo eran «niños.»

La ocasión de que hombres corrientes y sin letras como Pedro y Juan, más familiarizados con barcas y redes de pescar y con un vocabulario tosco, popular y limitado, fueran los recipientes de la revelación divina, fue causa de gran gozo para nuestro Señor.

Se va haciendo obvio cuando consideramos los hábitos de la vida de nuestro Señor, que cada una de sus áreas estaba cubierta por la oración. El compartió la totalidad de Su vida con el Padre, abriéndose delante Suyo para Su escrutinio, ajuste y recepción.

Nuestro Señor oraba cuando sufría  

Y estando en agonía, oraba con mucho fervor; y su sudor se volvió como gotas de sangre, que caían sobre la tierra (Lucas 22:44).

Ya nos referimos a las oraciones agonizantes de Getsemaní. El pasaje en Hebreos 5 deja claro que el sufrimiento es esencial para el desarrollo del carácter cristiano. Si nuestro Señor aprendió obediencia por las cosas que sufrió, entonces seguramente nosotros que estamos «predestinados a ser conformados a Su imagen» (Rom. 8) debernos esperar que surjan en nuestras vidas las mismas situaciones que edificarán nuestro carácter. Podremos resistir estas pruebas y confrontaciones divinas en favor de nuestra madurez, únicamente como lo hizo él- pasando mucho tiempo en oración. Es en la oración que el Padre puede darnos la fuerza para resistir y la comprensión del por qué del sufrimiento. Solamente en la oración podremos incorporar a nuestras vidas las lecciones que debernos aprender para que se conviertan en parte de nuestro carácter.

En la oración mantenernos la ternura y la sensibilidad de espíritu que nos facilitan apreciar la intención divina en las pruebas que han sido diseñadas para fortalecer nuestra fe.

Nuestro Señor oraba en la crisis

. . . y pasó toda la noche orando a Dios. Y cuando se hizo de día llamó a sí a sus discípulos, y escogió doce de ellos … (Lucas6:12,13).

Nuestro Señor mantenía una actitud de oración constante y parece que era un hábito el pasar toda la noche orando. Es obvio que cuando tenía que hacer decisiones críticas, oraba con intensidad. Cuando escogió a los doce que serían el fundamento de la nueva orden, pasó toda la noche orando y al día siguiente escogió a los doce a quienes dio también el nombre de apóstoles. Sin duda que el Señor ya había observado a los discípulos y personalmente sentía atracción con quienes quería entablar una relación especial. Sin embargo, el no dependió únicamente de Su propio juicio y evaluaciones, sino que las presentó al Padre en toda una noche de oración buscando la aprobación divina. Es aparente que de ese tiempo de relación íntima con el Padre, El salió con la confirmación en Su mente de quiénes debería escoger.

Es de suma importancia que sigamos a nuestro Señor en este punto. Las decisiones críticas pueden tener efectos de largo alcance. ¿Cuántas veces hemos hecho decisiones rápidas, sin pensarlas y ciertamente sin ponerlas en oración, sólo para lamentar más tarde la decisión hecha y sufrir los resultados continuos de nuestra acción precipitada? A menudo las demandas de una crisis nos ponen en un estado de recelo y de temor que ciertamente no es el estado mental y emocional propicio para hacer una decisión. Nuestro Ejemplo nos enseña que un período extenso de oración en un tiempo de crisis nos proveerá con la dirección divina para enfrentar la crisis con calma, valor y convicción.

Podernos llevar cualquier asunto a su solución a través de la oración. En la oración el Padre nos hace saber Su voluntad con respecto a cualquier cosa que le comuniquemos a El. Es posible que Su respuesta no venga de inmediato, pero si esperamos en Dios, manteniendo el asunto delante de El, desechando todo motivo de gratificación personal, encontraremos la respuesta con claridad. El tiempo usado en este ejercicio de oración no sólo nos beneficia para obtener una solución a la crisis en particular, sino que también tiene que ver con el proceso refinador de nuestras propias naturalezas. El Padre usa la crisis corno ocasión para la operación más amplia y extensa de la santificación.

Si revisamos el estilo de la vida terrenal de nuestro Señor, encontraremos que la oración era el fundamento sobre el cual estaba edificada Su vida de perfecta obediencia y que de allí se derivaba Su inspiración y Su fuerza para resistir en las diferentes situaciones comunes a toda la humanidad. «Tentado en todo corno nosotros,» mantuvo, sin embargo, una comunión sin interrupción con el Padre a través de la oración y, dependiendo totalmente del Espíritu eterno corno la fuente de Su vida y energías, dejó una historia de victoria total en cada situación de la vida.

Por eso esperarnos que usted experimente un deseo renovado de darse a la oración, no como una «exigencia» legal, sino como una bendición de Su provisión que nos capacita a cumplir con la plenitud de la intención de Dios para nuestra humanidad redimida. ¡Qué maravilloso es tener acceso a la presencia del mismo Dios que dirigió al hombre Jesús en los días de Su vida terrenal! Su Padre es nuestro Padre. Como el oró, hagámoslo nosotros. Oremos.

V. N. Vol 2 #4.