“No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembra, eso también segará.” (Gálatas 6:7).
El hombre siega lo que siembra. No hay lugar donde se haga más evidente la inmutabilidad de esta ley que en la degeneración de nuestra sociedad. La palabra que más adecuadamente describe la causa de los aparentemente insuperables problemas del crimen, la rebelión, la violencia, la contaminación, la ruina moral, la depresión económica y el desprecio a la ley, es el egoísmo.
Cuando desnudamos el problema de toda racionalización filosófica, de toda ambigüedad política y parloteo religioso, una pregunta sencilla lo enfoca con claridad: ¿Qué son primero – nuestros derechos o nuestras responsabilidades? Una respuesta honesta a esta pregunta pondrá al descubierto la gravedad de nuestro dilema, pues vivimos en un día cuando todo el mundo vocifera reclamando sus derechos y escasamente se oye a alguien con el valor de recordarnos cuáles son nuestras responsabilidades.
Ninguna sociedad libre puede prosperar sin una vena de altruismo en su espina dorsal y sin embargo esta cualidad casi no existe en nuestro tiempo.
No importa cuán poderosa, rica o moral sea una nación, jamás podrá sobrevivir al saqueo económico de los miles y millones de ciudadanos que sólo buscan su propio interés y beneficio personal, sacrificando con ello el bienestar nacional.
Es fácil predecir el inevitable resultado de una nación, cuando su ciudad más grande puede gastar hasta quedar en bancarrota, otorgándose salarios, pensiones y servicios exorbitantemente fuera de proporción con sus ingresos; cuando sus sindicatos laborales tienen la fuerza de doblegarla con el chantaje legalizado de las paralizantes huelgas nacionales sin siquiera prometer un aumento en su productividad; o cuando su cuerpo legislativo vota por un presupuesto que aumenta astronómicamente la deuda nacional.
Para ilustrar esta insensatez en términos más personales, sería como si usted decidiera gastar $100,000.00 más por año de los que realmente gana y persuadiera a un banquero incauto para que le prestara el dinero con la garantía de que sus vecinos, sus hijos y sus nietos pagarían la deuda. Podría explicarle que está en su derecho de tener un nivel de vida más elevado.
Pero ¿dónde estaría su responsabilidad con su vecino, con sus hijos y sus nietos? ¿A dónde se iría su honradez, su integridad y su moralidad?
Leí en un artículo de Selecciones lo que el historiador británico, Alexander Tytler dijo hace casi 200 años:
Una democracia no puede existir como una forma permanente de gobierno. Podrá existir únicamente hasta que los votantes descubran que pueden votar para sí mismos regalos del tesoro público. Desde ese momento en adelante, la mayoría vota siempre por los candidatos que prometen mayores beneficios sacados del tesoro público con el resultado que la democracia se desploma sobre una política fiscal floja, para ser seguida siempre por una dictadura.
El egoísmo siempre nos ciega para ver las verdades más elementales. Por ejemplo, el alcalde de una ciudad informa a sus ciudadanos que se pondrá en marcha un programa de reconstrucción urbana de 6 millones de dólares. Todo lo que se le pide a la ciudad es que aporte el 10 % del costo o sean 600 mil dólares. El resto del dinero, explica el alcalde, vendrá de los «fondos federales». De manera que la mayoría de los ciudadanos piensa de esta manera: «Vamos a pagar sólo el 10 %. El resto lo recibimos gratis.»
¿Es que no podemos entender? No existe tal cosa como «fondos federales. Lo único que existe es el dinero de los impuestos que pagan los contribuyentes. Los impuestos que usted paga, los de sus hijos y los de sus nietos. Nuestro egoísmo nos ciega para ver que el gobierno no puede pagar por nada. Nosotros lo pagamos todo con los impuestos.
Comenzó en el Edén
Esta lucha entre los derechos y las responsabilidades es tan vieja como la humanidad. Comenzó en el Edén cuando la serpiente tentó a Eva para que estableciera sus derechos e ignorara sus responsabilidades. Satanás con sus tretas indujo a Eva a creer que ella se merecía más de lo que estaba recibiendo. Insistió en su derecho de comer del fruto de todos los árboles del huerto, sobre su responsabilidad de obedecer el mandamiento de Dios de no tocar la fruta prohibida.
Así Eva escogió sus «derechos» por encima de su «responsabilidad» y por siglos desde entonces hemos venido luchando contra el desastroso resultado. Sospecho que cada vez que insistimos en hacer valer nuestros derechos mientras ignoramos nuestras responsabilidades, estamos, en cierto modo, repitiendo el trágico error de Eva.
La Escrituras mismas están repletas de amonestaciones con respecto a las consecuencias de exigir nuestros derechos. Ellas nos indican claramente que existe un camino torcido para alcanzar nuestra meta. Estas escrituras nos pueden impedir que asumamos una actitud errada y ajena al carácter cristiano, cuando nos inclinamos a demandar nuestros derechos.
Porque todo el que se enaltece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla será enaltecido (Luchas 14~11).
Porque el mayor entre vosotros será vuestro siervo. y cualquiera que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido. (Mateo 23 :11-12).
Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no tenga opinión más elevada de sí mismo que la que debe tener … (Romanos 12:3).
Porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien el Señor alaba (2Cor. 10:18).
El dilema que confronta al cristiano cuando comienza a insistir en sus derechos es que pareciera imposible evitar revivir la naturaleza carnal que supuestamente ha sido crucificada. Si el «viejo hombre» ha sido crucificado y está muerto, ¿cómo puede entonces «demandar sus derechos»? ¡Lo que está muerto no puede demandar nada! Y si la fuente de nuestra vida está en Cristo, ¿qué podremos exigir, si el hijo de Dios de quien obtenemos nuestra misma existencia, jamás exigió cosa alguna?
Nada hagáis por egoísmo o vanagloria, sino con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que si mismo; no busquéis sólo vuestros propios intereses, sino también los intereses de los demás.
Haya pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como a algo a qué aferrarse, sino que se despojó a SI mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y hallado en forma de hombre, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:3-8).
Vemos pues que las Escrituras repetidamente señalan lo que es primero en nuestra deliberación sobre los derechos y responsabilidades.
Un camino recto y un camino torcido
La historia de la vida de David contiene dos ilustraciones muy interesantes con respecto a los derechos y las responsabilidades. La primera tiene que ver con su lucha contra Goliat y la segunda contra Saúl.
Cuando Dios desechó a Saúl como rey, envió a Samuel a la casa de Isaías para que ungiera al joven David como próximo rey. De allí en adelante la fortuna de David ascendió rápidamente. Se convirtió en el escudero del rey y en su músico personal. Entonces vino su encuentro con Goliat.
Es obvio que en este incidente David hizo valer sus derechos con una confianza dada por Dios. Cuando Saúl protestó que no podría contra Goliat, David replicó:
“Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada … tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente.”
Añadió David: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo.” (1 Samuel 17:34, 36,37).
Afirmando así sus derechos al poder y a la protección de Dios, David mató a Goliat. Conocía por experiencia el poder y la unción de Dios y sabía que un día su destino era gobernar a Israel.
Poco tiempo después de su encuentro con Goliat, Dios probó a David nuevamente para ver si escogería sus derechos o sus responsabilidades. Saúl, embargado por un celo loco, procuró matar a David forzándolo a esconderse. En una ocasión cuando Saúl lo buscaba, David tuvo la oportunidad de matarle, pero rehusó hacerlo. (Lea I Samuel 24:2-7).
En este caso la responsabilidad triunfó sobre los derechos. Había sido ungido para ser rey, estaba al mando de un ejército leal y estaba plenamente consciente que Saúl ya no era apto para gobernar; indudablemente que David tenía el derecho de matar a Saúl. Sin embargo, honró la autoridad de Dios, quien había hecho rey a Saúl y prohibió que sus hombres lo mataran mientras dormía, prefiriendo esperar la justicia de Dios.
Qué fácil hubiera sido para David decir: “He sido escogido para gobernar en lugar de Saúl. El Espíritu de Dios ya no dirige a este demente. Tengo el derecho de disponer de él y comenzar el reino que Dios ha prometido. ¡Israel me necesita ahora!” Providencialmente, David rehusó hacer valer sus derechos y aceptó su responsabilidad de honrar la autoridad que Dios había ordenado. No es de extrañar que siglos después todavía se le conozca como a «un hombre conforme al corazón de Dios» (Hechos 13:22) y que nuestro Señor Jesucristo sea llamado «el hijo de David» (Lucas 18:38). Esta bendición fue posible porque David era un hombre que sabía mantener su responsabilidad por encima de sus derechos.
Una lucha en la iglesia primitiva
Encontramos en el Nuevo Testamento otra ilustración de esta lucha. Cuando Su ministerio se acercaba a su fin, Jesús dio instrucciones a los discípulos para que prepararan la comida de la Pascua. (Lea Mateo 26:17·19)
En esos días, cuando se era invitado a una casa para comer, parte de la hospitalidad consistía en proveer a un sirviente para que recibiera a los invitados en la puerta con una vasija de agua y una toalla para lavar el polvo de sus pies. Se entendía que era una tarea servil y desagradable al estado de un sirviente doméstico.
Como lo ha dicho Ern Baxter, en esa última comida de la Pascua, los discípulos habían preparado la vasija con el agua y la toalla, pero no había un siervo presente que efectuara la humilde tarea. Cada uno de los discípulos debió notar la omisión al entrar en el cuarto y debió darse cuenta que alguien debería de hacerlo. Pero ya estaba en una controversia sobre quién era el mayor y ninguno estaba dispuesto a ceder su derecho de discípulo de Jesús para sumir el papel de sirviente.
Así que se sentaron y partieron el pan con Jesús con los pies sucios. Es también Ern Baxter quien dice que los «pies sucios» simbolizan un caminar sucio con el Señor. ¿Cuántas veces, nosotros como cristianos, obstinados en reclamar nuestros «derechos» en vez de aceptar nuestras responsabilidades, deshonramos nuestro caminar con el Señor?
Durante la cena, Jesús se levantó y se quitó la ropa exterior, se ciñó la toalla del sirviente a la cintura, echó el agua en la vasija, se arrodilló delante de Sus discípulos y, en medio de sus protestas, les lavó los pies. Cuando hubo terminado les dijo:
“Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os di un ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:12-15).
¿Cuál es la clara implicación del Señor? Que nuestro «llamamiento supremo» no sólo incluye el privilegio de recibir y de ministrar Su gracia; incluye también poner a un lado nuestros «derechos» de ser servidos y aceptar nuestra «responsabilidad» de servirnos unos a otros.
Seguramente que una cosa debe estar bien clara ya: que la actitud egoísta y codiciosa que asumimos cuando demandamos nuestros derechos, es la antítesis misma del espíritu humilde y de sacrificio que es esencial para servir al Señor.
Me parece que una marca segura de crecimiento y madurez espiritual, una evidencia indiscutible de que una persona se ha acercado más al Señor, es cuando exige menos y menos para SI mismo.
Una experiencia dolorosa
La biblia también establece con claridad que lo que un hombre es en realidad está determinado tanto por su actitud interna como por su conducta exterior. Es posible tener una actitud demandante con la que interiormente y consistentemente estamos reclamando nuestros «derechos» mientras ignoramos nuestras «responsabilidades» y mantener por fuera una fachada de dedicación. Permítame compartir una dolorosa experiencia personal para ilustrar lo que quiero decir.
Hace algunos años me entregué de lleno a escribir un libro que trata con un aspecto muy significativo del ministerio cristiano. La tarea requirió una gran inversión de mi tiempo y esfuerzo por más de cuatro años, Mis editores, publicadores y amigos interesados, todos me alentaron prediciendo que el libro se convertirla en un éxito de venta y que yo me beneficiaría grandemente en todo aspecto. No tengo que decir que yo estaba encantado con el prospecto de la fama y la fortuna en mi vida.
Cuando el libro se publicó tuvo un éxito moderado y mis esperanzas desproporcionadas se estrellaron contra la dura roca de la realidad. Ahora bien, a veces yo puedo dominar el desencanto con mucha madurez. Pero esta vez no fue así. Por un tiempo tuve que librar batallas internas contra la amargura. En mi pensamiento clamaba que no había sido tratado con justicia. después de todos esos años de ardua labor tenía el derecho de un éxito mayor. Mis editores lo habían predicho así. Mis amigos ministros también. Tenía todo el derecho.
Egoístamente interesado en el producto de las ventas, me olvidaba que era Dios quien me había llamado al ministerio que describía en el libro. Por un tiempo, ese egoísmo, me cegó de ver la realidad que Dios quería que el libro fuera escrito para ayudar a la gente y no para hacerme rico o famoso. Cuando el Espíritu Santo, con amor y paciencia, finalmente me convenció de mi actitud equivocada, logré ver lo distorsionado que había estado mi punto de vista.
Por insistir en mis «derechos», casi habla olvidado mi «responsabilidad» como ministro del Evangelio. Cuando me hube arrepentido y confesé mi pecado a Dios, las cosas regresaron a su perspectiva correcta. Me sentía realmente agradecido con aquellos que escribían diciéndome que el libro les habla ayudado. Dejé de criticar a los responsables de su distribución. Con gratitud acepté el producto modesto de las ventas como una porción de la provisión de Dios para mí y mi familia. Cuando logré quitar mis ojos de mis «derechos» y ponerlos en mis «responsabilidades», se produjo una sanidad muy necesitada en mi actitud interna.
Es difícil, talvez imposible, encontrar algo sano o redentivo cuando se hacen demandas. Yo aprendí que «exigir mis derechos» es más claramente la expresión de una actitud de rebelión que de sumisión humilde. Aprendí con esa dolorosa experiencia, que es espiritualmente peligroso caer en el hábito de aún pensar más en los derechos que en las responsabilidades.
Sugerencias prácticas
Mientras estemos dentro de las limitaciones de esta naturaleza mortal, el altruismo absoluto quedará más allá de nuestro alcance. Después de todo, «tenemos este tesoro en vasos de barro … » dice Pablo. Sin embargo, hay algunas sugerencias prácticas que nos pueden alentar en nuestro esfuerzo de poner las responsabilidades antes que los derechos.
(1) Abandonemos voluntariamente el síndrome de «Tengo-todo-el-derecho-que-se-me-cuide» que lentamente ahoga toda responsabilidad personal. Pablo manifestó en relación a esto, la importancia de la virtud sencilla del trabajo honrado cuando le dijo a los Tesalonicenses:
“Ni comimos el pan de nadie sin pagar por él, sino que con trabajo y fatiga trabajamos de día y de noche a fin de no ser una carga a ninguno de vosotros; no porque no tengamos derecho a ello, si no para ofrecernos como modelo a vosotros a fin de que imitéis nuestro ejemplo.
Porque aun cuando estábamos con vosotros os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tes. 3:8-10).
Mucho del llamado «bienestar» social ha sido un subsidio que no ha tomado en cuenta el sentido de integridad del hombre ni su necesidad de estimación propia. La limosna continua e impersonal destroza la dignidad humana. Se sabe de una ciudad donde las personas que recibían subsidios del gobierno eran puestos a trabajar en la limpieza de los vecindarios y a prestar otros servicios útiles para la comunidad. El resultado fue un alentador ascenso del orgullo personal y la estimación propia entre ellos, al mismo tiempo que disminuyó el número de quejas y de abusos en las asignaciones. Además, hubo un marcado aumento en el número de personas que buscaron y encontraron empleo permanente.
(2) Debemos reafirmar como cristianos, que nuestro trabajo o ministerio, no importa lo común que parezca, debe ser realizado «como para el Señor». Si nos esforzamos en concientizarnos que lo que hacemos es «para la gloria de Dios», inevitablemente dará mayor valor a la tarea más modesta. No sólo eso, con una actitud tal, tendremos menos deseos de subirnos en alguna plataforma para declararle al mundo que estamos siendo «privados de nuestros derechos».
(3) Recordemos que Jesús Mismo es nuestro patrón para vivir. Si él dijo: «No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 5 :30) ¿cómo podremos justificarnos como Sus seguidores insistiendo en nuestros derechos?
Vea lo que dice Pedro con relación a esto:
“Sirvientes (empleados), estad sujetos a vuestros amos (patrones) con todo respeto, no sólo a los que son buenos y afables, sino también a los que son insoportables (perversos, irrazonables).
Porque esto halla gracia, si por causa de la conciencia hacia Dios un hombre sobrelleva penalidades cuando sufre injustamente.
Pues ¿qué mérito hay, si cuando pecáis y sois tratados con severidad, lo soportáis con paciencia? Pero si cuando hacéis lo bueno sufrís por ello, lo soportáis con paciencia, esto halla gracia con Dios.
Porque para este propósito habéis sido llamados, pues también Cristo sufrió por vosotros dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas (1 Pedro 2:18-21)
(4) Aclaremos la diferencia entre «nuestra herencia» y «nuestros derechos.»
Algunos se preguntarán: «¿Qué de nuestra herencia en Jesucristo?
¿No es cierto que Dios quiere que Su pueblo prospere? ¿No incluye la vida abundante la prosperidad material?»
¡Por supuesto! Estoy absolutamente de acuerdo que Dios desea bendecir y prosperar a Su pueblo. Creo que nuestra herencia en Jesucristo incluye la abundancia material. Pero hay una gran diferencia entre confiar en Dios para recibirla y exigirla del patrono o votar para que sea dispensada del tesoro nacional.
Yo creo que Dios se agrada cuando dependemos de El como nuestra fuente, y aún más cuando acudimos a El persistentemente y oramos con expectación (Lea Lucas 18:1-8). Pero Pablo dice: “Por nada estéis afanosos; más bien, en todo presentad a Dios (no al comité de quejas de su sindicato o al diputado de su distrito), vuestras peticiones mediante oración y súplica con acción de gracias (Fil. 4:6).
(5) Finalmente, podemos buscar, orar, trabajar y votar por líderes en todos los niveles del gobierno (igualmente que en la iglesia) que sean ejemplo de la madurez moral y del desinterés personal necesarios para que sobreviva nuestra sociedad.
Hace muchos años que el poeta norteamericano, Josiah Gilbert Holland, describió muy elocuentemente nuestra situación presente en su poema titulado; «Las exigencias del Día. ¡Dios, danos hombres! Tiempos como estos exigen mentes fuertes, corazones grandes, fe sincera y manos dispuestas;
Hombres a quienes la codicia de un puesto no maten.
Hombres a quienes el botín de un puesto no compren; Hombres que tengan opiniones y voluntad;
Hombres que tengan honor – hombres que no mientan;
Hombres que se enfrenten al demagogo y maldigan sin parpadear, sus lisonjas traicioneras,
Hombres grandes, coronados de sol, que vivan por encima de la bruma
En su deber público y en su pensamiento privado, porque mientras la multitud alborotada, con sus credos raídos.
Sus grandes profesiones y hechos insignificantes,
Se mezcla en su afán egoísta, he aquí la Libertad llora,
La Injusticia gobierna la tierra, y esperando, la Justicia duerme.1
- Masterpieces of Religious Verse, c. 1948, Hayes & Brothers, James Dalton Morrison, Editor, N.Y. & Londres.