Autor Charles Simpson
Manifestando Sus caminos en un mundo de tinieblas
Hay un número de metáforas en la Biblia que describen al pueblo de Dios. Cada una de ellas enfoca uno de sus atributos. Se le llama la Iglesia (Asamblea), la Novia, el Cuerpo, el Reino, el Ejército, la Vid, el Rebaño, el Linaje, el Sacerdocio, la Nación y otros términos simbólicos. Si bien el término Iglesia es el más popular en nuestra generación, la visión total de lo que es el pueblo de Dios, no se puede ver sin considerar las otras figuras. Examinaremos al pueblo de Dios como una nación. «Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de Aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9).
El apóstol Pedro recuerda a la iglesia primitiva que ellos son una nación santa en medio de las otras. Esta es una reconfirmación de una verdad del Antiguo Testamento. Israel, el pueblo de Dios del pacto antiguo, fue una nación. El pueblo de Dios del nuevo pacto es también una nación. El Señor Jesús es el Rey de una nación – que tiene ciudadanía definida, una constitución, leyes, liderazgo y una tierra. Cuando alguien es unido a Cristo y al pueblo de Dios, se convierte en ciudadano de una nueva nación y entra bajo un nuevo gobierno. Así ocurrió con los primeros cristianos del nuevo pacto. Si bien continuaban sometidos y honrando toda autoridad, eran ciudadanos de un reino eterno (Filipenses 3.20; Colosenses 1:13; 1 Pedro 2:13-17; Romanos 13: 1-7). Las implicaciones son poderosas si llegásemos a comprender este principio actualmente. Veamos cómo emerge el principio en las Escrituras.
Abraham, Padre de naciones
Dios escogió a Abraham para que recibiera Su pacto soberano y engendrase a todo un pueblo. Los descendientes de Abraham serían el Pueblo de Dios. En Génesis 15 se narra la conversación con Abraham:
«Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande.
Y respondió Abram: Señor Jehová, Y qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?
Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa.
Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará.
Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo:
Así será tu descendencia» (Génesis 15: 1-5).
Génesis 17 llama naciones a los descendientes de Abraham:
«Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes, y te multiplicaré en gran manera, y hará naciones de ti, y reyes saldrán de ti y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. « (Génesis 17:5-7).
No fue sino hasta que los descendientes de Abraham fueron redimidos de Egipto, que la identidad nacional comenzó a ser creada en Israel. Cuando entraron en la tierra de su heredad, la dominaron como administradores bajo el gobierno de Dios.
El señorío significa pertenencia
Las palabras de Pedro a los santos del nuevo pacto eran una cita directa de lo que Dios había dicho a Moisés con respecto a Israel: «Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel» (Éxodo 19:5-6). Todo el mundo es de Dios. El ama a todos los pueblos; ellos son Su creación. Sin embargo, Dios le ofreció a Israel una oportunidad única. A cambio de la obediencia de ellos a Su ley y de la fidelidad a Su propósito, El les daría un papel único en los asuntos internacionales. Serían mediadores y ministrarían a Dios como una nación de sacerdotes. Serían santos o especiales para Dios, entre todas las naciones, con el propósito de ser hechos por El en un modelo del gobierno divino. La obediencia acarrearía numerosos beneficios para Israel. (Vea Deuteronomio 28:1-13). Un ejemplo así atraería a las otras naciones para bendecir a Israel y buscar el gobierno de Dios (Vea Isaías 60).
Todo esto sonaba muy bien, especialmente tomando en cuenta la esclavitud de Israel en Egipto. Estaban en una situación deplorable – enfermedad, abuso, asesinato de los niños y trabajo intolerable. Sin embargo, había una consideración de gran importancia. Si aceptaban la oferta de Dios, no serían más suyos propios. Se convertirían en Su posesión. «Y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os sacó de debajo de las tareas pesadas de Egipto» (Éxodo 6: 7). «La libertad sería mejor si pudiéramos salir y hacer lo que quisiésemos,» debieron razonar algunos. «A caballo regalado no hay que mirarle el diente,» debieron agregar otros. «Fue el ir por nuestros propios caminos lo que nos metió en este lío, después de todo,» dijeron los más sabios. .. «¡Mi posesión!» había enfatizado Dios.
Supongamos que usted estuviera en una situación extrema sin esperanza alguna de aliviar la combinación de pobreza, enfermedad, degradación moral, trabajo físico y miseria, cuando se le aparece algún amigo rico y bondadoso.
«¿Necesitas ayuda?»
«¡Hombre, sí! Necesito mucha ayuda. Esta vez estoy hundido.»
«No hay de qué preocuparse» sonríe el amigo. «Yo puedo pagar lo que debes, pacificar a tus enemigos y conseguirte ayuda médica. Además, te puedo dar algunas indicaciones que cambiarán completamente tu perspectiva y tu manera de vivir.»
» ¡Bromeas!»
«¡De ninguna manera!» dice su amigo. «Hay una estipulación, no obstante. Deberás considerarla cuidadosamente antes de que aceptes mi ayuda. Aquí tengo un documento legal que te pediré lo firmes.»
«¿De qué se trata?» pregunta usted con sobriedad.
«Dice que de ahora en adelante yo soy el dueño de tu vida y de tus posesiones. Este documento me da control completo sobre tu existencia. «
Silencio …
Esta es la oportunidad que Dios le ofreció a Israel… y le ofrece a todos los hombres a través del nuevo pacto en Jesucristo. Dirija usted mismo su propio fracaso o tenga éxito siendo un siervo de Dios.
La misma palabra redimir significa «volver a comprar.» El pueblo redimido de Dios es doblemente Suyo. Eran Suyos por el acto de la creación, pero se perdieron por la rebelión; se vendieron a otro amo. Ahora Dios los ha vuelto a comprar pagando el precio legal de la pena de muerte, satisfaciendo así la justicia. Por medio de Su sangre, los sin ley son redimidos o comprados de nuevo; son dos veces de Dios.
Existe sólo una consideración cuando una persona se convierte en la posesión de Dios: ¿Cuál es la voluntad de Dios? Pablo lo prueba en Romanos 9:21, «¿No tiene el alfarero derecho sobre el barro?» Una vez que usted se convierte en la posesión de Dios, El tiene el derecho de utilidad. El decide cuándo y cómo usarlo o no usarlo del todo por algún tiempo.
Por ejemplo, cuando digo «mi reloj ,» significa que lo puedo llevar puesto o no, de cualquier modo que yo escoja – ¡Todo lo que el reloj hace es marcar el tiempo! La consecuencia de aceptar la redención es convertirse en Su posesión.
El pueblo de Dios no tenía identidad alguna cuando fue redimido, No era una nación; eran solo individuos sueltos y perdidos. Dios, a través de la redención, les da una entidad y los forma en una nación unida – un poder universal y eterno que revelase el esplendor de su gobierno celestial.
El tiene derecho de hacerlo; Su pueblo es Su posesión personal.
El señorío determina las relaciones
Una vez que queda establecido que el pueblo de Dios le pertenece a El, es obvio que a El le corresponda el derecho de determinar los límites y la naturaleza de sus relaciones.
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, siete naciones mayores y más poderosas que tú, y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las haya derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia. Y no emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo. Porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronto.
Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serie un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra.” (Deuteronomio 7:1-4,6).
Apenas termina Dios de explicarle a Israel que ellos eran posesión Suya cuando comienza a decirles con quienes podían hacer pactos. El pacto de Dios con Israel era como la relación que existe entre un marido y su esposa (Ezequiel 16:32; Isaías 54:5, etc.) Génesis 2:24 dice que el hombre se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne. De igual manera, Dios y Su pueblo se convertirían en un solo espíritu (1 Corintios 6: 17): Cualquier pacto o relación en que entrara Israel involucraría a Dios, una vez que se convirtieran en Su posesión. Consecuentemente, Dios tenía el derecho de dar o negar Su aprobación. Dios es celoso con Su pueblo, como un esposo o esposa con su cónyuge (Éxodo 20: 5).
Pablo recuerda a los esposos y a las esposas que sus cuerpos ya no están más bajo su propia autoridad. Después de entrar en un pacto, la esposa tiene autoridad sobre el cuerpo de su esposo y el esposo sobre el de su esposa (1 Corintios 7:4). Así es también la relación de Dios con su pueblo. El es el Creador, Señor, Poseedor y Amante del Pacto.
El apóstol Pablo lo dice de la siguiente manera: «No os unáis en lazo con infieles, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad, o qué comunión tiene la luz con las. Tinieblas?» (2 Corintios 6: 14).
No hagas alianza con alguien que no lo haga con Dios. Este es el mensaje. Las asociaciones de pacto con los infieles expondrán nuestra relación con Dios o nos harán romper nuestros votos con ellos. Ninguna de las dos cosas es del agrado de Dios. Tales relaciones pueden ser espiritualmente adúlteras delante de Dios.
Tal vez un día usted contestó la siguiente pregunta delante de un altar: «¿Recibe usted a esta mujer por su legítima esposa; para vivir con ella de acuerdo a la ordenanza de Dios en el santo estado del matrimonio? ¿Promete amarla, honrarla y ayudarla en lo moral y en lo material cuando ella esté enferma o con salud, rica o pobre, y promete dedicar todos sus afectos conyugales a ella y solamente a ella. Todo el tiempo que Dios les conceda la vida para vivir corno esposa y esposo, respectivamente?» Si usted contestó «Sí, señor», usted entró en una relación de pacto. Esto puso a su esposa en una relación única con usted. Este pacto hizo que todas las otras relaciones humanas pasaran a un segundo lugar. Cualquier relación que la perjudicara o la violara, era prohibida.
Dios ama a todo el mundo; pero El es fiel a Su pueblo con quien tiene un pacto en la sangre de Jesús. Si Dios entrara en comunión con nuestros enemigos y los bendijera, dudaríamos de Su lealtad. El tiene los mismos derechos sobre nosotros. Si bendecimos a los enemigos de Dios y nos comprometemos con los que no están comprometidos con El, entristecemos al Espíritu amoroso de Dios que desea nuestra comunión con pureza.
Tenga en mente que Dios anhela que todos los hombres entren en una comunión de pacto con El en calidad de pueblo Suyo – Su desposada. Pero si nosotros que hemos recibido Su pacto le somos infieles, entonces ¿cómo sabrá el mundo lo que significa ser el pueblo de Dios? ¿Y cómo podrán ver la gloria de Dios en el semblante de Su Desposada? (1 Corintios 11: 7).
Ser el pueblo del pacto de Dios y extranjeros en el mundo, significa estar excluido a todos los otros amores que no sean el suyo. Serle fiel a Su gracia, significa ser el objeto de Su favor íntimo y Su entrañable misericordia. ¡Qué precioso e indescriptible es Su amor! ¿Quién o qué amor se puede comparar con El que es amor y Padre de amor? Permitir que El sea el Señor de nuestras relaciones es conocerle en una intimidad que produce justicia radiante, paz perfecta y gozo inefable. ¡Qué relación la que existe entre el Gobernador y los gobernados!
El señorío produce semejanza
El Señorío significa pertenencia. Esta pertenencia nos conduce a una relación única con Dios y ésta, a su vez, cambiará nuestro comportamiento. Uno adopta la manera de ser de aquellos con quienes se asocia y este es el propósito de Dios: dar a conocer por medio de Su pueblo, su infinita gloria y sabiduría.
El grado y función de madurez espiritual va en proporción con la intensidad y singularidad de nuestra comunión con Dios y con Su pueblo. Pronto uno no sólo le pertenece a Dios y mantiene su relación de amor, sino que también comienza a actuar como El.
Cuando el pueblo de Dios es fiel, se vuelve ordenado y pacífico, misericordioso y gentil, manso y paciente, porque El es así. Dios es majestuosamente impresionante. Nadie puede tener comunión con El sin que haya un cambio marcado en su comportamiento. Nos estamos convirtiendo en una nación de gente santa – o una nación, bajo Su gobierno, que manifestará Sus caminos en un mundo de tinieblas. Yo sinceramente creo que los cristianos de los diferentes continentes tienen más en común y actúan más semejantemente que los miembros de una misma familia natural, donde algunos conocen al Señor y otros no. Los atributos cristianos de una raza espiritual y una nación santa comienzan a manifestarse en una forma más marcada. Daniel dice que resplandecerán como las estrellas (Daniel 12:3).
Los caminos de Dios son muy prácticos y se expresan en las cosas prácticas. Israel había permanecido tanto tiempo en Egipto que había adoptado la manera de vivir de los egipcios en vez de la de Dios. Por medio de la comunión íntima, Dios tenía la intención de cambiar su manera de vivir.
“Hijos sois de Jehová vuestro Dios; no os sajaréis, no os raparéis a causa de muerto. Porque eres pueblo santo a Jehová tu Dios, y Jehová te ha escogido para que le seas un pueblo único de entre todos los pueblos que están sobre la tierra. Nada abominable comerás” (Deuteronomio 14: 1-3).
Dios estaba interesado en su dieta. En Egipto habían comido animales portadores de enfermedades y por esta razón habían sufrido igualmente que los egipcios. En esos días no había legislación para controlar las drogas y los alimentos. Los caminos de Dios son limpios y El es el arquitecto de la buena salud. Por lo tanto, comienza a educar a Israel sobre los alimentos que no son sanos. En Éxodo 15: 26 les promete que no tendrán ninguna de las enfermedades de los egipcios con la condición que obedezcan Sus mandamientos. Dios sabía, antes que la ciencia médica lo descubriera, que el cerdo, por ejemplo, era portador de ciertas enfermedades. A Dios no sólo le interesa lo que comemos, sino también la cantidad.
La obediencia siempre paga sus dividendos aún cuando no entendamos. La circuncisión, otro de los mandamientos de Dios, ha mantenido al mínimo los casos de cáncer entre las mujeres judías. También esa práctica fue instituida antes de que fuera entendida por la medicina.
«No se sajen ni se rapen a causa de muerto.» Los israelitas habían visto en Egipto un temor y un dolor anormal con relación a la muerte. Manifestaciones frenéticas y mutilaciones acompañaban a menudo la muerte de un familiar o amigo. Tal vez Moisés les dijo, como cantara David en el Salmo 116: 15: «Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de Sus santos.» Abraham, Isaac y Jacob habían entregado sus espíritus a Dios en una forma preciosa cuando murieron. No era así en Egipto. Los israelitas habían olvidado cómo morir en la paz de Dios. Ahora tendrían que aprender de nuevo los caminos de Dios.
En algunas sociedades paganas las viudas han sido quemadas vivas en una hoguera fúnebre junto con el cuerpo de su esposo. ¿No se alegra usted que Dios nos haya enseñado Sus caminos con respecto a la muerte? Los caminos de Dios son prácticos y beneficiosos.
Algunos de los momentos de mayor victoria han ocurrido junto a la tumba de un amigo cristiano; como en cierta ocasión en el funeral de un ex-drogadicto que llegó a conocer al Señor. Todos nos sentíamos con pesar porque su cuerpo no había sido librado como su alma y su espíritu. Su cuerpo había sido dañado increíblemente. Sólo Dios lo hubiera podido restaurar, pero no lo dispuso así. Agradecidos por la salvación de este hombre y entristecidos por su muerte, nos reunimos para adorar y dar gracias por su salvación. Los amigos del muerto y miembros de la familia estaban allí; algunos de los cuales habían llegado a conocer al Señor a causa de nuestro amigo difunto. Esperamos en la presencia de Dios y el Espíritu Santo descendió gentilmente sobre el grupo. Comenzamos a recordar lo que Dios había hecho en la vida de nuestro amigo y en la de los presentes. Un Espíritu de alabanza comenzó a fluir y a derramarse. De gran estima a los ojos de Dios era la muerte. En el cementerio, espontánea y naturalmente comenzamos a cantar la Doxología … «A Dios el Padre celestial … » Las lágrimas eran de gratitud. Todos sentíamos la presencia de Dios. «Jamás vi un servicio fúnebre como este,» comentó el director de la funeraria mientras nos alejábamos.
En mi mente retrocedí dieciséis años a uno de los primeros funerales que oficié cuando era un joven ministro. Una pareja había perdido a su niñita de 18 meses. No conocían al Señor. Fue una tragedia envuelta en desesperación. Al final tuvimos que sacar literalmente en brazos a la pareja del cementerio mientras lloraba desconsoladamente.
Jamás vi un servicio fúnebre como este,» comentó el director de la funeraria mientras nos alejábamos. Aún hoy lo recordamos. Los caminos de Dios son tan maravillosamente diferentes. Su presencia nos hace distintos.
No sólo en la dieta, la enfermedad y la muerte, es diferente la nación santa. Deuteronomio lo relata la manera en que Israel se prepararía para la batalla. Las otras naciones recurrían a las orgías y a las borracheras para satisfacer los deseos lujuriosos de los que pronto morirían. El miedo abría camino a la indulgencia desenfrenada de soldados aterrorizados que eran forzados a pelear bajo presión. Era distinto con la nación de Dios.
Cuando se acercaba el momento de la batalla, el sacerdote se paraba frente a las tropas. «No desmaye vuestro corazón, ni temáis» tronaba su voz sobre la multitud. «Jehová vuestro Dios va con vosotros, para pelear por vosotros y salvaros. Si alguno ha edificado casa nueva y no la ha dedicado, vaya y vuélvase a su casa no sea que muera en la batalla y otro la dedique.»
«¿Por qué no habré construido una casa nueva?» debieron preguntarse algunos. Otros debieron pensar: «Ya son más que nosotros, ¿por qué dejarlos ir a casa?
«Quien ha plantado viña y no ha disfrutado de ella, que se vaya a casa, no sea que muera en la batalla y algún otro la disfrute,» decía el sacerdote.
«¡Alabado sea el Señor por mi viña!» debieron exclamar algunos cuando regresaban a casa. Los otros que quedaban para pelear debieron sentirse doblemente confusos al ver cómo disminuía el número de ellos.
Otra vez se oía la voz del sacerdote, «Y si alguno se ha comprometido con mujer y no se ha casado, vuélvase también y cásese, no sea que otro se case con ella.»
¿Podía resistir el ejército que se fueran más? Ya desde el principio estaban en desventaja numérica.
«Y si hay hombres miedosos y sin ánimo, regrésense también a casa. ¡No vayan a la batalla amedrentados, no sea que contagien con su miedo a los otros!»
Era un ejército de voluntarios. Nadie tenía que ir a la guerra con doblez en su corazón. Sólo los que creían en la causa irían. Dios no recluta a Sus soldados. Es más, generalmente reduce el número de los voluntarios.
¡Qué diferente a la orden de «Todo hombre sano debe reportarse al ejército o será encarcelado! ¡Todo desertor será fusilado!» Los caminos de Dios son diferentes. El busca a unos pocos hombres comprometidos con El. Doce son suficiente para comenzar.
Cualquiera que sea la ocasión o el lugar, comiendo juntos, en la batalla, o en las situaciones normales de todos los días, el pueblo de Dios debe sobresalir. Sus caminos deben ser diferentes, porque los caminos de Dios son diferentes.
El señorío nos hace extranjeros
Pedro amonesta a los cristianos primitivos que se formaban en una «nueva» nación para reflejar el camino de vida de Cristo: «Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales, que combaten contra el alma. Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, puedan ellos – por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas – glorificar a Dios en el día de la visitación» (1 Pedro 2: 11-12).
Casi podemos oírles preguntando a Pedro: «¿Mantener nuestra conducta irreprochable entre los gentiles? ¡Pero si somos gentiles!»
«No,» debió venir la respuesta.
«Ustedes fueron gentiles. Ahora son una raza nueva – una nación santa.»
Si Pedro le hubiera escrito a los cristianos de América, les hubiera dicho:
«Mantened entre los americanos una conducta irreprochable.»
A lo que probablemente hubiéramos exclamado: «¡Pero si somos americanos! «
«No, ustedes fueron americanos.
Ahora son ciudadanos del reino de Dios – una nación santa. Viven en América y deben honrar a su país y someterse a sus instituciones por amor al Señor. Es el gobierno civil bajo el que Dios los ha colocado. Están en él, pero no son de él.
¿Radical? Tal vez. Sin embargo, este fue el mensaje que se le dio a la iglesia primitiva que vivía bajo el dominio del gobierno romano. ¿Debemos ser diferentes a otros americanos? Sí. Es esta diferencia lo que requiere valor. No es su teología que lo mete en dificultades – es su manera de vivir. Pablo dice (2 Timoteo 3: 12): «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos.»
La gente teme lo que no puede entender y persigue lo que teme. Esta es la razón principal por la persecución de los ciudadanos del reino de Dios. Pero tanta adversidad sólo sirve para purificar a la nación de Dios – sus motivos y su obra. Aunque el mundo no regenerado calumnia a la nación de Dios, tildándola de malhechora, no obstante, en «el día de la visitación» glorificarán a Dios por lo que observan en Su pueblo (1 Pedro 2: 12); no por lo que oyen de Su pueblo.
En la actualidad, en el recién establecido estado de Israel, vemos el desarrollo de este principio de purificación a través de la hostilidad. Después de 3500 años de guerra y de peregrinación, todavía se oye la explosión de las bombas y continúa el terrorismo en el país. Una nación se está cristalizando y esta nueva nación entrará dentro de su verdadera identidad a través de la adversidad.
Lo que acontece en el Medio Oriente es una sombra de lo que sucede en lo celestial (el ambiente espiritual) al formarse el pueblo de Dios en una nación santa bajo el gobierno de su Rey. ¡Porque es el propósito de Dios que una nación santa sea establecida sobre la tierra – que tenga su cabeza en los cielos y sus pies firmes sobre la tierra!
Revista Vino Nuevo Vol 1-Nº 10