La operación de la iglesia en la ciudad

Un vistazo a la iglesia en la ciudad de Louisville, Kentucky

Autor Frank S. Longino

El mejor gobierno es el que gobierna menos.» Este era el consejo de Tomás Jefferson. Probablemente que si hubiese estado vivo hoy, la incomprensibilidad del tamaño y la complejidad de los gobiernos modernos en todos sus niveles, hubiera sido demasiado para su mente. Muchos de nosotros en la iglesia, que por años estuvimos encadenados por las exigencias y las distracciones del gobierno institucional, salimos sintiendo igual que Jefferson: ¡Cuanto menos gobierno, mejor! A raíz de este sentimiento, reaccionamos hasta el extremo de pensar con antipatía en toda semejanza de gobierno y de organización en la iglesia. En el nombre de la libertad espiritual, casi nos volvimos irresponsables. De hecho, una de las debilidades persistentes del movimiento «carismático ­pentecostal» parece haber sido la reacción casi paranoica hacia el gobierno y la organización – aunque fuesen de Dios. Parte de esta reacción es comprensible en el principio, pero mayormente, se puede atribuir a la rebelión espiritual y a la negativa de someterse a Dios y unos a los otros en un sentido real o práctico. La consecuencia es esclavitud espiritual y no libertad.

LA INEVITABILIDAD DEL GOBIERNO

La verdad es que todo grupo de individuos tiene un reglamento por medio del cual se relacionan unos con otros y reconocen liderazgo. Puede que sea una constitución formal o el acuerdo tácito de unas cuantas reglas de conducta. Aún las gallinas en un patio desarrollan un sistema altamente complejo de relaciones al que podríamos llamar un «Orden de picoteo». Hace algunos años que salimos de una iglesia denominacional para formar una obra independiente y nos encontramos accediendo a cierta forma y orden, aún cuando nuestro escape había sido de otra forma y de otro orden. El gobierno es inevitable; la cuestión es: ¿Qué clase de gobierno? Cuando los carismáticos de cada ciudad emerjan del rapto inicial de su experiencia con el Señor (de «sólo Jesús y yo») y comiencen a notar que hay otras personas a su alrededor y a darse cuenta de que van a tener que entablar relaciones con ellas, ya se estarán moviendo hacia una forma de gobierno.

¿Será cierto que el mejor gobierno es el que gobierna menos? Si hablamos de la variedad humana, entonces ¡Sí! Pero si estamos hablando del gobierno de Dios, la respuesta es ¡No! Necesitamos todo el gobierno de Dios que podamos (recibir) El Padre Nuestro es una oración colectiva del pueblo de Dios: «Venga Tu reino (dominio). Hágase Tu voluntad …… Hay muchos que operan erradamente bajo la suposición de que la teocracia (gobierno de Dios) es un asunto entre ellos y Dios, sin incluir a los que están a su alrededor. Este complejo de «Llanero Solitario» es la causa por la cual muchos carismáticos huyen del gobierno y por lo tanto del Reino mismo. Pero Dios reina y gobierna a un pueblo (Éxodo 6:7; 1 Pedro 2:9) no a una colección suelta de individuos y asistentes de conferencias, cada uno haciendo lo que le parezca, ejerciendo su propio ministerio. Dios ha gobernado siempre a su pueblo a través de otros humanos. Aquí radica el problema. Hay algunas preguntas válidas que se suscitan en este punto: ¿Cuáles otros humanos? ¿Cómo son escogidos? ¿Qué forma de gobierno tiene Dios? Y más prácticamente: ¿ Cómo reconocer y someterse al gobierno de Dios en una ciudad?

Primero es necesario responder a la pregunta: ¿ Qué es la iglesia en la ciudad? La mayoría de los cristianos entienden bíblicamente lo que es la «iglesia universal» y lo que es la «iglesia local». Pero la única otra forma bíblica de la iglesia, la «iglesia en la ciudad», ha sido confundida por la aparición de una forma antibíblica, la «iglesia denominacional». La idea que tienen muchas personas de la iglesia en la ciudad es de muchas congregaciones cada una con un pastor. Todas las iglesias dentro de un grupo denominacional están interconectadas, pero hasta allí llega el significado real de su vínculo. El patrón del Nuevo Testamento es de sólo «la iglesia» en cada ciudad con muchos pastores. La iglesia entera se reunía en un lugar para la comunión y la edificación (1 Corintios 14:26).

Los grupos denominacionales ofrecen un obstáculo muy serio para comprender de una manera práctica a la «iglesia en la ciudad». Esto saca a relucir el asunto de la unión de la iglesia. La relación o la unión en una ciudad puede ser de dos clases: orgánica o espiritual. Ambas son posibles, pero únicamente si la espiritual viene primero. La unidad orgánica significaría la disolución de todas las estructuras denominacionales y la sujeción de todos los cristianos en el área a la estructura de un gobierno unificado. Aunque este sea el sueño de muchos eclesiásticos liberales, este no es el plan de Dios para unir a Su iglesia. La unión espiritual, sin embargo, ya está sucediendo y estamos empezando a ver que esta unión y gobierno espirituales pueden operar de manera muy efectiva, alrededor, por debajo, entre y a la par de estas otras estructuras institucionales – por lo menos por ahora. Con todo, ¿qué podemos hacer para llevar a cabo esta unidad? No estoy completamente seguro. Sin embargo. permítame compartir un poco de nuestro peregrinaje en la ciudad de Louisville. Kentucky.

DIOS PONE EL FUNDAMENTO

Hace más de diez años, varios cientos de estudiantes seminaristas y sus esposas recibieron el bautismo en el Espíritu Santo. Nuestra asociación era muy informal y estábamos satisfechos con la operación de algunos de los dones del Espíritu. No sabíamos nada del «ministerio del cuerpo». Muchos de nosotros pastoreábamos iglesias fuera de la ciudad y finalmente, la mayoría fue esparcida por todas partes del mundo. Casi todos los del seminario habían recibido el bautismo en el Espíritu bajo el ministerio de otros bautistas. Entre tanto, muchas otras personas dentro de los rebaños, estaban recibiendo este bautismo en las reuniones de los Hombres de Negocio del Evangelio Completo, en los grupos de oración que estaban surgiendo y en una congregación pentecostal de la ciudad. Una comunidad católica-pentecostal de gran tamaño se levantó, influenciada mayormente por el ministerio del padre Duane Stenzel y otros.

Como cuatro años atrás, Dios empezó a traernos de regreso a Louisville y a colocarnos en ministerios estratégicos. En 1971, yo vine para hacerme cargo de una pequeña pero influyente obra pentecostal independiente, que había sido fundada hacía diez años. Para ese entonces, ya había en Louisville varias «iglesias hogareñas» fuertes y muchos grupos de oración. No sabía mucho acerca de ellos y tampoco la manera de relacionarme con ellos. Estoy seguro que ellos tampoco sabían cómo relacionarse con nosotros. Muchos de estos grupos consideraban que cualquier expresión de la iglesia que no fuese la «iglesia en el hogar» era anti bíblica y, por lo tanto, fuera de la voluntad de Dios. La mayoría no quería nada con la iglesia institucional o con cualquier cosa que se le asemejara.

Tres semanas después de mi regreso a la ciudad, fui presentado por lo menos a una expresión de la iglesia en Louisville. Indirectamente oí que se iba a celebrar una reunión de la iglesia de la ciudad en un edificio público como a dos cuadras de nuestro propio local. La ocasión para la reunión era la visita de un apóstol procedente de afuera del Estado. Yo había leído un poco de Watchman Nee y, por lo tanto, pensé que sabía algo acerca de esa reunión, aún cuando me parecía que era un tanto exclusivista. Llamé a varios pastores para ver si habían sido invitados. Ellos dijeron que no, pero decidimos ir de todas maneras, ya que nos considerábamos parte de la iglesia de Louisville. Fuimos y gozamos de una buena experiencia de comunión, a pesar de que nuestra visita probablemente sorprendió a los veinticuatro o treinta que estaban allí.

Este fue el inicio de mis pensamientos acerca de la «iglesia en Louisville». ¿Adónde estaba y cómo se iba a lograr en la práctica? ¿Cuál era mi lugar en ella? Empecé a mirar más detenidamente a mi alrededor. La mayoría de estas iglesias en los hogares, los grupos de oración, las iglesias pentecostales y carismáticas, no tenían ninguna relación verdadera entre sí. Efesios 4:3 me aseguró que la unidad estaba en el Espíritu, por lo canto, aquellas iglesias que decían tener más del Espíritu, deberían tomar la iniciativa en este asunto de la unidad y reunirse. La reunión mensual de Los Hombres de Negocio del Evangelio Completo era el único catalizador en la ciudad, pero ellos no eran la iglesia en Louisville, ni tampoco estaban destinados a serio. Empecé a sentir una gran deseo de tener comunión con los líderes del movimiento carismático en la ciudad. Fue entonces que el pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana me llamó para pedirme que convocara una reunión de pastores y líderes de la ciudad que compartían nuestra experiencia con el Espíritu Santo. Con esa confirmación de lo que ya estaba sintiendo, me dispuse a hacerlo. El primer año tuvimos cerca de cincuenta reuniones, una vez por semana, para desayunar juntos, alabar al Señor y buscar Su rostro. Promovimos seminarios de enseñanza para toda el área y fueron de gran edificación. Cuando varios grupos herejes intentaron establecer posiciones dentro de la ciudad, nuestra unidad era tan fuerte que nuestras oraciones impidieron que se quedaran.

En esos días «aceptábamos» como anciano a cualquiera que dijera ser uno. Nosotros nos llamábamos «los ancianos de Louisville». No estábamos demasiado seguros de lo que era un anciano, pero el nombre tenía un tono bíblico. Además, Watchman Nee decía que eso éramos y varios apóstoles viajeros lo confirmaban y eso nos parecía suficiente. Hablábamos de nosotros mismos como de la «iglesia de Louisville» y teníamos mucho cuidado en usar correctamente la terminología bíblica. Me acuerdo de las visitas de algunos ministros bautizados en el Espíritu que estaban metidos muy de lleno dentro de sus propias estructuras denominacionales. Hablaban poco, pero se mostraban visiblemente afectados con la perspectiva de verse involucrados en otra estructura eclesiástica. Sus ánimos se apagaron un tanto por lo que para ellos eran comentarios irresponsables e impertinentes hechos por personas a quienes ellos llamaban «laicos». Parecían confundidos por nuestra terminología y no regresaron más. Había un abismo demasiado grande para ellos.

Entonces empezamos a hacernos la pregunta: ¿Qué es un anciano? y vimos que algunos de los «ancianos» no lo eran en realidad. Los grupos de oración que dirigían comenzaron a tener problemas. Otros, lo único que habían producido era división y dolor en sus grupos. Sumado a todo esto estaba el sentimiento inquietante de que éramos como avestruces con nuestras cabezas metidas en la arena con respecto a nuestra relación con la verdadera iglesia en Louisville. No teníamos ninguna relación práctica con los que no eran carismáticos en la ciudad y la mayoría de las congregaciones pentecostales se mostraban apáticas para entablar tal relación. Yo sabía que Dios estaba restaurando a la iglesia en la ciudad, pero no sabía cuál era nuestra ubicación en todo este proceso.

COMENZANDO DESDE EL PRINCIPIO

Al buscar la dirección del Señor en este asunto, recordé un principio que Dios me había enseñado en otra oportunidad: Dios comienza con nosotros desde donde estamos. Es tan obvio como sencillo. Así como empezamos individualmente con el nacimiento y la niñez en nuestra vida física y espiritual, de igual manera debemos comenzar en el crecimiento espiritual de nuestra vida colectiva. Habíamos digerido parcialmente mucha enseñanza sobre la iglesia en el hogar, la iglesia en la ciudad, el ministerio del cuerpo, etc. Creíamos entender el patrón completo y nos creíamos aptos para establecerlo en la práctica. Estábamos dispuestos a traer el Reino. ¡Qué presunción!

Una de las primeras cosas de que nos dimos cuenta fue que el sólo reunirnos mensualmente con tanta diversidad de ministerios, no podía resultar en un compromiso real o en sujeción verdadera uno con el otro. Sin embargo, durante todo este tiempo, personas que no tenían ningún vínculo positivo con ningún otro cuerpo en la ciudad, creían que estaban en sujeción a los «ancianos de la ciudad». Sin darnos cuenta, estábamos dando «cobertura» de cierta clase a personas y ministerios que no estaban en orden ni en sujeción en ninguna parte. ¿Qué hacer?

Decidirnos echar marcha atrás y reagrupamos. Entre nosotros habían tres o cuatro pastores de congregaciones grandes que empezaron a reunirse informalmente todas las semanas para tener comunión y para orar. La otra reunión se dejó de tener, (después de un tiempo no sabíamos cómo identificarla). Yo comencé a concentrarme en mi propio sector de la ciudad para establecer relaciones profundas y significativas con aquellos hombres que sintieran la dirección del Espíritu para fluir y ministrar conjuntamente con lo que Dios estaba haciendo en nuestra congregación. Nos convertimos en algo así como un centro cristiano, aunque todavía teníamos nuestra mirada puesta en la unidad espiritual de la ciudad y en cuál era nuestra parte para sujetarnos a ella. En realidad que no queríamos edificar un «reinito» que estuviese en competencia con la «iglesia en la ciudad». Varios de los grupos hogareños se sujetaron al ministerio local y recibieron nuestra cobertura. Los otros hombres con sus grupos grandes hicieron lo mismo con ciertas variaciones.

Todavía teníamos la visión de la iglesia en Louisville reuniéndose toda en un lugar, alabando y glorificando al Señor unánimemente. Todavía esperábamos que Jesús levantase a más apóstoles, profetas y otros ministerios en el cuerpo aquí. Sin embargo, nos dábamos cuenta que habíamos intentado alcanzar en uno o dos saltos, un lugar al que sólo podíamos llegar dando pasos sucesivos de crecimiento. Así que, en vez de esforzarnos para juntar en seguida a toda la ciudad en una gran reunión, retrocedimos para establecer relaciones fuertes en los cuerpos locales en las áreas de la ciudad. Entre tanto, los líderes o pastores reconocidos continuaron reuniéndose semanalmente para mantener abiertas las vías de comunicación. Uno a uno, otros hombres que tenían ministerios probados, fueron invitados para unirse.

EL CRECIMIENTO DE LAS RELACIONES

Estas reuniones de pastores son esencialmente diferentes. Todas las reuniones ministeriales a las que había asistido antes, estaban formadas de hombres que representaban a sus iglesias o denominaciones. No importaba el nombre que se le diese a la reunión, cada hombre jalaba para su propio grupo. Esta reunión era diferente. Cada uno venía como Guillermo, Roy, Frank, hombres delante de Dios que necesitaban compartirse a sí mismos unos con los otros. No estábamos compitiendo con ninguno, ni tratando de impresionar a nadie. Aprendimos a confiar en cada uno, y a sentirnos con libertad para examinar nuestras diferencias teológicas sin sentirnos amenazados. Hemos encontrado en Efesios, capítulo 4, que la unidad del Espíritu viene antes que la unidad doctrinal. Corno uno de los resultados, permitimos que nuestras ovejas reciban el ministerio «particular» de cada uno de nosotros.

Empecé a ver en todo esto que por toda la ciudad el Espíritu Santo estaba efectuando algunas relaciones muy profundas y haciendo que la sumisión fuese verdadera. La prueba práctica se estaba llevando a cabo en grupos flexibles. Debido. a que estábamos ahondando más en cada una de nuestras vidas, empezamos a tener confrontaciones promovidas por el Espíritu Santo. Cuanto más de cerca era nuestra relación, mayor las chispas que volaban. Yo me vi involucrado en más de estas confrontaciones, en la ciudad y en mi propia situación local, de las que había tenido en toda mi vida. En el pasado, estos enfrentamientos hubieran resultado en división de congregaciones o, en la formación de más denominaciones. Era natural que me sintiera temeroso; pero esta vez teníamos que llegar a la solución de nuestros problemas porque estábamos comprometidos los unos con los otros. Además, la validez de la vida plena en el Espíritu estaba en juego. ¿Podría un hermano reconciliarse con otro? En cada área de la ciudad estábamos descubriendo lo que era la verdadera sujeción. Hubo algunos que lo rechazaron todo y salieron corriendo otra vez. Por lo general, sin embargo, experimentamos un fortalecimiento del cuerpo en Louisville.

Recuerdo un caso entre dos ancianos, Uno había sido separado del grupo por el que presidía sobre ese cuerpo. Se me pidió a mí como dirigente de los ancianos que se reúnen regularmente, que estuviese presente en la confrontación, juntamente con dos ancianos más de otro de los grupos grandes de la ciudad. Oramos y luego comenzamos. Hubo lanzamiento de cargos y recriminaciones; los malentendidos fueron ventilados y las cosas dichas con una sinceridad tan candente que me hicieron dudar ante la posibilidad de que pudiera existir, después de todo eso, una relación franca entre ellos. Sentí que lo mejor era resignarnos al desacuerdo, acabar pronto y tratar de recoger las piezas rotas de algún modo. Nos levantamos y nos tomamos de las manos para orar. Cuando hicimos esto, sucedió un milagro. El Espíritu cayó sobre nosotros y envolvió la situación entera con amor, respeto y perdón. Yo no podía creer lo que estaba viendo, aún dentro de mí mismo. Como consecuencia a la obediencia de los principios bíblicos y a la sujeción al consejo de los otros ancianos, aquellos hombres se habían reconciliado. ¡Dios actuó soberanamente! ¡Había gobierno en la ciudad!

Cuando salí de esa reunión me di cuenta que Dios estaba obrando de veras para establecer Su gobierno en la ciudad de Louisville – a Su manera y en Su tiempo. Por primera vez vi que el orden divino se basa primordialmente en las relaciones justas y no tan sólo en la forma correcta. Cualquiera que sea la forma de gobierno que tengamos en la ciudad, ésta permanecerá de acuerdo a la calidad de las relaciones que tengamos unos con los otros en Cristo.

¿DÓNDE ESTAMOS AHORA?

Hay varias cosas que están emergiendo ahora, pero todavía estamos lejos de la realización completa de la iglesia de la ciudad. Hemos comenzado a tener reuniones de creyentes para toda el área y los resultados han sido poderosos. La concurrencia ha sido de grandes porciones – casi todos están sujetos unos a los otros y a sus pastores. La adoración es intensa y firme. El orden de los servicios es precioso y ha impresionado a muchos visitantes que han estado en muchas reuniones «grandes». Hay muchas maneras de reunir a una multitud pero si ese fuese nuestro énfasis. caeríamos en una vieja trampa.

Dios me ha mostrado que la adoración tan preciosa de la que gozarnos en el cuerpo local es un resultado, no de las grandes reuniones en sí, sino del ministerio ofrecido en las sesiones de consejo y de oración, en las reuniones hogareñas, en el trato personal con los discípulos y en las innumerables confrontaciones informales. En todo esto, el Espíritu Santo nos está enseñando a someternos los unos a los otros y a los ministerios ungidos que Cristo está dando al cuerpo en Louisville. Estas lecciones no se aprenden en reuniones mensuales o en los grandes servicios de alabanza, sino que son forjadas en el yunque del vivir unos con otros, estrechamente, todos los días.

Ahora nos damos cuenta de varias cosas. Una tiene que ver con el liderazgo en la ciudad. Los que han aprendido lo que es la sumisión pueden reconocer fácilmente a los líderes que Dios haya escogido. La segunda es que Cristo todavía es quien edificará sobre Su hombre, (lsaías 9:6). Su hombro son los ministerios de los apóstoles, profetas, pastores, maestros, evangelistas y ancianos que Cristo escoja y unja sin lugar a dudas con el aceite del Espíritu. Muchos de estos que se han levantado entre nosotros, son enviados ahora por todo el país para ministrar. La unción sobre sus ministerios es un producto de su relación vital aquí.

Tercero, hemos llegado a comprender que Dios se enfrenta ahora con problemas de restauración que no existían cuando la primera iglesia fue formada. Pudiera ser peligroso comparar muy de cerca a la iglesia del primer siglo con la del siglo veinte. Existen casi diecinueve siglos de tradición incrustada con la que hay que ocuparse. Finalmente, hemos llegado a la conclusión de que ninguno, excepto el Señor, tiene el diseño completo de la iglesia en Louisville o, en cualquier ciudad. Esta realización en sí tiene un poderoso efecto liberador. Estamos satisfechos en esperar en el Señor en vez de forzar al punto de organizar grandes reuniones «espirituales» y de «reconocer» prematuramente toda clase de ministerios y estructuras gubernamentales.

Así que nuestra oración es: «Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad en Louisville como en los cielos.»

Frank S. Longino es pastor de una congregación en Louisville, Kentucky, E.U-A.

Tomado de la Revista Vino Nuevo Vol 1 #5  – Febrero 1976.