Autor Domingo Fernández

Nuestro adversario es inteligente, poderoso y astuto.

¿Quién es Satanás?

ALGUNOS SUPONEN que es tan sólo un ser imaginario con que se personifica el mal, y no creen en la existencia real de un ser maligno que ostente ese nombre. Mas lo cierto es que Satanás es el ser inteligente, poderoso y astuto en quien se originó el mal; es el padre del pecado, el culpable directo de la muerte y del infierno.

La imaginación popular nos lo presenta bajo la figura carnavalesca de un ser con cuerpo de hombre, patas y pezuñas de cabra, rabo de mono, cuernos en la cabeza, que anda armado de un tridente. Nada más lejos de la realidad que esa figura grotesca. Satán es un ser de naturaleza angelical, un portador de luz, un lucero brillante, un querubín resplandeciente, que se convirtió en el «príncipe de las tinieblas» al rebelarse contra Dios.

El profeta Ezequiel y el profeta Isaías arrojan mucha luz sobre el estado de Lucifer antes de su rebelión contra el Creador y las causas de su caída. Al leer Ezequiel 28 del versículo 12 al 18, vemos que Dios ordenó al profeta que levantase la siguiente endecha sobre el rey de Tiro: «Tú eres el sello de la perfección, lleno de sabiduría y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios, estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura… Los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación, A ti, querubín grande y protector, yo te puse en el santo monte de Dios … en el medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad. A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector. Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor … »

y en Isaías 14: 12 al 14, el profeta dice: «¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Tú, que decías en tu corazón, subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono … sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo».

Tengo la firme convicción de que esta endecha va dirigida a Lucifer. Aparentemente, Isaías y Ezequiel se dirigen a los reyes de Babilonia y de Tiro; pero es evidente que Dios se dirige al ser superior que los inspiraba. Este caso es semejante al que nos narra San Mateo 16:21 al 23. Cuando Jesús anunció a sus discípulos que se dirigía a Jerusalén para someterse a la muerte redentora, el apóstol Pedro lo llamó aparte e intentó disuadirlo de tal propósito. Pero el Señor se opuso radicalmente a aquel intento: ¡Apártate de mí, Satanás! -le dijo a Pedro. Pedro no era Satanás, pero el Señor vio a Satanás personificado en Pedro de la misma manera que lo vio personificado en los reyes de Babilonia y Tiro.

Por otro lado, las frases descriptivas de la endecha no se pueden aplicar a un descendiente de Adán, sino a un ser creado. Los reyes de Babilonia y Tiro no fueron creados sino engendrados por sus padres; por lo tanto, no se les puede atribuir «el sello de la perfección», ni se puede decir que estuvieron en el huerto de Edén antes de que entrara el pecado, ni se les puede llamar «querubín», nombre que siempre se atribuye a seres de naturaleza angelical.

El apóstol Pablo da a entender (1 Timoteo 3: 6) que el envanecimiento arrastró a Lucifer a su desgraciada intentona de levantarse contra Dios. Y, tristemente, Lucifer arrastró tras sí legiones de ángeles que, por seguirlo, se convirtieron en los demonios de que nos hablan Las Sagradas Escrituras (Efesios 6: 12). La soberbia, el envanecimiento y la rebelión son características de los que siguen las pisadas de aquel querubín portador de luz que quiso ser semejante al Altísimo y se convirtió en el «príncipe de las tinieblas».

Los nombres del maligno  

LUCIFER, ya caído, aparece en la Biblia bajo una serie de nombres que reflejan su carácter. En hebreo su nombre principal es Satanás; significa adversario, enemigo y acusador, y aparece treinta y seis veces en la Biblia. El nombre Diablo, que viene del griego y significa calumniador y difamador, aparece veinticuatro veces.

Uno de los nombres de Satanás más significativos es Beelzebú, que se deriva de Baal-zebub, nombre del dios de la ciudad de Ecrón. Al decirle a Satán Beelzebú, se le identifica directamente con el ídolo de los filisteos y, por lo tanto, con el sistema idolátrico que impera en el mundo. Las Sagradas Escrituras nos dicen que los que adoran ídolos rinden culto a los demonios y no a Dios (Levítico 17: 7; 1 Corintios 10:20). Y Beelzebú es el «príncipe de los demonios» (Mateo 10:25 y 12:24).

Además del nombre Belial, que significa malvado, perverso, impío, se le identifica con los siguientes nombres y títulos: «el tentador» en Mateo 4: 3; «el malo» en Mateo 13: 38; «el príncipe de este mundo» en Juan 12: 31; «el dios de este mundo» en 2 Corintios 4:4; «el príncipe de la potestad del aire» en Efesio 2: 2; Y «el emperador de la muerte» en Hebreos 2: 14.

En fin, los nombres del rebelde Lucifer nos revelan su carácter, su relación con la idolatría, su actitud para con Dios, su influencia entre los hombres, su actual posición en el mundo y su jerarquía entre los demonios.

¿Qué lugar ocupa actualmente en el mundo?

EL CATECISMO de la iglesia Católica Romana dice que los enemigos del alma son el mundo, el demonio y la carne. De estos tres, el enemigo real es el demonio. El mundo es su esfera de acción; la carne es, a lo menos en estos tiempos, su arma más eficaz. Su propósito es encadenar a la humanidad en las redes del pecado y hundirla en la perdición eterna.

Jesucristo y los apóstoles nos presentan a Satán como el «príncipe de la potestad del aire», como el rey y dios de este mundo. Y no es que el Creador le haya adjudicado el título, sino que la humanidad quiere tenerlo por dios. La sociedad humana vive de espaldas a la ley divina, y esa rebeldía contra Dios lleva implícita la obediencia al anti-dios: Satán. Desgraciadamente, en el mundo imperan las normas, los sentimientos y los deseos del Maligno, porque inconscientemente se rinden tributos de obediencia y adoración a Satán. Por esto es que el mundo aparece en la Biblia como lo opuesto al cielo y como el lugar de todo lo temporal, vano, bajo, pecaminoso, depravado, corrupto, injusto y opuesto a Dios. El mundo es la esfera de acción de Satán y, como rey del mundo, Satán emplea todos los medios que tiene bajo su dominio para conseguir el fin que persigue. En Efesios 2: 2 leemos que Satán usa a los demonios para someter a los hombres y que luego trata de utilizar a los hombres para alejar de Dios a los creyentes.

¿Cuál es su gran propósito?   

EL PROPÓSITO de Satán es arrastrar tras sí a todos los seres creados. Sin embargo, sabe que ha perdido su batalla contra Dios y que el Creador le permite ocupar temporalmente el puesto que ahora ostenta, pero que su destino eterno es estar confinado en el infierno.

El poeta Rubén Darío, en su magistral poesía titulada «Los Motivos del Lobo», pone en labios de Francisco de Asís las siguientes interrogaciones:

«: Vienes del infierno?

¿Te ha infundido, acaso, su rencor eterno Luzbel o Belial? … »

«Rencor» es lo que siente Satán contra Dios.

El fuego del odio y el rencor arden constantemente en el corazón de Luzbel, porque ve derrotada su aspiración de elevarse al nivel del Creador y ser semejante al Altísimo. Convencido de que no puede con Dios, quiere alejar de Dios a los seres humanos que el Creador trajo a la existencia. Parece que su interés no radica tanto en hacer sufrir a sus víctimas como en dejar a Dios sin ángeles y sin santos que participen de su gloria y le tributen adoración y alabanza. A pesar de su rencor, sabe que no puede arrastrar al infierno a todos los ángeles ni a todos los seres humanos; pero sabe también que no lucha en vano, pues está logrando que muchos desobedezcan a Dios y le sigan a él en su camino de rebeldía, soberbia, odio y perdición.

¿Cuál es su tarea?  

EN PRIMER lugar, trata de arrastrar a los seres humanos a la esfera del pecado, porque sabe que el pecado los separa de Dios y los lleva automáticamente a la perdición. En segundo lugar, se opone por todos los medios a su alcance a que los pecadores acepten el mensaje del evangelio y se salven. La Biblia afirma que el «evangelio es potencia de Dios para salvación de todo aquel que cree» (Romanos 1: 16). El que cree en los hechos y enseñanzas que narra el evangelio se salva del pecado y del infierno y alcanza la libertad, la paz, la felicidad y la gloria de la vida eterna. Es natural, pues, que Satanás se oponga a que los hombres crean el evangelio y obedezcan a Dios.

Aunque gran parte del mundo diría que el evangelio es bueno, no sería exagerado decir que de cada cuatro personas, tres se oponen al evangelio de Jesucristo. Se oponen los ateos y los materialistas, los que pertenecen a otras religiones y filosofías, y aun algunos de los que se llaman cristianos. Pues bien, siendo el evangelio el plan de salvación de Dios, todo el que se opone al evangelio de hecho se opone a los deseos y propósitos de Dios, y sirve de instrumento al mismo Satanás. Los que se oponen a que otros crean en el evangelio están sirviendo de instrumentos al Maligno. ¡Qué triste es ser dóciles instrumentos del que busca hundir a la humanidad en la perdición que él mismo ha labrado para sí!

Cuando el apóstol Pablo pasó por Chipre en su primer viaje misionero, el gobernador de la isla lo llamó porque deseaba oír y conocer el evangelio que Pablo predicaba. Con Sergio Paulo, el gobernador, se encontraba un personaje llamado Barjesús, que se hacía pasar por mago y profeta. Este se oponía resueltamente a que Pablo expusiera el evangelio a Sergio Paulo. Ante tal actitud, el apóstol clavó en él la mirada y le dijo:

¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del Diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí la mano del Señor contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo.

y se quedó ciego inmediatamente. Entonces el gobernador, viendo lo que había sucedido. creyó, maravillado de la doctrina y el poder del evangelio.

Barjesús se oponía al evangelio porque éste lo condenaba. Hay muchos seres humanos que proceden como aquel farsante, porque el evangelio condena la conducta que ellos observan y la religión que practican. El que se opone al evangelio sirve a Satanás, porque éste es el fin del Maligno. Dice Jesús en Mateo 13: 19 que cuando alguno oye la palabra de Dios y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que se le sembró en el corazón. ¡Cuántas veces hemos visto a hombres y mujeres asistir a un templo, escuchar un mensaje evangélico, manifestar que aceptan a Jesucristo como Salvador y, al otro día olvidarlo todo y continuar como si no hubieran oído nada ni hubieran formulado decisión alguna! ¿Qué ha sucedido? El Maligno quitó de sus mentes lo que habían oído y, por una u otra causa, los ha inducido a no hacer caso del evangelio sino continuar por el mismo camino que iban.

Pablo nos dice en 2 Corintios 4: 4 que Satán ciega el entendimiento de los incrédulos para que no les resplandezca la luz del evangelio. La acción de entenebrecer las mentes de los seres humanos o cegar sus entendimientos constituye una de las obras maestras del príncipe de las tinieblas. Millones de personas son víctimas de esta acción satánica. Tienen una picardía enorme para el mal, pero no ven la realidad, el trágico destino que les aguarda. Una mente abierta a la luz puede ver y entender. Una mente entenebrecida por el Maligno no ve ni entiende las cosas de Dios. Satán hace cuanto le es posible por evitar que los hombres crean en el evangelio.

La bendición de ser creyente

EL SALMO 34 dice que «el ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende»; el Salmo 23 nos presenta al Señor bajo la figura de un pastor que orienta y defiende a su rebaño en todos los momentos y bajo todas las circunstancias; y el apóstol Pedro nos exhorta a echar todos nuestros motivos de ansiedad sobre el Señor, porque «Él tiene cuidado de nosotros» (1 Pedro 5 :7).

La noche que prendieron a Jesús, éste previno a sus discípulos de que Satanás los había pedido para zarandeados como a trigo (Lucas 22: 31). Este pasaje encierra una gran enseñanza para nosotros los cristianos, pues descorre el velo de lo que a veces sucede tras las pruebas a que son sometidos los hijos de Dios. El Maligno, aprovechando la ocasión de la entrega, proceso y muerte de Jesús, quiso someter a prueba a los apóstoles, pero no pudo hacerlo sin permiso del Altísimo.

Encontramos esta misma enseñanza en los dos primeros capítulos del libro de Job. Satanás acusa a Job de no ser sincero, y afirma que si lo privaran de los bienes materiales que el Señor le había concedido, blasfemaría al Creador (1 : 6-11). Ante tal acusación, Dios autorizó al Maligno a quitarle a Job cuanto tenía en este mundo, pero no le permitió tocar su persona (1: 12). Satán despojó a Job de todo cuanto tenía, incluyendo a sus hijos. Pero Job, lejos de rebelarse contra Dios, le alabó diciendo:

-Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. Jehová dio y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.

Cuando Dios y Satán se volvieron a encontrar, el Creador le hizo notar la fidelidad e integridad de Job a pesar de la prueba a que había sido sometido. Pero Satán le dijo:

-Permíteme herirle, y verás si no te blasfema.

-Hiérelo -le dijo Dios-, pero no te permito que le quites la vida.

El caso de los apóstoles y el caso de Job nos enseñan que Dios guarda, ampara y defiende a los que le aman y obedecen y que Satanás no puede, sin autorización divina, someter a prueba a los que andan en los caminos de Dios.

Pero notemos que Jesús compara la iglesia con un redil de ovejas. El redil brinda protección a las que entran en él, pero no hay protección para las descarriadas que se quedan fuera y les sorprende la noche en la región donde suelen andar las fieras. El apóstol Pablo expone el caso de Himeneo y Alejandro que fueron entregados a Satanás para que aprendieran a no blasfemar (1 Timoteo 1:20). Lo que en realidad hizo el apóstol fue expulsar de la iglesia por apóstatas o herejes a los que se habían descarriado de la verdad y de la fe. Y al expulsarlos de la iglesia, automáticamente los dejó en manos de Satanás. Hay una esfera donde Dios brinda protección a sus hijos obedientes y esta esfera está determinada por nuestra fidelidad al Señor. Los que no quieren andar en los caminos que determinan las enseñanzas de Jesucristo ni quieren obedecer a Dios ni se sujetan a la disciplina cristiana, se sitúan en la esfera del mundo y a merced del príncipe de las tinieblas (Efesios 2 :2).

Por eso, frente a los ataques del Maligno, debemos echar mano de la armadura de Dios (Efesios 6: 1 1; 2 Corintios 10:4), y hacernos fuertes en el castillo de la fe (1 Pedro 5 :9). Jesús apeló a la Palabra de Dios para resistir, desenmascarar y rechazar las sugerencias, ofrecimientos y peticiones del Tentador (Mateo 4: 1-11). A cada proposición satánica, Jesús respondió: «Escrito está … «. y ¿qué es lo que está escrito? Que debemos obedecer, servir y adorar a Dios; que Satanás es un engañador; que no podemos esperar nada bueno de él; que no debemos hacer nada de cuanto él nos sugiera.

Santiago nos dice en su epístola: «Someteos a Dios; resistid al Diablo y huirá de vosotros» (4:7). y el apóstol Pedro nos dice: «Humillaos bajo la poderosa mano de Dios… echando toda vuestra ansiedad en él, porque él tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y velad, porque vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe» (1 Pedro 5: 6-9).

Pensando en estos versículos me viene a la memoria la guerra que libraron Paraguay y Bolivia de 1932 a 1934. Los bolivianos se atrincheraron en una línea defensiva en la que resistían con éxito las embestidas del ejército contrario. Los paraguayos, al ver que no podían avanzar, simularon un ataque en gran escala y una retirada a fondo. Los bolivianos, creyendo derrotado al ejército contrario, salieron de sus trincheras y se lanzaron en persecución del enemigo. De repente, los paraguayos contraatacaron violentamente, sorprendiendo a los bolivianos a campo raso e infligiéndoles una gran derrota.

A semejanza de los paraguayos, Satanás hará lo posible por sacarnos de la trinchera de la fe, sorprendernos desprevenidos, desarmados y a campo raso. Si nos damos cuenta del peligro que nos acecha constantemente, permaneceremos alertas, vestidos con toda la armadura de Dios (Efesios 6: 1 1-18), listos para el combate y seguros de la victoria.

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Reproducido de la Rev. Vino Nuevo Vol 2, # 6-1978