Por John Beckett

Dos semanas antes de la elección presidencial de 1980 en los Estados Unidos, el sector votante «indeciso» representaba casi una cuarta parte del potencial de votos en los estados industriales.1 Muchos de los votantes todavía estaban indecisos al llegar a las urnas, con la esperanza de que les viniese alguna inspiración de último minuto antes de depositar su voto que determinaría el liderazgo nacional durante los siguientes cuatro años.

¿Por qué había tantos «indecisos» cuando los candidatos presidenciales representaban puntos de vista tan divergentes con respecto al gobierno, la defensa nacional y asuntos morales? ¿Por qué les era tan difícil hacer una decisión? La razón es pre­cisamente esa: es difícil hacer decisiones. Estos votantes «indecisos» tipifican lo que se ha conver­tido en un problema significativo en nuestra socie­dad: hacer decisiones claras y sanas.

Algunos de los aspectos de este problema son irrisorios. Por ejemplo, la indecisión en las adoles­centes cuando van de compras. Nuestras dos hijas buscarán sus vestidos o zapatos en cada una de las tiendas de nuestro centro comercial y cuando ter­minan en la última, vuelven a comenzar de nuevo antes de llegar a una decisión final.

Se visten para ir a la escuela (lo que parece llevarles horas), desa­yunan (en menos de dos minutos) y si no están muy seguras de lo que llevan puesto, preguntarán si nos gusta su vestido. La menor indicación de duda en darles una aprobación total, las mandará nuevamente a su aposento para cualquier cosa en­tre una pequeña alteración y un reacondicionamiento completo, atestiguando a la realidad de que, al menos para las adolescentes, las decisio­nes no vienen fácil.

Pero nosotros los adultos no somos mejores.

Observe lo que pasa la próxima vez que usted va­ya a un restaurante con un grupo. El mesero espe­ra mientras se decide qué pedir. «No estoy listo aún,» dice uno a sus amigos, «pidan ustedes.»

«Yo tampoco estoy listo,» dice el otro. Finalmente, un alma valiente se decide: «Yo quiero el pollo asado con guisantes y puré de papas. «

«Eso suena bien,» dice uno y el eco se repite alrededor de la mesa. El mesero sonríe levemente y lleva la orden a la cocina de ocho pollos asados con guisantes y puré de papas.

Las compañías de negocios conocen las dificul­tades que sus gerentes tienen para hacer decisiones y a menudo preparan costosos seminarios para ayudarles con este problema.

Las asambleas legislativas, igual que los hombres de negocios, tienen problemas en hacer decisiones, como se evidencia claramente. Se dice que tres de cuatro legisladores, cuando al fin dan su voto, lo hacen no por convicción o principios, sino por su percepción de la posición popular entre el electo­rado. Así vemos a nuestros líderes, hombres con una influencia inmensa, gobernados por las mayorías porque no tienen la capacidad de tomar una firme postura personal.

Algunos aspectos de gobierno, tales como la política externa de nuestra nación, reflejan más que otros, la vacilación de nuestros líderes. En una entrevista que se realizó recientemente se le preguntó a 821 ejecutivos cuál era la palabra que mejor describía la política externa desde Vietnam. «Indecisa,» respondió el setenta y tres por ciento.2

Trágicamente, el dilema de las decisiones afec­ta a nuestros jóvenes en la más vital de las relacio­nes humanas, el matrimonio. Para evitar hacer una decisión de un compañero(a) para toda la vida, forman matrimonios «experimentales». El com­promiso es nulo, haciendo que las oportunidades para el éxito del matrimonio no sean mucho ma­yores. En este caso, el precio que se paga por la indecisión, pueden ser heridas emocionales que nunca sanen.

Espiritualmente, hay multitudes en el «Valle de la Decisión» y Satanás habrá hecho bien su trabajo si les puede impedir decidirse a seguir a Jesús. La pena por esta indecisión es la muerte, literalmente.

¿Por qué es tan difícil hacer decisiones?

La ausencia de normas absolutas es tal vez la ra­zón más obvia en la dificultad de hacer decisiones. Varias generaciones de influencia humanista, ética de situación y clarificación de valores, nos han de­jado en la ambigüedad con respecto al bien y el mal, la verdad y la mentira. Nuestro sistema de educación ha sido el principal ofensor en contri­buir a esta condición. Aún en los cursos de mate­máticas, donde uno esperaría que hubiese objeti­vidad, algunos libros de texto usan historias para sus problemas y ejemplos que atacan las normas y los valores tradicionales. Imagine el daño causado a nuestros jóvenes por los libros de texto distor­sionados y por maestros que cambian sus valores con la facilidad del clima. Ernest Hemingway defi­nió la moralidad como «lo que nos deja con un buen sentir» y nuestra sociedad se ha sumergido en un holgorio de este tipo de relativismo donde se es libre de actuar sin frenos y sin rendirle cuen­tas a nadie. Ahora, cuando se le pregunta a un hombre si ama a su esposa, su respuesta descarada pudiese ser: «¿En comparación con qué?»

Hay otros factores que contribuyen a la indeci­sión. El temor de cometer errores ha ganado co­mo factor debido a nuestra intolerante e imperdo­nable sociedad. Si no, pregúntele al entrenador deportivo que ha sido despedido porque su equi­po tuvo una temporada mala, o al comprador de un negocio cuando el nivel del inventario es dema­siado alto. Nuestra sociedad inmisericorde impone un castigo demasiado severo cuando se fracasa o se hacen malas decisiones.

Durante un debate presidencial antes de las elecciones, la meta de los candidatos no era tanto la de ganar sino la de evitar perder. La filosofía que prevalece es que si no se toma una posición, si no se decide, nadie puede probar que se está equi­vocado. Así tenemos un liderazgo por consenso y no por convicción.

Otro factor en la creciente indecisión es el debi­litamiento en las estructuras de autoridad. La inse­guridad viene con el debilitamiento de la autori­dad, sea a nivel de padres, maestros, pastores, o policía. La autoridad saludable es un albergue pa­ra hacer decisiones, aún equivocadas, y no sufrir el rechazo. La familia fuerte, amorosa y perdonado­ra es el mejor vehículo para producir personas con confianza en su capacidad de hacer elecciones sabias.

Finalmente, hacer decisiones puede ser doloro­so porque muchas veces hay que confrontar a las personas. Cuando el padre dice a sus hijos que to­dos tienen que acostarse temprano porque al día siguiente toda la familia irá temprano a la iglesia, sería una familia muy extraordinaria si no hubiese alguna murmuración. La nuestra, al menos, no es la casita en la pradera, «donde nunca se oye una palabra de desaliento y el cielo está siempre des­pejado.» La realidad es que hay algunas cosas que tienen que ser confrontadas, aunque sean doloro­sas. Si se eluden las decisiones firmes para no en­frentar la realidad, el asunto se convertirá al final en algo muy doloroso. Es mejor hacer la decisión, encarar temprano cualquier problema que se pre­sente, pagar el precio de la confrontación y resolver así la situación.

Las consecuencias de la indecisión

Ya hemos anotado algunos resultados de la in­decisión: malestar nacional, matrimonios destrui­dos, conflictos sin resolverse y falta de liderazgo. Antes que la indecisión llegue a su resultado final, manifestando estas condiciones, vemos un proceso definido que se desarrolla primero. Cuando hay que hacer una decisión difícil, una de las alterna­tivas por las que se opta cada día más es «escapar» o eludir definitivamente hacer la decisión.

Se «escapa» embotando la mente con drogas y alcohol, o accediendo a otros instintos carnales, gravitan­do siempre hacia la situación menos demandante. Se sienta a ver el programa de televisión que en realidad no quiere ver, se come el queque de cho­colate que había estado resistiendo; se compra el equipo de sonido que no está en condiciones de adquirir. Se busca la manera de eludir el proble­ma en vez de enfrentarlo. El problema sigue y el desenfreno ahora impone culpa a las emociones de por sí turbulentas. Se queda vacío, frustrado e incumplido.

La renuencia a actuar decididamente, debilita el carácter del individuo y si esta degeneración cunde en nuestra sociedad, el carácter nacional también se deteriora.

Cuando se preguntó al senador norteamericano Sam Nunn, miembro del comité senatorial sobre las fuerzas armadas, cuál creía él era el proble­ma más serio en nuestra posición defensiva, él res­pondió: «Creo que la realidad del problema reside en la voluntad y la determinación. Si no tenemos el ánimo de mantener el curso estamos invitando la clase de confrontación que todos espe­ramos evitar.» 3  

Autoridad decisiva en las Escrituras

Podemos aprender a ser decisivos con los ejemplos de liderazgo que tenemos en las Escrituras. David, después de haber sido ungido rey en Hebrón, deci­dió capturar Jerusalén. Los jebuseos que entonces ocupaban la ciudad, se burlaban de él diciendo:

«Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los co­jos te echarán.» (Is. 5: 6). Estaban bien seguros del sello que había alrededor de la ciudad y no creye­ron posible que David y sus hombres pudieran en­trar. Sin embargo, el siguiente versículo dice con toda modestia: «Pero David tomó la fortaleza de Sion» (v. 7). Hace sólo dos años que un experto escalador subió sin andamios por el canal, un pozo vertical, que usó David en la captura. Los arqueó­logos estiman que esa fue la primera vez que esta hazaña había sido repetida desde que las tropas de David tomaron la fortaleza de Sion hace 3000 años. Necesitamos líderes como David para nuestros días.

También podemos aprender de la reina Ester quien decidió presentarse ante su esposo el rey Asuero para interceder por su pueblo, los judíos. El rey los había sentenciado a muerte con un de­creto que había logrado la conspiración de su con­sejero Amán. Había otra ley que sentenciaba a muerte a quien entraba sin ser llamado para ver al rey. Mardoqueo, el tío de Ester, la animó para que intercediera ante el rey por los judíos con es­tas palabras inmortales: «¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» La respuesta de Ester fue decidida: «Entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca.» (Es­ter 4:14,16). Su valiente decisión tuvo como re­sultado la salvación de todos los judíos.

Nuestro Señor es un modelo de decisión y con­vicción. Isaías había profetizado que «desecharía lo malo y escogería lo bueno» (ls. 7: 15). Como David, también tenía una cita en Jerusalén, no pa­ra capturar una fortaleza jebusea, sino para conquistar todas las fuerzas del infierno, con el cono­cimiento que toda su furia se volcaría contra él. Isaías describe su determinación de esta manera:

«Por eso, puse mi rostro como un pedernal (hacia Jerusalén), y sé que no será avergonzado» (ls. 50:7). Todos hemos sido beneficiados por su firme resolución de enfrentarse a la lucha y no eludirla.

Los cristianos tenemos una responsabilidad muy especial de ser decisivos. Somos mayordomos de la inteligencia y de la capacidad que él nos ha dado, y sólo podremos hacer su voluntad cono­ciéndola y haciendo la decisión de caminar en obe­diencia. Veamos de qué manera podemos hacer buenas decisiones y hacer la voluntad de Dios.

Cómo hacer buenas decisiones

No hay una fórmula sencilla que se pueda apli­car para resolver problemas con buenas decisiones. Sin embargo, hay ciertas constantes que pueden aumentar nuestra confianza en las decisiones que tenemos que hacer como pasos cruciales en el pro­ceso.

El primero pudiera parecerle redundante -pero es decidir ser decisivo. Tenemos que ejercer nues­tra voluntad para resolver no eludir las decisiones difíciles que todos tenemos que hacer. Tenemos que decidir no ser indulgentes y no aceptar el ali­vio temporal de la indecisión.

Segundo, una vez que nos hemos comprometi­do con nosotros mismos para alcanzar una decisión, debemos de buscar a Dios. Hay dos dimen­siones que debemos considerar cuando buscamos la voluntad de Dios en un asunto. Primero, tene­mos que ceder nuestra voluntad a la suya, o, como dice Proverbios 3: 6: «Reconócelo en todos tus caminos.» Esa posición es básica delante de Dios. Este compromiso debe ser expresado a diario verbalmente en nuestra comunión con el Padre. Si lo hacemos, el proverbio continúa diciendo: «El enderezará tus veredas.»

Entonces debemos someterle las situaciones es­pecíficas, siendo tan directos y específicos como podamos. «Si alguno tiene falta de sabiduría, que la pida a Dios … « (Stg. 1 :5). Debemos pedirle a Dios que nos ayude a formular la pregunta co­rrectamente para no pedir incorrectamente. Si somos específicos, podremos esperar que Dios nos dé dirección específica, reconociendo siem­pre la soberanía de Dios y su prerrogativa de ac­tuar como y cuando él quiera. A menudo su di­rección viene a través de su Palabra, lo que requie­re que pasemos tiempo estudiándola.

Debemos tener cuidado en buscar a Dios desde el principio y no como último recurso. Nuestra naturaleza carnal resiste hacerlo, pero si somos in­teligentes y lo hacemos una prioridad, producirá una comunión íntima con él y la capacidad de dis­cernir su dirección.

Una vez que nos hayamos comprometido con él juntamente con el problema, estamos listos para dar el siguiente paso: la aplicación de nuestra capacidad dada por Dios para razonar y analizar la situación. Se recomienda considerar el propósito total y medir las soluciones contra estas metas. Por ejemplo, si una de nuestras metas es la de salir de deudas, no necesitamos recibir una re­velación divina para saber que no debemos com­prar el equipo de sonido que mencionamos al prin­cipio cuando su adquisición aumentaría nuestra deuda.

Otra herramienta útil en el análisis es hacer una lista de los pro y contra de un posible curso de acción. El peso de la lógica es a menudo muy clara si lo hacemos. También podemos aplicar ese precioso artículo llamado «sentido común.» Para eso podemos hacernos algunas preguntas de senti­do común y responderlas con toda sinceridad. ¿Será prudente? ¿Lo podré pagar? ¿Lo bendecirá el Señor?

Recuerde también que los grandes problemas por lo general se pueden desarmar en una serie de problemas más pequeños. Consideración: ¿Cómo se come un elefante? Respuesta: con un bocado a la vez. Los problemas grandes se pueden resolver a menudo desmembrándolos en problemas más pe­queños y digeribles. Examine las metas, haga una lista de las cosas a favor y en contra y use su sentido común; los problemas y las decisiones se ha­cen así más manejables. Si ejercer nuestra capaci­dad de usar la lógica y el sentido común no pare­cen ser muy espirituales, son, sin embargo, un pa­so válido cuando se hacen decisiones que Dios puede ungir.

Una vez que se ha buscado a Dios y se ha some­tido el problema o la decisión al análisis, es acon­sejable después buscar el consejo de otros; no de cualquiera, sino de aquellos que conocemos y que están realmente comprometidos en buscar nuestro bien. El pastor que realmente funciona como tal puede tener un conocimiento y una sabiduría dada por Dios para discernir nuestra situación. El esposo, la esposa son también «ayudas idóneas» para encontrar la voluntad de Dios. Nuestra com­pañera(o) es a menudo fuerte donde nosotros so­mos débiles y puede ver lo que está velado para nosotros.

Hasta conversar el asunto con los hijos resulta valioso, aunque sea para expresar el pro­blema en el lenguaje más sencillo. Como una boni­ficación la sabiduría viene muchas veces «de la boca de los pequeños.» Con asombro hemos visto cómo nuestros hijos nos han ayudado a encontrar soluciones.

Cuando se busca consejo es de vital importancia abrirse para ser ajustado y no aferrarse a una sola posición. El Espíritu Santo es gentil en su direc­ción. Tenemos que escuchar con cuidado y no es­perar que él nos domine.

El paso final es el definitivo: haga la decisión.

Ha buscado a Dios, ha ejercido la sabiduría, ha buscado el consejo de otros; ahora decida. Hay tres opciones disponibles en este punto: «sí», «no» y «espere». Las primeras dos son obvias y por lo general lo que se quiere es una decisión definitiva sea afirmativa o negativa. Sin embargo, la tercera opción de «esperar» es legítima si es una decisión consciente porque hay una buena ra­zón y no porque se está evadiendo la decisión fi­nal. A veces es prematuro decidir «sí» o «no» si no se ha recibido una dirección clara de Dios.

Una vez hecha la decisión es importante no echarse atrás. Satanás probará la elección y si oí­mos sus ataques de duda, temor y culpa, el resul­tado bien puede ser un doble ánimo. Una vez que se ha decidido el curso, es necesario seguirlo con determinación. «Pero David tomó la fortaleza.»

Es muy posible, por supuesto, hacer una deci­sión incorrecta. Los errores son de esperar porque no somos perfectos. Pero podemos confiar en Dios si hemos errado. En contraste con el ataque de Satanás a nuestras mentes, el Espíritu Santo gentil­mente trae convicción al espíritu o una palabra de corrección por medio de un hermano o hermana comprometido a buscar nuestro bien. Si se ve que se ha seguido el camino equivocado, la decisión es clara: confesar la falta, corregir la situación y se­guir adelante. Dios es capaz de redimir lo que le hemos entregado verdaderamente.

Para resumir, vivimos en una sociedad paraliza­da y degenerada por la indecisión. Las soluciones nacionales dependen de la determinación indivi­dual. Tenemos que mejorar nuestra capacidad de hacer decisiones si hemos de ser edificados en Cris­to y si queremos ver el fortalecimiento en el ca­rácter nacional que todos queremos.

Los cristianos tenemos la obligación especial de hacer buenas decisiones. Nuestra misión en la vida es conocer y hacer la voluntad de Dios. El hacer requiere que enfrentemos la realidad de los problemas para seguir adelante con la confianza que Dios hará las correcciones de curso necesarias si hemos mal interpretado su dirección. El benefi­cio final es para nosotros y viene en la forma de vitalidad y gozo por haber hecho buenas decisiones en nuestra aventura diaria con Dios.

John Beckett es un ingeniero espacial y presi­dente de R. W. Beckett Corporation en Elyria, Ohio, EE. UU. También es presidente de Inter­cesores de América, una organización que mo­tiva a los cristianos a orar por su país. Es casado

y tiene seis hijos.

Notas:

  1. U.S. News and World Report, Noviembre 3, 1980, p.25
  2. Chief Executive Magazine, Otoño 1980, No. 13 p. 35
  3. Idem, p. 35

Tomado de New Wine Magazine- Marzo, 1981

Reproducido de la Revista Vino Nuevo vol. 4-nº8 -agosto 1982