Por Steve Clark

En el pasaje de Colosenses 3: 12: 4: 1, el apóstol Pablo da instrucciones sobre la vida cotidiana en el Cuerpo de Cristo. Comienza con los rudimentos de la vida cristiana: misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre y paciencia. Luego se di­rige específicamente a los maridos, a las esposas, a los padres, a los hijos, a los siervos y a los amos; todos ellos individuos en la comunidad cristiana que se distinguen por la clase de relación que practican. Esta progresión que pasa de los rudi­mentos de la enseñanza cristiana a las diferentes clases de relaciones personales, revela una carac­terística importante en la enseñanza del Nuevo Testamento.

Muchas de las enseñanzas en las Escrituras son simplemente elaboraciones del mandamiento bási­co de amar al prójimo como a sí mismo, pero también hay enseñanza que concierne al compor­tamiento particular de ciertas relaciones. Se actúa diferente si se es esposa, marido, padre, hijo, siervo, amo, un patrono, o un empleado. Hay una forma cristiana de conducirse en cada una de estas relaciones y Dios quiere enseñarnos a su manera.

En el tercer capítulo de Gálatas, Pablo escribe:

«Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautiza­dos en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesú (vs. 26-28). Pablo dice que en el Cuerpo de Cristo existe una unidad funda­mental que trasciende a todas las diferencias. To­dos los que son de Cristo son uno en él. Esta es la principal realidad social cristiana, el principio bási­co que determina la manera en que nos debemos relacionar unos con otros.

Pero también es cierto que cada uno de noso­tros participa en muchos tipos diferentes de rela­ciones. Nuestra conducta es generalmente diferen­te con algunos de lo que es con otros. La manera en que manifestamos el amor, por ejemplo, varía de relación en relación. La escritura enseña a los padres a disciplinar a sus hijos; esta es una expre­sión de amor, y un padre que no disciplina a sus hijos no es un padre amoroso.

Pero si fuésemos a aplicar esta enseñanza a uno de nuestros cola­boradores, nuestra conducta no sería interpretada por ellos como un acto de amor. Una acción que exprese amor en una relación, no necesariamente lo manifiesta en otra. La bondad demuestra amor en todas las relaciones, pero la disciplina es una expresión de amor apropiado sólo en ciertas rela­ciones. Necesitamos la sabiduría de Dios para saber expresar amor en todas las relaciones.

Pablo escribe en 1 Timoteo 5: 1-2: «No repren­das al anciano, sino exhórtale como a padre; a los más jóvenes, como a hermanos; a las ancianas, como a madres; a las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza.» Pablo aconseja a Timoteo, que desempeña las responsabilidades de un apóstol en una comunidad cristiana, sobre la manera de rela­cionarse con diferentes tipos de personas. Es claro, por la naturaleza de los consejos de Pablo, que hay una sabiduría cristiana especial sobre cómo relacionarse con personas de diferente sexo y edad.

En el párrafo siguiente presentaremos algo de esta sabiduría en su aplicación particular al hombre soltero y sus relaciones. Primero examinaremos la manera de relacionarse con las mujeres. Luego, cómo relacionarse con otros hombres. Finalmen­te, y en forma breve, cómo debe ser nuestro trato con personas que son mayores o menores que nosotros.

La relación con las mujeres

Comencemos revisando el consejo de Pablo a Timoteo con respecto a las mujeres jóvenes: «Tra­ta a las jovencitas como a hermanas.» Pablo des­carta con esto dos tipos de comportamiento. Pri­mero, elimina lo que podríamos llamar tratar a las mujeres como a «hembras», puramente como a miembros del sexo opuesto, con quienes podría­mos o no querer desarrollar algún tipo de relación especial. A menudo, cuando los hombres solteros entran a un grupo cristiano, (o a cualquier grupo mixto), comienzan a inspeccionar a las mujeres presentes, pensando en los prospectos para una relación especial. Esta es la manera primordial en que muchos hombres de nuestra sociedad ven a las mujeres que todavía no conocen, y a menudo a las que ya conocen: como a «hembras.»

Pero el Señor quiere que comprendamos que las mujeres en el Cuerpo de Cristo son, antes que todo, nues­tras hermanas en el Señor. Las amamos porque son cristianas y seres humanos. Hay un tiempo y un lugar apropiado para que un varón se relacione con una mujer específicamente como con una «hembra», pero no es la manera primordial de tratar a una mujer.

El segundo tipo de comportamiento que Pablo elimina es el tratar a las mujeres como a «neutros». Algunos hombres piensan que en el trato entre hombres y mujeres no hay mucha diferencia. Cuando Pablo dice que debemos amar a las muje­res como a hermanas en el Señor, está subrayando que su identidad como mujeres es importante. Tenemos que considerar que las mujeres son dife­rentes a los hombres en algunas formas. Y necesi­tamos considerar estas diferencias con la sabiduría cristiana.

Cinco principios

Reflexionemos sobre cinco principios que nos pueden servir para relacionarnos con las mujeres apropiadamente.

(1) El Señor quiere que respetemos y honremos a las mujeres como mujeres.

Debemos respetar a las mujeres no sólo por­que son seres humanos, sino precisamente por su naturaleza femenil. Hay hombres que se relacio­nan con las mujeres de una manera generalmente respetuosa, pero albergan pensamientos y actitudes críticas sobre las áreas donde la mujer difiere del hombre. El Señor quiere que tomemos con serie­dad las actitudes, los enfoques y los intereses de las mujeres.

Hace poco fui testigo de un encuentro típico entre un hombre y su esposa. El hijo menor se ha­bía metido en una pelea, en la escuela, y había lle­gado a la casa sucio y golpeado. La madre estaba profundamente agitada y vino a su marido y le explicó lo que sucedía. El le respondió: «No te preocupes. Uds. las mujeres siempre se alteran por cosas insignificantes. Que el muchacho está un poco golpeado; ya le pasará.»

Su respuesta ilustra la actitud crítica que a menudo expresan los hombres por las preocupa­ciones de las mujeres. En cierta forma, el marido tenía una perspectiva saludable. Sabía por expe­riencia que los muchachos sobreviven a los golpes y que algún beneficio recibiría de esa experiencia. Sin embargo, ignoró o no tomó en serio la preocu­pación de su esposa. Debemos tratar de compren­der por qué tal o cual cosa es de preocupación, aún cuando sigamos abogando por un punto de vista diferente. Si este esposo hubiese respondido apropiadamente, pudo haber terminado diciendo lo mismo, pero no sin antes haber discutido el asunto sensitivamente, tomando en serio la preo­cupación de su esposa; en vez de cortarla abrupta­mente con un «así piensan siempre las mujeres», o «así reaccionan siempre las mujeres a estas cosas».

(2) El segundo principio para relacionarse con las mujeres es que los hombres debieran desear ser respetados y no solamente amados.

Los hombres en nuestra sociedad quieren ser amados y apreciados, pero no les importa si son o no respetados. Este cambio social es de suma im­portancia. Antes, a los hombres les importaba ga­narse el respeto. Este ideal ha sido repuesto por otro: el ser «un buen tipo», alguien que le gusta a todos. Muchas de las maneras en que los hombres se relacionan con las mujeres están diseñadas para producir este tipo de aprobación. Eso hace que los hombres no quieran actuar hacia las mujeres en una forma que produzca respeto. Los hombres tienen que aprender a no preocuparse tanto por sacarle a otros una respuesta emocional positiva, como por interesarse en ganar su respeto.

Ganarse el respeto es importante porque el Señor muchas veces llama a los hombres para que asuman autoridad, para que dirijan, para que co­rrijan a las personas, y que desempeñen papeles donde se necesita, sobre todo, que la gente los respete. Especialmente dentro de la familia. Ser digno de respeto es una meta importante para un hombre cristiano. Su relación con mujeres cristianas, o con cualquier otro, no de be estar diseñada para extraer aprobación o calor emocional.

(3) Un tercer principio: Los hombres no deben dejarse sujetar por las emociones de las mujeres.

Uno de los jóvenes de la comunidad llamó a su casa y habló con su mamá. En el curso de la conversación le dijo que no podía llegar para la fiesta a la que ella lo había invitado. Ella reaccio­nó con enojo y le habló de tal manera que lo hizo sentirse culpable por haber hecho esa decisión. Poco después el padre tomó el teléfono y le dijo:

«No me importa si vienes o no, me es igual. Pero no quiero que inquietes a tu madre de esa manera.» Esta es una respuesta masculina muy común a las reacciones femeninas. «No importa lo que hagas mientras no la perturbes. Haz lo que ella quiere.» Hay algo malo en esto. El padre de mi amigo esta­ba permitiendo que su decisión fuese determinada y controlada por la reacción emocional de su es­posa. Estas reacciones tienen que ser consideradas, pero no deben ser el factor determinante para llegar a una decisión.

Otro hombre de la comunidad me contaba que tenía un problema. Una joven se sentía atraí­da por él y deseaba establecer una relación espe­cial. El no quería, pero cada vez que estaban jun­tos, ella coqueteaba con él e intentaba que la relación se diera. Después que terminó de descri­bir su situación yo le dije: «Hay algo que puedes hacer. Realmente no existe ningún problema. ¿Por qué no le dices directamente cómo te sien­tes? Eso debiera arreglar las cosas rápidamente.» A lo que él respondió: «Si hago eso la voy a herir,» y tenía razón; ella se hubiera sentido mal, pues quería algo y él se lo hubiera negado.

Los hombres a menudo se subordinan a las reacciones emotivas de las mujeres, particularmen­te con aquellas que tienen un lazo emocional. Esta no es la intención de Dios en las relaciones entre hombres y mujeres. Debemos tener la clase de li­bertad interna para que, cuando recibamos una reacción emocional negativa de una mujer, no nos sometamos a la reacción y no hagamos nuestra decisión con base a «No importa lo que hagas mientras no la perturbes.»

(4) El cuarto principio para relacionarse con las mujeres tiene que ver con el hablar.

Dirigir la conversación es una de las áreas don­de los hombres ceden más sus responsabilidades. Cierta vez fui atraído seriamente a una mujer. Una de las razones por la que disfruté de su com­pañía fue porque era una conversadora animada. Eso significaba que yo no tenía que llevar el peso de la conversación cuando estábamos juntos. Ella hablaba y yo escuchaba y nuestra relación funcio­naba muy bien. En situaciones sociales, dependía de ella para que tomara la iniciativa. Pero en años recientes, Dios me ha enseñado que este es un mal enfoque. No está bien que un hombre deje que otras personas tomen su responsabilidad en la conversación y definitivamente está mal que un hombre se case con una mujer para que ella sea la que hable siempre.

Uno de los clisés (no completamente falso) del hombre americano es que el esposo se sienta frente a la televisión o lee el periódico mientras su mujer habla y da la dirección para la vida familiar. El Señor nos está llamando a los hombres para que tomemos la responsabilidad en esta área.

(5) El Señor quiere que estemos dispuestos a recibir el servicio de las mujeres, pero no que las tratemos como a sirvientas.

Muchas veces encontramos a mujeres que quie­ren hacer algo por nosotros. Los hombres tienden a rechazar este tipo de servicio diciendo, «lo pue­do hacer yo mismo.» Esta es una reacción mala. Es bueno dejar que otros nos sirvan, no sólo las mujeres. Por otra parte, nunca debemos adoptar la actitud que las mujeres sean nuestras esclavas y que deban servirnos en cualquier situación en que nos encontremos. Tenemos que adoptar una actitud po­sitiva y recibir el servicio de las mujeres sin permitir actitudes y conductas egoístas y dominantes.

La relación con otros hombres

También necesitamos sabiduría para relacio­narnos con otros hombres. Creo que Dios quiere que nuestras amistades sean con otros hombres de nuestra misma edad aproximadamente. De nuevo, esta es un área donde la sociedad está cambiando. Comenzando en la secundaria, la mayoría de los muchachos se asocian con las compañeras, espe­cialmente con una en particular. Esto no es lo normal en muchas sociedades, donde el grupo principal de amigos de un hombre está compuesto por otros hombres, y el de las mujeres por otras mujeres.

Este arreglo tiene buen sentido. La amistad por lo general contiene un elemento de admiración, el deseo de ser como otra persona. Cuando los amigos conversan, hablan de ser la misma clase de personas, de hacer las mismas cosas, o de ver las cosas desde el mismo ángulo. Por lo tanto, es bue­no que tengamos relaciones saludables de amistad con otros hombres que sean aproximadamente de nuestra misma edad. Las relaciones que tenemos con mujeres, como con hermanas, pueden ser pro­fundas y de apoyo, pero no pueden substituir ade­cuadamente una relación fuerte de amistad con otros hombres.

La razón por la que algunos de nosotros encon­tramos difícil desarrollar una relación así, es el miedo arraigado que tenemos de ser abiertos con otros hombres. Debido a que siempre estamos compitiendo entre nosotros en la escuela, en el atletismo y por reconocimiento social, nos sen­timos más cómodos y seguros con una mujer y sentirnos que podemos decir lo que pensamos y hasta revelar nuestras debilidades. El Señor quiere que seamos abiertos con otros hombres, con los que podamos compartir nuestras «dificultades, y recibir el apoyo de hermanos. No es necesario re­lacionarnos con ellos como competidores.

La relación con los mayores y los menores

Finalmente, el Señor quiere que aprendamos a relacionarnos con los que son mayores o meno­res que nosotros. No debemos tratar a todos por igual sin tomar en cuenta la edad. Hay dos puntos sobresalientes en esta reflexión:

Primero, debemos tratar a los mayores con respeto y consideración: no porque sean más competentes o tengan más habilidad o sean más listos, sino sencillamente porque son mayores. Un respeto y una subordinación natural deben estar presentes en nuestra relación con ellos. Debemos sujetarnos a sus preferencias en ciertas cosas; de­bemos escucharlos y permitir que ellos tomen la iniciativa cuando sea apropiado. El Señor quiere restaurar el respeto natural que acompaña a la característica de las diferencias de edades.

Segundo, relacionarnos con personas de dife­rente edad es saludable para nosotros. Nuestra so­ciedad nos enseña que debemos relacionarnos prin­cipalmente con personas de nuestra misma edad. Comienza en la escuela que está organizada en cla­ses de la misma edad; por lo tanto, pasamos la mayoría del tiempo con personas nacidas en el mismo año que nosotros. Esta es una esfera muy reducida; las personas de nuestra edad no nos pue­den ayudar de la misma manera que lo pueden hacer los mayores y los menores.

Es bueno tener una relación firme con hom­bres mayores. Antes se lograba en la relación de un muchacho con su padre, sus hermanos mayo­res, sus tíos y sus abuelos. Ahora no sucede con tanta frecuencia. Pero en el Cuerpo de Cristo estas relaciones pueden ser restauradas. Podemos recibir fuerza más rápidamente de los mayores.

Dios también quiere que tengamos una rela­ción de hermanos con los menores. Los mayores debieran ayudar a sus hermanos menores a crecer. Eso nos ayuda a nosotros también a crecer y a madurar. Este tipo de relaciones pudiera parecer­nos extraño si no lo hemos experimentado perso­nalmente. Pero realmente es la manera en que Dios quiere que vivan los seres humanos.

El Señor está restaurando muchas de estas relaciones naturales en la comunidad cristiana, está dando sabiduría para hacerlas funcionar. Todavía queda mucho que aprender; todavía que­dan muchos patrones modernos que él quiere qui­tarnos. Pero si continuamos creciendo en libertad y sabiduría, la vida que Dios tiene para su pueblo se desarrollará con más abundancia entre nosotros.

Steve Clark, B.A. en Historia y una Maes­tría en Filosofía, es soltero, y coordinador de una comunidad cristiana en los Estados Unidos, que se ha extendido a otros países.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 7-junio 1984