Por Corrie ten Boom
Durante la ocupación nazi de los Paises Bajos, en la Segunda Guerra Mundial, Corrie ten Boom y su familia arriesgaron sus vidas escondiendo a judios para impedir que fueran arrestados y enviados a los campos de concentración. Esta operación subterránea tuvo un éxito enorme hasta que uno de sus propios conciudadanos reportó las actividades de la familia a la policia secreta. La traición llevó a Corrie y a toda su familia a los campos de concentración donde su padre y su hermana murieron.
En su libro, El refugio secreto, Corrie narra los acontecimientos de esos años. El siguiente extracto de esa historia, relata cómo su hermana, Betsie, le ayudó en su lucha para perdonar al informante, Jan Vogel, cuando descubrió su identidad por medio de otra prisionera.
A las 6:00 de la tarde, pasaban la lista de nuevo y después marchábamos de regreso a las barracas donde dormíamos. Betsie estaba siempre en la puerta esperándome; cada día era como si hubiera pasado una semana; teníamos tanto que decirnos.
«¿Ese joven belga y la muchacha que se sentó junto conmigo en la banca? ¡Hoy se comprometieron! «
«La señora Heerman, quien le llevaron a su nieta a Alemania, hoy me dejó orar con ella.»
Un día las noticias de Betsie nos tocaron directamente. «Una señora de Ermelo fue transferida hoy al destacamento de costura. Cuando me presenté, ella dijo: , ¡Otra más!’ «
«¿Qué habrá querido decir?» «Corrie, ¿recuerdas el día que fuimos arrestados y aquel hombre vino a la tienda? Estabas enferma y tuve que despertarte.»
Lo recordaba muy bien. Recordaba sus ojos extraños y nerviosos y, la sensación de ansiedad en la boca de mi estómago que no tenía nada que ver con la fiebre.
«Aparentemente todos en Ermela lo conocían. Trabajó con la Gestapo desde el primer día de la ocupación. El fue quien informó sobre las actividades de los hermanos de esta mujer en la Resistencia y por último sobre ella y su marido.» Cuando Ermelo finalmente supo que era un informante, él se fue a Haarlem y se unió con Willemse y Kapteyn. Su nombre era Jan Vogel.»
Llamas de fuego parecían saltar alrededor de ese nombre en mi corazón. Pensé en las horas finales de mi padre, sola y confundida en el corredor de un hospital. Del trabajo subterráneo que se había detenido abruptamente. Pensé en Mary Itallie arrestada mientras caminaba por una calle. Sabía que si Jan Vogel se ponía en frente mío lo podría matar.
Betsie sacó el pequeño bolso de tela que llevaba debajo de su ropa de trabajo y me lo ofreció, pero yo lo rehusé con mi cabeza. Betsie se dejaba la Biblia durante el día, pues tenía más oportunidad de leerla aquí que yo en las barracas Phillips. En las noches teníamos una reunión clandestina de oración para cuantos se podían acercar a nuestro camastro.
«Dirige tú las oraciones esta noche, Betsie. Yo tengo dolor de cabeza.»
Más que un dolor de cabeza, me dolía todo con la violencia de mis sentimientos hacia el hombre que nos había hecho tanto daño. Esa noche no dormí y al día siguiente casi no podía oír las conversaciones a mi alrededor. Al final de la semana me sentía tan mal de cuerpo y de espíritu que el Sr. Moorman se detuvo en mi banco y me preguntó si algo andaba mal.
«¿Malo? ¡Sí, algo está mal!» y comencé a contarle todo lo que había descubierto esa mañana. Estaba demasiado dispuesta a contarle al Sr. Moorman y a toda Holanda cómo Jan Vogel había traicionado a su país.
Lo que me asombraba todo este tiempo era Betsie. Había sufrido igual que yo y, sin embargo, no parecía llevar una carga de ira. «Betsie,» susurré una noche oscura cuando me di cuenta que mis vueltas y mi desvelo tenían que haberla despertado. Tres de nosotras compartíamos ahora el camastro para una persona, pues todos los días entraban nuevos prisioneros al campamento de por sí lleno. «Betsie, ¿no sientes nada por Jan Vogel? ¿No te molesta?»
» ¡ Oh, sí, Corrie! ¡Terriblemente! He sentido por él desde que supe y ruego por él cada vez que su nombre viene a mi mente. ¡Qué horrendamente debe de estar sufriendo!»
Por un largo tiempo permanecí en silencio en la enorme barraca oscura, inquieta con los suspi-
ros, los ronquidos y la intranquilidad de cientos de mujeres. Una vez más, tuve el sentimiento que esta hermana con quien había pasado toda mi vida, pertenecía, de alguna manera, a un orden diferente de seres.
¿No me estaba diciendo en su forma gentil que yo era tan culpable como Jan Vogel? ¿No estábamos, él y yo, frente a un Dios omnividente, culpables del mismo pecado de asesinato? ¿Puesto que yo lo había asesinado con mi corazón y con mi lengua?
«Señor Jesús,» susurré sobre las protuberancias de la cama, «yo perdono a Jan Vogel, así como te ruego que me perdones a mí. Le he hecho mucho daño. Bendícelo ahora y a su familia … » Esa noche, por primera vez desde que nuestro traidor tuvo un nombre, dormí profundamente y sin soñar hasta que el silbato nos llamó para pasar lista.
Un llamado a la oración
Creemos que la Iglesia del Señor (todos los creyentes en Jesucristo unidos) tiene la solución a los problemas de este mundo. La respuesta no está en la violencia física ni en el intelectualismo humanista. La lucha de la Iglesia está en la dimensión del espíritu. Sólo la Iglesia del Señor posee los elementos necesarios para cambiar el curso de la historia.
Ore por la paz, de su país, del continente americano y del mundo entero. Ore por sus gobernantes para que hagan la voluntad de Dios. Ore por las almas que no se han entregado al señorío de Jesús. Ore recordando y aplicando los siguientes tres versículos de la Biblia:
- «De la misma manera, también el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros … » Romanos 8:26.
- «Si pedimos cualquier cosa conforme a su voluntad, El nos oye. Y si sabemos que él nos oye … tenemos las peticiones que le hemos hecho» 1 Juan 5:14-15.
- «La oración eficaz del justo puede lograr mucho» Santiago 5:16.
Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 6 abril 1984.