El enaltecido humillado

Es bien sabido que el Señor Jesús repitió algunos de Sus sermones. Un estudio minucioso de los evangelios revela que Jesús presentó ciertas verdades bajo muy diferentes circunstancias, usando en ellas la misma ilustración y a veces sacando la misma conclusión de los diversos incidentes. Esto se ve especialmente en una frase que El pronunció en tres distintas ocasiones:

«Y cualquiera que se enaltece será humillado, pero el que se humilla será enaltecido.» Yo creo, que esta frase que repitió tres veces, se puede entender únicamente a la luz de lo que El Mismo hizo en la cruz. En otras palabras, lo que El hizo en la cruz fue el ejemplo máximo de la verdad de Su declaración y, a la vez, la prueba contundente de lo vano de la fútil pretensión de Satanás.

En una ocasión el Señor fue invitado a comer en la casa de un fariseo. Muchos huéspedes habían venido y El se fijó cómo todos se agolpaban para ocupar los lugares de honor. El Señor dijo: «Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no tomes el lugar de honor, no sea que él también haya invitado a otro más distinguido que tú, y el que os invitó a los dos venga y te diga: Dale tu lugar a este hombre, y entonces avergonzado, tengas que irte al último lugar. Pero cuando te inviten, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando llegue el que te invitó te diga: Amigo, sube más arriba; entonces serás honrado ante los ojos de todos los que se sientan a la mesa contigo. Porque todo el que se enaltece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla será enaltecido» (Lucas 14:8-11).

EL HUMILLADO ENALTECIDO

Aquí pues, hay un principio divino que satura la enseñanza del Señor Jesús y toda la Escritura. Se encuentra con anterioridad en el libro de Job: «Cuando fueren abatidos, dirás tú: Enaltecimiento habrá; y Dios salvará al humilde de ojos» (Job 22:29). David, en los Salmos dice: «Porque tú salvarás al pueblo afligido, y humillarás los ojos altivos» (Salmos 18:27). Santiago escribió: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4:6). Pedro usa las mismas palabras de Santiago (1 Pedro 5:5) y agrega: «Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo.»

A pesar del uso constante a través de la Biblia y el énfasis especial que le dio nuestro Señor con las tres veces que lo menciona, el principio jamás ha sido aceptado por el mundo; ni tampoco se encuentra en la historia antigua o moderna. El mundo ha hecho sus propios proverbios que son absolutamente contrarios a la enseñanza divina: «Cada uno por su cuenta y que el diablo se lleve al último»; «Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos»; «El poder lo justifica todo»; «El dinero habla»; «Dios está con los poderosos». Estos refranes son expresiones de las actitudes que muchos sostienen. La fórmula del éxito en el mundo no tiene nada que ver con la verdad expresada en la Palabra de Dios.

Fue la muerte de nuestro Señor Jesucristo, sin embargo, que descubrió la bancarrota de todo a lo que el mundo se apega, y que provee la base para el triunfo final del principio divino que ahora está totalmente eclipsado en el mundo dominado por Satanás, príncipe y dios de este mundo.

Satanás había hablado primero. Su pensamiento se había proyectado en su declaración original de independencia: «Subiré … seré semejante al Altísimo» (Isaías 14:13,14). A esa gran exclamación de orgullo el Señor Jehová contestó: «Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo», (verso 15).

La acción del Señor Jesús había sido exactamente en la dirección opuesta. Satanás había dicho: «Subiré». El Señor Jesucristo dijo en efecto: «Descenderé». Este descenso se manifiesta en siete aspectos: «El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallado en forma de hombre, se humilló a sí mismo al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz», (Filipenses 2:6-8).

LA BANCARROTA DE SATANAS

La muerte del Señor Jesucristo demostró el hundimiento de toda la teoría del éxito de Satanás. Fue aquí donde El hizo un ejemplo público de Satanás y todos sus principados y poderes. Sus esfuerzos y batallas para construir su reino sobre la tierra fracasarían. Intentarían darle poder al hombre a través del orgullo, pero su reino caería. Llevaría un poco de tiempo para que el impacto completo se manifestara, pero la guerra invisible llegaría a su conclusión triunfante y todas las fuerzas de Satanás serían abatidas con los principios que fueron establecidos cuando el Señor Jesús se humilló a Sí Mismo hasta la muerte, y muerte de cruz.

Fue con base en esta desenmascaro de Satanás en el Calvario que el Señor Dios le quitó al pretendiente todos los cargos que le habían sido dados en su estado original y lo privó de todo lo que se había adueñado en su rebelión. Lucifer fue el primer poseedor de ciertos derechos, títulos y cargos que Dios le había dado. Como Satanás procedió a reclamar otros privilegios. La muerte de nuestro Señor Jesucristo lo despojó de todo lo que le había sido dado y de todo lo que él se había apoderado. Es necesario que entendamos esta frase como una metáfora militar. Por ejemplo, al finalizar las grandes batallas alrededor de Stalingrado, que resultaron en la caída del poderío alemán en Rusia, se anunció que los despojos que se habían tomado de las fuerzas de Hitler habían sido enormes. Pero después de eso vino algo más. Los alemanes eran los poseedores de Alemania por derecho de herencia. Ellos habían ocupado otras tierras por la fuerza. Ahora perderían todo lo que habían ocupado y finalmente su propia tierra y su poder original y serían aplastados hasta la muerte.

Los despojos que tomó el Señor Jesús de Satanás en la cruz se pueden contar en categorías y en dimensiones aún más grandes. Cuando fue creado, Dios le dio a Lucifer el cargo de profeta para que hablara en representación Suya; le dió el cargo de sacerdote para dirigir la adoración que las criaturas del universo le entregaban a Dios; y el cargo de rey para que gobernara en el nombre de Dios. Por supuesto que en el momento de su rebelión, perdió legalmente todos sus cargos y la práctica de algunos de ellos. Por la misma naturaleza de su caída, renunció a su cargo de profeta, aunque nunca ha dejado de insistir que su voz es la voz de Dios. También y de igual manera, perdió su cargo de sacerdote. Ya no dirigía más la adoración a Dios, aunque en un millón de maneras la busca engañando a las multitudes para que le den a él lo que le pertenece sólo a Dios. En una comprensión cuidadosa se podrá ver también que por la misma naturaleza de su caída perdió el cargo de rey, aunque todavía retuvo ciertos dominios, el título sobre los cuales aún el Señor Jesucristo admitió que eran válidos. El es todavía el príncipe de este mundo (Juan 12:31); todavía es el príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2); la cabeza de los gobernantes mundiales de estas tinieblas (Efesios 6: 12); el dios de este siglo (11 Corintios 4:4). La cruz estableció las bases de la destitución final de todos estos cargos. Dios no quitó la autoridad y los cargos que El le había dado a Satanás cuando la rebelión vino primero a la luz. Lo pudo haber hecho, por supuesto, porque la omnipotencia está infinitamente más allá de cualquier grado de poder finito. Dios esperó la obra de la cruz para empezar la tarea de desarmar a Satanás. Desde el momento en que Cristo murió, el universo expectante vería que Satanás y sus huestes fueron sentenciados y que la manifestación presente y futura de su impotencia y su despojo total, serían llevados a cabo de acuerdo con principios tan ciertos, seguros y perfectos, que jamás podría haber un susurro que se levantara – ni aún en el lago de fuego – en contra del hecho o del método con que se había procedido.

EL DESCENSO AL INFIERNO

Aunque la victoria fue ganada completamente por el descenso del Señor de la gloria hasta la cruz, habría otro descenso del Salvador hasta las regiones mismas del infierno. La victoria había sido ganada a través del principio de la humillación y la muerte. El premio sería tomado por otro salto triunfante en Su descenso. En el Credo Apostólico decimos que El «descendió al infierno … » Los cristianos primitivos que formularon este credo tenían una comprensión clara de la importancia de la doctrina y con justa razón incluyeron esta frase que- ha sido omitida por algunos editores modernos del credo, porque no entienden la maravillosa naturaleza de la victoria que el Señor Jesús ganó en Su muerte.

Satanás estaba en posesión de un botín muy grande. Tenía en una parte del infierno todas las almas de todos los creyentes desde el justo Abel, quien había sido el primer ser humano que había muerto, hasta el alma de ladrón penitente, quien murió breves momentos después que Cristo entregó Su espíritu.

El triunfo de Cristo y la naturaleza del despojo es todavía mucho más maravillosa cuando entendemos justamente cuál había sido el estado de los muertos antes del tiempo de la cruz. La Biblia enseña claramente que los cuerpos de todos los que mueren vuelven al polvo de donde fueron hechos (Génesis 3:19). En la sepultura del cuerpo no había conocimiento ni regreso. Todos los versos en las Escrituras que hablan de in conciencia después de la muerte, se refieren al sueño del cuerpo. Pero el infierno, ya sea que hablemos de él basándonos en la palabra hebrea «Seol» o en la griega «Hades», era el lugar de la existencia consciente de las almas y los espíritus de todos los muertos, creyentes e incrédulos, de aquellos que murieron antes de la muerte del Señor Jesucristo. Este infierno estaba dividido en dos partes: el lugar de tormento y el paraíso; y entre los dos había un gran abismo. En la historia, no parábola – esté seguro que entiende que no era una parábola – del hombre rico y Lázaro, el Señor Jesús describe la diferencia entre la muerte de un creyente y un incrédulo en el tiempo cuando El mismo estaba vivo sobre la tierra (Lucas 16:19-31). El mendigo murió y «fue llevado por los ángeles al seno de Abraham»; el hombre rico murió «y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos». Abraham y Lázaro se podían ver, pero estaban «a lo lejos» y Abraham le dijo al hombre rico: » … hay un gran abismo entre nosotros».

Era el Paraíso en el infierno a donde fue el Señor Jesucristo en Su Espíritu, inmediatamente después que lo entregó en la cruz. Fue una invasión directa de territorio que Satanás había considerado suyo. ¡Lo que habría en el corazón de todos aquellos que se habían opuesto a El y a Sus justos a través de las generaciones! ¡Lo que habría en el corazón de los que habían aventurado todo en fe, sin nada más que Su promesa y en espera de este momento!

El triunfo por humillación había revelado la rectitud de los métodos divinos en oposición a los métodos falsos del orgullo y la arrogancia. El descenso de Cristo hasta el infierno fue para traer a todo el mundo espiritual, la anunciación inmediata de Su victoria y para mostrar la autoridad que El había ganado ahora en Su conquista.

Hasta entonces, el diablo había tenido el poder de la muerte (Hebreos 2:14) y había estado a cargo de las llaves de la muerte y del Hades (Apocalipsis 1:18). Cuando el hombre pecó, la ley del pecado y la muerte comenzó su operación y Satanás tenía el poder de imponer esta ley dentro de los límites puestos por Dios. Aparentemente todos los que no han sido regenerados están dentro del poder del diablo en cualquier tiempo y son capturados por él a su antojo (2 Timoteo 2:26). Cuando lo desea puede enfermar a un hombre que no sea salvo, o hacer que mejore, o quitarle su cuerpo con la muerte. Antes de la cruz, él tenía las llaves, o la autoridad sobre la podredumbre de la tumba y la entrada al infierno, pero no hay nada que diga que tuviese algún poder en el infierno. Sabemos, por el libro de Job, que Satanás ejerció el poder de la muerte sobre sus hijos, únicamente cuando Dios se lo permitió, y que no podía tocar el cuerpo de Job hasta que obtuvo el permiso divino. El Nuevo Testamento nos revela que él todavía es el agente forzado por Dios para cumplir de hecho con ciertas tareas en conexión con la muerte física, hasta de un creyente (I Corintios 5:5). Pero cualquiera que haya sido su tarea en relación con los cuerpos, los espíritus y las almas de los creyentes nunca estuvieron, ni por un instante, en su poder; pues en el tiempo de su muerte son llevados en el cuidado de los ángeles de Dios, antes de la cruz, al Paraíso (Lucas 16:22).

La muerte del Señor Jesucristo destruyó – anuló – «aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo» (Hebreos 2:14). La palabra «destruir» no tiene ninguna intención de significar aniquilación o cosa tal, sino más bien de hacer inofensivo, inútil, sin valor. De esta manera el Señor hizo un ejemplo público de Satanás y probó inmediatamente la declinación de su poder quitándole las llaves con las que él había pretendido tener alguna autoridad sobre los espíritus de los justos y, entrando en medio de ellos hasta que se cumpliesen los tres días y noches, anunció la libertad de aquellos que habían sido detenidos bajo esa pretensión.

El hecho de que nuestro Señor le dijera al ladrón penitente que estarían juntos ese mismo día en el Paraíso, demuestra también que El no tuvo que ir al lugar de tormento en el infierno, donde habían estado confinados los espíritus no regenerados.

De modo que Cristo descendió al Paraíso y al tercer día Dios el Señor, lo levantó y con El vació el infierno de los espíritus y almas de toda la gran compañía de los redimidos. ¡Qué despojo! ¡Qué botín! Ahora, delante de todos los ángeles del universo, caídos y no caídos, se podía comenzar a ver el plan de Dios en toda su justicia y perspectiva. Los espíritus y las almas de todos los redimidos fueron llevados al cielo en ese día de Su Resurrección, porque fue en ese día de Resurrección que todo esto aconteció. Se le apareció a María y le dijo que no lo tocara porque todavía no había ascendido al Padre (Juan 20:17), sin embargo, unas cuantas horas después estaba entre los discípulos diciéndoles: «Palpadme y ved» (Lucas 24:39).

Nuestro Señor, no sólo había usado las llaves del infierno para evacuar los espíritus y las almas de los creyentes, sino que también cerró con llave ese compartimento para que ninguno de los Suyos, jamás, pudiese ser forzado a pasar ni siquiera un instante lejos de El. Aquí se cumplía Su declaración concerniente a Su Iglesia de que las puertas del infierno jamás prevalece­rínn en contra de ella (Mateo 16:18). Pero «cuando ascendió a lo alto llevó una hueste de cautivos» (Efesios 4:8). De allí en adelante la muerte introduciría a todos los creyentes directamente a la presencia del Señor. Partir es estar con Cristo que es mucho mejor (Filipenses 1:23).

Es más, para revelarle al universo que la victoria sobre la muerte era completa, en Su Resurrección, invadió el mismo polvo de la tierra, y sacó los cuerpos de una compañía selecta y les dio cuerpos de resurrección. «Y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían dormido, resucitaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos» (Mateo 27:52,53). No tenemos idea de quiénes eran y cuál era su número. Lo que sabemos sencillamente, es que aquí estaba el cumplimiento de la gran fiesta de los primeros frutos que había sido celebrada cada año por Israel. En el día de la siega, tomaban una gavilla de los campos y la mecían delante del Señor (Levíticos 23:10). En el día de la Resurrección, nuestro Señor extendió Su hoz entre los cementerios de la tierra y sacó una gavilla para Sí Mismo. Los cuerpos eternos están allí en los cielos, un primer puñado de todos los billones que han de seguir.

Todo eso fue hecho por la condescendencia del amor y la gracia. El Hijo de Dios descendió solo del cielo y solo fue a la cruz. Pero cuando resucitó de la muerte, trajo consigo, no solamente las huestes de los creyentes que habían estado esperando en el Paraíso por este momento de triunfo, sino también, poniendo la mirada hacia adelante, todos aquellos que llegarían a creer en El como su Salvador. «Porque convenía que Aquél, para quien son todas las cosas y por quien son todas las cosas, llevando muchos hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio de los padecimientos al autor de la salvación de ellos» (Hebreos 2: 10). Como Dios había dicho: «No es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2: 18), tampoco era bueno que el Hijo de Dios estuviese solo. Sería hecho perfecto poniendo a Su lado a los redimidos quienes serían como una novia con su novio. Dios tomó una costilla del costado de Adán y formó con ella a la mujer para el hombre. Del costado herido del Salvador, Dios el Señor, formaría a la iglesia, «la plenitud de Aquel que lo llena todo en todo» (Efesios 1 :23).

A la compañía de los creyentes, llamada en las Escrituras por tantos nombres – novia, cuerpo, amigos, los escogidos, la ekklesia, la iglesia, los llamados – se le había dado el derecho de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Cualquiera que se llame a sí mismo un hijo de Dios sin haber nacido de nuevo, es en realidad un hijo de Satanás, el dios nulo. Pero aquellos que por la obra de la cruz han sido hechos partícipes de la naturaleza divina (11 Pedro 1 :4), son hijos de Dios; por engendramiento divino en el ejercicio de Su voluntad (Santiago 1: 18); por el esperma divino e incorruptible de la Palabra (1 Pedro 1 :23); y son por lo tanto poseedores de la misma vida de Dios; una vida que es superior y que está mucho más allá de cualquier aspecto de la vida física; una vida que vino por el aliento divino (Génesis 2:7); una vida que había sido perdida como resultado de la caída.

Uno de los más grandes de los propósitos divinos de llamar a esta gran compañía de creyentes era para que pudieran reemplazar a Satanás y a todas sus huestes. De manera que se vería que una compañía de seres, hechos menores que los ángeles, pero que estaban dispuestos a ser uno con Cristo en Su humillante muerte por el pecado, podía ocupar todas las funciones que le habían sido dadas a Satanás o que él y sus seguidores habían usurpado. Estos desempeñarían perfectamente, por medio de la sujeción humilde a los principios divinos de dependencia total en Dios, todo lo que pudiera ser requerido en el gobierno divino. Así pues, leemos que el propósito de Dios es que: » … la infinita sabiduría de Dios sea ahora (desde la cruz) dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales» (Efesios 3:9,10). ¡Por medio de la Iglesia! No la organización, por supuesto, sino el organismo. El cuerpo viviente de creyentes redimidos por Su sangre que acepta los principios subyacentes en la redención que está en Cristo, que sabe que el yo es nada y Cristo es todo en todos, está destinado, con Cristo, a juzgar al mundo (l Corintios 6:2), a juzgar a los ángeles (v. 3), a sentarse en el mismo trono de nuestro Salvador (Apocalipsis 3:21).

El finado Dr. Donald Grey Barnhouse fue por muchos años, pastor de la Décima Iglesia Presbiteriana de Filadelfia, Pennsylvania, E.U.A. Fue mundialmente conocido como conferencista, orador, autor y editor de la revista Eternidad.

Reproducido de la revista Vino Nuevo Vol 1-Nº 6 abril 1976