Por Bob Mumford

Yo quiero la realidad en todas las áreas y opera­ciones de mi vida. Lo deseo en mi vida familiar, en mis relaciones de negocios, en las reuniones socia­les y en la esfera espiritual. ¿De qué manera podré alcanzar este objetivo? ¿Cómo saber lo que es «real» y lo que es sólo la sombra de lo real? ¿Será posible que en algunas o en todas estas relacio­nes de la vida he estado experimentando sólo la sombra de lo que es real? ¿Será por eso que mi corazón sigue clamando por algo que pueda com­prender y que me satisfaga en las demandas diarias de la vida?

Como muchos en nuestros días, yo viajo exten­samente. Cuando regreso de un largo viaje, mi es­posa me recibe en la puerta. ¡Qué deleite es verla ahí! Junto a ella está su sombra. ¿A cuál de las dos cree usted que yo me dirijo? No corro a abrazar la sombra para saludarla. Si lo hiciera pronto me da­ría cuenta que mis brazos estaban rodeando la na­da. ¿Será posible que en nuestra búsqueda de la realidad nos hemos extendido a la sombra y he­mos dejado a un lado lo que es «real» esperando a que sea reconocido?

Conocí al Señor en una iglesia de Atlantic City, New Jersey. La iglesia tenía gradas que daban di­rectamente a la calle. Cuando salí de la iglesia esa mañana, me sentía feliz. Yo por entonces estaba en la marina y todavía no entendía todo lo que me había ocurrido, pero sabía que era real y defi­nitivo. Una mujer que estaba al pie de las gradas me dijo: «Bob, has dado tu corazón a Cristo. El día vendrá cuando las cosas del Señor serán mas reales para ti que esta misma calle.»

Mi reacción inmediata fue ver la calle y pensé que eso era imposible. Pero un año y medio más tarde regresé a esa misma iglesia y cuando bajé las gradas me volví para ver la calle, y de repente me di cuenta que aquellas palabras proféticas se ha­bían convertido en una realidad para mí. Sabía que poseía lo invisible y lo eterno dentro de mí y aquella calle era sólo lo visible y lo temporal. Pero no había sucedido de pronto; había sido el resultado del crecimiento en una experiencia.

El primer paso es descubrir por uno mismo lo que es y lo que no es real. Una vez estaba leyendo y estudiando en el Antiguo Testamento con respecto al templo y al tabernáculo: el arca, el can­delero, el propiciatorio y el velo. Todo era tan concreto que pensé que eso era la realidad, pero me sorprendí cuando el Señor me dijo que era sólo la sombra y que él era la realidad.

A veces creemos que él es la sombra. Queremos que salga de las nubes y nos diga: «¡Mírenme! ¡Yo soy Dios!»

Jeremías, profeta del Antiguo Testamento, hi­zo todo lo que estuvo a su alcance para que su pueblo adquiriera un sentido de la realidad. Este era su mensaje:

Les daré líderes conforme a mi corazón, y ellos los guiarán con sabiduría y entendimien­to… ustedes ya no desearán los viejos días de antaño cuando tenían el arca del pacto de Dios… porque el Señor mismo estará en me­dio de vosotros (Jer. 3:15-17. Paráfrasis).

¡Imagínese el valor de este hombre, decirle al pueblo judío que habría algo más real que el Arca y el Tabernáculo!

Pablo, en el Nuevo Testamento, también intentó llevar a su generación a la realidad de Cristo, con­trastándolo con lo hecho por el hombre y la apa­rente substancia de su religión:

Así que nadie les critique a ustedes por cuestiones de comidas o bebidas, ni porque no celebran las festividades judías ni sus ceremo­nias de luna nueva ni sus sábados. Estas eran sólo reglas temporales que caducaron al venir Cristo, sombras de lo verdadero que es Cristo mismo (Col. 2:16,17 NTV).

La religión es uno de los tropiezos más grandes cuando se quiere alcanzar lo que es real, porque presenta la sustancia en formas de concreto y la­drillo, edificios, reglas, reglamentos y estructuras debidamente constituidas y denominacionalmente orientadas; el hacer y el no hacer. La gente se afe­rra a estas sustancias de concreto, y trata de edi­ficar sus vidas en ellas. Sin embargo, la realidad los elude casi siempre. El deseo profundo del espí­ritu clama por la satisfacción y la realidad y puede lograrlas en el concreto, porque este no puede res­ponder ni amar. Lo que creímos que era sustan­cia era sólo la sombra. ¿Dónde encontrar entonces lo real?

Mi propia búsqueda me ha llevado al Cuerpo de Cristo; el cuerpo con sus muchos miembros que Dios ha establecido y ordenado para poder expre­sarse y hacerse real. Recuerde a Jeremías diciendo que «el Señor mismo estará en medio de vosotros» y a Pablo diciendo que todos eran «sombras de lo verdadero que es Cristo.» Descubrí también que muchos a través del mundo han encontrado esta misma verdad. ¡La realidad se encuentra en el Cuerpo de Cristo!

Esto no es nada nuevo en realidad; sólo en la manera en que algunos de nosotros hemos estado luchando para salir de las sombras. Es lo mismo que Pablo encontró en su búsqueda. Por años ha­bía estado buscando la realidad en los «concretos» de su herencia y entrenamiento judíos, pero no satisfacían su necesidad. Entonces se encontró con Jesucristo en el camino a Damasco y pasó el resto de su vida tratando de hacerlo real a otros.

Esto es exactamente lo que intento hacer yo.

Quiero comunicarles la substancia que está presen­te en la estructura íntima de grupo que Dios or­denó a través de los labios de Jesús cuando dijo:

«Porque dondequiera que estén dos o tres reuni­dos en mi nombre, allí estaré yo.» El amor, la res­puesta, y la verdadera substancia están allí con otros que forman parte de la comunión de los mu­chos miembros del Cuerpo de Cristo.

La psicología ofrece sustitutos de los benefi­cios de esta estructura íntima de grupo instituida por Dios. La terapia de grupo y el entrenamiento en sensibilidad son copiados de estos mismos prin­cipios. Las personas aprenden lo sensitivas que son realmente dentro de estos marcos, pero cuando al­guien se junta con otros en el Cuerpo de Cristo, el Señor mismo está presente para mostrarle sus áreas sensibles y para enseñarle lo que puede hacer para que se alinee según el deseo de su voluntad.

Es fácil descubrir allí que dentro de nosotros hay más de un «yo». Personalmente descubrí que tenía cuatro: el «yo» de los negocios, el «yo» que iba a la iglesia, el «yo» social y el «yo) que se iba a casa. Seamos tan sinceros como podamos en un grupo pequeño y veamos a algunas de las sombras del verdadero «yo».

Está la sombra que se desenvuelve en el mundo de los negocios o en la oficina del ejecutivo, en el taller o en el supermercado. ¿Será esa baladrona­da que a veces se despliega una pantalla que es­conde a un corazón doliente o a una mente con­fusa? Está también la sombra que va a las fiestas, al campo de golf o al restaurante. Puede aparentar ser el alma de la fiesta o la proverbial flor pálida sin expresar realmente su verdadero «yo». Acer­quémonos un poco más. ¿Es el que se levanta en las mañanas, se sienta a comer, corta el césped o hace las camas, un facsímil razonable (y a veces irrazonable) del «yo» que anhela ser? Todavía otro «yo» se viste los domingos por la mañana y se va en busca de combustible espiritual. Una cier­ta banca; un himno en especial; inclinando la ca­beza a otros miembros; un apretón de manos del predicador a la salida. ¿Cuánta realidad hay en es­tos movimientos mecánicos?

El mundo ha estado observando detenidamente estas máscaras que los cristianos se ponen y se quitan según la ocasión. Tampoco a ellos les satis­face. Muchos se preguntan si eso es la realidad, lleva el sello de la religión, pero ¿será esto todo? ¿Será eso lo que tienen que aceptar?

Podemos seguir como de costumbre en el ámbi­to espiritual, viviendo detrás de las murallas que hemos erigido alrededor para protección y seguri­dad nuestra, o podemos decir: «Señor Jesús, quie­ro ser real en tu presencia. No quiero la sombra; quiero la sustancia. Quiero quitar estas fachadas. Ayúdame a ser real todo el tiempo y presentar consistentemente un hombre como testimonio pa­ra el mundo.»

Esto es lo que Dios quiere de nosotros. El espe­ra el clamor de nuestro corazón para sacarnos de las sombras y llevarnos a la realidad que nos ha provisto. Cuando nos reunimos en pequeños gru­pos de creyentes y comenzamos a compartir, la máscara se va cayendo y exponiendo la realidad. Dios quiere penetrar, romper la fachada y hacer que lo real aflore. No se puede ser solo espiritual. Dios nos ha hecho de manera que nos necesitamos el uno al otro. Este es el significado y la alegría de ser un miembro de un cuerpo. Así lo ha planeado Dios para satisfacer nuestras necesidades.

Los sociólogos nos dicen que el hombre tiene cuatro necesidades básicas que satisfacer:

(1) Seguridad

(2) Reconocimiento

(3) Comunicación íntima o amor

(4) Aventura

Estas necesidades son bíblicas y fueron puestas dentro del hombre por su Creador, con la intención de satisfacerlas plenamente por medio de Jesucris­to y a través de su Cuerpo.

Hay algo que se debe reconocer: si estas necesi­dades no son satisfechas a su manera, el hombre buscará en el mundo. Pero Jesucristo puede y quiere hacerlo si usted se lo permite, a través de su Cuerpo.

Seguridad: Nuestra sociedad es esclava de la seguridad con guardias armados en las puertas, barrotes en las ventanas, alarmas eléctricas y ga­ses lacrimógenos. Pero la seguridad no se encuen­tra aquí, ni en el dinero o cierto partido político o en premios por ser el mejor en su campo. La seguridad no está en las cosas externas. El salmis­ta David dice: «Unos cuentan con sus carros de guerra y otros cuentan con sus caballos; pero no­sotros contamos con el Señor nuestro Dios» (V.P.). Hay algo que sólo Dios nos puede dar para acabar con nuestra inseguridad.

El lugar para encontrarla es en el Cuerpo de Cristo. Allí mis hermanos me aman lo suficiente como para corregirme y reprenderme. El conoci­miento de que mis hermanos vendrían a mi ayuda en caso de necesidad me llena de confianza y de paz. Asistir a la iglesia es deseable; pero la seguri­dad no se encuentra en eso solamente, sino en es­tar debidamente relacionado con el Cuerpo de Cristo. Es rodearse de hermanos que le amen lo suficiente para corregirlo cuando esté en error y para fortalecerlo cuando esté débil.

Reconocimiento: También esta necesidad Dios la puso dentro de nosotros y puede ser supli­da en la comunión del Cuerpo. Jesús dijo que el reconocimiento máximo vendrá cuando estemos ante el Padre y él nos diga: «Bien hecho, siervo bueno y fiel». Entre tanto, el reconocimiento vie­ne a través de otros que están relacionados entre sí y con él. Hay un intercambio divino que sólo es posible en la comunión con nuestros hermanos y hermanas en Cristo.

Hay satisfacción en el reconocimiento mutuo de los miembros de su Cuerpo, no por lo que se tenga sino por lo que se es. Todos hemos tenido la experiencia de encontrarnos con un hermano a quien no hemos visto por algún tiempo y cuando nos saludamos, algo salta en nuestro espíritu que nos edifica; es por el vínculo que compartimos en Cristo y no porque tengamos algo en especial. So­mos uno en el mismo Cuerpo.

Amor, comunión íntima: Es dife­rente a la anterior. Esta necesidad se manifiesta hasta en los animales. Si usted ha cometido el error de mostrarle afecto a un perro sin dueño, sin duda lo sabrá. Le llevaría tres semanas deshacerse de él. No tiene que darle de comer. Buscará su comida en otra parte, pero regresará para que us­ted le brinde amor. Todos necesitamos ser amados.

El sexo es a menudo igualado con el amor. Sin embargo, éste es sólo una pequeña parte de la ne­cesidad básica de ser amado. Dios creó el sexo como una parte del todo en las relaciones de ma­rido y esposa. Mucho de lo que el mundo entien­de y da por «amor» está torcido. La «revolución sexual» de nuestros días en todas sus expresiones lo demuestra. También los comerciales sobre qué clase de desodorante o pasta de dientes usar. Las cosas que estamos considerando no son ni sexuales ni superficiales. ¡Sin embargo, qué formidables son las sombras en este aspecto!

Pero no sólo en lo sexual es que las sombras confunden. También se hacen evidentes en las iglesias. Hay quienes pretenden ser cristianos y carecen de amor; también hay iglesias sin amor. Pablo discute esta posibilidad en el capítulo 13 de 1 Corintios, el capítulo del amor.

. El educado puede sentir la falta de amor en una iglesia de hermanos sencillos. El falto de educación puede recibir el desaire cuando entra en otra igle­sia con líneas formales. También se sufre por ser de otra raza o nacionalidad o porque no se con­forma en asuntos de vestido o apariencia personal.

Nuestras prácticas y prejuicios pueden crear una atmósfera que no se presta para la aceptación ni mucho menos para transmitir amor. La comunicación de amor es un artículo fantástico, y el mundo se está muriendo de hambre porque no lo tiene.

Personalmente, mi necesidad de amor es suplida a través de mi relación adecuada con mi esposa y familia, mis hermanos en Cristo, el grupo en particular donde tenemos comunión -nuestra familia espiritual inmediata- y los otros miembros del Cuerpo fuera de este círculo. En el momento en que nos reunimos, el amor de Dios que nos tene­mos comienza a fluir entre nosotros y mis necesi­dades de amor son suplidas.

Aventura: Algunos de nosotros no creere­mos que esta sea una de las necesidades básicas en nuestras vidas sólo porque no estamos ejercien­do actividades de esta naturaleza. Pudiese ser por­que la hemos reprimido de tal forma que ya no la reconocemos como parte de nuestras personalida­des. Pero si investigamos un poco encontramos que sí existen, pero que las estamos llenando y sustituyendo con programas de televisión, re­vistas y libros o las secciones sociales o de depor­tes del periódico. Hay cientos de millones de revistas de crímenes que se venden anualmente por­que algunos pretenden sustituir de esa manera su provisión de aventura.

Cuando yo vine al Señor, lo hice admitiendo mi necesidad de aventura y él me la ha suplido abundantemente. La vida ha sido una aventura tras otra.

Un año, mi familia y yo viajábamos a California y pasamos por Las Vegas. Caminamos por la mun­dialmente famosa y llamativa calle principal con sus brillantes luces, sus sonidos discordantes y sus huecas carcajadas. En los hoteles, la gente estaba sumida en un delirio poniendo monedas en las máquinas automáticas, las que algunos llaman des­criptivamente, «Bandidos mancos». Mi esposa y yo nos miramos y ella dijo con lágrimas en los ojos: «Querido, ¡qué afortunados somos de no ser parte de esto!» La gratitud a Dios nos inundó porque él nos había dado una manera más com­pleta de satisfacer nuestra necesidad de aventura.

En medio de un mundo sumido en la inseguri­dad, el pueblo de Dios encuentra su seguridad en el Cuerpo de Cristo. Cuando otros luchan por el reconocimiento, nosotros miramos al Padre y al Cuerpo de Cristo. Allí también está la comunica­ción de amor y la provisión de aventura. Dios nos ha ofrecido la sustancia y no tenemos que con­formarnos con la sombra.

Cinco pasos para salir de la sobra y entrar en lo real

1 Reconozca su necesidad:

El vacío y la soledad en medio de la multitud es un síntoma que no se debe ignorar.

Identidades falsas y el deseo de crear impre­siones son señales de no estar en lo real.

La indiferencia es mortal.

María, la madre de Jesús dijo: » … Ha saciado a los hambrientos con lo bueno y ha despedido va­cíos a los ricos» (Le. 1 :53).

2 Asegure el fundamento de su vida cristiana

Para hacer adelantos en la experiencia cristiana, especialmente en las relaciones interpersonales, es necesario tener un fundamento seguro y firme que consiste de tres aspectos de una sola experien­cia:

  1. Una comprensión clara de Jesucristo, el Cor­dero de Dios y nuestro Salvador. El requisito para participar en una relación dentro del Cuerpo de Cristo es el perdón de los pecados y una vida libre de condenación (Juan 1 :29).
  2. Es necesario tener una experiencia válida y satisfactoria del bautismo en agua por inmersión (Hch. 2:38).
  3. La aceptación de Jesucristo como el que bautiza­ en el Espíritu Santo. Es importante tener una experiencia libre de oración y adoración tanto en el entendimiento como en un lenguaje celestial (l Co. 14: 1 5).

3 Sujétese al Señorío de Cristo:

Hay una clara relación orgánica en el Cuerpo de Cristo y su cabeza que es Cristo.

En un acto sencillo de fe y de obediencia, con­fiese que Jesús es el Señor y su cabeza funcional; personalmente, para su hogar y para su familia. Reconózcalo como la Cabeza de su grupo, comu­nidad e iglesia. Finalmente, confiese que él es el Señor y Cabeza de todo su Cuerpo aquí y en todas las naciones del mundo.

Esta comprensión y confesión es la que nos co­necta vitalmente al Señor Jesús y uno con el otro (Col. 1 :24, 2: 19).

4 Ponga su énfasis en las relaciones

Por años nos han impresionado las iglesias gran­des y las multitudes. El Señor, según lo entiendo, comienza por la otra punta. ¿Cómo hemos de te­ner un Cuerpo que funcione en el grupo grande si las relaciones no se han desarrollado en sus niveles básicos?

Considere la relación entre marido y esposa, núcleo y protoplasma, como la estructura celular básica del Cuerpo de Cristo. Si estos dos no están de acuerdo (Ef. 5: 31 ,32) cuando el Cuerpo de Cristo se reúne, estará infectada con una forma de «celulitis».

Jesús nos enseña en Mateo 18 que debemos co­menzar con dos o tres. Si estos están en armonía, Jesús dice que él estará presente y contestará sus peticiones.

Sugiero, que para salir de la sombra y entrar en la realidad, después de fortalecer una relación adecuada con su compañero(a) y su familia, que bus­que a un grupo celular, no para hacer una nueva iglesia o tener otra reunión más, sino para com­partir. Evite el religiosismo y la demasiada intros­pección; sólo tenga comunión y haga énfasis en aprender a relacionarse con el Señor y con los otros.

Lea cuidadosamente el tercer capítulo de Colo­senses y note el énfasis que hace el apóstol en las relaciones: esposas, maridos, hijos, padres, sier­vos, amos.

5 Participe, no domine:

Hay dos tendencias humanas que tienen que ser enfrentadas en las relaciones interpersonales:

  1. Los que sólo se sientan, como una pálida flor y nunca entran en el intercambio relacional, por­que son cerrados o temerosos y esconden sus talentos en la servilleta.
  2. La personalidad dominante, social y sobre compensadora que tiene que ser podada y discipli­nada para que no destruya toda esperanza de rela­cionamiento.

Abrir la esfera de los cerrados y podar a los do­minantes es parte de la aventura.

  1. ¿Qué debo esperar cuando salgo de la sombra para entrar en la sustancia?
  2. ¿Representan algo vivo y esencial palabras co­mo relaciones, Cuerpo de Cristo, célula, comu­nión?
  3. ¿Cómo puedo fortalecer la realidad dentro de este contexto?

Hay sólo una respuesta correcta a estas pregun­tas legítimas. No hay respuestas enlatadas ni el hombre las puede ofrecer. ¡La respuesta está en Dios por medio de su Hijo, Jesucristo! El dijo, «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14:6).

La vida, muerte y resurrección de Jesús abrió el camino a la realidad. Su enseñanza es la verdad de la realidad, el Espíritu Santo que él envió es la vida que nos hace experimentar esa realidad como miembros de su Cuerpo, activo y operante en la tierra.

Tomado de New Wine, julio/agosto 1973  

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol.4-nº 8 agosto 1982