Segunda Parte:

Por Derek Prince

¿Cuáles son las tres condiciones que tenemos que llenar para recibir las promesas de Dios?

¿Son las riquezas en sí mismas esencialmente malas o buenas?

¿De qué manera podemos responder para que la prosperidad y la abundancia nos alcancen?

El tema de esta serie es la abundancia de Dios y para introducir esta segunda parte quiero repasar brevemente lo que cubrimos en el primer artículo.

Hablamos de algunas palabras claves que eran positivas y negativas. Las positivas eran «rico y riquezas»; «caudal y acaudalado»; «prosperar, próspero, prosperidad»; y «abundar, abundante, abundancia». Señalamos que los dos últimos grupos no indican necesariamente la propiedad de grandes cantidades de dinero o posesiones materiales. Dijimos que abundancia significa tener todo lo necesario y algo más para compartir con otros.

Si una ama de casa necesita $15.00 para comprar provisiones, y llega al mercado sólo con $10.00 eso se llama insuficiencia. Si llega con $15.00 hará sus compras con suficiencia. Pero si llega al mercado con $20.00, consideramos que eso es abundancia. Tiene todo lo que necesita y más y según lo entiendo la abundancia es el nivel de la provisión de Dios para su pueblo según lo revelan Las Escrituras.

Las palabras negativas que consideramos fueron «pobre» y «pobreza»; «carencia», «necesidad», «faltar» y «fracaso». Incluí «el fracaso» porque de muchas maneras su sentido es lo opuesto al concepto bíblico de la prosperidad. Repito que la prosperidad no significa necesariamente la propiedad de muchos recursos. Significa cumplir con éxito la tarea que está delante de nosotros.

Cuando Jesús envió a los doce para predicar y ministrar entre los judíos les dijo: «No lleven más de lo necesario. No lleven dos túnicas, ni dos pares de sandalias» (Vea Mt. 10: 10). Al finalizar su ministerio se les recordó y les dijo: «Cuando os envié de esta manera, no os faltó nada, ¿verdad?» y ellos dijeron: «No, nada». (Vea Lucas 22:35). Su comitiva no era impresionante ni su equipo innecesario, pero tuvieron todo lo que necesitaron. No podemos decir que eran acaudalados según las normas corrientes, pero «prosperaron» es decir, cumplieron con éxito la tarea que se les había encomendado.

Para terminar de repasar el artículo anterior, presentaremos de nuevo los cinco principios básicos de la provisión de Dios.

Principio uno – La Provisión de Dios está en sus promesas. Si no nos apropiamos de ellas, no podemos esperar recibir su provisión.

Principio dos – Las promesas son nuestra herencia en el Antiguo Testamento esto significaba una tierra prometida. En el Nuevo Testamento es una tierra de promesas.

Principio tres – Las promesas de Dios son la expresión de su voluntad. Cuando nos apropiamos de sus promesas, oramos con confianza porque sabemos que lo estamos haciendo de acuerdo a su voluntad.

Principio cuatro – Todas las promesas de Dios están disponibles ahora para nosotros por medio de Cristo. Cada promesa que calce a nuestra situación y llene nuestra necesidad es para nosotros ahora.

Principio cinco – El cumplimiento de las promesas de Dios no depende de nuestras circunstancias, sino en cumplir con las condiciones de Dios. El ejemplo sobresaliente es Israel en el desierto; Dios proveyendo a tres millones de personas por cuarenta años, todas sus necesidades sin que hubiese ningún recurso natural.

Ahora, para hacer una aplicación práctica de estos principios, consideremos dos promesas específicas de Dios. La primera la encontramos en el Salmo 34:9-10.

Temed a Jehová, vosotros sus santos, pues nada falta a los que le temen.

Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien.

Hay otra promesa similar en el Salmo 84: 11.

Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.

Note la claridad de la declaración de Dios en el Salmo 34: 10, » … los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien». Y otra vez en el Salmo 84: 11, » … no quitará el bien a los que andan en integridad». Estas dos promesas de Dios son bien claras y es la de proveer a su pueblo todo lo bueno que jamás lleguen a necesitar.

Sin embargo, antes de que nos lancemos a reclamar las promesas, hagamos lo lógico y examinemos las condiciones. Aquí es donde muchas personas se pierden. Dicen: «¡Qué promesa más preciosa! La quiero». Y no se detienen a examinar las condiciones. La mayoría de las promesas de Dios son condicionales. La fórmula es que si nosotros hacemos esto, Él hará aquello.

Por supuesto que hay promesas de Dios que son incondicionales. Por ejemplo, Hechos 2: 17 dice que «sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu sobre toda la humanidad … » y entiendo que esta es una promesa incondicional con referencia a un cierto tiempo. También creo que la promesa de Dios de la restauración de Israel en ese mismo período es incondicional. Por lo tanto vemos que Dios hará cosas sin poner condiciones. Sin embargo, la mayoría de sus promesas tienen una condición.

Por lo tanto, antes de reclamar las promesas contenidas en los versículos que hemos visto en los Salmos 34 y 84, necesitamos hacer un análisis bíblico muy sencillo y descubrir las condiciones que vienen con las promesas, manteniendo en mente que éstas serán cumplidas únicamente en aquellos que cumplan con las condiciones. Si combinamos los dos pasajes, encontraremos que hay tres condiciones muy sencillas que han sido declaradas.

(1) Temer a Jehová, (2) buscar a Jehová y (3) andar en integridad. Si cumplimos con estas tres condiciones, entonces Las Escrituras dicen que Dios verá que no nos haga falta ningún bien.

Sin embargo, hagamos un análisis más lógico y extenso. La palabra clave en estas promesas es «bien». Dios no quitará el bien a los que cumplen con sus condiciones. Antes de decidir que lo que estamos apropiando de parte de Dios y en base a estas promesas es bueno, necesitamos hacernos dos preguntas.

Primeramente, ¿es esta cosa buena en sí misma? O para usar una terminología filosófica, ¿es esta cosa absolutamente buena? Este es el elemento invariable en la situación. Algo que es absolutamente bueno es siempre bueno.

La segunda pregunta que necesitamos hacernos es la siguiente: ¿es esta cosa buena para nosotros en nuestra situación particular? Para usar una terminología filosófica de nuevo, la pregunta la haríamos de esta manera: ¿es esta cosa relativamente buena? Este es el variante en la situación: una cosa buena en sí misma podría no serla para nosotros en una situación particular. En otras palabras, pudiese ser absolutamente buena pero no relativamente.

Esta distinción tiene un significado directo y práctico en la manera en que Dios trata con nosotros. Todos nosotros descubriremos, tarde o temprano, que en muchas ocasiones le pedimos a Dios algo que estamos convencidos es bueno, y sin embargo Dios no lo da. Y es que Dios no pasa automáticamente lo que es absolutamente bueno cada vez que se lo pidamos. Primero determina si aquello es relativamente bueno. ¿Nos beneficiaría en nuestra situación particular? A veces Dios no nos da lo que es absolutamente bueno porque relativamente no lo es, -es decir, no nos beneficiaría en nuestra situación en particular.

Permítame ilustrar con un ejemplo práctico. A cierta edad un joven califica para obtener su licencia de conducir. Si su padre tiene el dinero podría pedirle un automóvil veloz y potente. En términos de nuestro análisis, un automóvil es bueno en sí mismo; absolutamente. Además, el padre ama a su hijo y le gustaría obsequiarle el automóvil. Pero sabe que el muchacho todavía no es maduro, que le hace falta disciplina, y que si le da el automóvil en ese punto de su vida en particular, podría terminar matándose. De manera que el padre no se lo da. El automóvil es absolutamente bueno, pero relativamente no lo es en ese tiempo.

Tal vez el ejemplo sea bastante crudo, pero sirve para ilustrar la manera en que Dios trata con nosotros. En ocasiones nos encontramos en situaciones donde le pedimos a Dios por algo que sabemos que es bueno, pero no lo recibimos. No es que Dios diga que no sea bueno. Pero a la luz del carácter, la situación, la debilidad, el problema, o la incomprensión nuestra lo hace inconveniente.

Mirando en retrospectiva los últimos 37 años de caminar con el Señor, le doy gracias por las muchas oraciones contestadas, pero también le agradezco con todo mi corazón por algunas que no me contestó. Cuando veo las últimas consecuencias a las que me hubiesen llevado mis oraciones, si Dios las hubiese contestado, no puedo hacer menos que agradecerle por la sabiduría suya de no darme lo que había pedido.

Esto resuelve muchos de los problemas que hemos tenido con oraciones sin contestar. La verdad es que sí fueron contestadas. Pero de una manera diferente a la que habíamos esperado. A veces nos olvidamos que «no» es una respuesta.

Mantengamos esta distinción entre lo que es absolutamente y lo que es relativamente bueno, y examinemos el grupo de conceptos con los que comenzamos este artículo. Caudal, riquezas, abundancia, prosperidad. ¿De qué manera son evaluados por Las Escrituras? ¿Son malos en sí mismos? ¿O son absolutamente buenos?

Es importante que hagamos la pregunta y encontremos una respuesta que sea objetiva y bíblica. En el trasfondo de la mayoría de los cristianos, especialmente en Europa, hay una actitud religiosa que valoriza como mala cualquier cosa fina o agradable. A la inversa, si es buena no puede ser deleitable. Es la misma actitud que se nos inculcó cuando éramos niños con respecto a las medicinas que teníamos que tomar: mientras más amargas, eran más beneficiosas.

Conozco algo de esto por experiencia personal. Cuando el Señor me salvó y me bautizó en el Espíritu Santo, pasé por una lucha interna muy grande para salir de un trasfondo que en esencia decía: «Si vas a ser un cristiano, prepárate para ser miserable». Años más tarde oí a Pat Boone dar un testimonio similar. El cuenta que cuando era un muchacho de secundaria, llegó a la conclusión de que si él se comprometía con Cristo eso significaría 70 años de miseria y por fin el cielo y no estaba muy seguro si el cielo valía 70 años miserables.

La pregunta que quiero hacer en este artículo es la siguiente: «¿Es la pobreza mala o buena? ¿Son las riquezas buenas o malas?» En vez de dar una respuesta emocional o basada en una tradición religiosa, quiero una que sea lógica, objetiva y bíblica. La respuesta tendrá un efecto decisivo en nuestra manera de vivir. Si las riquezas son malas, tendremos que deshacernos de ellas. No debiéramos estar involucrados de ninguna manera en cualquier actividad o proceso que genere riquezas. Sin embargo, mi convicción es que Las Escrituras, clara y consistentemente dan la respuesta contraria: las riquezas, o los bienes, son esencial y absolutamente buenos. Hay una multitud de citas que podríamos buscar para respaldar esta conclusión, pero debo contentarme con unas pocas.

La primera está en Apocalipsis 5: 12. En este versículo los ángeles y los seres vivientes y toda la hueste celestial enuncian el consenso unánime de todos los cielos. Su evaluación es absoluta e inmutable. A gran voz dicen: «Digno es el Cordero que fue inmolado (esto es Jesucristo) de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición».

Mi convicción es que cada una de las siete cosas mencionadas aquí son esencialmente buenas y todas ellas pertenecen por eterno derecho a nuestro Señor Jesucristo. La segunda cosa que se menciona son las riquezas. Las otras son el poder, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la bendición. Eso pone a las riquezas en muy buena compañía. ¿no es verdad? Todas estas cosas son esencial y absolutamente buenas. Por otra parte, todas, si no casi todas, pueden ser mal usadas y abusadas. Los más obvios son el poder y la fuerza, pero también la sabiduría la gloria y la honra pueden ser mal usadas. Salomón es ejemplo de un hombre con una gran sabiduría que usó mal, pues terminó en una idolatría. De manera que porque algo es absolutamente bueno en sí mismo no significa que no pueda ser abusado o mal usado. Pero sería muy insensato rehusar algo sólo porque se pueda abusar.

Sin embargo esta es una de las tácticas favoritas de satanás – inducirnos a rehusar algo bueno porque hemos visto que ha sido abusado. Por ejemplo, cuando estuve en Africa del Este con una misión pentecostal, me di cuenta, después de un año, que los dones del Espíritu no eran ejercitados casi nunca. Cuando pregunté la razón, ellos respondieron que porque habían sido mal usados. Pero eso no es lógico. El mal uso de los dones por algunos no significa que no debamos usarlos nosotros. Si esa es razón suficiente para rechazar la provisión de Dios, entonces no quedaría nada bueno para nosotros, porque el diablo siempre hará que la gente le de un mal uso a las cosas buenas. Sin embargo hay multitudes de cristianos que han sido influenciados por este tipo de razonamiento hasta el punto de rechazar todo lo que es bueno y suyo por derecho, porque otros no han sabido usarlo bien. Yo no puedo aceptar este razonamiento. No importa si todo el mundo desaprovecha las riquezas. Si son buenas, yo las quiero. Y no solamente las riquezas, también la sabiduría, el poder, las fuerzas, el honor, la gloria, o la bendición.

Un factor importante para evaluar cualquier cosa es determinar su fuente. En 1 Crónicas 29: 12, David está orando al Señor y dice con sencillez:

Las riquezas y la gloria proceden de ti …

¿Cuál es la fuente máxima de las riquezas y del honor? Dios mismo. Es necesario que aceptemos este hecho bíblico: Dios es la fuente máxima de las riquezas y la gloria. Todo lo que se origina en Dios es bueno en sí mismo. Hay muchos otros pasajes en los libros de las Crónicas que confirman eso, pero no tomaremos tiempo para verlos.

En su lugar, citaremos un texto paralelo en Deuteronomio 8: 18:

Acuérdate de Jehová tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.

Son muchos los hombres que usan mal ese poder, pero viene de Dios. Dios lo entrega a su pueblo para establecer su pacto. Es parte del compromiso de Dios con su pueblo. Por lo tanto, enfoquemos en la fidelidad de Dios de guardar su pacto, en vez de la infidelidad de los hombres que ha menudo abusan del poder que Dios les ha dado.

Es evidente que las personas acaudaladas no han dependido primordialmente de su educación para lograrlo. Hay muchos hombres bien educados que han fracasado en el mundo de las finanzas, y otros que ni siquiera saben deletrear su nombre correctamente se han hecho muy ricos.

Hace unos años un reportero entrevistaba a un hombre muy rico. Su historia es que no podía leer ni escribir, así que solicitó un empleo como portero para hacer la limpieza. Le dijeron que él era la persona adecuada y le pidieron que firmara su nombre en la fórmula de solicitud. El les dijo que no sabía firmar su nombre, y ellos le respondieron: «Entonces no podemos darle el empleo».

Como le rechazaron de portero, comenzó a vender y terminó siendo millonario. La persona que le entrevistaba le dijo: «¿No es sorprendente que sin saber siquiera firmar su propio nombre se haya convertido en un millonario? Piense en lo que pudo haber sido si hubiese sabido firmar su nombre! «

» ¡Un portero! «, dijo el hombre.

Si usted piensa en las personas acaudaladas que usted conoce, encontrará que las riquezas no son necesariamente producto de la educación. Las personas que uno menos piensa son las que se hacen ricas. Sin duda que hay algunos principios generales que se aplican dentro y fuera del ambiente espiritual. Sin embargo, la habilidad de hacer dinero no se explica en términos naturales puramente. La fuente máxima de las riquezas sigue siendo Dios.

Esto nos conduce a un principio básico que está enfatizado consistentemente a través de Las Escrituras: La obediencia a Dios nos trae la prosperidad y la abundancia. Considere, por ejemplo, lo que Dios dice en Deuteronomio 28: Este capítulo está dividido en dos porciones. La primera, desde el versículo 1 hasta el 14, es una lista de las bendiciones que siguen a la obediencia a Dios. La segunda, desde el versículo 15 hasta el 68, es una lista de las maldiciones que siguen a la desobediencia a Dios. Consideremos las dos – las bendiciones primero y después las maldiciones.

Pero antes necesitamos entender que el primer requisito esencial es la obediencia misma. Las primeras palabras de este capítulo lo declaran: » …si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios.» La obediencia comienza escuchando la voz de Dios. En el versículo 15 vemos lo opuesto: » … si no oyeres la voz de Jehová tu Dios … » Este es el punto donde se dividen los dos caminos. El camino a todas las bendiciones de Dios comienza escuchando su voz; el de las maldiciones comienza con no oir la voz de Dios.

El mismo principio corre a través de Las Escrituras. En Jeremías 7: 23 el Señor le dice a Israel lo que El, como su Dios, requiere de ellos: «Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios … » Lo que distingue al pueblo de Dios es que obedecen su voz. Esta verdad la vemos también en el Nuevo Testamento. En Juan 10:27 Jesús dice: «Mis ovejas oyen mi voz … y me siguen». Este es el distintivo esencial de aquellos que pertenecen verdaderamente a Jesús: que oyen su voz y le siguen.

Veamos la lista de bendiciones que vienen con la obediencia en Deuteronomio 28:2:

Y vendrán sobre ti estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios. Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo.

Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas.

Bendita será tu canasta y tu artesa de amasar. Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que pusieres tu mano; te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da.

Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar.

Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos … (vss. 2-5, 8,11-12).

Note cuantas veces usa la palabra «todo «. La fraseología se repite también en Deuteronomio 29:9:

Guarderéis pues, las palabras de este pacto, y las pondréis por obra, para que prosperéis en todo lo que hiciereis.

Las promesas son en proporción exacta a la obediencia requerida. La obediencia total trae una bendición total. No hay ninguna área de nuestras vidas que sea excluida. No hay campo para la frustración, para el fracaso, para la derrota, o para cualquier otra cosa que no sea el éxito.

Ahora veamos brevemente el lado opuesto – las maldiciones por la desobediencia. Deuteronomio 28:15 dice:

Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios …

Hemos visto ya que el punto básico de alejarnos de Dios es no escuchar su voz. Si trazamos la historia de los hombres o de las naciones que se han apartado de Dios, veremos que este es siempre el principio. El comienzo es muy sutil y difícil de detectar. Es posible mantener una conformidad externa a los mandamientos de Dios sin oir en realidad su voz. Pero si buscamos el origen de nuestros problemas encontraremos que siempre comienzan cuando ya no oímos a Dios .

. . . vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán.

La lista de las maldiciones es bastante larga, pero hay una que se aplica particularmente a nuestro tema y es el versículo 29:

… y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos.

La Biblia es consistente. Así como la prosperidad es una bendición, no prosperar es una maldición.

Este aspecto de la maldición se describe de nuevo y más detalladamente en los versículos 47 y 48:

Por cuanto no serviste a Jehová tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abun­dancia de todas las cosas.

Hagamos una pausa para notar que este versículo declara la voluntad positiva de Dios para su pueblo. Y es que le sirvamos con alegría y con gozo por la abundancia de todas las cosas. Sin embargo, si por nuestra incredulidad y desobediencia no entramos en la voluntad positiva de Dios, entonces la alternativa negativa es lo que nos espera según el siguiente versículo:

Servirás por tanto, a tus enemigos que enviare Jehová contra tí, con hambre con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas.

Veamos esta lista por un momento: Hambre, sed, desnudez, y falta de todas las cosas. En una sola palabra: La Pobreza. Yo diría pobreza absoluta. ¿Qué es eso? ¿Maldición o bendición? La respuesta es, por supuesto, maldición. La pobreza absoluta es una maldición.

En el próximo artículo de nuestra serie, examinaremos la manera en que el Señor Jesús trató con esa maldición de la pobreza en nuestras vidas para que fuésemos liberados totalmente de sus efectos.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol 3 Nº 3 octubre-1979