Autor Hugo M. Zelaya

El relato de María la que ungió los pies del Señor está en el capítulo 7 de Lucas. Los versículos 36 al 39 establecen el marco y la acción de la historia:

“Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.”

Los evangelios no dan mucha información acerca de la identidad de esta mujer. Lucas dice que era una de las mujeres que “le servían con sus bienes” y que una de ellas era “María, llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios (ver Lucas 8.2 y 3).

Muchos la tienen como una mujer inmoral, pero no hay evidencia bíblica que corrobore esta opinión. Quizá se deba al comentario de Simón de “una mujer que era pecadora” (Lucas 7.37). Lo cierto es que era una mujer que amaba mucho al Señor. Estuvo presente en la crucifixión de Jesús (Marcos 15.47); y cuando José de Arimatea puso su cuerpo en el sepulcro (Mateo 27.61). Fue una de dos mujeres en oír el anuncio angelical de la resurrección de Jesús (Mateo 28.6), y la primera en verlo resucitado (Juan 20.14).

Hay quienes la identifican con la mujer “sorprendida en adulterio” a quien Jesús perdonó (ver Juan 8.3). Probablemente se trate de la Magdalena en los pasajes donde “una mujer” unge la cabeza y los pies del Señor (Lucas 7.38; Marcos 14.3; Mateo 26.7) y Juan 12.3 la identifica como María, la hermana de Marta y Lázaro.

Un contraste
Creo que el enfoque principal del relato en Lucas 7 es el gran contraste que hay en el comportamiento de Simón, el fariseo y esta mujer conocida por él como “pecadora”. Simón invita a Jesús a comer, no sabemos por qué. Jesús acepta porque él nunca ha rechazado la invitación de alguien que lo necesite.

Simón nunca supo, por lo menos en el relato, a quién tenía en su casa. Había oído de la fama que Jesús había alcanzado en el pueblo y como uno de sus líderes religiosos creería necesario tenerlo más cerca para examinarlo y decidir por sí mismo. También es posible que haya sido una de las personas que Jesús sanó de lepra, pues se le llama, Simón el leproso (Mateo 16.6). Sea como fuera, Simón tuvo la oportunidad de bendecir y ser bendecido. Pero no tenía revelación de quién era Jesús. Para nosotros, dos milenios después, él es el Hombre más maravilloso que haya vivido jamás sobre la tierra; es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29). Dios hecho carne (Juan 1.14), y hubiera hecho la velada para Simón el día más feliz de su vida si hubiera sabido que el hijo de Dios estaba en su casa.

Otro detalle es que también invitó a otras personas a comer con Jesús. Quizás a otros fariseos y personas importantes de la comunidad. Da la impresión que Simón estaba más preocupado de impresionar a sus otros huéspedes que de honrar a Jesús; si era como son los banquetes de la gente adinerada en ese tiempo. El esmero en la decoración del salón, la abundancia de comida, la esplendidez del programa no se hacía tanto para honrar a los huéspedes, en este caso a un huésped, sino para que nadie se olvidara de quién había dado el banquete. Pero no se salió con la suya. En vez de ser aplaudido, Simón fue humillado por la mujer.

Se concentró tanto en los detalles y en sus otros huéspedes, que se olvidó de Jesús. Recibió a todos con un beso (como “era costumbre en el Este, para expresar respeto, estimación y reverencia, así como afecto”1), pero no lo hizo con Jesús. Mandó a sus siervos que les lavara los pies (otra costumbre casi exigida) pero no los de Jesús. Y como si fuera poco entra esta mujer y comienza a comportarse de una manera muy extraña para Simón.

¿Pero cómo entró María si los siervos cuidaban la puerta para que nadie que no fuera invitado entrara? Y es seguro que ella no estaba en la lista de invitados. Aprovecharía un descuido de los siervos y como fuera, entró y se puso “detrás de él a sus pies” (v.38).

En contraste con Simón, María vuelca toda su atención en el Señor. Simón ni siquiera estaba seguro que Jesús fuera profeta; María tiene revelación que el objeto de su adoración es el Ungido de Dios. Simón pensaba de ella como una mujer “pecadora”; ella reconoce que es una pecadora perdonada por el Señor y no se atreve a pararse en frente de él y se puso “detrás de él a sus pies”. Simón sigue atado a su tradición; ella ha sido liberada de muchos demonios.

Más allá de lo acostumbrado
Aunque Simón hubiera cumplido con los requisitos de todo anfitrión, María hizo mucho más. Y es que María adoró a Jesús. Mandar a sus siervos a lavar los pies del Señor y que le ungieran la cabeza con aceite y besar él mismo la mejilla, como era la práctica común con los judíos, era lo que se esperaba de Simón. Así se lo dijo Jesús.

Quizás María pensara: ¿Lavar los pies con agua? Jamás. Lo haré con mis lágrimas. ¿Secarlos con una toalla? Jamás. Lo haré con mi cabello. ¿Ungir su cabeza con cualquier aceite? Jamás. “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (Juan 12.3). También se lo derramó sobre su cabeza (Marcos 14.3). ¿Darle el acostumbrado beso en la mejilla? Jamás. Besaré, no sus mejillas que no merezco hacer, pero sus pies cuantas veces pueda mientras viva.

Juan dice que la casa se llenó del olor del perfume. ¿Cómo cree que saldrían oliendo los huéspedes, pero particularmente María, de allí? La fragancia que estaba en Jesús, regresó a ella. Había sólo dos personas en toda la región que olían a Nardo, Jesús y María, y por mucho tiempo. Como dijera Chuck Swindoll al efecto en uno de sus libros, “donde quiera que fuera María, llevaría la misma fragancia de Jesús”.

Simón representa al cristiano religioso; María al verdadero adorador. Leer todos los libros sobre adoración no nos hará “verdaderos adoradores” que le adoren “en espíritu y en verdad” (Juan 4.23). Tenemos que seguir el ejemplo de esta mujer y acercarnos a él con temor y temblor y derramar sobre él, en un acto de entrega, todo lo que consideramos de mayor valor en nuestras vidas. Sólo así saldremos de su presencia oliendo a él. No es hablarle y hablarle en un desborde de palabras que no salen de un corazón agradecido por su gracia en perdonar nuestros pecados y liberarnos de nuestras ataduras demoniacas. Es sentarnos a sus pies como lo hiciera María y no haciendo muchas cosas que no son necesarias (ver Lucas 10.39-42).

A veces queremos impresionar a Dios con mucha actividad. Pero lo que realmente lo impresiona es cuando rompemos lo que más queremos, nosotros mismos, nuestro ego, nuestro vaso de alabastro para derramar nuestro perfume sobre él; o la vasija de barro para que el tesoro quede expuesto (ver 2ª Corintios 4.7). Lo que toca a Dios es nuestro ungüento derramado. Va más allá de emociones externas.

Incómodos con verdadera adoración
Todo este despliegue de amor sublime incomoda a Simón y a los otros huéspedes. Unos llaman a lo que hizo María un “desperdicio” (Marcos 14.4). Simón está escandalizado y sucumbe a las dudas que quizás siempre ha tenido, y no sabiendo quién es el invitado principal en su casa comienza a pensar: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora (Lucas 7.39). Un gran hombre talvez. Un hombre que hace cosas extraordinarias. Pero no cree que sea profeta siquiera. El hombre estaba perdido.

Jesús que conocía lo que estaba en el pensamiento de Simón (ver Lucas 5.22) le cuenta la siguiente parábola:

“Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado” (Lucas 7.41-43).

Jesús considera a Simón y a la mujer pecadores perdonados. ¿Se daría cuenta Simón con la gracia que Jesús lo estaba tratando? Simón responde correctamente a la pregunta que le hace Jesús. Esto me dice que no era un hombre totalmente injusto; desorientado, quizás. Pero no pensaría que sus pecados fueran tan censurables como los de la mujer.

Recuerdo el día que Dios me salvó en el año 1965. Mis pecados eran tan graves o mayores que los de María. Pero Jesús los perdonó todos. (Bien lo ha dicho alguien ya: “pecado confesado, pecado perdonado; pecado perdonado, pecado olvidado.) Después de casi una hora en el altar sollozando a lágrima viva, me levanté con una sensación en mi pecho como si Dios hubiese arrancado desde la raíz todo lo que Satanás y yo habíamos sembrado. Me levanté consciente de que Dios había limpiado mi pecado (ver 1ª Juan 1.9) y lleno de agradecimiento. No había nada que no estuviera dispuesto a hacer. Aprendí a amarlo, a adorarlo y a servirlo y desde entonces he sido su siervo. ¿Cómo Simón? No creo, más bien como María.

¿Cuánto era la deuda?
La equivalencia en la moneda que conocemos depende del salario de un día2 pagado en cada uno de nuestros países. Sólo para comparar, si una persona gana US$25 por día, uno de los deudores debía US$1250 y el otro $12,550. Considerando que la deuda por el pecado de cada hombre no tiene precio, nuestra deuda con Dios es incalculable. Y él ya la pagó. Con razón María tomó el vaso de alabastro de “mucho precio” y no dudó en quebrarlo y derramarlo en el Señor. Usted y yo haríamos lo mismo si consideramos la incalculable deuda de la que hemos sido perdonados.

No importa todo lo que hacemos por el Señor; de cuántas horas se pasa ministrando a la gente o cuánto dinero gasta en promover su campaña o en adornar el edificio donde se congrega. Se trata de cuánto tiempo pasa ministrando al Señor, amándolo, adorándolo, ungiéndolo, derramando lágrimas (y perdóneme el atrevimiento, no por “las almas perdidas”. Hágalo, pero me refiero a), de agradecimiento por todo lo que él nos ha perdonado.

El Señor no está impresionado con las multitudes. Él quiere la cercanía con Ud. Ahora si ministramos primero al Señor y él nos da su bendición para ir a ministrar a un gran número de necesitados, pues ¡gloria a Dios! Vayamos y llenemos estadios y no recibamos la adulación de los hombres. No nos acerquemos a él de una manera religiosa. No nos preocupemos por lo externo mientras que Dios sea ministrado. No seamos como Simón que tuvo más cuidado de la cena y de sus invitados que del Señor. Dios no valora lo que el hombre valora.

Dios está recibiendo muy poca adoración en la iglesia. La adoración va dirigida a él, no tiene nada que ver con montar un espectáculo que satisfaga nuestros gustos. El Padre tampoco busca aquellos que trabajen para él. Jesús le dijo a la mujer samaritana en Juan 4.23: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.”

La hermana de Marta siempre estaba a los pies de Jesús, escuchando o lavándolos con sus lágrimas. ¿Porque esa era su personalidad? No es lo que dice Jesús sino: María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará (Lucas 10.42). A sus pies aprendiendo. A sus pies angustiada por la muerte de su hermano. A sus pies dándole todo lo de valor que tiene: ungüento de nardo, amor, adoración.

No hay adoración sin darle todo lo que se es y se tiene. La Biblia anota tres ocasiones cuando personas trajeron ungüentos a Jesús. Los reyes magos cuando Jesús era un bebé; Nicodemo y José de Arimatea que trajo como 100 libras de especias (ver Juan 19.38 y39); pero Jesús o era un bebé para apreciarlo o estaba muerto para olerlo. Fue María quien trajo una libra de esencia de nardo mientras él estaba en circunstancia para apreciarlo y fue ella a quien se recordaría. “De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mateo 26.13).

David dice en el Salmo 96.9:
Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; temed delante de él, toda la tierra.

No salga del culto pensando que porque a usted le gustó la música y la predicación que usted adoró. El banquete de Simón fue muy bueno, pero no adoró. Más bien se ofendió con la mujer que sí lo hizo.

¿Adoró al Señor la última vez que se congregó? ¿Le llevó su diezmo, su ofrenda y la derramó en señal de adoración? ¿Salió usted oliendo a Jesús?

Más importante aún: ¿Le dio su beso a Jesús hoy?

Notas
1. Diccionario de la American Tract Society (Sociedad Americana de Tratados).
2. Smith´s Bible Dictionary (Diccionario de la Biblia de Smith).
Obras consultadas: Comentario de Mathew Henry – Comentario de Adam Clarke.

Hugo M. Zelaya es fundador y pastor de la Iglesia de Pacto Nueva Esperanza en Costa Rica. Él y su esposa Alice viven en La Garita, Alajuela, Costa Rica.