Querido amigo en Cristo:

Normalmente, no asociamos las palabras «ley» y «libertad». Esto se debe a muchos factores:

  • Tenemos tendencia a mirar la vida a través del lente de la carne.
  • Todavía no entendemos plenamente la naturaleza de la salvación y la liberación.
  • Consideramos la ley como una fuerza externa que nos retiene en lugar de una fuerza interna que nos abre los ojos y dirige nuestros pasos.

Me parece que cuanto más escrita está en el corazón de una persona la ley de Dios por Jesucristo, en el Espíritu Santo, menos necesita leyes externas creadas por el hombre para mantenerse en el camino correcto. Por el contrario, cuanto menos escrita está en el corazón de una persona, más requiere leyes externas y cada vez mayores para mantenerse a raya. Y aun así, las leyes no tienen el poder de permitirle a una persona cumplirlas. Una ley puede establecer los límites y los mecanismos necesarios para su cumplimiento, pero no puede cambiar los corazones.

La razón por la que necesitamos ciertas leyes en nuestra sociedad actual es porque no todos se rigen por la ley de Dios en su corazón y mente.  «Su ley es amor y su Evangelio es paz»,  como cantamos cada año en Navidad en «Oh Holy Night». Pero con demasiada frecuencia, incluso los cristianos no siempre obedecen al Espíritu de Dios.

La ley no es intrínsecamente mala, pero sí intrínsecamente débil. Su debilidad no reside en su intención, sino en quienes están encargados de cumplirla. El propósito de la ley es bueno: establecer el orden. Sin ley, la sociedad civil no puede funcionar.

Sin embargo, la ley humana nunca puede sustituir adecuadamente una relación correcta con Dios. Una relación correcta con Dios en Cristo nos libera de la muerte por nuestros pecados pasados. Las maldiciones de la muerte y el infierno se rompen en nuestras vidas. Hemos sido rescatados. En una relación correcta, al caminar con Jesús, somos liberados de las cadenas de los viejos deseos y hábitos. Nuestros corazones, mentes y comportamientos son transformados por el Espíritu de Dios. Aquí es donde encontramos libertad. El apóstol Pablo dijo esto a los cristianos que vivían en la ciudad de Corinto:

Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor  (2 Corintios 3:17-18).

A lo largo de 2 Corintios 3, Pablo hace una interesante comparación entre la antigua ley, que era una sombra, y una relación real con Dios que trae transformación y libertad. Moisés introdujo la antigua ley, que nos mostró dónde nos equivocábamos. Jesús introdujo una nueva ley, sellada con su santa sangre, que no sólo trae perdón, sino también el poder para vivir en libertad.

Pablo lo expresa así en su carta a los Gálatas: « Manténganse firmes, pues, en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estén otra vez sujetos al yugo de la esclavitud»  (Gálatas 5:1).  Jesús no nos liberó para que viviéramos como si aún estuviéramos en esclavitud:  viejos patrones y estilos de vida, viejas reglas, vieja vergüenza, viejo juicio, viejo ciclo de fracaso.

Él nos liberó para que vivamos en libertad, la cual nos llega en el Espíritu y se manifiesta a lo largo de nuestra vida, tanto en la tierra como en el cielo. Estamos siendo transformados de gloria en gloria. En Lucas 4, Jesús mismo afirmó que esta es su misión, al citar Isaías 61 y afirmar que Él es el cumplimiento de esa profecía:

Se le entregó el libro del profeta Isaías. Y al abrirlo, halló el lugar donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para predicar el evangelio a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año agradable del Señor»  (Lucas 4:17-19).

Jesús  primero dice que ha venido a  proclamar  la libertad, pero luego dice que  nos liberará activamente  … «Libertad a los oprimidos». La opresión proviene de la tiranía del enemigo de nuestras almas. Nuestro enemigo se vale de nuestros propios pecados, debilidades y errores, así como de los pecados y errores de los demás.  Jesús ha venido a encargarse de todo ello. Veamos Juan 8…

Entonces Jesús dijo a los judíos que creyeron en él: «Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos. Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Le respondieron: «Somos descendientes de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices: “Seréis libres”?». Jesús les respondió: «De cierto, de cierto os digo: Todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no permanece en la casa para siempre, pero el hijo sí. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres»  (Juan 8:31-36).

Romanos 6 es un pasaje conmovedor sobre la ley y la gracia. Pablo escribe que hemos sido liberados de la esclavitud del pecado, del yo y de la muerte. Dice que ahora somos “esclavos” de la justicia y la santidad;  estamos esclavizados por las bendiciones… ¡prisioneros de la esperanza!

En lugar de la paga del pecado (muerte), podemos recibir el regalo de Dios, que es la vida eterna; no simplemente cuando morimos y vamos al cielo, sino aquí, ahora, en la tierra, en Su Reino.

No podíamos liberarnos. Estábamos esclavizados… nuestras mentes, corazones y manos estaban atados; el pecado nos tenía en sus garras mortales. La antigua ley nos juzgó y nos halló culpables. Éramos incapaces de cumplirla o revocarla. No había justo; ni uno solo. Nadie podía liberarnos… ¡excepto Jesús!

  • Él era plenamente Dios y plenamente hombre.
  • Vivió entre nosotros, como uno de nosotros, pero sin pecado.
  • Su muerte satisfizo la ley de Dios.
  • Pagó el precio por nuestro pecado de una vez por todas

Continuando en su carta a los Romanos, Pablo nos dice que nos encontrábamos en una espiral descendente de muerte. Sin embargo, al depositar nuestra fe en Jesucristo —su Palabra, vida, muerte y resurrección—, podíamos recibir su vida y libertad. En lugar de pecado, vergüenza y muerte, recibimos su justicia, poder y vida. Romanos 8 dice:

Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que la ley no pudo hacer, por ser débil por la carne, Dios lo hizo enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, a causa del pecado: condenó al pecado en la carne, para que la justa exigencia de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque los que viven conforme a la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque ocuparse de la carne es muerte, pero ocuparse del Espíritu es vida y paz (Romanos 8:1-6).

¡El pecado es un asunto serio! No se puede tratar con prudencia ni esconder bajo la alfombra. La paga del pecado es la muerte. Mira el precio que Jesús pagó por nuestro pecado. Ya no vivimos bajo su maldición, ¡ni ahora ni por la eternidad! Por eso esta noticia nos alegra tanto; ahora podemos vivir conforme a la ley de la libertad.

La Ley de Cristo trae libertad

¿Cómo es que esta nueva ley —esta ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús— puede liberarme de la ley del pecado y de la muerte? Pablo dice en Gálatas 5 que el amor cumple la ley; al andar en el Espíritu, no cumpliremos los deseos destructivos de nuestra carne. Romanos 13 y Santiago 2 también hablan de que la ley de Dios es el amor. A primera vista, Romanos 14 parece hablar de comer y beber, pero trata de las leyes de la libertad y el amor, que están profundamente conectadas.

El amor de Cristo nos impulsa, nos mueve y nos motiva (2 Corintios 5). Ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Él. Su amor, obrando en nosotros, nos libera del egoísmo y de todas las consecuencias negativas del mismo.

Recuerda, cuanto más andamos en el Espíritu, menos necesitamos leyes externas. Esto no nos exime de obedecer las leyes, ni nos da permiso para rebelarnos contra la ley justa ni contra la autoridad divina. La rebelión es como el pecado de brujería. No estamos llamados a hacer lo que nos parece bien. La libertad no es una licencia para «hacer lo que uno quiere»; la libertad no es anarquía. La libertad es andar en el Espíritu Santo, en obediencia vivificante a nuestro Señor Jesucristo. ¡Sé libre!

Gracias por leer esto. Es una bendición servirles a ustedes y a otros en todo el mundo. Nos centramos especialmente en  restaurar el puente generacional , lo que significa extender la mano como nunca antes para alcanzar a quienes aún no han recibido el Evangelio.

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En Jesús,

Stephen Simpson, presidente CSM

STEPHEN SIMPSON es editor de la revista One-to-One y director de CSM Publishing. Además de su ministerio editorial, Stephen ha liderado iglesias y ministerios en Costa Rica, Florida, Misisipi, Texas y Míchigan, y fue pastor principal de la Iglesia Covenant de Mobile (2004-2013). Continúa viajando en su ministerio por Norteamérica y otros países.