Por Robert Grant

Uno de los aspectos más alentadores de la vida cristiana es descubrir que aún los personajes bíblicos, a quienes hemos elevado a un nivel de perfección, tuvieron ocasiones de demostrar sus errores y limitaciones. Eso nos enseña que no somos los únicos que ocasionalmente tenemos dificultad al entender lo que Dios está diciendo y haciendo en nuestras vidas. Un ejemplo es la siguiente parábola del sembrador, en Marcos 4, que es el punto de enfoque en el tópico de este artículo: los discípulos no entendieron exactamente lo que Jesús les decía.

¡Oíd! El sembrador salió a sembrar; y aconteció que al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y las aves vinieron y se la comieron. Y otra parte cayó en lugares pedregosos donde no tenía mucha tierra; y en seguida brotó porque la tierra no era muy profunda. Pero cuando salió el sol, se quemó; y se marchitó porque no tenía raíz. Y otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. y otra parte cayó en tierra buena, y creciendo y desarrollándose, daba fruto, y producía treinta, sesenta y cien veces.

Y él decía: El que tiene oídos para oír, que oiga.

Y tan pronto como se quedó solo, sus seguidores, junto con los doce, comenzaron a interrogarle sobre las parábolas (vs. 3-10).

Es alentador descubrir que la «élite» de este grupo de hombres que rodeaban a Jesús, que estaban más cerca de él y compartían más de su vida que cualquiera otro, tuvo que preguntarle a Jesús el significado de la parábola. Es un alivio saber que aún los discípulos a quienes muchas veces queremos hacer super santos, tuvieron necesidad de que Jesús les clarificara lo que Dios estaba diciendo. Jesús dio la explicación de la siguiente manera:

El sembrador siembra la palabra. Y éstos son los que están junto al camino donde se siembra la palabra; y cuando oyen, al instante Satanás viene y se lleva la palabra que se ha sembrado en ellos. Y de igual manera, éstos son en los que la semilla cayó en lugares pedregosos, quienes al escuchar la palabra en seguida la reciben con gozo; pero no tienen raíz firme en sí mismos, sino que sólo son temporales. Entonces, cuando viene la aflicción o la persecución por causa de la palabra, al instante se apartan (vs. 14-17).

El versículo central al tema de este artículo es el 17: «Pero no tienen raíz firme en sí mismos, sino que sólo son temporales. Entonces, cuando viene la aflicción o la persecución por causa de la palabra, al instante se apartan.» Este versículo dice que, si tenemos un «sistema de raíces» personales fuertes, en el fundamento de nuestra vida cristiana, tendremos permanencia y estabilidad en la fe.

El sistema de raíces de un árbol son los órganos hundidos en la tierra que le permiten absorber su alimento. Estabiliza y sostiene al árbol al mismo tiempo que lo provee de vida. La naturaleza misma ofrece ejemplos de lo necesario que es tener un buen sistema de raíces.

En el patio de mi casa tenía dos árboles que eran idénticos en apariencia. Pero vino una tormenta con vientos recios que golpearon contra ellos y sólo uno quedó en pie; el otro se vino abajo rápidamente. La diferencia la hizo la profundidad y fortaleza de las raíces que sostuvo a uno en medio de la tormenta y que el otro no tenía. Uno sobrevivió y el otro no. Aunque el árbol sobreviviente pasó por un tiempo en el que perdió todas sus hojas, se mantuvo firme porque tenía un sistema de raíces fuerte.

El versículo 17 dice que los que no tienen raíz firme son sólo temporales. Caerán cuando se levanten los vientos de la aflicción o la persecución. De manera que las raíces no sólo son para obtener alimento y para dar vigor: también están allí para sostener en tiempos de tormenta. En nosotros es el medio de sobrevivir la aflicción y la persecución.

El día de la prueba

La declaración de Jesús en Mateo 7 es una verificación bíblica de la importancia de tener un fundamento firme para nuestras vidas:

Por eso, cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, se puede comparar a un hombre sabio, que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia y vinieron los torrentes, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no cayó, porque había sido fundada sobre la roca.

Y todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será como un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena. Y cayó la lluvia, y vinieron los torrentes, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su derrumbe (24; 27).

El fundamento de una casa, igual que el sistema de raíces de un árbol, tiene que ser fuerte y seguro para que soporte el día de la prueba y la aflicción.

Una de las características de las casas en el sur de California es que son construidas para soportar temblores de tierra hasta de 8.5 en la escala de Richter. En ese respecto, las casas en el sur de California son diferentes a las del resto de la nación. Son edificadas con especificaciones que soportarán el día de la prueba. De otra manera, cuando los temblores vengan, las paredes se rajarán, los ladrillos se desprenderán y la casa se derrumbará.

Creo que Dios nos está exhortando a edificar nuestras casas espirituales y a permitir que las raíces en nuestras vidas personales se profundicen de tal manera que podamos permanecer firmes en el día de la prueba y de la aflicción que se avecina.

Nosotros en esta nación no estamos del todo conscientes de la persecución que muchos sufren alrededor del mundo, y tratamos de ignorar lo que las Escrituras dicen que viene. Tal vez no estemos anticipando un gran derrumbe, pero tenemos que prepararnos para el día de la calamidad. No me propongo ser un profeta de destrucción; sólo quiero declarar fielmente la advertencia del Señor Jesús que, inevitablemente, vendrán días difíciles sobre la tierra. Tenemos que reconocer nuestra responsabilidad de estar preparados para ese día y eso requiere que desarrollemos nuestras raíces profundamente.

La mentalidad de estar firme

Estar firme significa permanecer inconmovibles.

No tiene que ver con el aspecto de acumular todas las energías espirituales en preparación para la batalla. Si bien hay una guerra espiritual para la que debemos estar preparados, a veces esta mentalidad de guerrero nos puede meter en dificultades. La reacción de Pedro cuando Jesús fue capturado en Getsemaní representa la mentalidad de muchos hombres cuando son amenazados o presionados. Pedro sacó la espada y cortó la oreja al siervo del sumo sacerdote. Esa mentalidad hace reaccionar en forma violenta y destructiva, no comunica nada de redención y es diferente a estar firme.

Una de las características que marcan la vida de Jesús es que él supo permanecer firme. Lo demostró cuando fue perseguido y acusado; cuando fue golpeado y ridiculizado; cuando fue retado por los líderes religiosos de su día y confrontado por las autoridades seculares. El se mantuvo inconmovible en su propia identidad y propósito. Jesús tenía un fundamento firme y una raíz profunda y no reaccionó con arrebatos.

Tengo que confesar que soy el principal ofensor cuando se habla de arrebatos. En los últimos años he tenido que arbitrar en conflictos entre hermanos que no estaban de acuerdo entre sí o conmigo, y he descubierto que no a todos les caigo bien o les gusta lo que estoy haciendo. Me he encontrado en situaciones como confrontado, acusado y condenado.

Algunas veces las acusaciones eran justas, pero muchas eran falsedades y distorsiones horribles de la verdad. En situaciones semejantes he sentido el deseo de saltar sobre la mesa y agredir físicamente a mis acusadores. Igual que Pedro he reaccionado violentamente y he querido justificarme diciendo que mi indignación era justa. Pero la verdad es que mis raíces no eran muy profundas y no pude permanecer firme frente a la presión y a la persecución.

La persona que conoce bien su identidad, permanecerá inconmovible en la confrontación. No importa lo que hagan otros en situaciones delicadas, ella mantendrá su paz porque tienen una raíz fuerte. Sabe lo que es y permanece firme, no importa cuánto vociferen y desvaríen contra ella.

La firmeza no es obstinación ni resistencia violenta. Es permanecer inconmovibles como lo hizo Jesús. La única manera de lograrlo es teniendo una raíz profunda en nosotros. No importa que la presión sea de adulación o de acusación, como:

«Hermano, Dios te usa poderosamente» o «Eres un hereje; estás engañado.» Nada la moverá porque, igual que Jesús, tiene una raíz profunda en el conocimiento de Dios y de sus caminos.

Cómo echar raíces

Veamos ahora qué cosas nos ayudan a desarrollar un sistema de raíces firmes.

Primeramente, debe determinar que usted es el responsable de desarrollar sus propias raíces. Usted y yo tenemos que venir personalmente delante de Dios y confesar: «Señor, no importa lo que mi comunidad pueda hacer para sostenerme, no importa lo que el liderazgo sea capaz de hacer para apoyarme y fortalecerme, o lo que mi esposa (o esposo) haga para alentarme, reconozco que sólo yo soy responsable delante de ti de desarrollar raíces firmes dentro de mí.»

Quiero enfatizar diciendo que nadie lo puede hacer por usted. La predicación, la enseñanza, la exhortación o la pre­sión de otros no desarrollará sus raíces. Usted mis­mo tiene que hacerlo.

Una de las razones por la que es una responsa­bilidad tan personal, es que sus raíces, como la de las plantas, son invisibles. La raíz es la parte del individuo que no se ve. A esto se refería David en el Salmo 51: «He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo.» Todo individuo tiene su parte invisible que sólo Dios conoce. La comunidad lo ignora, al pastor se le pierde de vista y a su esposa o esposo no le es completamente evidente. Por eso es que su desarrollo depende de usted. Sólo Dios puede ver sus raíces.

En segundo lugar, usted debe desarrollar su propia teología personal. El propósito de enfatizar una teología personal en contraste con la del grupo a que pertenece es el siguiente: Todo cuer­po de creyentes debe adoptar una declaración co­mún de fe, de doctrinas que todos crean, confie­sen y con las que edifiquen sus vidas. Sin embar­go, hay algo más profundo que debe ocurrir. La teología del grupo tiene que ser personalizada e individualizada. Cada cual debe decir: «Yo creo.

Yo creo que Jesús es el Hijo de Dios. Yo creo que Dios el Padre lo levantó de los muertos … » Es necesario que cada persona confiese individualmen­te sus creencias y convicciones.

Uno de los peligros sutiles de la vida en comu­nidad es que el individuo adopte las normas y las convicciones colectivas y dependa de ellas a tal extremo que descuide su propia teología personal. y si esto sucede, sus raíces no se desarrollarán.

Si estudiamos los períodos de la historia de la iglesia cuando los credos fueron escritos, encontraremos que estos nacieron bajo conflictos, per­secución y ataques contra la sana doctrina, forzando a los cristianos a declarar la verdad que real­mente creían. Nosotros también necesitamos te­ner nuestra propia teología individual de lo que creemos en nuestro corazón, para confesarlo con nuestra boca y permitir que nuestras raíces se profundicen de tal manera que podamos perma­necer firmes ante la controversia y la persecución.

Si todo lo que tenemos es una teología de gru­po o sistema de raíces colectivo, ¿qué nos pasaría si el grupo fuese sacudido? Muchas veces, cuando una comunidad es probada, algunas personas del grupo se desilusionan de tal manera que pasan años separados de Dios por carecer de conviccio­nes personales. Esposa, no es suficiente depender de las convicciones y de la fe de su marido. Usted debe tener las suyas propias. ¿Qué pasará cuando él no esté presente y usted tenga que depender de sus propias raíces?

Hombre, ¿qué de las situacio­nes en las que no haya hermanos para fortalecerlo y levantarlo? ¿Qué de los negocios u otras circuns­tancias donde no hay nadie observándolo? ¿Qué lo va a sostener? ¿La teología de su grupo o su de­claración de fe? No. Tiene que ser lo que usted mismo haya aceptado y tomado como su propia teología personal, establecida en la integridad de su propio sistema de raíces.

El tercer factor está muy relacionado con el se­gundo: usted debe estar dispuesto a comparecer solo ante Dios. Esta es la secuencia natural de aceptar su responsabilidad personal de establecer un sistema de raíces y de desarrollar su propia teología. Algo sucede que lo comprome­te y lo obliga a comparecer solo ante Dios, satisfecho y seguro en su relación personal con él.

Dietrich Bonhoeffer en el tercer capítulo titula­do El Día Solo, de su libro La vida juntos, expresa este punto de la siguiente manera:

«Muchos buscan compañerismo porque temen estar solos. Son impulsados a. buscar la compañía de otras personas porque no soportan la soledad. Hay cristianos también que no toleran estar solos, que han tenido alguna mala experiencia consigo mismos, que tienen la esperanza de recibir alguna ayuda en asociación con otros. Generalmente terminan desilusionados. Entonces culpan a la confraternidad por lo que es realmente su propia falta. La comunidad cristiana no es un sanatorio espiritual.

La persona que entra a un grupo de co­munión porque está huyendo de sí misma, la está mal usando como diversión, no importa lo espiri­tual que aparente ser esta diversión. De ninguna manera busca la comunidad, sino sólo la distracción que le permita olvidar su soledad por un bre­ve momento, la alienación misma que crea el ais­lamiento mortal del hombre. La desintegración de la comunicación y de toda experiencia genuina y finalmente la resignación y la muerte espiritual son el resultado de dichos intentos de encontrar una cura.»

Lo que dice Bonhoeffer es que un deseo mal motivado de involucrarse en la comunidad termi­nará en la desintegración de la comunicación, la debilitación de una experiencia genuina, la resig­nación y finalmente la muerte espiritual. La ad­vertencia es muy severa.

El autor comienza su próximo párrafo de la siguiente manera: «El que no pueda estar solo que se guarde de la comunidad.» Quien no pueda comparecer solo delante de Dios porque no ha querido responsabilizarse en desarrollar su propio sistema de raíces, que se guarde de la comunidad. Buscar comunión con otros sólo para escapar de la soledad conduce rápidamente al engaño.

El cuarto paso es estar dispuesto a sufrir. Ten­demos a ver el sufrimiento como algo que se debe evitar, rodear y sólo experimentar brevemente. Pero, ¿qué de las pruebas que el Señor nos envía? ¿Estamos dispuestos a aceptarlas para determinar nuestra perseverancia? ¿Podremos enfrentarnos al sufrimiento, a la persecución y al abuso de las personas? ¿Podremos perseverar con firmeza y recibir lo que Dios tiene en todo eso? Muchos en ese día murmurarán y se quejarán. Pero tenemos que estar dispuestos a sufrir si queremos echar raí­ces profundas.

Un paso final es aceptar con apreciación el pri­vilegio de ser podados. Cuando se corta lo que im­pide el crecimiento, el árbol se fortalece y sus raí­ces se profundizan. Gran parte de lo que pasamos en tiempos de prueba se debe al proceso de la po­da de Dios.

El ministerio de Juan el Bautista es un ejemplo de la manera en que Dios puede podar. Cuando Juan decía: «Generación de víboras», muchos re­sistían sus palabras, aunque venían ungidas por el Espíritu Santo. Con corazones endurecidos recha­zaban el mensaje, al mensajero y al reino de Dios. Otros recibían sus cortantes palabras reconocien­do que su corrección era la hoja filosa del cuchillo de Dios y eso les aparejaba el camino para entrar en el reino.

Si podemos aceptar la palabra fuerte de corrección y el proceso de la poda de Dios, nuestras raí­ces se fortalecerán y podremos permanecer firmes.  

La obediencia

Para terminar, veamos nuevamente Mateo 7:24 y 25:

Por eso, cualquiera que oye estas’ palabras mías y las pone en práctica; se’ puede compa­rar a un hombre sabio, que edificó su ‘casa so­bre la roca; y cayó la lluvia y vinieron los to­rrentes, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no cayó, porque había sido fundada sobre la roca.

La casa no cayó porque el hombre sabio oyó las palabras del Señor y las puso en práctica. Es decir, porque obedeció.

Creo que en los días que se avecinan tendremos. que renovar nuestra obediencia. No en el sentido de obedecer a nuestro líder, sino a la palabra específica que Dios nos da. Esta obediencia personal al Espíritu de Dios es más que un ejercicio religio­so; es el requisito esencial para dar fruto, para cumplir con el propósito de Dios y para la vida misma.

Dudo que alguno de nosotros alcance repenti­namente el grado de madurez en el que se deje di­rigir perfectamente por el Espíritu Santo. Pero podemos ser entrenados para oír y obedecer la pa­labra que Dios nos está hablando personalmente. Si usted siente que el Señor lo está impulsando para que le testifique a alguien, obedézcale. Eso fortalecerá su fundamento. El que oye y hace es el que permanece. Que Dios nos ayude a echar raíces firmes para que en el día de la adversidad permanezcamos obedientes e inconmovibles.

Robert Grant completó sus estudios de religión en la Universidad de California del Sur. También es graduado en Historia de la Iglesia y Nuevo Testa­mento de la Universidad George Washington. Vive en Misión Viejo, California, con su esposa Sue y sus hijos.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 2 agosto-1983.