Tercera parte

Por Derek Prince

Cumpliendo con las Condiciones

En nuestro primer estudio establecimos que el nivel de la provisión de Dios para su pueblo es la abundancia y que esta provisión está disponible para nosotros a través de sus promesas.

En nuestro segundo estudio examinamos la promesa específica que se encuentra en el Salmo 34:9-10 y 84:11 donde dice que Dios no quitará el bien de nosotros si cumplimos con tres condiciones. Primero, debemos temer al Señor. Segundo, debemos buscarle. Tercero, debemos caminar en rectitud.

También dijimos que hay dos maneras de ver este «bienestar»: la absoluta y la relativa. Las cosas son absolutamente buenas si lo son en sí mismas. Esto es invariable. Pero algo es relativamente bueno para nosotros únicamente cuando nos beneficia en nuestra situación particular. Esto es variable. Muchas cosas lo pueden afectar – nuestro carácter, nuestros motivos, nuestra comprensión, nuestro nivel de madurez.

Algunas veces, por lo tanto, Dios en su sabiduría nos quita aquello que es absolutamente bueno porque en nuestra particular situación no es relativamente bueno.

A la luz de esta distinción nos preguntamos cómo evalúan Las Escrituras las riquezas. ¿Son ellas absolutamente buenas? La respuesta es sí. Apocalipsis 5: 12 da una lista de siete cosas que son absolutamente buenas que pertenecen por eterno derecho a nuestro Señor Jesucristo y a través de El a su pueblo: Poder, riquezas, sabiduría, fortaleza, honra, gloria, bendición. También en 1 Crónicas 29-12 nos dice que Dios es la fuente de toda riqueza y honor mientras que Deuteronomio 8: 18 dice que Dios es el que da a su pueblo poder para hacer las riquezas.

Esto nos condujo a una norma básica que es consistentemente enfatizada a través de Las Escrituras: la obediencia a Dios trae prosperidad y abundancia. Deuteronomio 28 da una lista de todas las bendiciones que siguen a los que obedecen a Dios; también da otra lista de las maldiciones que siguen a la desobediencia. Vimos que la prosperidad y la abundancia están dentro de la lista de las bendiciones, mientras que la pobreza está bajo la de las maldiciones.

El intercambio divino   

En esta tercera parte de nuestra serie, me propongo desarrollar la manera en que Dios nos libera de la maldición de la pobreza. Esto nos lleva inmediatamente a la cruz. Una de las verdades básicas más grandes de la revelación es que en la cruz se llevó a cabo un intercambio ordenado divinamente que es tema central en todo el mensaje del evangelio. Si no entendemos lo que sucedió cuando Jesús murió en la cruz, no tendremos una base sólida o estable para nuestra fe.

En la cruz, por el propósito de Dios ordenado de antemano, ocurrió un intercambio que es realmente simple en su naturaleza esencial: Jesús, el Hijo de Dios, obediente y sin pecado, cargó sobre sí mismo todo lo malo que la humanidad merecía, de acuerdo a la justicia divina, como consecuencia de nuestra rebelión y desobediencia; para que por el contrario, nosotros, por medio de la fe, pudiésemos recibir todo lo bueno que merecía la obediencia perfecta de Jesús. Dicho de una manera más sencilla, Jesús tomó todo lo malo nuestro para darnos todo lo bueno que le correspondía.

La Biblia revela muchos diferentes aspectos de este intercambio. Por ejemplo, Jesús fue herido para que pudiéramos ser sanados (Isaías 53-4-5). Dios le hizo pecado con nuestra pecaminosidad para que fuéramos hechos justicia de Dios (2 Corintios 5: 29). El fue abandonado por el Padre para que pudiéramos ser aceptados por 11 (Mateo 27:46, Efesios 1 :5-6). El sufrió la muerte que merecíamos para que pudiésemos tener su vida (Hebreos 2:9, Juan 3:16). Sin embargo, en este estudio enfocaremos únicamente ese aspecto de intercambio que se relaciona con las maldiciones que nos corresponden por nuestra desobediencia y, en particular, con la maldición de la pobreza.

Pablo dice en Gálatas 3: 13-14:

«Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros -porque escrito está: Maldito todo el que cuelga de un madero a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe.»

Hay dos palabras aquí que contrastan: bendición y maldición. La maldición de la ley que había sido incumplida vino sobre Jesús en la cruz. Ahí fue hecho en realidad una maldición. La evidencia estaba en el mismo hecho de haber colgado en la cruz. Pablo cita Deuteronomio 21 :23: «Maldito todo el que cuelga de un madero … » Suspendido entre el cielo y la tierra, colgó del madero convertido en cruz -rechazado por los hombres y abandonado por Dios, totalmente marginado, cortado y solo. Podemos resumirlo todo en una palabra mala y fea: maldito.

¿Por qué se hizo Jesús una maldición? Para que pudiésemos recibir la alternativa – la bendición. Uno de los temas de Gálatas es que a través de la fe podemos convertirnos en hijos de Abraham; y como hijos de Abraham, tenemos derecho a sus bendiciones porque Jesús llevó la maldición.

En relación a esto Pablo enfatiza una bendición en particular – «la promesa del Espíritu». Hay una razón práctica para esto. La bendición prometida del Espíritu Santo es la llave para todas las otras bendiciones. Una vez que depositamos nuestra fe en la muerte redentora de Cristo por nosotros, nos convertimos legalmente en herederos de Dios y coherederos con Cristo (Romanos 8: 17). Llegamos a ser miembros de la familia de Dios, con derecho a todo lo que le fue prometido a nuestro padre Abraham (Gálatas 3 :7-9, 29). El administrador de nuestra herencia, designado divinamente, es el Espíritu Santo. Sólo El nos puede llevar a disfrutar plenamente, y en la realidad, de todo lo que ha llegado a ser nuestro, legalmente, por medio de la fe en la muerte de Jesucristo. Sin su ayuda la mejor suerte que podemos llevar es la de «huérfanos» incapaces de apropiarnos de todo lo que nuestro Padre ha provisto para nosotros (Vea Juan 14: 16-18). Reconociendo, entonces, nuestra dependencia en el Espíritu Santo, podemos reclamar nuestra herencia. ¿Cuál es «la bendición de Abraham » a la que Cristo nos ha dado derecho? La respuesta la encontramos en Génesis 24: 1: » … y Jehová había bendecido a Abraham en todo». La bendición de Abraham incluye todas las cosas – sean estas temporales o eternas, espirituales o materiales. A través de la muerte de Cristo por nosotros, todas las áreas de nuestras vidas pueden ser sacadas de la oscuridad de la maldición y llevadas a la luz plena de las bendiciones de Dios.

La maldición de la pobreza   

En lo que queda de esta sección enfocaremos un aspecto en particular de la maldición que Cristo llevó en beneficio nuestro – la de la pobreza. En el estudio anterior vimos esta maldición presentada en su forma más absoluta en Deuteronomio 28 :48: «Servirás, por tanto a tus enemigos … con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas … » esta se resume en tres palabras y una frase: hambre, sed, desnudez, falta de todas las cosas.

Hace algunos años, mientras predicaba sobre el tema de la «provisión económica de Dios», recibí una revelación del Espíritu Santo que iba más allá de cualquier cosa que tuviera en el bosquejo del sermón. Todavía estaba delante de la congregación hablándoles, pero dentro de mí tenía una visión mental de Jesús en la cruz. Lo vi allí colgado con toda la realidad que indican Las Escrituras.

Uno por uno, el Espíritu Santo presentó los cuatro aspectos de la maldición de la pobreza y me mostró que Jesús la agotó totalmente en todos sus aspectos. Tenía hambre – no había comido en el lapso de casi veinticuatro horas; estaba sediento una de sus últimas palabras fue: «Tengo sed»; estaba desnudo – los soldados le habían quitado todas sus vestiduras y las habían repartido entre ellos; y le hacía falta todas las cosas, sin lienzo para envolverlo ni sepultura en que ponerlo. No tenía nada. ¿Por qué? Porque dentro del propósito de Dios, El agotó en favor nuestro la maldición de la pobreza.

«Jesús llevó nuestra pobreza para que pudiésemos tener su riqueza»,

Al principio no me di cuenta de las implicaciones totales de lo que el Espíritu Santo me estaba mostrando. Puedo decir, sin embargo, en retrospectiva, que esa revelación ha cambiado el curso de mi vida. Me ha ofrecido un fundamento para tener fe para la prosperidad. He visto una finalidad absoluta en el intercambio. Jesús llevó la maldición de la pobreza para que pudiésemos recibir las bendiciones de Abraham «en todas las cosas» – para que pudiésemos recibir la herencia total administrada por el Espíritu Santo.

Esta revelación está apoyada por muchos pasajes en la Biblia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Veamos dos versículos en particular en 2 Corintios – capítulo 8 versículo 9 y capítulo 9 versículo 8. Estos dos pasajes juntos presentan la liberación total de la maldición de la pobreza que Cristo obtuvo para nosotros.

Miremos primero a 2 Corintios 8:9:

«Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que aunque era rico, sin embargo por amor de vosotros se hizo pobre para que vosotros pudierais llegar a ser ricos por medio de su pobreza.»

La idea que se presenta no es la de llegar a «ser enriquecidos» si no la de «ser ricos». Hay una diferencia entre estas dos frases. Podemos ser enriquecidos y volver a la pobreza otra vez. Pero cuando «somos ricos» la idea es permanente. Jesús llevó el mal, que era la pobreza, para que pudiésemos recibir el bien de las riquezas. Jesús llevó nuestra pobreza para que obtuviésemos su riqueza.

¿Cuándo se hizo pobre Jesús? Algunas personas sugieren que El fue pobre durante todo su ministerio terrenal, pero no podemos aceptar esto con certeza. Mantengamos siempre presente la distinción que hicimos en nuestro primer estudio entre «riquezas» y «abundancia». Jesús no era «rico» en el sentido de tener una gran cuenta de banco o muchas posesiones materiales. Pero es obvio que tenía abundancia. Cualquier persona que pueda alimentar a una multitud de doce mil personas (hombres, mujeres y niños) no es un mendigo. La verdad es que Jesús dio de comer a la multitud y lo que sobró fue más de lo que tenía cuando comenzó (vea Mateo 14: 15-21). Qué cuadro más precioso de abundancia.

Jesús no tenía bienes materiales pero tenía abundancia. Nunca se preocupó y siempre supo lo que debía de hacer. Nunca estuvo bajo presión, ni tuvo pánico. Siempre tuvo el control completo y calmado de toda situación. Jamás dudó de la bondad de su Padre para proveerle de todas las cosas que necesitó. Y el Padre siempre cumplió. Esa no es pobreza. ¡La pobreza es «hambre, sed, desnudez y necesidad»!

¿Cuándo se hizo pobre Jesús? En el momento en que se identificó con nuestros pecados. Desde ese momento en adelante se hizo más y más pobre hasta que en la cruz su pobreza es absoluta.

Conozcamos el hecho que en este punto su pobreza no era solamente «espiritual». Lo era física y materialmente también. Por lo tanto, de acuerdo a todas las leyes de la lógica, nuestra riqueza no es solamente «espiritual». Jesús se hizo absolutamente pobre en la físico, en lo material para que nosotros pudiésemos ser ricos en el sentido de que todas nuestras necesidades físicas y materiales sean suplidas y luego tener algo más para otras personas.

La gracia abundante   

Veamos ahora 2 Corintios 9:8:

«Y poderoso es Dios para hacer que toda gracia abunde para vosotros, a fin de que teniendo siempre todo lo suficiente en todo, tengáis abundancia para toda buena obra.»

Dios no es un tacaño que da sólo lo suficiente. El siempre da más y eso es abundancia. Este versículo menciona dos veces «abundar» y cuatro veces la palabra «todo». No sé de que forma se podría decir más. ¿Qué es lo que esto describe?, la gracia de Dios. Es interesante que ambos capítulos de 2 Corintios hablan de dinero, y la palabra clave es gracia. Ocurre siete veces en el capítulo 8 y dos veces en el capítulo 9. Esta gracia opera en el campo del dinero.

Sin embargo, muy pocos cristianos comprenden realmente la naturaleza de la gracia de Dios. He observado que muchas veces aquellos que hablan mucho de la «gracia» a menudo no la comprenden del todo. Por lo tanto creo que es necesario señalar tres principios básicos que gobiernan la operación de la gracia de Dios.

Primero, la gracia nunca puede ser ganada. Por lo tanto, cualquier cosa que se gane no es gracia. «Pero si es por gracia, ya no es a base de obras (lo que ganamos), de otra manera la gracia ya no es gracia» (Romanos 11 :6). Esto excluye de la gracia de Dios a la mayoría de la gente religiosa porque piensan que hay que ganarla.

En segundo lugar, hay un solo canal para la gracia. «Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo» (Juan 1: 17). Cualquier forma de gracia que llegue a nosotros viene únicamente a través de Jesucristo.

En tercer lugar hay una sola manera para podernos apropiar de la gracia de Dios y esa es la fe. Efesios 2: 8-9 10 dice en tres frases sucesivas: «Por gracia … por medio de la fe … no por obras (como resultado de lo que ganamos) … «

Cómo apropiarse de la abundancia material 

Pocos cristianos se dan cuenta que esto se aplica a la provisión material y económica como a cualquier otra área de nuestras vidas. La Biblia nos advierte específicamente de no ser irresponsables (Proverbios 10:4), perezosos (Proverbios 24:30-34), ni deshonestos (Efesios 4:28). Mientras seamos culpables de cualquiera de estos pecados, no tenemos ningún derecho de esperar que la gracia de Dios funcione en esta área de nuestras vidas. Por lo tanto, el cristiano, está obligado a ser honesto, buen trabajador y responsable.

Sin embargo, todo esto no nos hace ganar la provisión de la que estamos hablando aquí. Repito esta no se puede ganar. Debe ser recibida únicamente por gracia por medio de la fe. La gracia de Dios, recibida por fe, nos levanta a un nivel más alto del que podamos ganar o merecer. Esto es cierto en todas las áreas de nuestras vidas incluyendo la económica y material como la espiritual.

Esto nos lleva a hacer una distinción lógica de importancia, que muchos sin embargo, pasan por alto. La distinción está entre ganar la gracia de Dios, cosa imposible, y cumplir con las condiciones de Dios, que es una obligación. Por un lado no podemos ganar la abundancia de Dios, eso viene únicamente por medio de la gracia. Por otra parte, es necesario que cumplamos con las condiciones que Dios ha puesto para recibir su abundancia por medio la fe. De otra manera, sin llenar estas condiciones, nuestra fe no tiene ningún fundamento bíblico. En realidad no es fe, si no sólo presunción.

¿Qué son entonces las condiciones para recibir la abundancia de Dios? Quiero sugerir que hay por lo menos cinco condiciones primordiales en Las Escrituras.

Condiciones para recibir la abundancia de Dios 

  1. Nuestros motivos y actitudes deben de ser buenos.

Haríamos bien en examinar cuidadosamente nuestros motivos, porque las riquezas son una gran fuente de tentación y un medio por el que entran motivos pecaminosos. ¿Cuáles serían estos motivos pecaminosos?

1) Es malo hacer un dios de las riquezas. En Colosenses 3: 5, Pablo dice que la avaricia es idolatría. En otras palabras, si somos codiciosos y hacemos todo por dinero, lo estamos haciendo nuestro dios. Esa es idolatría, y sin duda el mundo está lleno de esa clase de idolatría.

También en 1 Timoteo 6: 10 Pablo dice: «Porque raíz de toda clase de males es el amor al dinero». Si bien el texto no dice que es la raíz de todos los males como algunos han citado, sí es una raíz. De manera que del amor al dinero, la avaricia, otras clases de males pueden surgir en nuestras vidas.

2) Es malo buscar riquezas por medios contrarios a las normas establecidas por la moralidad de Dios. Hay muchos pasajes que tratan con este tema, veamos uno en Proverbios 28:8: El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, para aquel que se compadece de los pobres las aumenta.

Un hombre puede hacer mucho dinero por medios indebidos, pero últimamente llegarán al hombre que se compadece de los pobres. Hay leyes que gobiernan el uso del dinero con la misma seguridad de las leyes que gobiernan lo que sembramos en la tierra.

Jeremías 17: 11 nos da la misma lección:

«Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, yen su postrimería será insensato.»

De nuevo estamos tratando con una ley que funciona como la ley universal de la gravedad. Conozco casos de hombres deshonestos y rapaces en cuyas vidas he visto operar esta ley con fines desastrosos.

3) Es malo confiar en las riquezas. Proverbios 11 :28 dice «El que confía en sus riquezas caerá». y Jeremías 9:23 y 24 también nos dice que no debemos confiar en las riquezas:

«No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas.

Más alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová.»

Tengamos cuidado pues de no vanagloriarnos en nuestra sabiduría, nuestra fuerza o en las riquezas. Todas son cosas buenas, pero en ninguna de ellas debemos de gloriarnos.

4) Es malo usar las riquezas egoístamente. Proverbios 11: 24 dice:

«Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.»

Hay mucha gente generosa que siempre está dando y cada día se hacen más ricos y hay otros que nunca dan y se hacen más pobres. Nunca debemos de usar las riquezas con fines egoístas. En Lucas 12 Jesús cuenta la parábola del hombre rico que construyó graneros más grandes y los llenó con su grano. Pero el Señor dijo: «¡Necio! Esta misma noche se te demanda el alma» (v . 20). Luego Jesús hizo este comentario: «Así es el ‘hombre que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios». (v . 21). La primera dirección en la que debemos de ser ricos es hacia Dios.

Hemos considerado cuatro actitudes equivocadas en relación al dinero. Hay otra actitud también que debemos de evitar con sumo cuidado y es nuestra actitud hacia los pobres. La Biblia advierte consistentemente que no debemos de explotar o de despreciar a los pobres. Hay una multitud de versículos sobre este tema, pero sólo examinaremos algunos en Proverbios.

«Peca el que menosprecia a su prójimo; más el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. » (Proverbios 14:21)

«A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.» (Prov. 19-17).

«El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído.» (Prov. 21: 13).

«El que da al pobre no tendrá pobreza; más el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.» (Prov. 28:27).

«Conoce el justo la causa de los pobres; más el impío no entiende sabiduría.» (Prov. 29:7).

Estos versículos, y muchos otros como ellos, descargan una responsabilidad tremenda sobre nosotros para que no seamos indiferentes, si no que nos interesemos por las necesidades de los pobres. Una de las marcas de la justicia es la de conocer «la causa de los pobres». Opuestamente, un signo de maldad es la de no «conocer la causa de los pobres» – hacemos desentendidos con la condición de los pobres. Además, hay una recompensa que se promete si cuidamos del pobre. Salomón dice que cuando le damos a ellos le estamos prestando al Señor. Yo puedo testificar por mi experiencia que cuando el Señor paga nuestro préstamo, El no se olvida de los intereses.

El Salmo 112 describe «al hombre que teme a Jehová» y las bendiciones que disfruta. Vale la pena estudiar este cuadro en detalle. Por el momento, sin embargo, vamos apuntar únicamente algunos aspectos que se relacionan con este tema:

v . 3 -Bienes y riquezas hay en su casa, y su justicia permanece para siempre.

v . 5 -El hombre de bien tiene misericordia, y presta …

v . 6 -Por lo cual no resbalará jamás; en me­moria eterna será el justo.

  1. 9 -Reparte, da a los pobres; su justicia permanece para siempre …

«En 2 Corintios 9:9 Pablo aplica estos últimos versículos específicamente a nosotros los cristianos» .

Esta descripción del hombre que teme al Señor, muestra tres elementos que están íntimamente entrelazados: No resbalará jamás (justicia inconmovible) bienes y riquezas, generosidad con los pobres.

También he quedado muy impresionado con el consejo de Daniel al rey Nabucodonosor:

Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad. (Dan. 4:27).

¿De qué manera práctica y específica podía Nabucodonosor mostrar el haberse arrepentido de verdad y dejado su maldad por la justicia? Demostrando misericordia para con los pobres. ¡Quién sabe si Dios no hubiese levantado su juicio contra Nabucodonosor si él hubiere acatado el consejo de Daniel!

El Nuevo Testamento enfatiza de la misma manera nuestra consideración para los pobres como una parte esencial de la justicia cristiana. En Gálatas 2: 1-10 Pablo describe la confrontación que él y sus colaboradores tuvieron con Pedro, Jacobo y Juan con respecto a la manera en que debía de presentarse el evangelio a los gentiles. La tensión se resolvió eventualmente cuando cada grupo reconoció el llamamiento particular del otro. Pero había un punto en que ambos grupos estuvieron en unanimidad – «que nos acordáramos de los pobres» (v 10). Aquí queda demostrado que «recordar a los pobres» es una parte esencial del mensaje del evangelio, no importa el grupo racial a quien se presente.

Repasemos brevemente para concluir los principios que hemos visto en nuestro examen de la primera condición para recibir la abundancia de Dios: aquellas que se relacionan con nuestros motivos y actitudes. En primer lugar, tenemos que cuidarnos contra los siguientes motivos que son malos: hacer un dios de las riquezas; enriquecerse por medios ilegítimos; confiar en las riquezas; darles un uso egoísta. En segundo lugar, en nuestra actitud hacia los pobres hemos visto que es malo despreciar, oprimir al pobre o ser indiferentes a sus necesidades. Por el contrario, Las Escrituras requieren de nosotros que mostremos misericordia al pobre en una forma práctica y activa.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo Vol 3-Nº 4  diciembre 1979