Por John W. Alexander

Tengo demasiado trabajo. No hay suficiente tiempo. Necesito ayuda.»

¡Cuántos estudiantes, amas de casa, pastores, hombres de negocios, maestros, etc., etc. se ex­presan de esta manera! La queja es crónica entre un sinnúmero de personas ocupadas. Usted puede sentir a veces que tiene una tarea por delante con más que hacer que tiempo para hacerlo. Sin em­bargo, esto es común en cualquier trabajo que valga la pena. Realmente que toda persona que esté física y emocionalmente saludable necesita este reto. Cuando se pone a una persona saludable en un trabajo con más tiempo disponible de lo que la tarea demanda, pronto se aburrirá.

Con las tareas grandes enfrentamos una trampa potencial. Uno de los sentimientos más frustrantes en la vida es el de despertar a un nuevo día con tantas tareas por delante que nos sentimos agobia­dos por su magnitud. Nos sentimos peor cuando enfrentamos una semana o un mes o un año así. Si no hacemos planes adecuados, y nos imponemos metas realistas y nos sujetamos a ellas, nos sentire­mos empantanados, alzaremos las manos en señal de frustración, nos desintegraremos con un des­gaste nervioso o nos veremos forzados a tomar un largo permiso del trabajo o a renunciar a él.

La solución para la frustración y el caos es com­prometernos con Jesucristo y luego hacer el esfuer­zo, bajo su señorío, de regimentar nuestro trabajo efectivamente. Si no manejamos nosotros el tra­bajo, este nos manejará a nosotros.

Pablo parece tener este principio en mente cuan­do escribe lo siguiente a la iglesia primitiva:

Yo planté, Apolo regó, pero Dios producía el crecimiento (1 Ca. 3 :6).

Pero cada uno examine su propia obra, y entonces tendrá motivo para gloriarse con res­pecto a sí mismo solamente, y no con respecto a otro. Porque cada uno llevará su propia car­ga (Gál. 6:4-5).

Vosotros sois la sal de la tierra … Vosotros sois la luz del mundo … Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mat. 5: 13, 14, 16).

Apliquemos esta Escritura a nuestras vidas. Co­mo discípulos de Cristo nos interesa que nuestro trabajo sea bueno, que el mundo sea un mejor lu­gar debido a nuestra influencia, que la gente oiga el evangelio de Cristo y que los que acepten crez­can y maduren en él. Decimos que Dios da prove­cho en términos de la regeneración (por medio de la cual el Espíritu del Señor Jesucristo es plantado dentro del creyente), en términos del crecimiento del creyente hacia la madurez en Cristo y en tér­minos del llamamiento de las personas al trabajo misionero y otros servicios para la humanidad. Es­tos logros son la obra del Espíritu Santo. Nosotros no los podemos programar.

Sin embargo somos responsables de desarrollar nuestros deberes bajo Dios, manejar nuestro tra­bajo, hacer planes, poner metas y luego trabajar para alcanzarlas (plantar, regar , cosechar) en la localidad donde Dios nos ha colocado. «Porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer co­mo el hacer, para su beneplácito» (Fil. 2: 13).  

Nuestro compromiso con el Señor

El llegar a terminar nuestro trabajo no implica básicamente que nosotros estemos haciendo el trabajo que es de Dios. Primordialmente es él quien trabaja en nosotros y a través de nosotros. En un sentido somos sus instrumentos. Por lo tan­to, el paso inicial que debemos dar es entregarnos en sus manos con alegría, dispuestos a ser usados por el Espíritu Santo para la gloria de nuestro Se­ñor Jesucristo. «No sigáis presentando los miem­bros de vuestro cuerpo al pecado como instrumen­tos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia» (Rom. 6: 13).

En otro sentido somos colaboradores con Dios.

«Por tanto, somos embajadores de parte de Cristo, como si Dios rogara por medio nuestro … Como colaboradores con El, también os exhortamos a no recibir la gracia de Dios en vano» (2 Cor. 5: 20; 6: 1).

Todos los días, deliberada y voluntariamente, dediquémonos: mente, emociones, voluntad y cuerpo, al Señor, para que el Espíritu nos limpie, nos llene y nos unja. A menos que él fluya a tra­vés de nosotros y nos capacite, no cumpliremos nada que sea de valor duradero, no importa cuán­to nos dediquemos al trabajo. «Si Jehová no edi­ficare la casa, en vano trabajan los que la edifican» (Sal. 127:1).

En otro sentido tenemos libertades humanas y se hace necesario que el cristiano comprometido se esfuerce en servir a Dios. Organizar nuestras ta­reas y planear nuestro tiempo no es falta de «es­piritualidad»; es parte de colaborar con él. Muy poco se ha escrito sobre este aspecto de la vida cris­tiana. Honramos mejor a Dios cuando regimos nuestras vidas y nuestro trabajo con sabiduría co­mo buenos administradores.

Renuencia a planear

Algunos cristianos creen que planear es munda­no y que se debe dejar que el Espíritu nos dirija sin planear por adelantado. No hay duda que haya cristianos que enfrenten sólo estas alternativas: planear carnalmente o actuar guiados por el Espí­ritu. En este caso la elección es obviamente la últi­ma. Estas actitudes, sin embargo, prejuzgan toda hechura de planes como carnal e ignoran la validez de una tercera opción: planear dirigidos por el Es­píritu. Que cada uno esté completamente persua­dido, en su opinión, pero que el espiritual que no hace planes tenga cuidado de juzgar necesariamen­te como carnal al que sí los hace. La noción de que los planes le niegan libertad al Espíritu para actuar ignora el hecho de que Dios es el planeador por ex­celencia. Su plan fue preparado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedo 1 :20; Ef. 1 :9-12).

El Espíritu Santo hace planes largos y cortos. Lo limitamos cuando asumimos que su actuar es según el capricho del momento. El tiene un plan para cada vida y para cada grupo al que pertenecemos. Es un privilegio pedir su dirección para establecer objetivos, metas y normas que estén en armonía con su plan. Es mala administración de tiempo y energía si se comienza un año, una semana o un día sin hacer el esfuerzo de planearlos según él di­rija. Una vez que se formule un plan específico, lo ejecutamos, conscientes siempre que si él decide cambiarlos, nosotros somos súbditos obedientes a su prerrogativa divina.

Una razón más práctica por la que a algunas personas no les gusta planear es que pulir la pre­sentación de los objetivos, metas y normas es tra­bajo duro. Es más fácil satisfacerse con generaliza­ciones vagas de lo que pudiéramos llevar a cabo.

También se oye que cuando se planea en general y se asientan metas en particular, que eso ahoga la creatividad. Yo no estoy de acuerdo con esa pro­posición. Es cierto que metas pobremente conce­bidas y normas mal construidas pudieran estorbar a una persona cuya creatividad se mueve al antojo o que sea un solitario incapaz de trabajar como miembro de un equipo. No obstante, las metas y las normas bien concebidas estimulan y retan a una persona capaz de dirigir esta energía creativa, especialmente cuando sus colegas dependan de su productividad y él esté dispuesto a permitir la eva­luación de su trabajo.

Estoy convencido que la creatividad y la disci­plina pueden marchar bien juntas. Graham Blaine, un siquiatra de la universidad de Harvard, dice (en Youth and the Hazard of Affluence) que las per­sonas creativas producirán más y tendrán más li­bertad para hacerlo si han aprendido sumisión a la autoridad y la auto-disciplina, temprano en sus vidas.

Hay otra precaución que debe anotarse aquí.

Es posible planear en exceso (sentar demasiadas metas o escribirlas en detalle excesivo) o de impo­ner normas demasiado altas. Ambos son errores. El resultado es un plan que frustrará al planeador. En vez de una herramienta para ayudar, se con­vierte en un monstruo que esclaviza y puede gene­rar un sentido de culpa. La solución no es abando­nar las metas y las normas. También debemos evi­tar el otro extremo de hacer insuficientes planes. Cuando se encuentra que sus pretensiones están sobrexcedidas en sus planes o que sus metas son demasiado ambiciosas rectifíquelas aplicando los principios del buen manejo y reduciendo las pau­tas a un tamaño operable.

Estableciendo las prioridades

Por cada propósito hay un sinnúmero de objeti­vos, metas y pautas de donde escoger. Nadie pue­de intentar hacerlas todas. ¿Cuáles habrá de selec­cionar para que su plan contenga solamente lo que es esencial para llevarlo a cabo? Una vez que esas decisiones se han hecho y él comienza a poner en práctica su plan, ¿cómo ha de responder a las interrupciones y a las nuevas demandas? Cada interrupción y cada nueva alternativa demanda nuevas decisiones. Estas requieren algún sistema de prioridades de donde se pueda elegir. Un buen sistema para procesar tales opciones es el de esta­blecer tres categorías de disposición:

Sí, debo o tengo que hacer esto.

Tal vez. Lo haré si hay tiempo.

No. No lo voy a intentar.

En el siguiente paso tomamos cada alternativa y la colocamos en cada una de las tres categorías. Algunas decisiones de esta naturaleza se pueden hacer en un segundo. Algunas llevan minutos, mien­tras que otras tomaron días y hasta semanas o más.

¿De qué manera procede un cristiano con esas decisiones que no son tan obvias? Aquí hay una sugerencia de cinco pasos:

  1. Ore. Obedeciendo con alegría el señorío de Cristo, pedimos al Espíritu Santo que nos guíe para hacer todas nuestras decisiones. Dios nos ha dado una promesa maravillosa que se aplica con seguridad precisamente a tales situaciones. «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que de­bes andar; sobre ti fijaré mis ojos» (Sal. 32:8).
  2. Busque dirección en las Escrituras. ¿Qué di­ce la Biblia que nos pueda servir de dirección para hacer la decisión?
  3. Busque información de todas las otras fuentes que puedan servir de ayuda para hacer una decisión en particular. En otras palabras, domine bien to­dos los factores pertinentes.
  4. Busque el consejo de personas con conoci­miento en el asunto. Especialmente de otros cre­yentes que sepan orar.
  5. Entonces haga su decisión. Y de manera que no esté presumiendo de Dios, preguntándose si fue él realmente quien lo guio. El no se va a esconder de usted. Mantendrá su promesa de guiarlo, impe­dirá que usted tome el camino equivocado en la encrucijada aunque la niebla sea tan densa que us­ted no pueda ver el camino correcto.

Aprenda a decir no

Muchos cristianos cometen un serio error cuan­do asumen sólo dos categorías de disposición: sí y tal vez. Creen que no es espiritual decir que no. Algunos creen que deben decir sí a todas las invi­taciones, peticiones, interrupciones y demandas. De manera que cuando están demasiado compro­metidos, llevan una pesada carga de culpa por no cumplir con sus compromisos.

Algunos de ustedes en este momento necesitan desencadenarse; necesitan oír una palabra calma­da de seguridad: se puede ser tan espiritual dicien­do no. Las personas ocupadas debieran decir que no automáticamente a menos que estén seguras que el Espíritu Santo quiera que digan que sí. Las personas que se quejan constantemente de es­tar demasiado ocupadas podrían estar expresando lástima de sí mismas. Inconscientemente están admitiendo con toda seguridad que no saben manejar bien su tiempo.

¿Cómo decidir a cuál de las tres categorías asig­nar una opción viva? Hay tres pasos fundamenta­les: Primero, cuente su costo (en términos de tiem­po, dinero, energía u otro criterio pertinente). Se­gundo, estime el valor de su resultado probable. Tercero, compárelo con el resultado y el costo de otras opciones vivas.  

Planes personales y ocupacionales

No importa la ocupación de la persona, hay va­rios aspectos de su vida personal que puede pla­near. Los siguientes son unos cuantos ejemplos:

Espiritual: ¿Cuáles debieran ser mis objetivos, mis metas y mis normas para cooperar con el Espíritu Santo para hacerme más como Jesucristo?

Intelectual: ¿Qué debo esforzarme a cumplir para mejorar mi mente?

Físico y emocional: ¿De qué manera debo disci­plinarme para conservar mi salud?

Familia: ¿Qué debo hacer para mantener relaciones saludables con mi esposa (esposo), hijos, pa­dres y otros familiares?

Compañerismo: ¿Cuánto tiempo debo invertir en comunión con otros cristianos?

Ciudadanía: Como discípulo de Cristo, ¿qué de­bieran ser mis intentos en una sociedad sin Cristo?

En lo que respecta a la ocupación, los objetivos de un maestro son diferentes a los de un granjero. Por lo general los plomeros y las amas de casa tie­nen metas diferentes. ¿Cuáles deberán ser mis ob­jetivos, metas y normas en mi ocupación?

Planeando con el reloj y el calendario

El tiempo es demasiado precioso para desperdi­ciarlo. Nuestros planes debieran ayudamos a usar­lo con sabiduría. Las metas y las pautas tienen que ser traducidas en términos de tiempo. Ponerse una meta y no concederle tiempo para alcanzarla es contraproducente. El horario de una persona debe ser congruente con sus objetivos, sus metas y sus normas. El secreto está en planear el tiempo con sabiduría. Los planes de una persona están incom­pletos si no indica cuándo intenta hacer qué. Nos referiremos a estos planes como a presupuestos de tiempo. (Algunas personas prefieren llamarlo agen­da, calendario, horario.) Estos se pueden hacer en diferentes escalas de magnitud: por horas, días, semanas, meses, años o cualquiera otra unidad de tiempo.

Hay dos rutas que se pueden seguir para planear el tiempo y ambas son igualmente válidas. La se­cuencia A comienza con los objetivos de uno, continúa con la agenda, para regresar a sus metas y normas. La secuencia B comienza con los objeti­vos, sigue con las metas y las normas y luego con agendas y horarios. En cualquiera de los casos la aspiración es llegar a hacer una declaración de me­tas y normas que armonice con su horario y ca­lendario.

El siguiente punto de referencia es muy impor­tante. Si se han trazado metas y pautas que re­quieran tiempo para ponerlos en práctica que su presupuesto del tiempo no permita, suprima esas metas y esas pautas en particular o revíselas junto con su horario. Si no se hacen estos cambios se producirá una carga de culpa por metas incumpli­das y probablemente conducirá al abandono total de ellas en un esfuerzo de sentirse «libre».

Aquí tenemos algunas sugerencias específicas para planear por calendario y reloj. Para la mayo­ría de nosotros, las unidades de tiempo más utilizables son probablemente los días, las semanas, los años y períodos de «largo alcance». Los pla­nes para el día pueden hacerse la noche anterior. Una herramienta sencilla pero útil es tener una tarjeta (o una hoja de papel) dividida en el centro con el lado izquierdo titulado «Deber/Tengo que hacer», y el lado derecho «Tal vez/De ser posible, hacer. Haga una lista de los compromisos en el la­do apropiado. Las entradas que tengan una hora específica deben ser anotadas de primero. Las otras después. Luego dele a cada una de las entra­das restantes un número de prioridad (1, 2, 3, etc.) de manera que cuando esté libre sepa qué tarea atacar después.

Suponga que el día termina con entradas en la columna izquierda que quedaron sin hacer. ¿Qué hacer entonces? O pierde el sueño, las pospone, o las deja que sigan sin hacerse. Uno de los secre­tos en la disciplina personal es aprender a decidir que algunas cosas se queden sin hacer sin sentirse culpable.

Los planes para la semana también consisten de dos tipos de entradas: las que no tienen un tiempo fijo y las que están programadas para un tiempo específico. Haga la lista de todas las cosas que de­be/tiene que hacer que no están programadas y después la lista de las que de ser posible hará. De­les un rango de prioridad a estas listas. Después prepare un presupuesto de su tiempo para la se­mana, en una fórmula con siete columnas verticales (una para cada día) y varias líneas horizontales correspondiente a las horas (o cualquiera otra uni­dad de tiempo que quiera usar). Anote en este cuadro todos los acontecimientos sin programar (dentro de espacios específicos de horas y días).

Luego proceda a llenar los espacios «abiertos» anotando en orden de prioridades los asuntos pen­dientes. Si se usa este presupuesto con sabiduría las ganancias en tiempo invertido serán máximas. Además, puede evitarle la vergüenza de compro­meterse para dos cosas diferentes en un mismo tiempo.

Supongo que no hay tiempo en una semana pa­ra hacer todo lo que debiera. ¿Qué hacer entonces? Use su disciplina personal para hacer lo mismo cuando al final del día enfrentó el mismo dilema. Posponga los asuntos de baja prioridad o no los haga sin que por eso tenga que flagelarse usted mismo. Una persona bien disciplinada y muy ocu­pada debe aprender a decir no a las numerosas oportunidades y demandas.

Un plan anual es más complejo, pero se puede hacer usando las entradas que tengan ya un tiempo fijado y aquellas que no. Es útil tener un calenda­rio donde estén todos los 365 días del año en una página. Si quisiera hacerlo usted mismo divida una página a la mitad y haga un diagrama con seis meses a la izquierda y seis a la derecha. Divida ca­da lado en siete columnas y clasifíquelas con las letras D L M M J V S. Luego ponga el número correspondiente para cada día de cada mes. Úselo para anotar los eventos que ya tienen un día de­terminado.

Otra herramienta útil es una lista de sus objeti­vos, metas y pautas para el año. Esta lista incluirá algunos eventos que ya tienen una fecha fijada (y pueden ser anotados en su calendario de una pá­gina). Incluirá otras tareas que deban ser ajustadas a los tiempos disponibles. Estas metas y pautas son útiles para eliminar las cosas que sean de me­nor importancia y le ayudará a decir no a las nue­vas oportunidades que se presenten para ocupar su tiempo y que usted debe declinar.

El mismo procedimiento se puede seguir para hacer planes a un alcance más largo.

Hay otras unidades de tiempo disponibles. Un estudiante o un maestro planearían sus trimestres, semestres o veranos. Algunas personas encuentran más útil usar un calendario con un mes por página.

Los planes anuales deben armonizar con los de más largo alcance. Los planes semanales deben ar­monizar con los anuales. Los planes diarios deben calzar en los semanales. En otras palabras, un plan bien concebido para un tiempo largo facilita el or­denamiento de las unidades de tiempo menores.  

Consejo para planear

Es bueno buscar el consejo de otras personas para hacer planes. Un padre debe consultar con su familia, un pastor debe conferenciar con sus ancia­nos o diáconos, un directivo con su comité, un presidente con su gabinete y cada obrero debe consultar con su supervisor.

En el matrimonio, es esencial que el hombre converse con su esposa (y viceversa) para formular planes diarios, semanales, anuales y de más largo alcance. Las relaciones en el matrimonio pueden sufrir si los planes no armonizan (por ejemplo, arreglos con respecto a cuándo se servirán las co­midas, cuánto tiempo tomarán, quién puede usar el auto, qué huéspedes invitar y cuándo, cuál es el horario para la tarde del domingo). Un ministerio importante de los padres es el de entrenar a sus hi­jos a emplear bien su tiempo.

Enséñanos de tal modo a contar nuestros días … (Sal. 90:12).

Por tanto, tened cuidado cómo andáis … aprovechando bien el tiempo (Ef. 5: 15,16).

Herramientas flexibles

Un plan es una herramienta flexible que ayuda en vez de una camisa rígida de fuerza que entor­pece. Si resulta que sus planes son demasiado am­biciosos, cámbielos inmediatamente. Reduzca las normas y las metas, recorte sus objetivos, simplifique sus propósitos. Un plan es su siervo no su monarca.

Los planes pueden ser expuestos de diferentes maneras, pero el método enfatizado aquí es el expresarlos en términos de objetivos, metas y normas. Usados de esta manera son herramientas útiles para presupuestar y emplear nuestro tiem­po, energías y dinero. Así estructuramos nuestros días, semanas, meses y años. Si son debidamente hechos, estas herramientas serán de un valor incal­culable para prevenir la frustración y para dar di­rección a nuestros esfuerzos.

Objetivos, metas y pautas bien planeados dan también un sentimiento de cumplimiento y emociona a la persona que ve por sí misma que está realizando las cosas que sabe debe hacer.

John W. Alexander recibió su doctorado en Geografía de la Universidad de Wisconsin. Anteriormente fue profesor de Geografía; ahora es el presidente emérito de Inter Varsity Christian Fellowship y participante activo en la Asociación Cristiana de Administradores. Es autor de varios libros incluyendo Organizan­do nuestro trabajo de donde es tomado este artículo con el permiso de los editores.

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº 11-febrero 1983