Por Richard MacAfee

Roberto, un muchacho de doce años que ha vivido en varios hogares para niños sin padres, estaba contándole sus problemas a una consejera. Ella le había asegurado que podía decir todo lo que quisiera porque ella lo escucharía. Después de unos veinte minutos, él hizo este comentario: «Ud. no me está escuchando. Sólo piensa en lo que Ud. va a decir.» El tenía razón. La consejera hablaba bien pero escuchaba mal.

Hay ocasiones en que debemos informar o instruir y hacerlo bien. Sin embargo, escuchar es a veces el mejor puente para alcanzar a otros que se sienten aislados y marginados.

Jesús visitó una vez a dos mujeres que se hicieron famosas por su gran diferencia en su capacidad para escuchar. En la conocida historia de Marta y María en Lucas 10, cuando Jesús entró a su hogar, María se sentó a sus pies para escuchar lo que decía. Pero Marta estaba distraída con todos los preparativos para atender a su huésped. Cuando se quejó que su hermana ‘no le ayudaba, el Señor le respondió:

«Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada» (vs. 41-42).

La diferencia entre estas dos hermanas es muy crítica. Una volvió su atención a él; la otra estaba distraída. Una le escuchaba; la otra estaba preocupada y perturbada. Una escogió la «parte mejor» de escuchar: la otra quiso instruir al Señor cuando necesitaba escucharlo. Ambas mujeres eran amadas por Jesús y ellas también lo amaban, pero una estaba escuchando y la otra no.

Tristemente, muchos de nosotros somos como la consejera de Roberto y como Marta. Nos marginamos y nos aislamos de otros porque no sabemos lo importante que es escuchar. Ocho veces dice Jesús en el Nuevo Testamento: «El que tiene oídos para oír que oiga.» Ciertamente es más fácil expresar nuestras convicciones que escuchar lo que está en el corazón de otros, pero tenemos que aprender a escuchar: primero a Dios. después a sí mismo y también a otros.

Escuchando a Dios

El profeta Isaías hace una observación importante con respecto a la naturaleza de un seguidor del Señor. Dice así:

Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios.

Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. (50:4-5).

Si queremos sostener al cansado con palabras apropiadas, primero tenemos que oír como los sabios. Tenemos que afinar el oído para oír el «silbo apacible» de Dios. Cuando escuchamos a Dios, nuestra fe y sensibilidad aumentan y también nuestra sabiduría para comunicarnos con otros.

Nuestras oraciones necesitan incluir períodos regulares para escuchar a Dios además de las peticiones y de la intercesión que hacemos. No debemos llenar el aire con nuestras palabras nada más. La actitud del joven Samuel es digna de imitarse: «Habla, Jehová, porque tu siervo oye.» Para romper las barreras que nos separan de otros y para ayudar al cansado, tenemos que oír al Padre primero.

Escuchándonos a nosotros mismos

Después de veinte años de experiencia pastoral, estoy convencido que no podemos desarrollar relaciones duraderas con otros si no aprendemos a oír lo  que estamos diciendo nosotros. ¿Qué quiere decir esto? Que necesitamos escuchar nuestras actitudes y nuestros motivos.

Primero, debemos de estar conscientes de nuestra actitud en cada situación. Nuestra actitud es nuestra postura interna. La manera en que respondemos por dentro a lo que está pasando alrededor. Necesito conocer esta actitud personal antes que la suya y cuáles son las emociones que responden en mi por la situación que me rodea.

Segundo, debemos escuchar nuestros motivos. Un motivo es el incentivo, el impulso, la influencia que nos mueve a hacer algo. Si queremos conocer nuestro papel en las relaciones, tenemos que aprender a escuchar los deseos internos que nos motivan. Una buena pregunta es: «¿Qué quiero que suceda ahora en esta situación?» La respuesta nos encamina hacia una verdadera comunicación.

Otro aspecto de escucharse a sí mismo es el tono de nuestra voz. Es importante lo que digo y cómo lo digo. Nuestra misma voz nos dice mucho sobre nuestros motivos y actitudes. Si la escuchamos podremos quitar a tiempo cualquier barrera no intencional que nos separe de nuestro interlocutor.

Escuchando a otros

Proverbios dice sin rodeos: «Al que responde palabra antes de oír, le es fatuidad y oprobio»

( 18: 13). Es evidente que para evitar pecar de insensatos debemos de escuchar verdaderamente antes de responder. Yo creo que hay por lo menos cuatro cualidades para tener lo que yo llamo «un corazón oidor.» Estas cualidades nos dan entendimiento, percepción y sabiduría cuando hablamos con otros:

1. Seguridad. Hay un puente que se forma entre dos personas cuando la actitud del que escucha asegura a la otra persona:

«No corres peligro al hablar conmigo. Puedes ser abierto y decir lo que quieras; no usaré lo que me digas contra ti. Podemos explorar juntos pensamientos e ideas.» Una atmósfera de confianza libera a la otra persona de condenación y de temor. Cuando estas barreras se quitan, la conversación es un deleite.

  1. Genuino. Muchos de los encuentros entre personas son superficiales o lo que es peor: falsos. El oidor sabio comunica un interés cuando encuentra a la persona real que ha salido de detrás de las paredes y de las fachadas que normalmente le esconden. Su actitud dice: «No tienes que aparentar conmigo. Puedes compartir tus dudas y tus debilidades y no te voy a hacer sentir inferior. Me gustaría conocer mejor al verdadero tú.» Cuando la persona real se extiende a otro, crea una base para que el otro salga de su escondite.
  2. Comprensión. Para no caer en el error de dar una respuesta demasiado rápido, debemos tratar de comprender lo que la otra persona piensa y siente. Debemos ponernos de su lado en actitud, para ver las cosas desde su perspectiva. Para escuchar bien a una persona tenemos que «caminar una milla en sus zapatos,» o dos por la gracia de Dios. Antes de ofrecer respuestas, escuchemos lo suficiente para comprender su punto de vista.
  3. Aceptación. La dignidad personal se fundamenta en la aceptación. Nuestra actitud debe ser de aceptación y no de rechazo, sin requerimientos para dar nuestra aprobación. Esto da cabida para que se manifieste la creatividad y la singularidad de la otra persona. «Estoy dispuesto a aceptarte como eres hoy» es una puerta abierta para los que se esconden y se aislan.

El arte de escuchar

Escuche todas las conversaciones de nuestro mundo, sea entre naciones o entre parejas. Por lo general son diálogos entre sordos … Sin embargo nadie puede llevar una vida plena sin sentirse comprendido por lo menos por una persona… Quien quiera verse con claridad deberá abrirse a un confidente escogido libremente y digno de tal confianza.

Viendo la historia de Marta y María con estas cuatro cualidades en mente, discernimos claramente la diferencia entre escuchar y dar una respuesta antes de oír. María estaba segura a los pies de Jesús. Marta estaba distraída y vulnerable porque no escuchaba. La que escuchaba era real y estaba en paz. La otra parecía moverse tras una pared de actividad. María reflejaba una comprensión de la ocasión como una oportunidad única de escuchar al Maestro. Marta comenzó a instruir a Jesús aún antes de oírle. La que estaba sentarla a sus pies fue aceptada. La otra se sintió rechazada y distante aun de quien la amaba.

Como Marta, podemos ser distraídos para no oír a Dios, a nosotros mismos, ni a otros. Hasta podemos llegar a pensar que el único blanco importante de la conversación es contarle a otros nuestra experiencia, preferencia o darles nuestra instrucción. Mi esperanza es que aprendamos el arte de escuchar y sepamos hacerlo apropiadamente en nuestra comunicación.

Cuando escuchamos a otros es bueno saber que estarnos oyendo a una persona, no a un problema. A veces no tenemos acceso directo al problema que tiene alguien, pero sí a la persona que habla con nosotros. Si está teniendo problemas en el trabajo, por ejemplo, no hay nada que podamos hacer con su jefe, pero podemos escucharla y darle nuestro apoyo. Un amigo me dijo una vez: «Cuando alguien de verdad me oye hablar de mis presiones y preocupaciones, ya no estoy solo con el problema.»

Paul Toumier expresa el valor de escuchar en la introducción de su libro Para entendernos uno al otro, de la siguiente manera:

Escuche todas las conversaciones de nuestro mundo, sea entre naciones o entre parejas. Por lo general son diálogos entre sordos … Sin embargo nadie puede llevar una vida plena sin sentirse comprendido por lo menos por una persona… Quien quiera verse con claridad deberá abrirse a un confidente escogido libremente y digno de tal confianza.

Pidamos a Dios que nos ayude a escoger «la mejor parte» Proverbios 25: 11 dice: «Manzana de oro con figura de plata es la palabra dicha como conviene.» Para eso tenemos que aprender a oír a Dios, a sí mismo y a los demás.

Richard Me Afee: graduado de la Universidad de Oklahoma y del Seminario Teológico de Princeton.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 5-nº 9- octubre 1984