Por Don Basham

Los recursos de Dios son inagotables

La fe es un elemento esencial en nuestra vida cristiana; la fe cree y confía en que Dios actúa en nuestras vidas para nuestro beneficio final. Gran parte de la lucha que tenemos se debe no a creer que Dios puede, sino a creer que lo hará. Una de las áreas que prueba más nuestra confianza en Dios es la provisión económica.

Verdaderamente, muchos de nosotros encon­tramos difícil creer que Dios se interese en cosas tan prácticas como el dinero. Sin embargo, los estudiosos de la Biblia nos dicen que una de cada cuatro enseñanzas que dio Jesús, tiene que ver con las posesiones materiales.

Los cristianos somos llamados a ser mayor­domos; por definición, un mayordomo es aquel a quien se le confía la propiedad de otro. Por lo tanto, se requiere rendir buenas cuentas por lo que Dios nos ha confiado.

El manejo de las cosas materiales

La parábola de los talentos, en Mateo capítulo 25, nos enseña la importancia que Dios le da a nuestra mayordomía. La parábola trata de un hombre rico que se va de viaje y entrega dinero a sus siervos para que lo inviertan. A uno da cinco talentos, a otro dos y a otro uno.

La tendencia normal es espiritualizar esta pará­bola y referirse a los talentos como a habilidades o dones que Dios da. Pero la parábola trata lite­ralmente de riqueza material y el término talento se refiere a una medida de dinero. Si tradujésemos los talentos en onzas de oro, según su cotización actual, al siervo que recibió cinco talentos le fue­ron confiados realmente como dos millones y me­dio de dólares para que los invirtiera en favor de su amo.

La mayoría de nosotros nunca seremos encargados de manejar estas cantidades. Uso este ejem­plo sólo para señalar que la mayordomía es algo bien serio para Dios. Y si queremos ser la clase de mayordomos fieles y generosos que él quiere que seamos, tenemos que entender la manera de operar de Dios en su propia economía sobrenatu­ral y cómo, por medio de la fe, podemos nosotros recibir la abundancia de sus recursos.

En la economía natural, el hombre experimen­ta cosas tales como deudas, bancarrota, recesión, depresión y otras formas de crisis. Pero en la economía de Dios no hay tal cosa como necesidad o escasez, recesión o depresión.

Sin embargo, la mayoría de nosotros no conoce la economía trascendental de Dios y su deseo de proveer abundantemente. Necesitamos que nues­tra fe sea edificada en esta área. Nuestra fe crece cuando meditamos en la magnificencia y munifi­cencia del Dios soberano, dueño de todos los recursos del universo. Nuestra fe aumentará cuando meditemos en los siguientes seis principios bíblicos referentes a la economía trascendental de Dios.

De común a valioso

Primero, Dios puede tomar algo común y ha­cerlo valioso. Un ejemplo de esto está en el segun­do capítulo de Juan cuando Jesús, en su primer milagro en la boda de Caná, convierte agua en vino.

Este milagro produjo tres resultados que de­muestran que cuando Dios interviene en nuestro mundo material, lo hace con tres propósitos en mente. El primero es obvio: Dios interviene para llenar una necesidad. La necesidad de este primer milagro es que el vino se había terminado -un problema agudo para la hospitalidad que se brin­daba a los invitados. Pero hay un segundo propó­sito que se manifiesta con el primero. Juan dice en el versículo 11 que, con este milagro, Jesús reveló su gloria. Cuando Dios demuestra su poder, lo hace para glorificar su nombre.  

El propósito tercero está mencionado en este mismo versículo: «Sus discípulos creyeron en El». Dios quiere que cuando la gente vea su poder, ponga su fe y su confianza en El.

Jesús toma algo tan común como el agua y lo convierte en algo extraordinario como el vino: con este acto sobrenatural, Jesús llenó una necesi­dad, manifestó su gloria y movió a otros a creer en El.

De poco a mucho

La segunda manera como Dios manifiesta su economía es tomando lo poco para hacerlo mu­cho. El ejemplo más obvió es el milagro de la alimentación de los cinco mil, Mateo capítulo 14, en el que Jesús tomó el almuerzo de un mucha­cho, cinco panes y dos peces, lo bendijo, lo partió y lo distribuyó entre sus discípulos, quienes die­ron de comer a cinco mil hombres y sus mujeres y niños.

Otro ejemplo se encuentra en 2 Reyes capítulo 4. Esta historia viene de la vida del profeta Eliseo, en relación con una viuda necesitada. Los acree­dores de su marido muerto estaban por llevarse a sus dos hijos como esclavos y ella le pide ayuda a Eliseo. Este le dice que reúna entre sus vecinos todas las vasijas vacías que pueda, que se vaya a su casa y que vierta en esos recipientes el poquito aceite que tenía.

Se fue la mujer y cerró la puerta, encerrán­dose ella y sus hijos; ellos le traían las vasijas y ella echaba del aceite.

Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite.

Vino ella luego y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede.

Además del milagro que Dios hizo al tomar un poco y hacerlo mucho, notemos también que el tamaño de la bendición fue de acuerdo a la expec­tativa de la viuda. En otras palabras, la cantidad de aceite que iba a recibir, dependía de la canti­dad de vasijas que recogiera; cuanto más vasijas, más aceite. Seguramente que cuando terminó de llenar la última, deseó haber recogido más vasijas.

Rufus Moseley, un viejo santo que influenció grandemente mi vida, cuenta la historia de una viuda, en Suecia, quien tuvo una experiencia simi­lar. Había contratado a un constructor para que hiciera una capilla en su aldea y ella le iba a pagar con treinta monedas de oro que su esposo le había dejado. Pero el constructor era deshonesto y cuando hubo terminado el trabajo, le presentó una cuenta por el doble del precio que habían acordado. Ella comenzó a clamar a Dios, no sabiendo qué hacer.

Mientras oraba, sintió que el Espíritu Santo le decía que sacara sus monedas y las contara. Mientras las contaba parecía que aumentaban. El Espíritu Santo le decía: «Cuéntalas de nuevo». Cada vez que las contaba su número crecía hasta que llegó a la cantidad que necesitaba para pagar su deuda. Entonces el Espíritu Santo le habló y le dijo: «Eso es suficiente. Ve y paga tu cuenta».

Lo que Dios hizo entonces, lo puede hacer ahora. Él puede tomar algo poco y hacerlo mucho.

Cosecha abundante en tiempos de hambre

Una tercera forma en que la provisión sobrena­tural de Dios sobrepasa la circunstancia es trayendo una cosecha abundante en tiempos de hambre. No hay tal cosa como hambre en la economía de Dios; por supuesto que sí la hay en el ámbito na­tural. En el capítulo 26 de Génesis, leemos sobre esto en la vida de Isaac.

Isaac quería llevarse a su familia y a sus siervos a Egipto para escapar del hambre. Pero Dios le habló directamente y le dijo: «Habita como forastero en esta tierra y estaré contigo, y te bendeciré». (v, 3). Luego dice la Biblia:

Y sembró Isaac en aquella tierra, y cosechó aquel año ciento por uno; y le bendijo Jehová. El varón se enriqueció, y fue prosperando, y se engrandeció hasta hacerse muy poderoso.

y tuvo hato de ovejas, y hato de vacas, y mucha labranza:

Dios prosperó sobrenaturalmente a Isaac en una tierra que estaba pasando una gran hambre.

Mary Welch, una ministra laica metodista, relata en su libro, Reckoning at Dusk, que ella y su esposo granjero sembraron un año durante una severa sequía. Ella confiaba en las Escrituras que decían que Dios proveería para ella aún en tiem­pos de sequedad. Una de las cosechas se perdió, pero la caña de azúcar que había sembrado pros­peró sin lluvia. La safra produjo ochenta galones de jugo, más del doble de lo que habían sacado antes. Dios puede proveer abundantemente aún en tiempos de hambre.

Se restaura algo perdido

Una cuarta manera que tiene la provisión sobre­natural de Dios de sobrepasar a la natural es recuperando o restaurando algo que se había perdido.

En Joel 2:25-26, Dios promete restaurar Israel y dice:

Y os restituiré los años que comió la oruga, el saltón, el revoltón y la langosta … comeréis hasta saciaros, y alabaréis el nombre de Jeho­vá vuestro Dios …

Algunas veces, debido a nuestra ignorancia, rebelión o desobediencia, nos metemos en dificul­tades; o por mala administración, perdemos o malgastamos lo que Dios nos ha dado. Entonces comenzamos a sufrir por nuestra propia insensa­tez. Pero porque Dios es fiel, él restaurará lo que hemos perdido.

Un ejemplo bíblico es el de Lucas 15. El hijo pródigo era culpable de malgastar lo que había recibido, habiendo tomado la herencia de su padre, la desperdició en un país lejano. Pronto comenzó a tener necesidad, se arrepintió y quiso volver al hogar. Su padre lo recibió y le restituyó lo que tuvo antes y más. Se alegró por un hijo que había perdido, pero que arrepentido había regre­sado al hogar.

El padre de la historia caracteriza a Dios, quien es capaz de restaurarnos, en su economía sobre­natural, cualquier cosa que hayamos perdido.

Lo mejor del orden natural

Un quinto ejemplo de cómo Dios sobrepasa con su economía sobrenatural cualquier provisión natural es haciendo sobrenaturalmente que obten­gamos lo mejor que el orden natural da. Dios puede hacer que las circunstancias normales se vuel­van a nuestro favor.

Un buen ejemplo de esto está en Lucas capítu­lo 5, donde Jesús instruye a sus discípulos, que habían trabajado toda la noche sin pescar nada, para que echaran la red en lo profundo. Pedro le responde: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas, en tu palabra echaré la red» (v. 5). Recogió de nuevo la red y la echó mar adentro encerrando una gran cantidad de peces, tantos que cuando comenzaron a subirla, se rompía y la barca se hundía del peso.

Los peces no fueron producidos sobrenatural­mente, pero sí fueron llevados a la red de Pedro sobrenaturalmente.

Sembrar para cosechar

El sexto y último punto es que la economía de Dios trasciende a la natural cuando aplica la ley espiritual de sembrar para cosechar. En Lucas 6:38, Jesús dice: «Dad, y se os dará; medida bue­na, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo». Es una verdad sencilla cuando decimos que Dios quiere llenar nuestra necesidad, pero hay ciertos métodos y principios que se tie­nen que observar: la ley de sembrar para cosechar.

«El que siembra generosamente, generosamen­te también segará». (2 Cor. 9:6).

Según Pablo, la voluntad de Dios es que tenga­mos abundancia; suficiente para nosotros y para compartir con otros.

Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra … para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad… (2 Coro 9:8,11).

Una de las maneras principales que Dios usa para prosperarnos es cuando nosotros damos. Esta es la ley de sembrar para cosechar.

Sembrar en fe

En 1968, dejé el pastorado para mudarme a La Florida y comenzar un ministerio de enseñanza y escribir; una fuente de ingresos eran los dere­chos de autor de mi primer libro, Frente a un milagro. No era mucho dinero; tal vez unos cuan­tos cientos de dólares de vez en cuando, pero siempre me alegraba recibirlos. Sin embargo, una noche mientras oraba, parecía que Dios me pre­sionaba que debía ceder mis derechos a alguien.

Al día siguiente estaba muy pensativo y mi es­posa me preguntó: «¿Qué te pasa?»

«Creo que Dios me dijo que hiciera algo que no quiero hacer».

«¿Qué es?»

«Creo que Dios me dijo que no tomara más dinero de las ventas del libro. Que se los diera a alguien». Creí que mi esposa respondería negativa­mente, pero para sorpresa mía, ella comenzó a alabar a Dios.

«Me preguntaba cuánto tiempo te iba a tomar el darte cuenta de lo que estaba haciendo a tu ministerio la preocupación de la venta de tu li­bro», dijo dándome un abrazo. Entonces me di cuenta que, por meses había estado más preocu­pado por la venta de los libros que por las perso­nas a las que estaba ministrando.

Llamé al que había publicado mi libro y le dije: «Juan, el Señor me ha dicho que no reciba más dinero de la venta del libro, por 1o menos por un tiempo. Tómalo tú y úsalo en tu ministerio». En los siguientes dos años dejé de percibir cerca de cinco mil dólares, que para mí era bastante dinero y que me hubiera comprado un auto nuevo.

Se recibe recompensa

Pero Dios tiene una manera especial de mos­trarnos su fidelidad. En esos días ni siquiera tenía­mos carro propio. Arrendamos uno y nos costaba $165.00 por mes.

Una noche, después de una reunión, una señora se acercó a mi esposa ya mí y nos dijo: «No sé si Uds. saben que mi marido y yo somos dueños de una agencia que renta autos. Dios nos ha bende­cido mucho en el negocio y hemos estado pidién­dole que nos indique cómo podemos mostrar nuestro agradecimiento, y creo que sé lo que él quiere que hagamos». Yo contuve la respiración mientras ella continuaba. «¿Nos permitirían que les cediéramos una camioneta sin ningún costo para Uds.?»

¿Que si se lo permitiríamos? Le di un fuerte abrazo. No sabía qué otra cosa hacer. Y todos los años, durante los siguientes cinco años, tuvimos un auto nuevo último modelo, sin ningún costo para nosotros. Eso representa cinco veces más de lo que había dejado de percibir en regalías por el libro. Para nosotros era un ejemplo bien claro de la ley de sembrar para cosechar.

Dios puede proveer tomando algo que no vale nada y hacerlo de gran valor. Dios puede manifes­tarse tomando lo poco y haciéndolo mucho. Dios puede probarnos su fidelidad en tiempos de ham­bre, enseñándonos a sembrar abundantemente.

Y también Él prueba su fidelidad cuando obe­decemos su ley de sembrar para cosechar.

No importa qué circunstancias traiga la econo­mía natural, si somos mayordomos obedientes de lo que Dios nos ha confiado y si ponemos nuestra confianza en la disposición de Dios de proveer para nuestras necesidades, podremos experimentar la abundancia sobrenatural que fluye de su economía divina.

Don Basham es Licenciado en Arte y Divinidad de la Universidad de Phillips, y graduado del Seminario de Enid, Oklahoma. Fue editor de New Wine Magazine y autor de varios libros, entre ellos «Líbranos del Mal» y «Frente a un Milagro «.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo. 5-nº 11 -febrero 1985