El Reino de Dios
Autor Charles Simpson
La pregunta: ¿Qué es el Evangelio?, es muy seria. Fundamentalmente, afecta a toda la creación. Virtualmente, todas las religiones tienen un evangelio … todos los cristianos están de acuerdo que debemos, de alguna manera, proclamar el evangelio … pero la pregunta sobre la cual no nos hemos puesto de acuerdo aún es: ¿Qué es el evangelio?
Las Escrituras reflejan la importancia de entender justamente lo que es el evangelio. Declaraciones como: «Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará» (Marcos 8:35), describen claramente al evangelio como aquello por lo cual debemos entregar nuestra misma vida. El evangelio del Nuevo Testamento no es barato.
El evangelio- una definición
La palabra evangelio significa anunciar buenas nuevas. De modo que el evangelio es ¡las buenas nuevas! Hasta aquí todos estaríamos de acuerdo. La pregunta ahora es: ¿Buenas nuevas de qué? De nuevo encontramos en las Escrituras una definición. El apóstol Pablo nos la concede cuando dice:
Ahora, os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes y por el cual también sois salvos si retenéis la palabra que os prediqué a no ser que hayáis creído en vano. Porque yo os entregué ante todo lo mismo que recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras, y que fue sepultado, y resucitado al tercer día conforme a las Escrituras (1 Corintios 15:1-4) Pablo añade en Romanos 14:9:
Porque para esto Cristo murió y resucitó, para ser Señor así de los muertos como de los vivos.
El evangelio, entonces, es que Jesús murió por nuestros pecados … resucitó … y se convirtió en el Señor. En los versos 22-28 de 1 Corintios 15, Pablo explica que Cristo debe reinar hasta que ponga a todos Sus enemigos bajo Sus pies (verso 25). Cuando todo le esté sujeto, Él mismo se sujetará a Dios el Padre y le entregará el Reino a El.
La iglesia primitiva resumía el evangelio en esta frase: «¡Jesús es el Señor!… “Él es Rey!” Los paganos decían: «César es el Señor» y los cristianos respondían: «¡Jesús es el Señor!» Por esto, muchos de ellos rindieron sus vidas hasta la muerte. Jesús es todo lo que César profesaba ser ¡el gobernador legítimo de los reinos de este mundo! Este es el «evangelio completo». El evangelio completo no habrá tenido su efecto y cumplimiento propuesto, hasta que Jesús reine en toda la creación. La meta del evangelio es declarar y entronar a Jesús como Rey, que es su lugar legítimo. Toda experiencia y doctrina espiritual – el nuevo nacimiento … el bautismo en agua … el bautismo en el Espíritu Santo … la sanidad … la liberación, o cualquiera otra experiencia, es un medio para el establecimiento del gobierno de Dios en nuestras vidas y en la tierra.
¿Evangelio completo o medio evangelio?
En Lucas 2: 10-11, el ángel del Señor anuncia el nacimiento de Jesús de esta manera: «No temáis, porque he aquí os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor.»
El anuncio hecho por el mensajero celestial es llamado Buenas Nuevas. Todos con voz triunfante nos unimos para decir: «Jesús es nuestro Salvador», pero nuestras voces se rezagan cuando se quiere decir: «Jesús es el Señor». Necesitamos recordar que Jesús fue Salvador primero y después Señor. Pero fue Salvador para ser Señor. El propósito de la cruz era que El se convirtiera en el Señor de los redimidos. Sin el señorío, ese propósito se frustra. Si predicamos la «salvación» sin presentar Su señorío. predicamos sólo medio evangelio.
De la misma manera hay una tendencia (entre los evangélicos particularmente) de citar los siguientes dos versos del capítulo 10 de Romanos y enfatizar «salvo» en detrimento de «Señor».
Que si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo (verso 9)
Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo (verso 13).
Concluimos, por 10 tanto, que el fin deseado es «que la gente se salve», cuando este no es el caso. El fin deseado es ¡hacer Señor a Jesús! La salvación de día a día es la consecuencia de estar bajo Su gobierno.
No es invocando al Salvador lo que salva, sino al Señor. El impulso del evangelio no es «sálvense», sino aceptar Su señorío. El rechazamiento de Su derecho es lo que causó nuestra situación presente. Únicamente cuando aceptamos su señorío, es que encontraremos soluciones permanentes. La salvación es el producto que se deriva del gobierno de Dios en nuestras vidas y no viceversa. Predicar la salvación aparte del Señorío es anunciar una «media verdad».
Lo que se pone en juego en el Nuevo Testamento no es el mero asentimiento teológico a las grandes verdades … o ir al cielo … sino obediencia práctica a Su gobierno. El punto que se ha de decidir es: ¿Gobierna Jesucristo su vida? El día ya pasó cuando podíamos medirnos por nuestra teología personal. Son nuestros caminos los que indican la medida de nuestra sumisión a Su gobierno.
Las buenas nuevas son acerca de un rey y de un reino
Inicialmente, los judíos rechazaron a Jesús como Mesías porque ellos estaban esperando a un rey no a un siervo sufrido. Irónicamente, nosotros los gentiles que conocernos a Jesús como siervo sufrido, podemos perder con facilidad la verdad de Su majestad.
Los profetas del Antiguo Testamento profetizaron de un rey y del reino que establecería. Veamos lo que dice Isaías en el capítulo 9:6-7:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrá límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.”
Un niño crecerá para ser príncipe -¡Rey de Israel! Su Reino será establecido, ordenado y la paz no tendrá límite. Será descendiente de David. El Antiguo Testamento hace muchas referencias como estas. Los judíos entendían que un rey habría de venir. Donde erraron fue en su ignorancia del principio que la humillación debe preceder al enaltecimiento. Jesús tuvo que servir y sufrir antes de convertirse en Señor. No obstante, las buenas nuevas eran que el gobierno de Dios sería establecido por Su ungido, el Mesías. Isaías profetizó también que el Reino del Mesías sería gobernado por autoridad delegada. Todos los reinos deben operar de esta manera. Es decir, la autoridad de un gobierno central es delegada en sub-gobernadores en sus diferentes niveles de autoridad. Nadie gobierna con éxito por sí solo, sino que nombra a otros para que le asistan en la administración de su gobierno. El mejor administrador es aquel que enseña a otros a gobernar en vez de hacerlo todo personalmente.
He aquí que reinará un rey en justicia y gobernarán príncipes en juicio. Cada uno será como abrigo contra el viento, como refugio contra la tempestad, como corriente de agua en tierra sedienta, como sombra de una gran roca en tierra desértica. No se ofuscarán los ojos de los que ven, y estarán atentos los oídos de los que oyen. Y el corazón de los precipitados entenderá sabiamente, y la lengua de los tartamudos hablará claro y expedito (Isaías 32:1-4 Nacar-Colunga). Note que Isaías dice que el Rey (Jesús) reinará y que príncipes gobernarán bajo Su reinado. Los príncipes reciben su autoridad del Rey. Así es también en el Reino de Dios. Todos los cargos dentro del Reino son establecidos bajo el señorío de Cristo.
Isaías continúa profetizando que los príncipes gobernados por el Rey serán como refugio contra el viento, la tempestad y el calor excesivo. También habrá, bajo la autoridad delegada de Dios, arroyos de aguas en tierra seca.
Isaías, entre otros profetas, anuncia a un Rey que viene, que gobernará sobre el trono de David, delegará Su autoridad, establecerá Su Reino con paz y justicia sobre la tierra. Cada referencia a Cristo es una referencia a estas verdades. El anuncio de los ángeles fue acerca de un Señor o Rey. Cuando Juan el Bautista vino predicando, él proclamó las Buenas Nuevas del Reino de Dios (Marcos 1: 1-3). Era el mensajero oficial enviado delante del Rey para proclamar y preparar (Mateo 3: 1-3). Cuando Jesús vino. El también llegó proclamando el evangelio del Reino de Dios (Marcos 1:15. Mateo 4:17-23).
Está bien claro que Jesús vino para gobernar y para establecer el gobierno de Dios. Nosotros podemos entrar en ese Reino únicamente cuando nacemos del Espíritu Santo y rendimos nuestras vidas a Sus pies. Si permitimos que El reine, el resultado será justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14: 17). Solamente Su gobierno puede producir estos resultados.
Nosotros. como parte del gobierno de Dios expresado en la iglesia, ya no somos más de «este mundo». Vivimos en el mundo … obedecemos a las autoridades que Dios pone en el mundo … oramos por ellas, pero aquí somos embajadores representando a otro Reino (2 Corintios 5:20 y Colosenses 1: 13). Somos una nueva raza … una nueva nación… extranjeros en este mundo. (1Pedro 2:9-25). La iglesia es una colonia del cielo en suelo extranjero. Habla la lengua del cielo, tiene el carácter del cielo, está gobernada por la autoridad del cielo y expresa el mensaje del cielo en esta tierra. Fuera de sus límites lo que hay es anarquía, maldad, inseguridad y muerte. Adentro hay justicia, paz, gozo y el amor de Dios. Nadie puede unirse al Reino de Dios. Es necesario nacer dentro de él por el Espíritu Santo y ser ubicado en la iglesia bajo el señorío de Cristo.
El reino de Dios es práctico
Varios años después de haberme involucrado en el ministerio carismático, me encontré viajando demasiado, enseñando, dando conferencias, etc. El resultado fue que estaba físicamente débil y espiritualmente vulnerable. Cuando me di cuenta de mi condición, me cité con tres buenos amigos para encontrarnos en cierta ciudad y buscar al Señor por dos días. Inmediatamente que llegamos, empezamos a adorar y a refrescarnos en Su presencia. Luego nos arrodillamos y comenzamos a buscar diligentemente la dirección del Señor. Al poco rato oí que yo estaba orando el Padre Nuestro: «Padre nuestro», gemía con profundo cansancio … «Santificado … sea Tu nombre … » las palabras se alargaron en mi corazón sobrecogido por la presencia de mi Dios. «¡Venga Tu Reino!» dije con un sollozo – y desde lo más íntimo de mi ser brotó un torrente de frustración y dolor de uno que se había escurrido del yugo del Señor y se había dejado arrastrar por el vórtice de las corrientes, de las presiones, la conveniencia, las buenas intenciones, las necesidades y tantas otras fuerzas motrices. Inmediatamente comprendí que Jesús no era el Señor de mi horario ni de mis intereses.
«Hágase Tu voluntad, en la tierra como en los cielos», repetía como un eco en mi mente, una y otra vez, sin poderlo pronunciar con mis labios. Mi situación era tan grave en mis propios ojos que sólo podía sollozar. Había tomado Su nombre y Su ministerio y a menudo había hecho mi propia voluntad. Estaba quebrantado por mi propia anarquía. No había sido el diablo. sino mi propia voluntad. Empecé a desear, más que nunca, Su gobierno en mí y en toda la tierra.
La Palabra de Dios nos advierte que nuestros caminos no son Sus caminos (Isaías 55:8). Cuando nacemos en el Reino de Dios, la necesidad inmediata es ser entrenados en su idioma, leyes, principios y promesas. Este es el proceso que en cierto modo se sigue cuando un extranjero se naturaliza en algún país. La situación es mucho más exigente cuando alguien nace en el Reino de Dios. El Espíritu Santo nos ha sido dado para guiarnos y enseñarnos. También, los ministerios que Jesús ha puesto en la iglesia, han sido dados para adaptar a los ciudadanos nuevos en los caminos de Dios. El discipulado es el proceso que Jesús usó y comisionó para enseñarle a otros Sus caminos (Mateo 28: 18-20)
Una vez que Jesús gobierna en nuestras vidas, inmediatamente, comienza a enseñarnos a gobernar. Primero, a nosotros mismos: espíritu, mente y cuerpo, (Vea Proverbios 14;29, 16:18-19,32; 25:28; Romanos 12: 1-2; 1 Corintios 9:27). Entonces, cuando hayamos establecido el Reino en nuestras vidas personales, nos enseña a regir(administrar) según nuestra función en la familia. Todos tenemos áreas de responsabilidad, cualquiera que sea nuestra relación familiar y la supervisamos bajo la autoridad que Dios ha establecido en el hogar. Hay justicia, paz y gozo en la familia cuando todos aceptan su posición justa en esa relación. Cuando se entra en un hogar cristiano, se debe sentir que se ha entrado en el Reino de Dios, porque allí hay justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14: 17).
Se requiere autoridad y amor para poder manifestar prácticamente el Reino de esta manera. Cada uno de los miembros debe sentir estas dos cualidades de Jesús. Yo, como padre, debo comunicar un sentido práctico del gobierno del Señor en nuestro hogar.
«Hijo, Cristo es el Señor en nuestro hogar. El me ha dado la responsabilidad de guiar a nuestra familia y gobernarla para El.»
«Sí, señor.» Un hijo piadoso honra a sus padres, como al Señor.
«Ahora, hijo, yo te autorizo para gobernar en tu dormitorio. Quiero que introduzcas allí el Reino de Dios. Quiero que sea un lugar limpio, ordenado, apacible y feliz. Cuando hayas gobernado eso, vamos a ayudarle a Mamá a traer el Reino a la cocina. Con tiempo gobernaremos en todo el lugar, hasta en el patio.» Por supuesto que el hijo necesita ver el señorío de Cristo en la vida de su padre.
¡Qué práctico es! Nosotros preferimos ser «espirituales». Sin embargo, ¿cómo hemos de recibir lo espiritual si no podemos gobernar en las cosas naturales?
Después de haber aprendido a gobernar en tu propia vida y de aceptar tu responsabilidad en el hogar, entonces estarás listo para tomar tu lugar de responsabilidad en la iglesia (1 Timoteo 3:5-12). Elevar a una posición de líder, dentro de la iglesia, a aquellos que no se han gobernado a sí mismos ni a sus familias, es promover un liderazgo débil.
Cuando Dios gobierne en la iglesia, la iglesia gobernará en el mundo. Muchos cristianos no se dan cuenta que estamos siendo entrenados para reinar con Cristo (1 Corintios 6:2-3; Apocalipsis 2:26; 3:21). El Reino será establecido dentro de nosotros, entre nosotros (la iglesia) y alrededor nuestro (el mundo). La única manera de lograrlo, es entrando bajo Su señorío. Exactamente a la hora fijada El aparecerá y manifestará al mundo lo que ya ha sido revelado a los Suyos, que ¡Él es el Señor!
El reino es revolucionario
¡Qué maravilloso sería si no hubiera lucha y todos, universalmente, aceptaran el señorío de Cristo! Sin embargo, la verdad es, que la autoridad es el aspecto más provocativo del evangelio. El evangelio es malas noticias para algunas personas. La gracia, los dones y la prosperidad son experiencias que pueden ser recibidas o ignoradas. La autoridad, sin embargo, es un asunto diferente. La voluntad propia, la familia, el desorden, la democracia eclesiástica, la rebelión mundial y la oposición satánica resistirán enconadamente el señorío de Cristo.
Decir que Cristo es el Señor meramente, apenas suscitará algún interés, pero hacer que Cristo sea su Señor y luego decirlo, eso es sacudir el fundamento de toda fuerza ilícita. Yo prediqué por años del Espíritu Santo y mi predicación nunca inquietó a nadie. ¡Pero un día fui bautizado en el Espíritu Santo y empezó la agitación! Sucede lo mismo con el señorío. La iglesia primitiva sufrió persecución por decir: «Jesús es el Señor». El mundo los tomó en serio.
Cuando Jesús nació. los hombres sabios del oriente viajaron por semanas hasta Jerusalén, con grandes expectativas de ver al Señor, al Rey de los judíos. Con gran emoción vinieron delante de los siervos de Herodes. El rey Herodes era un edomita, descendiente de Esaú, que había sido maliciosamente instalado como rey por el César para insultar a los judíos que eran descendientes de Jacob. El gobierno de Herodes era una contrariedad a la profecía de Isaac con respecto a Esaú y Jacob, sus hijos. Israel, acobardada por un gobierno pagano y decadente se había hundido a una profundidad muy baja en el tiempo de Jesús.
«¿Dónde está el nuevo rey … este que acaba de nacer Rey de los judíos?» preguntaron los hombres sabios con candidez. Bien pudieron haber dicho: «¿Herodes, dónde está el verdadero Rey de Israel? No cree usted que esto puso nervioso a Herodes? Se puso tan nervioso que mató a todos los niños varones que había en Belén.
«Cuando le encontréis, avisadme para que yo también vaya y le adore», dijo Herodes mintiendo.
El cargo del sanedrín para crucificar a Jesús fue Su señorío. La idea de que él fuera el Cristo … el Rey … enfadó a la jerarquía . existente (Mateo 26:63-66). La mofa y la tortura que siguió era la burla de un rey (Mateo 27:11, 27-29.37-42). La pregunta que Pilato le hizo a Jesús cuando fue sentenciado fue: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El manto de púrpura, la corona de espinas y la caña indicaban Su señorío. No fueron los milagros ni el pan lo que rechazaron – fue el señorío. ¿Su crimen? Decir que era Rey.
Cincuenta días después, Pedro predica en el Día de Pentecostés que este Jesús es el Señor y el Cristo. De esta declaración se difunde el evangelio del Reino de Dios y de Su Cristo. El resultado fue la persecución y la acusación era: «Estos que han trastornado al mundo han venido acá también … diciendo que hay otro rey … » (Hechos 17:6-7) y era verdad que lo decían y también que «ningún siervo puede servir a dos amos.» Esto es lo que trae la persecución.
2 Timoteo 3: 12 dice: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos.” Un día el Señor me preguntó: «¿ … dónde está la tuya?» Esa pregunta me dejó pensativo en cuanto a la extensión del señorío de Cristo en mi vida.
Mateo 7:21-29 apunta las siguientes palabras dichas por Jesús:
No todo el que me dice, «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» Y entonces les declararé: «Jamás os conocí; apartaos de mi, vosotros que practicáis la maldad».
Por eso, cualquiera que oye estas palabras mías y no las pone en práctica, será como un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena. Y cayó la lluvia, y vinieron los torrentes, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su derrumbe.
El resultado fue que cuando Jesús terminó estas palabras, las muchedumbres se maravillaban de sus enseñanzas; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como los escribas de ellos.
Jesús sabía de las tormentas que se avecinaban y de la necesidad humana de un reino inconmovible.
El reino de Dios es primero
Jesús enseñó a Sus discípulos en Mateo 5-7 los requisitos para recibir el Reino. Al considerarlos, se recibe claramente la impresión de que el Reino debe ser primero. Las palabras, «Buscad primero el Reino … » y «Orad … venga tu Reino … » señalan esto. Si ponemos al Reino primero, Dios se ocupará de las otras cosas de menor importancia.
Hebreos 12:2 nos muestra lo que vio Jesús. que hizo que todo el sufrimiento y la privación valiera la pena. El les pudo comunicar esto a sus discípulos porque con gusto lo dejaron todo para recibir el Reino. Pablo también vio la meta y estimó como pérdida todas las cosas (Filipenses 3:8 y 2 Corintios 4:7-18). Otros. lo único que vieron, cuando oyeron el evangelio, fue una bendición momentánea.
Hay una cierta violencia que se encuentra cuando entramos en el señorío de Cristo y cuando desearnos establecerlo en medio nuestro. Las siguientes palabras son de Jesús: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los ciclos sufre violencia y los violentos lo conquistan por fuerza». (Mateo 11: 12). Pablo declara esta verdad también en Hechos 14:22: «Fortaleciendo los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que siguieran en la fe. y diciendo: A través de muchas tribulaciones hemos de entrar al reino de Dios.» ¿Se da cuenta que ninguna persona fría, indiferente o sin ánimo va a hacer batalla en la tribulación que se requiere para entrar en el descanso de Su señorío? Los indecisos que miran atrás no son aptos para el reino de Dios.
Cierto día, al concluir una reunión, en mi viaje de regreso a casa, venía leyendo el capítulo 24 de Mateo, haciendo consideraciones con respecto a los días en que vivimos. «Señor», pensaba, «si Mateo 24 tiene algo que decir del fin de esta época y si yo estoy viviendo en ella, entonces debería de darme alguna indicación de lo que yo debiera estar haciendo.»
Entonces mi mirada cayó en el verso 14: «Y se predicará este evangelio del reino por todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin.»
Mi tarea en estos días es proclamar el gobierno de Dios – el señorío de Cristo – que todo el proceso histórico está bajo Su control y que nuestra confianza puesta en El, es lo que nos salvará cuando caigan los imperios.
Por lo cual, puesto que recibimos un reino que no puede ser sacudido, demostremos gratitud, mediante la cual podamos ofrecer a Dios un servicio aceptable con temor y reverencia. (Hebreos 12:28).